hola a todos!!!!
salut à tous!!!!
me gusta muchisimo la serie de WAKFU, aunque no sea tan popular y bueno tampoco tenga muchos capitulos traducidos, porque bueno para los que no saben es en frances, y si se me complica el ingles pues imaginensen entender en frances!!! en fin!
esta historia se basa en un UNIVERSO ALTERNO, pero le agrego datos del mundo de Dofus y wakfu
comprendo si no entienden uno que otro termino, igual no los culpo, yo tampoco entiendo una que otra cosa que he escrito, practicamente recibo ayuda de mis de moindres frères (hermanos menores) y bueno como siempre
es para mi muy grato saber si les gusta y si no igual me gustaria saberlo
DISFRUTENLO!!!!
Capitulo1: Misiones
Sir Sadlygrove Percedal o como lo llaman sus amigos Tristepin Percedal rara vez buscaba problemas y, sin embargo, de algún modo, los problemas siempre acababan encontrándolo a él. Toda su vida había sido así; incluso antes de descubrir que era un "Caballero de la Orden de los Guardianes de la Shushus", . Tal vez fue por ser el encargado de custodiar la espada demoniaca Rubilax, o tan sólo por sus gran atractivo y porte de guerrero inigualable, o el hecho de tener suerte. Fuera cual fuese la razón, Tristepin(español) nunca le huía a algún desafío, ya fuera personal o profesional. Era una nueva aventura, una nueva manera de ver el mundo.
Salió de un bar cerca de Hangleton, e inmediatamente lo encararon tres tipos que bien pudiesen pasarse por trolls. Feca, Sadida y un Sacro, no sabían con quién estaba tratando. Ninguno de los tres, ni los tres juntos, tenía posibilidad alguna de vencer a un joven Yopuka.
"mejor que se quiten de mi camino" pensó Sadlygrove(francés). Hoy no tenía ganas de pelear. Los bravucones se acercaron a él y tentaron al Yopuka, fijando su atención en su moto de Dragonpavo plateado, con habilidad de prospeccion. Un buen modelo
-Puede que quieras que resolvamos esto a puñetazos -sugirió el Sacrógrito, que parecía ser el jefe.
Esta noche no iban a tener suerte. Tristepín estaba deprimido. Por culpa de una misión se había perdido el cumpleaños de Lany. De su bebita. Había regresado hacía pocas horas de Almekia y solo deseaba beber hasta el olvido.
-Será un placer -dijo Tristepín, conteniendo apenas una sonrisa mientras por sus venas corría la adrenalina.
Aquello iba a ser pan comido. Grougaloragran lo regañaría la mañana siguiente, pero esa noche Tristepín pensaba enseñarles a aquellos tipos que no hacían falta tener el tamaño de un gorila para hacerse el duro.
En más de una ocasión se había dicho de él que era un tipo duro. Duro hasta la médula. ¿Y por qué no? Se había ganado aquella fama. Con solo 16 años había empezado su viaje de aventurero junto a un grupo de amigos que tenían como misión: encontrar la familia del pequeño Yugo, todos teníamos motivos distintos que nos unían para ayudarlo. Él por ejemplo, tenía una deuda con el pequeño héroe, quien lo ayudo cuando fue poseído por su Shushu. Los forasteros tenebrosos temblaban con solo mirarlos. Y aun ya por separado eran respetados por sus hazañas. Ningún habitante de Wakfu se atrevería a enfrentarlo.
Había dos cosas con las que podía contarse en una noche de verano en Hangleton: la humedad sofocante y el bullicio. Aquella parte de la ciudad vibraba literalmente de noche, cobrando vida de una forma que resultaba al mismo tiempo atrayente y peligroso. Esa noche, la tristeza había arrastrado a Tristepín a aquel bar. El deseo de hacer cualquier cosa que no fuera sentirse culpable por no poder estar con su bebé.
Debería haberse quedado en el pueblo de Emelka. Si lo hubiera hecho, no estaría a punto de caerse a puñetazos con aquellos pesos pesados. No había nada que odiara más que esperar su siguiente misión: una misión más, cerca de ser un Yopuka de categoría alta.
La luz débil de las farolas apenas traspasaba la oscuridad, alumbrando lo justo para que vislumbrara la expresión facial y los gestos de sus oponentes. El parqueo estaba lleno de automóviles, pero completamente desierto de gente. Todos estaban dentro, bailando rock clásico, pidiendo copas e inflamando la tensión sexual. Nadie presenciaría el pleito que Tristepín estaba a punto de darles a aquellos trolls (como le gusto llamarlos).
El más grande y grueso de los tres el Sadida se adelantó.
-¿Sabes qué te digo, jovencito? -dijo con burla-. Para no abusar, ¿por qué no echamos tú y yo un uno contra uno?
Bueno, sí, Tristepín acababa de cumplir veintidós años, pero eso no significaba que fuera un jovencito, ni mucho menos. Había vivido más que cualquiera. Tristepín se encogió de hombros. Ni siquiera se molestó en contestar al grandullón Sadida, que bien su raza era conocida como los Invocadores, especializados en creas temibles ungüentos y venenos. En lugar de hacerlo, observó un momento a aquellos tres tipos.
Si tocaban su espada, los despedazaría. De pronto la furia se apoderó de la expresión del Sadida.
-Me lo voy a pasar en grande quitándote esa sonrisa de la cara -amenazó.
-Inténtalo -sugirió Tristepín, haciéndole señas con las dos manos para que se acercara.
Ya que estaba, lo mejor era acabar cuanto antes. Quería volver a por la cerveza que se había dejado en la barra, junto a la llamativa rubia. Definitivamente, Tristepín debería haberse quedado en casa esa noche.
Había estado dándole vueltas al pasado otra vez, señal clara de que no tenía la mente muy despejada.
