Buenos días (Noches, tardes, amaneceres), queridos y apreciados lectores. Lo que hoy me siento a relatar es algo que desde tiempo atrás quería plasmar, pero que solo hasta ahora tengo la excusa para escribir.

Hoy quiero darle mis más sinceros deseos de felicidad a mi amiga, compañera ficker y expendedora personal de crack (?), Agatha Romaniev. Sabes que te tengo un gran aprecio y que esto va hecho con el cariño más sincero, para que tú, y los demás locos del crack, disfruten.

Y muchos agradecimientos a mi beta, bruxi, por tomarse la molestia de asesorarme con este fic. Ya sabes que sin ti esto sería mierda :P

Disclaimer: Los personajes aquí retratados son propiedad de Rumiko Takahashi, mi único trabajo es construirles un escenario y darles vida en otros lugares.

Basado en la canción I became de Color banda sonora de la película Stoker.

Advertencias: Lenguaje adulto, violaciones, incesto, asesinatos, sangre, autolesiones y manipulaciones. (Si tienes mente o estomago delicado, esto no es lo tuyo. El lemmon aquí no es para nada sensual).


We were ready to behave

But there's no freedom

without no key.

—Becomes the color, Emily Wells


30 de enero.

Todas las familias felices son más o menos diferentes; todas las familias desdichadas son más o menos parecidas

—Leon Tolstoi, Ana Karenina

Tuvo que ser aquella tarde cuando todo comenzó. Es el momento más lejano que tengo grabado en la memoria con relación a esto, fue el evento que declinó la balanza. Lo que hasta ese momento había sido solo una familia disfuncional, se convirtió en una bomba de tiempo en su cuenta regresiva.

Creo que era otoño. Hacía un frío de los mil demonios y yo no paraba de tiritar, fuera el viento levantaba las montañas de hojas que Naraku y yo habíamos construido en la mañana mientras competíamos por ver quién podía hacer la más alta: obviamente él ganó, era más fuerte, más alto y era Naraku, él nunca podía perder. Habíamos terminado por recostarnos sobre esos mullidos colchones de atardecer, haciéndonos bromas y cayendo en ellas como solo dos niños pueden hacerlo.

Éramos buenos, todo lo buenos que nosotros podíamos ser. Naraku era Naraku, pero su malicia creaba carcajadas en los mayores y el temor de los menores, a él le divertía y jamás pasaba de simples bromas.

Y ahí estaba yo, mirando cómo la tarde se llevaba todo mi trabajo de la mañana. El chocolate caliente frente a mí me reconfortaba, igual que las mantas en que me envolvían. Los hilos de humo que subían frente a mi cara creaban extraños patrones que no dudaba en seguir con la mirada para darles las formas imaginarias que toda niña de ocho años podría darles.

En ese entonces ya lo pensaba con picardía, pero era solo porque era mi hermano mayor y se merecía mis escarmientos de hermana pequeña, no tenía nada que ver con las cosas que luego sucedieron. Mi madre entró en el comedor cuando pensaba en como arruinar la cabellera que tanto amaba.

—Te lo he dicho ya cinco veces. Todo está confirmado, es positivo —no gritaba, pero la voz de mi madre estaba lo suficientemente alta para turbarme. Vi a Byakuya entrar tras ella y creí que le hablaba a él, seguro que era algo relacionado a su manía de andar siempre tras la gente.

Byakuya era mi otro hermano, mayor también. Él siempre estaba con alguien, no consentía quedarse aislado y solitario; solo hasta ahora logro ver que tal vez mi hermano temía quedarse solo por las cosas que podía planear en semejante soledad, quizá por eso Naraku y yo sobrevivimos a nosotros mismos, porque la soledad compartida hace menos daño. El caso era que él iba tras alguien siempre que pudiera, fuera mi madre, mi padre o Naraku, nunca tras de mí, me odiaba.

—Eso es imposible, mujer. ¡Debe ser una maldita broma tuya!— Lo que mi padre expresaba sí que eran gritos, tan altos como su voz lo permitía.

Ambos conformaban una pareja extraña. Ella, Kasumi Akuma, era una mujer menuda de cabellos negros y ojos violetas, era bastante influenciable y pasaba la mayor parte del tiempo ocupada en sus cosas. Era mi madre, pero apenas la conocía. En cambio mi padre era un hombre regio, de músculos bien formados y estatura considerable; su mayor atributo eran esos ojos rojizos que atemorizaban a cualquiera que mantuviese su vista en ellos por más de dos segundos.

—Debe ser mentira —siguió diciendo, con una convicción tan viciosa que a mi corta edad no comprendía bien. Ahora sé que eso se llama negación y que él estaba realmente enojado por ello—. Es tu maldita culpa, perra —con. —Con una de sus grandes manos asestó una cachetada a mi madre, fue la primera, aunque no la última vez que vi como la golpeaba—. Ya he tenido suficiente con tus tres críos de mierda, uno más y creo que enloqueceré.

—Pero… —Las palabras de mi madre iban ahogadas por el miedo y la sangre que manaba dentro de su boca debido al golpe. Yo me quería ir, pero el terror también me paralizaba, solo era capaz de observar con conmoción los movimientos de mi padre—. Son tus hijos, mi amor. Son tuyos, y míos, y van a estar bien, los chicos nos ayudarán con ellos mientras nos ocupamos de lo nuestro.

