Tiempo: UA, Tenten es una niña pequeña y Minato un adulto.
Disclaimer: Los personajes le pertenecen a Kishimoto~
Lástima que Lastima
¿Habrán sido sus ojos de chocolate? ¿Su cabello café tostado? ¿Su piel de porcelana? ¿O simplemente la tristeza que todo eso representaba? No lo sabía, y la verdad ya no le importaba.
La realidad era que ahí la tenía junto a él, sentada, comiendo un poco de ramen caliente.
Era una pequeña de no más de cuatro años la que había encontrado sentada en aquella banqueta, bajo la fría manta de nieve. Su diminuto cuerpo temblaba por la estación del año y no llevaba más que su pants de color verde y su blusa sin mangas de color rosa.
Él pasaba por ahí, haciendo su recorrido matutino. Le gustaba levantarse temprano y salir a pasear en la frescura de la mañana. Navidad era una época tan nostálgica y llena de recuerdos.
Al ver a la pobre niña, estremeciéndose bajo el abrazo de la mujer blanca el corazón le dio un vuelco. La ella abrazaba sus rodillas intentando en vano darse un poco de calor.
―¿Dónde está tu madre, pequeñita? ―preguntó él con gesto amable mientras se agachaba para quedar a la altura de la niña.
―No está ―dijo ella sonriendo ―. Se fue ―contestó al tiempo que sus pequeñas almendras se cristalizaban.
Eso le rompió el alma ¿cómo se atrevía una madre a abandonar a su hija en medio de la nada con las bajas temperaturas que estaban haciendo? Eso era cosas de bestias, ni de animales, porque ellos cuidan a sus crías.
―¿Quieres venir conmigo? ―aventuró mientras le daba la mano a la pequeña.
―¿De verdad? ―Sus ojos se iluminaron con verdadera felicidad.
Él asintió y en menos de tres segundos la niña ya se encontraba de pie junto a él, aunque un segundo después se fue al suelo; sus piernitas se le habían entumido.
―Vaya ―murmuró él con gesto de pena.
Levantó a la niña en sus brazos y le puso su bufanda que traía alrededor del cuello. Tomó su suéter y la envolvió en él, había quedado como un niño envuelto.
―Señor, ¿sabía que su cabello es parecido al sol? Amarillo y puntiagudo ―comentó la pequeña.
―Jajaja, me llamo Minato ―respondió él.
La pequeña sonrió.
El hombre siguió caminando con rumbo a su casa donde cuidaría a la niña.
Y ahora ahí se encontraba, sentado al lado de ella, viéndola comer ramen instantáneo.
Fue a una habitación que se encontraba al lado de su recámara y buscó entre aquél cuarto que le traía recuerdos dolorosos. Sacó de los cajones ropa de niño, tal vez para uno de unos cinco o seis años aproximadamente. Eligió una muda que no fuese tan masculina y la dejó a un lado.
―Oiga, señor ―dijo la niña tirando del pantalón del hombre ―. Ya terminé.
―Bien, ¿te quieres bañar?
La pequeña asintió.
Minato llenó la tina con agua caliente y la dejó sola para que se bañara a gusto. Salió después de un rato del baño, con el pijama de un niño. Frotó sus dedos contra sus ojos.
―¿Tienes sueño? ―Preguntó él.
―Sí.
La acompañó al cuarto de donde había sacado la muda de ropa y la arropó en la cama que había ahí. Acarició sus suaves cabellos de color castaño oscuro, esperando que se durmiera.
―¿Por qué hace esto, señor? ―Indagó ella.
―No lo sé, perdí un hijo. Tal vez sea que lo veo en ti. Puede que sea frustración o simplemente lástima ―reflexionó él.
―¿Sabe, señor? Su lástima me lastima.