Antes de que el Grandulón hiciera su primer movimiento, un coche se detuvo detrás de Tristepín. Éste miró por encima del hombro mientras intentaba no perder de vista a los otros tres. Al ver una larga limusina quedó desconcertado. Luego, una de las ventanillas bajó suavemente.
Era su jefe. El director de dragones Grougaloragran.
Estupendo. Genial.
-Sube al coche -ordenó Grougaloragran, que no parecía muy contento.
-Tenemos un asunto pendiente -dijo el grandullón, impaciente y hostil-. No va a ir a ninguna parte hasta que acabemos con él.
Los tres comenzaron a acercarse. Tristepín estaba a punto de decirle a Grougaloragran que sólo tardaría un minuto cuando la voz de Kabrok el Osamoda lo detuvo.
-Atrás -ordenó Kabrok-. Odiaría tener que usar esto. Esperando ver a Kabrok empuñando un arma, Tristepín miró al Osamoda, por encima del techo del automóvil. Para su sorpresa, Kabrok sostenía un simple teléfono celular en la mano derecha.
-Estoy seguro de que al jefe Alibert no le hará ninguna gracia que lo despierte a estas horas de la noche por una niñería. Y, dado que es amigo mío, estoy convencido de que no le costará ningún trabajo ocuparse de que ustedes, caballeros, sean trasladados de inmediato a Albania.
El silencio se adueñó de la noche durante unos cinco segundos. Los malnacidos trolls trabajaban, bajo órdenes de Alibert (padre adoptivo de Yugoh).
-Hemos acabado aquí, señor -se apresuró a decir el Sacrógrito, que evidentemente no quería arriesgarse a acabar en medio de ninguna parte de los bosques de Albania. Se puso delante del Sadida y sacudió la cabeza-. Mañana tenemos que levantarnos temprano para la instrucción.
Tristepín dejó escapar un suspiro de fastidio mientras los tres trolls regresaban al bar no sin antes lanzarle una mirada fugaz.
-Dos minutos máximo,- le dijo Tristepín a Kabrok-. Era lo único que necesitaba.
-Sube al coche, Yopuka -gruñó Osamoda.
Tristepín obedeció con desgana. A medida que remitía la adrenalina se sentía más enfadado. Pero sabía que no debía insistir.
-¿Qué pasa? -preguntó en cuanto se hubo acomodado en el asiento del coche, frente a los mandamases del departamento de guardianes y guerreros.
La limusina echó a rodar sin previo aviso. Tristepín tendría que volver a recoger la moto de Dragonpavo cuando acabara aquella reunión improvisada. Se sentía entusiasmado. Tenía que ser algo importante. Si no, no se habrían molestado en ir a buscarlo a aquellas horas.
-Tenemos una misión para ti -explicó Grougaloragran-. Tendrás que irte a primera hora de la mañana.
Como ya era prácticamente de día, Tristepín pensó que aquello le convenía. Al menos no se pasaría las horas muertas paseándose por su cuarto en la ciudad. Tenía una misión. Nuevamente.
-Estoy listo. ¿Qué haré?
-Hay un agente arquero en peligro -le dijo Kabrok-. Una mujer. Lleva un mes infiltrada en un grupo de extremistas que creen trabajar para la GSMW, la Gremio para la Seguridad Mágica Wakfu.
Tristepín frunció el entrecejo.
-¿La Gremio para la Seguridad Mágica Wakfu?
-No existe -le aclaró Kabrok.
Grougaloragran retomó el relato.
-Los arqueros llevan casi un año siguiéndole la pista a la GSMW. Esa gente recluta jóvenes en todo el país para apoyar su causa, convenciéndolos de que están cumpliendo con su deber patriótico. Hasta el momento, la GSMW ha conseguido dar dos golpes.
-La desaparición de Dofus en la mazmorra Wabbit, hace seis meses -terció Kabrok- y el robo del Dofus en el bosque maléfico del camino de Dark Vlad. Captan a cuatro o cinco individuos y todos ellos mueren cuando se completa la misión, aunque haya tenido éxito.
-¿Cómo consiguió infiltrar a alguien arquero? -preguntó Tristepín.
-Hubo un tipo que sobrevivió al golpe en Wabbit,-continuó Kabrok-. Armand, príncipe Sadida. Los guerreros guardianes lo han estado vigilando desde entonces. No sabemos por qué a él se le permitió seguir con vida mientras que los otros fueron asesinados, pero fue una suerte para nosotros.
-Así que ¿el Ministerio ha metido a alguien dentro para acercarse a Armand? -aventuró Tristepín.
-Exacto. Armand reclutó a otras tres personas antes que a la agente arquera. Si siguen el mismo modus operandi, creemos que intentarán algo muy pronto. No tenemos mucho tiempo.
-Y van a dejar que lleguen hasta el final con la esperanza de atrapar al cerebro de la operación -concluyó Tristepín por él. No era una pregunta. Parecía la clase de misión que solían asignarle.
Kabrok asintió con la cabeza.
-Nunca los detendremos si no decapitamos la organización.
-Por mí, está bien -Tristepín consideró la única cosa que no encajaba-. ¿Por qué no se encarga un arquero de esto?
-Lo estaba haciendo -dijo Grougaloragran-. Hasta que los servicios secretos identificaron a Nox el Xélor como el cabecilla de la GSMW.
-¿le Dévoreur de Wakfu ?
Grougaloragran asintió con la cabeza.
-Los guerreros se hicieron cargo del asunto desde entonces. Ese tipo no sólo es peligroso. Está demente.
-¡y muerto!- recordó Tristepín. –su expediente fue cerrado desde la ultima batalla que tuvimos hace 6 años-.
-por eso inicias, Yopuka-
-Entonces, ¿quién soy y adónde tengo que ir?