«Vamos, papi, perdónala» pensé en ese momento, en medio de mi ingenuidad, sin percatarme de la miradas que él llevaba tiempo haciéndome.

—Sí, como no —le dijo a ella, asestándole una patada en la pantorrilla y dirigiéndose luego a mi hermano—. Y tú, busca a ese estúpido de Naraku y tráelo.

Byakuya le miró con rencor sordo, uno que yo aún no desarrollaba, pero que no tardó mucho tiempo en contagiarme. Por mi parte, observaba a mi madre levantarse con ayuda de la mesa y sentarse lentamente frente a mí. Me dirigió esa mirada ausente que siempre acompañaba de una sonrisa, una sonrisa que no era para mí y que tampoco intentaba consolarme por lo que había visto, solo era su manera de decirse que todo estaba bien y la vida seguía su curso, no necesitaba cambiar nada.

Mi padre me reparaba sin descanso, con esos ojos llenos de un fuego extraño; yo simplemente le evadía, ensimismándome en tomar mi chocolate.

—Kagura, Kagura, qué linda es mi niña —recuerdo. —Recuerdo que en otros tiempos esas palabras me causaban alegría, eran un lindo bálsamo contra las puyas de mis hermanos, pero en aquella tarde me sonaron a blasfemia y a la peor de las plegarias—. Mira cuanto has crecido, dentro de unos cuantos años ya serás una señorita.

Mientras escribo me recorre el mismo miedo de ese día, él puso una de sus manos en mi mejilla y la recorrió con suavidad mientras hablaba, yo solo quería tenerlo lejos, ese gesto me fastidiaba. Me miraba, y esos ojos irritantes, llenos de una madura perversión, me recorrían de arriba abajo con singular deseo y hambre de carne. Era un cerdo, era mi padre.

—Suéltala —esa. —Esa era la voz de Naraku fulminándolo con la mirada. En ese entonces solo contaba con doce años, aún no terminaba por ser un adolescente, pero ya tenía esa aura magnética de superioridad que le sería de tanta ayuda en el futuro. Estoy segura que fue la primera de muchas veces en que me salvó, se lo agradecí con la mayor sinceridad del mundo cuando nuestras miradas se encontraron en por sobre la mesa. Él estaba revisando la herida de mi madre.

Después de ese episodios, entre balbuceos de mi madre y los improperios en voz baja de Ryo (Desde ese día en la noche prometí jamás volver a llamarlo padre), ambos nos dieron la noticia de que mamá estaba embarazada. Sigo pensando que esa fue la razón de que todo cambiara, o tal vez fuese otra causa, quizá de ninguna forma lo hubiésemos podido evitar. Naraku dice que estábamos condenados desde el principio, que debe ser culpa de Ryo, a veces creo que es así, otras, pienso que detrás del nacimiento de esos niños se esconde algún secreto del que ellos jamás hablaron.

Esa noche me senté contra la ventana para mirar cómo salía la luna: era el pasatiempo de mi niñez, la marca de mi inocencia. Naraku entró sin que lo viera y cerró la puerta con tranca, asegurando así la confidencialidad de todo.

—¿Qué haces aquí? —pregunté a media voz, encontrando su figura entre las sombras de mi habitación.

—Vine a hablar —no. —No recuerdo una vez en que él no utilizará ese tono de insolencia maliciosa hacia mí—, necesito—. Necesito que estés de mi lado.

Tengo que aclarar que a mis ocho años ya sabía que con el diablo no se juega, y mi hermano es su viva encarnación, en varias ocasiones ya había presenciado los desfalcos que realizaba contra sus "aliados". Mientras lo miraba pensé en eso, en como solía jugar con las personas, pero era su hermana y sabía también que a pesar de cuantas bromas y escarmientos tuviésemos, por encima de todo éramos ya tan honestos con el otro como solo la hipocresía lo concede.

—A ver, dime qué quieres.

—Que pongas el cerrojo cada vez que te acuestes y que te alejes de él —no. —No necesitaba que me dijera quien, yo sabía que era nuestro padre, Ryo—. Vas a pasarlo mal si está cerca de ti. ¿Me entiendes?

—Tú siempre me estás diciendo qué hacer, además ni te importo, siempre gritas que me odias y que soy un estorbo. —Sí, podía ser malcriada cuando podía, y con Naraku era casi todo el tiempo.

—Kagura, mírame —sus. —Sus manos apretaron con fuerza mis mejillas al hacer que me girara hacia él. La ira en sus ojos era palpable—. No dejarás que te toque, si lo hace me lo vas a decir. ¿Entiendes? Tú eres mía, hermanita, ese gusano no te va a tocar jamás.

Lo dijo apretando aún más y acercando su rostro al mío, ese rostro que con el tiempo odiaría en la misma amplitud con que lo desearía. Se acercó y me besó, un beso inexperto, pero ya plagado de pasión, desenfreno y esa cualidad dual que media entre la locura y la más extrema racionalidad.

Recordar duele la mitad de las veces para las demás personas, a mí me quita un peso de encima, me recuerda el buen lado de lo que hicimos. Sé que no será la mejor excusa de todas, estoy consciente de ello, pero sabrán ustedes —si esto llega a manos de alguien en alguna ocasión— que éramos buenos, estábamos bien y que las cosas se estropearon cuando nos fue negada la libertad, una libertad que nos hubiese hecho iguales a los otros.

Pero quién sabe, tal vez debía ser de este modo y el destino no hizo más que seguir la regla.