Disclaimer: Los personajes no son míos, pertenecen a Rumiko Takahashi.


Demon

El pánico empezaba a dominarla.

La adrenalina a correr vertiginosamente por sus venas.

Y el deseo a desatarse lentamente.

No recordaba como habían llegado a esa situación.

Los ojos de él eran de un rojo intenso.

Los colmillos eran notablemente más grandes.

Su cuerpo más musculado, pero no por ello menos sexy.

Y su aura era aún más masculina.

Pero él seguía siendo un demonio. Y ella una simple humana.

Se miraban fijamente, como intentando adivinar el siguiente paso que el otro daría.

Aún así, ella era más lenta.

En una fracción de segundo se encontraba acorralada contra la corteza de un tronco.

La adrenalina y el deseo corrían aún más rápido por su cuerpo.

Ambas respiraciones eran demasiado irregulares.

Las garras de él se paseaban por su cuerpo con total libertad.

Ella por su parte disfrutaba de esas caricias.

Lentamente, demasiado para su gusto, él se acercaba a sus labios.

Hasta que ambos entraron en contacto.

Pero ese beso no era como los demás.

Era totalmente devastador, brusco y fiero.

Aunque ella no quería menos.

Con las manos torpes trataba de arrancarle la parte superior de su traje.

Él, en cambio, rozaba lujuriosamente todo aquello que tenía a su alcance.

Porque con el uniforme de ella no tenía problemas.

Se lo arrancaría a mordiscos si le fuera necesario.

Ahora, libre de impedimentos, podía admirar (descaradamente) ese pecho escultural que se lucía ante ella.

Se mordió el labio.

Porque estaba tentada a arañarlo, morderlo y lamerlo.

Porque tan sólo era suyo.

Él sonreía arrogantemente. Porque sabía que ella lo deseaba.

Poco a poco, los gemidos y gruñidos empezaban a oírse en el bosque.

La ropa de ambos quedaba esparcida por todo el bosque.

El gi sobre algunos arbustos cercanos. La falda colgada de alguna rama.

Los labios de ella paseaban lentamente por el pecho que antes había deseado morder.

Él, mientras, gruñía.

Porque empezaba a cansarse de falsos intentos.

Porque él quería jugar. Y esta vez pensaba ganar.

Un beso más. Una caricia más. Un gemido y un gruñido mezclado.

Y un último pensamiento lúcido:

¿Por qué, fuese humano, medio-demonio o demonio; tenía la maldita manía de romper sus bragas?