Kabrok y Grougaloragran intercambiaron una mirada. Tristepín sintió una leve tensión en el estómago que rápidamente se extendió por su espalda, hasta los hombros. No le gustaba aquella mirada. Sólo podía significar que habría complicaciones desde el principio.
- la Zona de Duty free-dijo Kabrok en respuesta a su segunda -. Es una ciudad entre el camino de Trankitronko y Skonk. Armand y su equipo tienen allí una casa alquilada. Tres del grupo están matriculados en la Escuela y en su tiempo libre son alquimistas. Sabemos cómo recibe Armand las órdenes. Sólo queremos atrapar a Xélor con las manos en la masa. Es preciso demostrar su relación con la GSMM, y que está con vida.
Tristepín era un buen experto en misiones de rescate, y mas de bellas doncellas en peligro, pero no el mejor. Tenía que haber alguna otra razón que explicara su elección. Las siguientes palabras del director lo convencieron de que tenía la pregunta escrita en la cara.
-Te hemos elegido para esta misión -dijo Grougaloragran- porque, en el caso de que las cosas se pongan mal, necesitaremos a alguien experto en salirse de problemas. Alguien experto en improvisar. Y alguien con la coartada perfecta.
Tristepín hablaba con fluidez cuatro idiomas. Pero sabía que ésa no era la razón de que lo hubieran elegido a él. Todos los especialistas eran capacitados. La tensión que irradiaba entre los dos hombres era demasiado intensa para que las cosas fueran tan sencillas.
-La agente Ocra involucrada en la misión es la primera a la que se le ha realizado experimentalmente un hechizo de memoria implantada -prosiguió Kabrok-. El propósito del implante es proteger a la Ocra en caso de que peligre su cuartada. Cuando el hechizo fue realizado, la memoria personal del agente queda suspendida temporalmente y es reemplazada por la falsa identidad. Nada, ni drogas ni tortura e incluso un resaca (hechizo Pandawa), inducirá a la arquera a confesar, dado que él o ella asume por completo su identidad falsa.
-Eso sí que es nuevo -Tristepín conocía la reputación de los proyectos experimentales de los O que, ¿los Ocras saben que la agente del gremio está en peligro? -Tristepín sabía también que los agentes Ocras eran sometidos a un seguimiento exhaustivo. Kabrok asintió con la cabeza.
-Dado que ésta es la primera vez que logran infiltrarse en el presunto Gremio para la Seguridad Mágica Wakfu, no quieren perder a su agente. Quieren que se complete la misión, si es posible salvarla. Pero, si no, nuestro trabajo consiste en poner a la agente a salvo. Si todo va bien, el hechizo sólo funcionará temporalmente. Nos queda muy poco tiempo.
Tristepín asintió con la cabeza.
-Parece bastante fácil. Habladme de la agente.
-Es Evangelyne Ocra. Edad: veintitrés -Kabrok resumió los datos-. Es una experta Ocra. Ha tenido misiones más peligrosas que las que puedas imaginar.
Eva. Tristepín sintió un extraño silencio en su interior cuando los recuerdos de años atrás se apoderaron de él como una oleada. Se sentía dividido entre emociones en conflicto que reavivaban sus remordimientos.
-¿Qué te pasa?, pensé que eran amigos -preguntó Grougaloragran, advirtiendo la expresión perpleja de Tristepín, o sabiéndolo quizá desde el principio. Pero eso era imposible. Nadie sabía que...
Reacio a hablar de un asunto tan íntimo, Tristepín asintió con la cabeza.
-Sí, somos amigos…
-Sí, veo…-dijo Grougaloragran-. Por lo mismo pensé en ti, Tristepín, por tu amistad con ella, junto con Yugo y los demas. Pero si es demasiado personal…
-No… sólo… -reconoció él al cabo de un momento de tensión-. No se… -miró a Grougaloragran directamente a los ojos-.
La cruda realidad se hundió hasta los huesos de Tristepín. Eva podía haberse tomado la revancha. Lo que él había hecho estaba mal en más de un sentido. La había traicionado. Aunque nadie más lo supiera. Se había permitido una noche de debilidad. Por esa razón había adentrado en sus misiones.
Meses después, Grougaloragran dragon había llamado a su puerta para ofrecerle un modo de redimirse. Aunque en lo referido a Eva, nada había conseguido aliviar su conciencia. Aquello no había modo de arreglarlo. Hasta ahora, quizá.
Aquellos fantasmas lo perseguían, le causaban más remordimientos que cualquier fracaso profesional-. No puedo reprochárselo, pero lo hecho, hecho está. Ahora ya no puedo dar marcha atrás.
-De modo que los motivos personales que adujiste para ofrecerte de entrenamiento Yopuka nivel alto eran mucho más íntimos de lo que nos hiciste creer. Parece que esto va a ponerse interesante -dijo Kabrok mientras hojeaba lo que parecía ser el currículum de Eva.
-Tal vez sea mejor que escojan a otro para esta misión -sugirió Tristepín-. No es que no quiera hacerlo, pero puede que Eva, es decir, la señorita Evagelyne Ocra, se muestre más receptiva tratándose de otra persona. En realidad, mi presencia podría ponerla en mayor peligro. Y no me gustaría que eso pasara.-
No haría nada que pudiera perjudicar a Eva. Ni pensarlo.
-Eso es imposible -dijo Kabrok.
La tensión en las entrañas de Tristepín se hizo más intensa.
-¿Por qué? -preguntó con aspereza-. Mandarme a mí podría ser un grave error.-
-El hechizo tiene, por decirlo de algún modo, una salida de emergencia -explicó Kabrok secamente -Para este tipo de situaciones. A fin de facilitar el rescate de la agente, el hechizo fue diseñado con lo que los Ocras llaman «la opción Dofus». Lo único que tienes que hacer es pronunciar la contraseña y Evangelyne te reconocerá al instante como a un ex novio del que todavía está enamorada.
