¿Qué pasa cuando lo único que quieres hacer es llorar, derramar centenares de lágrimas a costa de aliviar un poco el dolor que poco a poco se va apoderando de tu cuerpo y alma? ¿Y si ya no tienes más ganas de seguir luchando contra la marea?
Eso era exactamente lo que Rosalie Hale sentía en estos momentos. Se sentía inútil, un ser despreciable, simplemente una más del montón y por sobre todas las cosas, se sentía perdida.
Durante toda su vida no hubo ni siquiera un solo hombre que se resistiese a sus encantos y ahora se presentaba este… este estúpido vampiro de gran ego y ¡plaf! Derrumbaba toda su vida con sólo una mirada de aquellos profundos ojos color oro, los cuales si fuese por ella se quedaría viendo durante toda una eternidad. Mas ella se negaba a que una estúpida obsesión lo arruine todo. ¡Nada podía lastimar a Rosalie Hale! Ni mucho menos un frívolo e inconstante vampiro que se creía superior a cualquier otro… O al menos eso creía ella.
Aún así, Rosalie seguiría luchando hasta obtener su amor y jamás, ni siquiera en los sueños que se negaba a tener, dejaría que Edward Cullen la viese deprimida, eso era lo que hacía a las personas tan despreciables.
Mas lo que la joven no sabía era que Edward Cullen no era real, el magnífico y maravilloso vampiro era tan solo el personaje principal de una novela que había terminado de leer recientemente y la única persona en el mundo que estaba dispuesta a acompañarla eternamente era un mortal, al igual que ella, un para nada adinerado leñador llamado Emmett McCarty, el cual observaba con tristeza como su razón de ser, entre alucinaciones y gemidos de dolor, agonizaba lentamente; mientras que el corazón del joven leñador se iba rompiendo en pedacitos poco a poco, con cada respiración que tomaba…