Tristepín extendió ambas manos en un gesto de rechazo.
-Esperen un momento -bajó las manos y exhaló un profundo suspiro-. Les estoy diciendo que ella tal vez me odia. No creo que ningún hechizo vaya a cambiar una emoción tan arraigada. En cuanto vea mi cara, la misión se irá al infierno.
Kabrok le lanzó una mirada expeditiva.
-Puede que te odie, en efecto. Pero eso no importa, Yopuka. El caso es que te utilizó a ti para su perfil de Dofus. Tú eres el único que puede cumplir esta misión. Si la arquera Evangelyne estaba dispuesta a poner su vida en tus manos, ¿quién va a discutírselo? -Tristepín se quedó pasmado. Kabrok se inclinó hacia delante ligeramente-. Te describió hasta el último detalle -alzó una ceja, escéptico-, Aunque creo que tal vez le falló un poco la memoria en ciertos aspectos.
A Tristepín aquello no le hizo ninguna gracia. Su preocupación por la seguridad de Eva aumentaba al mismo tiempo que su temor, pero no hizo ni una sola pregunta mientras Kabrok le resumía el resto de los pormenores de la misión. Todo aquello le parecía un sueño. No necesariamente un mal sueño, pero sí uno bastante inquietante.
Venganza, decidió. No podía ser otra cosa. Aquélla era la ocasión perfecta para que Eva se las hiciera pagar todas juntas. Una parte de él quería convencerse de lo contrario, pero sabía que se equivocaba.
Le había hecho demasiado daño a Eva. Nunca olvidaría la expresión de los grandes ojos verdes jade de Eva cuando se dio cuenta que él se había acostado con dos mujeres.
Tristepín se sentía morir, más cuando ni siquiera pudo despedirse de ella luego que naciera Lany. Pensaba en ella de vez en cuando... o más bien siempre.
Llevaba años pensando en ella cada día, pero por el momento no podía darse el lujo de estar con ella. De estar con su familia. De un modo o de otro, esta vez no le fallaría.
Casi una hora después, la limusina se detuvo junto a su moto dragonito, en el parqueo del bar. El local seguía lleno, el parqueo estaba a rebosar y la música retumbaba a todo volumen, traspasando las finas paredes exteriores del edificio.
Durante los cincuenta minutos anteriores, habían hecho un repaso pormenorizado de todos los miembros de la célula en la que se había infiltrado Eva. Tristepín tenía ya una clara idea de quién era cada cuál. Sólo había uno, Armand el príncipe Sadida, que lo preocupaba. El maldito había estado en el pueblo de los arboles, y tuvieron un enfrentamiento los dos, inicialmente porque se burlo de el Yopuka y también pretendía a Eva, además que fue su segunda posesión de Rubilax, un acontecimiento que había olvidado, hasta ahora.
-¿Alguna pregunta? -dijo Kabrok, observando atentamente a Tristepín.
Kabrok era muy listo y calaba enseguida a la gente. Era consciente de que aquella misión le planteaba serios problemas a Tristepín, pero sabía también que éste cumpliría con su deber.
Recuperar a Eva era el objetivo principal de la misión. Sin embargo, y a pesar de que técnicamente la meta era salvar la misión, para Tristepín aquello era algo personal. Hasta Grougaloragran tenía que darse cuenta. No podían esperar otra cosa, dadas las circunstancias. No precisaba decirlo, y no lo haría. Grougaloragran era hombre de pocas palabras. Nadie lo conocía en realidad, salvo Yugo, quizá.
-Creo que lo he entendido -Tristepín extendió la mano hacia el manillar de la puerta. Haría el equipaje y se pondría en camino antes del amanecer. Quería asegurarse lo antes posible de que Eva estaba a salvo.
-No intentes contactar con ella hasta que esté sola - dijo Grougaloragran-. No hay modo de saber cuál es su estado actual. Puede que haya llegado a creerse que es el enemigo al que debía espiar. Eso, en el mejor de los casos -continuó ásperamente-. Si el hechizo no ha funcionado bien y la contraseña no produce la reacción esperada, puede que te veas en serio peligro.
Tristepín miró fijamente aquellos intensos ojos.
-No me acercaré a ella mientras esté con los otros, a no ser que no me quede más remedio.
Grougaloragran agachó la cabeza, asintiendo.
-Si es demasiado arriesgado, retírate. Enviaremos a un equipo. Al Ministerio no le hará ninguna gracia, pero tendrán que aguantarse.
-Sí, señor –Tristepín saludó a Kabrok inclinando la cabeza y salió del vehículo. Antes de darse la vuelta llamó a la ventanilla cerrada y esperó a que bajara dejando al descubierto la cara expectante de Kabrok-. ¿Quién va a cubrirme las espaldas esta vez? -preguntó.
-Amalia Sheran Sharm.
Perfecto. Amalia podría ser una caprichosa y mandona princesa de la naturaleza, pero durante su travesía aprendió a manejar bien sus poderes, considerándola la agente con la mejor puntería del Gremio, con sus zarzas podría alcanzar varias distancias y enemigos en un solo golpe y su muñeca de trapo (o de guerra es lo mismo) era el mejor arma que un Sadida podría tener... aunque fuera una chica.
-Estupendo -le dijo a Kabrok.
-Me alegro de que apruebes la elección -Kabrok empezó a subir la ventanilla, pero vaciló-. Aunque, de todos modos, hubiera dado igual -añadió maliciosamente antes de acabar de subir el cristal tintado.
Tristepín vio desaparecer la limusina calle abajo. Resultaba fácil trabajar para Grougaloragran. Era un tipo franco y sincero, con un alto regimen de justicia. El Osamoda, en cambio, era otra historia. Tristepin nunca entendería a Kabrok, recordaba la vez que lo conoció, el Osamoda en ese entonces se hacia pasar por un villano destructor de tiendas "cuervo negro" solo con el propósito de no tener competencia y hacer feliz a su esposa Miranda Zurcarák. Al final todo se arreglo, pero aun no entendía el joven Yopuka, el porque se hacia llamar como el "cuervo negro" si el cuervo ya es negro, en vez de eso era mejor "cuervo maligno" o "alas de la oscuridad". No, definitivamente nunca lo entendería.
Justo cuando creía haberlo calado, Kabrok iba y decía algo totalmente inesperado. Como si realmente le importara la gente que trabajaba para él. O como si le odiara.
Tristepín sacudió la cabeza y se montó en la moto de dragopavo. La encendió. Tristepín podía pasarse la vida entera observando a un tipo como Kabrok sin llegar a entenderlo. Pero en ese momento tenía algo mucho más importante que hacer.
Tenía que acercarse a Eva. Tenía que mantenerla a salvo, aunque ella no quisiera.
Si Eva lo aceptaba, sólo sería por causa del hechizo, se dijo. Lo más probable era que la verdadera Eva se hubiera olvidado de él hacía siglos.
Tristepín arrancó y se dirigió hacia la calle .Tal vez Eva lo hubiera olvidado, pero él nunca podría borrarla de su memoria.
El dolor de cabeza había empeorado.
Eva cerró los ojos con fuerza e intentó ahuyentar el dolor, pero no se iba. No recordaba cuándo había empezado. ¿Hacía dos días? ¿Una semana? Cada vez era peor. Los dolores eran cada vez más frecuentes .Y más intensos.
Se obligó a abrir los ojos y miró su reflejo en el espejo del cuarto de baño. Las aspirinas no le hacían nada. Amelia siempre decía que la medicina era efectiva, pero no era tan cierto. Nada la aliviaba. Dejó escapar un lento y largo suspiro. Debía incorporarse. Tenía que estar lista para actuar tres minutos después.
Se mojó la cara con agua fría, confiando en despejar el aturdimiento que acompañaba al persistente martilleo de su cerebro. Pero aquel intento también fue en vano. Sacó su toalla y secó su cara. Era una suerte que estuviera vacío el aseo.
Giró la cabeza de un lado a otro para inspeccionar el recogido recién hecho, agarró un mechón rubio que se le había escapado de la peluca negra, lo escondió. Se miró un momento más de lo necesario. Algo en la persona que le devolvía la miraba no acababa de encajar, pero Eva no alcanzaba a saber por qué.
Se encogió de hombros. De todos modos, tampoco podía hacer nada al respecto. Se miró otra vez y, dándose por satisfecha, se puso las grandes gafas de montura negra que formaban parte de su disfraz. Se pasó una mano por la chaqueta del traje gris y se sintió reconfortada al notar que su flecha mágica era más fácil de esconder que la estúpida arma nueve milimetros
Ese día no debía morir nadie. Aun así, no pensaba meterse allí indefensa, por si las cosas se ponían feas en el último momento. Y eso podía ocurrir. Otra de esas cosas que sabía sin comprender por qué.
Inhaló, exhaló un suspiro profundo, recogió su maletín de cuero marrón y salió del aseo de señoras.
Dos minutos y medio y contando.
A las doce y cuarto, Mazmorra los Campos estaba abarrotada. Esa mañana, al llegar a la famosa estación de tren, había tenido tiempo de fijarse en la fachada neoclásica. Dentro del vestíbulo de suelos de mármol había un gran bosque con altas copas de arboles que se extendían a lo largo de los trenes. Era todo tan familiar, tan reconfortante... el ver toda esa vegetación la hacia sentir en casa, a pesar de que ignoraba el porqué. ¿Había vivido cerca de allí en el pasado? ¿Había frecuentado el bosque en otro tiempo? Sacudió la cabeza. Estaba comportándose como una idiota. Una persona recordaba los sitios donde había vivido. Paranoia, eso era todo. Se estaba volviendo paranoica.
El sonido de los altavoces anunciando la inminente salida de un tren hizo que se concentrara de nuevo en su tarea. Una parte de su ser que no comprendía y que era puro instinto de supervivencia mantenía el dolor a raya mientras procuraba concentrarse. Se abrió paso entre el gentío que iba y venía en dirección al ascensor de bajada.
Aunque no recordaba cuándo en concreto, había hecho aquello otras veces, durante años. Estaba tan segura de ello como de su nombre, pero no sabía exactamente por qué. Sabía perfectamente cómo se seguía a un objetivo humano. Lo había hecho un millón de veces. Pero ignoraba la razón. Sencillamente, era como una segunda naturaleza.
Cielos, ¿qué le pasaba últimamente? Sabía quién era y lo que era. Y, sin embargo, nada acababa de encajar. Era como si un muro de ladrillo se interpusiera entre ella y las respuestas que ansiaba desesperadamente. Era extraño. Muy extraño.
Pero no podía pararse a pensar en ello en ese momento. No podía permitir que sus compañeros advirtieran la lucha que tenía lugar dentro de ella. Había muchos que la querían fuera del grupo. Y, por desgracia, «fuera» significaba «muerta».
Su objetivo se dirigió a la ladera donde pensaba tomar el tren hacia la Penn Station. Eva se acercó a él. Una vez en Enarenada, aquel hombre se reuniría con sus superiores en las nuevas oficinas Ocras. Llevaba en el maletín documentos que confundirían a quienes los leyeran y harían que una misión muy importante en proceso de desarrollo les estallara en las narices.
Eva tenía que impedir que eso sucediera. Ella era de los buenos. Se contaba entre los salvadores invisibles de su país. En todos los países los había, todos ellos al servicio del Gremio para la Seguridad Mágica Wakfu. Los salvadores del mundo.
Eva frunció el ceño al sentir que algo en su interior se removía, inquietándola. Como todo lo demás, no podía ponerle nombre, ni comprenderlo.
El hombre del traje azul a rayas, que estaba solamente a unos pasos de Eva, también era de los buenos. Pero ignoraba que su ayudante era un monstruo, uno de los archienemigos del Ministerio. Eva debía interceptar los documentos secretos que aquel hombre llevaba en el maletín, evitando así la catástrofe inminente sin derramamiento de sangre, ni violencia. Antes de que el monstruo pudiera hacer un segundo intento, sería desenmascarado y quitado de en medio.
El maletín que llevaba Eva era una réplica exacta del que llevaba su objetivo. Caro y elegante. Como el traje de mil Kamas que lucía él. Eva observó los gestos del hombre. Era seguro de sí mismo, impaciente. Tenía prisa por llegar a su destino y acabar cuanto antes. El fracaso sería un duro golpe no sólo para sus superiores, sino también para él.
Eva tenía solamente noventa segundos para hacer el cambio antes de que él tomara el tren que llegaba. Una ensordecedora ráfaga de aire que pareció llenar la zona de espera anunció la llegada del tren, que frenó hasta detenerse junto a la ladera. Unos segundos después, los viajeros que esperaban podrían subir a los vagones.
Eva debía actuar de inmediato. Dándose ánimos, apretó el paso. Chocó de lleno contra el objetivo. Él retrocedió varios pasos. El maletín que llevaba en la mano cayó al suelo. Eva soltó el suyo y se agarró al hombre para recuperar el equilibrio.
-¡Oh, lo siento mucho! -exclamó.
Él extendió el brazo para sujetarla y preguntó al mismo tiempo:
-¿Se encuentra bien?
Eva sonrió amablemente, haciendo el papel de la pasajera apresurada.
-Oh, sí. Estoy... estoy bien -agarró el maletín, pasando la punta de un dedo por el mecanismo de la cerradura para asegurarse de que había asido el de él en lugar del suyo. El cierre metálico del maletín que ella llevaba tenía una ligera protuberancia en cierto lugar, de modo que pudiera reconocerlo-. No iba mirando por donde iba. ¡Tengo tanta prisa! -retrocedió un paso y se llevó una mano al pecho, notando su corazón acelerado-. Lo siento muchísimo.
La sonrisa del hombre la convenció de que no sospechaba nada.
-No tiene importancia -él se enderezó la chaqueta y agarró el maletín que quedaba-. Que pase un buen día.
Durante un instante cargado de tensión, antes de que ella se diera la vuelta, el hombre miró el maletín que Eva sostenía medio oculto tras la falda corta. Ella confiaba en que sus piernas lo distrajeran. El corazón le dio un vuelco y el tiempo pareció detenerse. Eva contuvo el aliento. Si él sospechaba algo en ese momento...
Pero sus piernas la salvaron. Él miró de arriba abajo sus largas y atléticas pantorrillas. Eva se había esforzado mucho para tenerlas así, y ahora su esfuerzo rendía frutos. Aquella idea la sorprendió por razones que se le escapaban por completo. Notó un temblor en las entrañas. Estaba perdiendo el control. Tenía que salir de allí.
Otros viajeros pasaron bruscamente ante el hombre, que seguía mirándola fijamente. Él parpadeó y se alejó rápidamente para tomar el tren, frunciendo aún el ceño, divertido.
Eva dejó escapar un suspiro de alivio. Ya estaba hecho. Atravesó a toda prisa la multitud, procurando no correr. Subió al ascensor. «Respira hondo», se dijo. «Ya casi está». Nadie parecía prestarle atención. Nadie le había gritado que se detuviera. Nadie notaba a la pequeña y menuda chica de gafas.
El corazón le latía a toda prisa. Las manos le sudaban. Agarrando con fuerza el maletín, se dirigió apresuradamente hacia la entrada principal. Al cruzar las puertas de madera y cristal y salir a la luz brillante del sol de mediodía, la invadió el alivio y sintió flojas las rodillas, a pesar de que su instinto le decía que había hecho aquello mil veces.
Zigzagueó entre los taxis y los automóviles estacionados junto a la acera de la estación ferroviaria y se encaminó hacia el otro extremo del parqueo, donde la esperaba un coche. Su paso era un poco más rápido ahora, a pesar de que no corría.
Dos minutos más y estaría a salvo. Una especie de serenidad se difundió por sus venas. Los latidos de su corazón se hicieron más lentos. Podía...
Un fuerte brazo se interpuso bruscamente en su camino, deteniéndola en sus pasos. El pulso se le aceleró otra vez. Esperando ver un guarda de seguridad uniformado, deslizó instintivamente la mano hacia el borde de la solapa de su chaqueta mientras alzaba la mirada hacia unos ojos de color cafes claros que le resultaron al mismo tiempo completamente extraños y alarmantemente familiares.
-Vaya, vaya, pero si es el amor de mi vida -ella agarró la empuñadura de la flecha.- Te he echado de menos. No sabes cuánto.
Durante tres segundos llenos de tensión, Tristepín pensó que la contraseña no funcionaría. Eva lo miró fijamente, como si no lo hubiera visto en toda su vida. Luego susurró:
-¿Tristepín?
Él se relajó un poco y sonrió.
-Cuánto tiempo, Eva. ¿Tú también me has echado de menos?
Tal vez el hechizo no se hubiera averiado del todo. Tristepín llevaba observándola toda la mañana. La había seguido desde la Zona de Duty free con la única intención de sorprenderla a solas. Algo se removía dentro de él cuando pensaba que ella se acordaba de lo que solía decirle siempre: «Te he echado de menos. No sabes cuánto».
-No te muevas.
Una voz de hombre sonó detrás de Tristepín. Al sentir la presión del cañón de una pistola en el costado, Tristepín comprendió que se trataba de Armand el Sadida, el cómplice de Eva. El conductor del coche de huida. Por suerte Sadida había permanecido en el coche, y aquélla había sido la única oportunidad que Tristepín había tenido de sorprender a Eva a solas en toda la mañana. Tristepín había intentado esperar, pero sentía la necesidad que actuar antes de que ella volviera a montarse en el coche con el Sadida. Ahora sabía cuál era el precio de su impaciencia.
-¿Conoces a este hombre, Eva?
Ella miró a Tristepín y al hombre parado tras él, y viceversa. Su confusión saltaba a la vista. Tristepín se estremeció de nuevo. Tal vez las cosas no estuvieran funcionando tan bien como creía, después de todo. Pronto lo sabría.
-Armand, éste es Sadlygrove Percedal -escudriñó los ojos de Tristepín, buscando respuestas-. El tipo del que te hablé.
Tristepín sintió que la presión de su costado se reducía. Resistió el deseo de exhalar un suspiro de alivio.
-El maletín -exigió Sadida, rodeando a Tristepín.
Eva soltó su botín.
-Deberíamos salir de aquí -dijo ella. Miró a su espalda y luego inspeccionó el estacionamiento-. Empezarán a buscarme en cualquier momento. El Sadida se retiró.
-Vamos.
Tristepín se volvió hacia el hombre.
-Ella viene conmigo.
Algo cambió en los ojos de Armand.
-Ni lo sueñes.
La corazonada de Kabrok era cierta. Armand el príncipe Sadida estaba enamorado de Eva. Peor para él. Tristepín sintió una punzada de celos cuando Armand rodeó la cintura de Eva y la atrajo hacia sí antes de que ella pudiera reaccionar.
-Creo que no me has oído -Tristepín sostuvo la mirada oscura del Sadida. Aquello era innegociable-. He dicho que ella viene conmigo.
-Iremos detrás de ti -le aseguró Eva a su socio, y alzó la mirada hacia Tristepín-. ¿De acuerdo?
Estaba nerviosa. Tristepín se lo notaba en los ojos.
-Claro -él volvió a posar su mirada en los ojos de Armand-. ¿Quieres que nos quedemos aquí a discutirlo?
Armand miró a Tristepín con cara de pocos amigos y luego posó su mirada en Eva.
-Hablaremos de esto más tarde.
Ella ignoró el comentario de Armand, se desasió de él y le dio el brazo a Tristepín.
-Nos veremos en casa -le dijo al Sadida sin mirarlo siquiera. Eva odiaba las peleas de "soy el más macho".
Tristepín bajó la mirada hacia la mujer que iba a su lado y sintió que se le encogían las entrañas. Por percedal, qué guapa era. Nunca dejaría de ser la mujer más hermosa del planeta.
-¿Lista?
Ella asintió con la cabeza, esbozando una sonrisa muy débil.
Tristepín la condujo adonde había estacionado la moto dragopavo. Se montó sobre el amplio asiento de cuero y esperó a que ella hiciera lo mismo. Eva se subió la falda hasta los muslos sin vacilar, lo suficiente para que él viera las ligas que sujetaban sus medias, y pasó una de sus largas piernas sobre el asiento. Se sentó tras él, se acercó un poco más, apretó las caderas de Tristepín con los muslos y enlazó su cintura fuertemente con los brazos. De repente, como si se lo pensara mejor, alzó las manos y se quitó las gafas de pega y la odiosa peluca negra. Se echó a reír. Su risa era contagiosa y terriblemente provocativa.
Tristepín intentaba no confundir el pasado con el presente. Lo intentaba de verdad. Los recuerdos que el hechizo había impuesto en la memoria auténtica de Eva, fueran cuales fuesen, no eran otra cosa que ficciones. Aquello no era real, aunque lo pareciera. Cuando descubriera la verdad, ella volvería a odiarlo tanto, o quizá más, que antes. Las emociones de esa clase no se suavizaban con el paso del tiempo. En todo caso, se hacían más amargas. Eva lo odiaría, y con toda razón. Él la había traicionado.
Pero ahora tenía una oportunidad de compensarla. Una oportunidad que ella nunca le daría en circunstancias normales. Tristepín apretó los dientes, intentando refrenar sus emociones. Era imposible que Eva cambiara de opinión respecto a él, pero al menos él podía mantenerla a salvo hasta que todo aquello acabara. Eva apretó la mejilla contra su espalda. Un gesto de confianza.
Una nueva clase de emoción se apoderó de Tristepín. Un mezcla de alivio y expectación. Eva confiaba en él, temporalmente al menos. Esta vez, no la defraudaría.
En aquel momento, ignoraba qué había llevado a Eva a usarlo a él para su perfil de Dofus. Pero tampoco le importaba. La venganza, posiblemente. ¿O quizá había sido un error? Tal vez todavía ella no quería darse por vencida en su relación...
Al cabo de unos minutos salieron a la autopista interestatal, en dirección a Duty free. Como si sintiera que Tristepín estaba pensando en ella, Eva lo abrazó con más fuerza. Incapaz de refrenarse, Tristepín agarró su mano izquierda y se la apretó. hasta ese momento no había comprendido cuánto echaba de menos a aquella increíble mujer. Ninguna otra le había inspirado el deseo de formar una familia junto con Lany, cada vez que lo pensaba, recordaba que faltaba menos tiempo para poder estar con su hija. Y se dedicaba a recordar los momentos robados y pasión clandestina que habían pasado juntos años antes. Ninguna otra mujer le había hecho desear ver su cara cada mañana, el resto de su vida, ni le había hecho ansiar tocarla, como Eva.
El objeto de su ensueño le dio de pronto una palmada en el hombro, atrayendo su atención. Tristepín echó la cabeza hacia atrás para oír lo que le decía. En lugar de hablar, ella señaló una gasolinera, un poco más adelante. Tristepín asintió con la cabeza.
El único cuarto de baño de la anticuada gasolinera estaba en el lado derecho del edificio, en la parte de atrás. Tristepín le echó un vistazo antes de dejar entrar a Eva. Estaba increíblemente limpio.
-¿Hay Tofus en la costa? -preguntó ella en broma. Se apoyó contra la pared, junto a la puerta del aseo-. Tengo una flecha, ¿sabes? -arqueó una de sus finas cejas rubias-.Y no he olvidado cómo se usa.
Tristepín resistió el impulso de contárselo todo, de preguntarle si se acordaba de algo en realidad, de ver que tanto recordaba el pueblo, o a Lany… pero habría sido un error. El hechizo funcionaba, eso era evidente. Si no, ella ya le habría arrancado la cabeza. La misión de Tristepín consistía en seguir adelante con la misión, en intentar atrapar al tipo que controlaba la GSMW. Mientras ello no pusiera en peligro la vida de Eva, era esencial continuar con la misión.
-Sólo quería asegurarme de que las instalaciones estaban a la altura de una diosa -contestó alegremente.
Ella se apartó de la pared y entró en el aseo.
-Sólo será un minuto -dijo por encima del hombro con coquetería. Tristepín apartó la mirada mientras la puerta se cerraba tras ella. La deseaba desesperadamente.
Pero no sería justo para Eva. Ella no era ella misma. No era dueña de sí. Tristepín se había comportado como un canalla en otra ocasión. No cometería el mismo error dos veces.
La puerta se entreabrió bruscamente.
-Tengo un pequeño problema, Tristepín -Eva extendió un brazo y lo agarró de la manga-. No te importará echarme una mano, ¿verdad? -tiró de él hacia la puerta.
-¿Qué clase de problema?
Eva lo metió en el aseo y cerró la puerta antes de que él acabara la frase. Tristepín sintió una punzada de emoción. Aquello no marchaba bien.
Eva lo empujó contra la puerta cerrada y empezó a desabrocharle la camisa.
-¿Por qué me haces esto, amor? -preguntó ella.
A él nadie lo había llamado nunca amor, salvo Eva. Aquello le llegó al alma. Pero aquél no era el momento. Él la agarró de las manos y la detuvo.
-Ahora no tenemos tiempo -dijo, sintiendo que todo su cuerpo se endurecía.
-Desapareces durante semanas, dejándome abandonada -Eva alzó la mirada hacia él, aquellos grandes ojos verdes jades ensombrecidos por las pestañas. Su boca jugosa se frunció en un pequeño mohín-. Una puede meterse en toda clase de líos.
-Eva, tú...
-Shhh -ronroneó ella, y susurró-: No puedo esperar ni un minuto más -se puso de puntillas y lo besó suavemente en los labios.
Tristepín dejó de pensar. No podía respirar. No podía moverse. Ni siquiera podía hablar mientras ella lo miraba y lo tocaba de aquella manera. Ella empezó a desabrocharle la camisa otra vez.
-Lo único que tienes que hacer es dejarme hacer a mí -la boca ansiosa de Eva atrapó la de Tristepín en un beso apasionado.
Él debía resistirse. Debía apartarla. Pero no tenía fuerzas para hacerlo. Metió los dedos entre su pelo. Apartó las horquillas hasta que unos mechones de cabello rubio cayeron alrededor de sus manos.
Ella movía los dedos sobre su pecho, jugueteaba con sus pezones, haciéndolos crisparse y arder. Trazó con los dedos las curvas de su abdomen. Luego tiró del broche de sus vaqueros.
La lengua maliciosa de Eva entraba y salía de la boca de Tristepín mientras sus caderas se frotaban contra la pelvis rígida de él. Tristepín estaba duro como una roca. Le daba vueltas la cabeza y no daba abasto para tocarla. Su cabello, la curva de su espalda, la redondez de su trasero. Tristepín la apretó contra sí. Ella gimió, y su gemido inflamó el deseo incontrolable de Tristepín.
Eva lo besó con más ansia y luego lo soltó. Sus labios siguieron el nuevo camino que trazaban sus manos. A lo largo de la garganta de Tristepín, sobre su pezón erecto y más abajo. Deslizó la lengua bajo la cintura de los pantalones de él mientras le apretaba las nalgas. Tristepín cerró los ojos y se dijo que era fuerte. Se ordenó controlarse. Pero no pudo.
La estrechó en sus brazos, dio un giro de ciento ochenta grados y la apretó contra la puerta. La besó como había soñado durante años. Le subió la falda hasta la cintura y presionó con fuerza entre sus muslos abiertos. Otro gemido gutural resonó en la habitación, pero Tristepín no supo si era de él o de ella.
Tristepín encontró el lugar que lo aguardaba, caliente y húmedo. La tocó. Se estremeció. Ella hizo lo mismo. Eva echó hacia atrás la cabeza y pronunció su nombre, aferrándose a su camisa, sacándola de los pantalones. Él se estremeció de nuevo al oír su voz ansiosa. Pasó un dedo por aquel lugar ultrasensible y observó, maravillado, su respuesta. Ella arqueó la espalda, ofreciéndole su calor.
-Por favor, no me hagas esperar mucho tiempo - murmuró ella. Abrió los ojos y lo miró fijamente-. Por favor -suplicó.
Él vio su reflejo en los ojos verdes de Eva. Vio al hombre que se disponía a hacerle daño de nuevo a la única mujer que le había importado de verdad. No podía hacerlo.
Ni siquiera para conservar su cuartada.
WOW! NO ESTA EMOCIONANTE???!!!!
pobre de nuestro querido Tristepín, pero igual se lo merece por haber traicionado a la bella Eva
ahora que sucedera?! y aun todavia no estamos en el climax
YUJU!!!!! GENIAL