NADA DE CARDCAPTOR SAKURA ME PERTENECE. ESTA HISTORIA ES COMPLETAMENTE SIN FINES DE LUCRO


Advertencia: Esta historia contiene sexo explícito e incesto. Tal vez no sea del agrado de todas las mentalidades. Sugiero que la lean a conciencia. Están totalmente advertidos.


El que sea tu hermano… no significa que no sea hombre.

OLVIDARTE, NUNCA.

Claudia Gazziero

CAPÍTULO ÚNICO

Vivíamos en Tomoeda. Aquella casa pastel en la que crecí lucía siempre simple y pintoresca como la recordaba. Allí había pasado toda mi niñez y juventud, junto a mi padre y mi hermano Touya. La pasamos muy bien, a pesar de no tener a nuestra madre… Nos repartíamos los deberes de la casa, y yo desde pequeña podía manejar las cosas y administrar tareas como toda una mujer. No puedo quejarme de aquel periodo en el cual fui tan feliz. Mi reducida familia jamás dejó espacio por el cual extrañar la presencia de una mamá, y así, jamás les di algún problema, como para que notasen que tal vez me hacía falta.

Hoy, regreso a este lugar que me vio nacer y crecer, y del cual guardo tantas memorias. Caminando por estas paredes ya medio gastadas recuerdo los momentos que guardo con sello en mi corazón. Navidades, fiestas, días comunes, los mejores… en los cuales solía ir a la escuela, y trabajar en casa por la tarde. Mi padre siempre trabajaba, y mi hermano, a pesar de hacerlo, siempre tenía un tiempecillo para mi y los quehaceres. Nos organizábamos muy bien.

Touya era el mejor hermano del mundo. Lo adoraba, con ese cabello negro y esos ojos rasgados que lo hacían ver siempre tan apuesto. Siempre peleando, siempre bromeando, siempre riendo… siempre para mi. Sin embargo, no son solo los recuerdos de aquellos años los que más me marcaron de mi hermano Touya, sino, algo que dejaría mi vida manchada para siempre. Tal vez fue un pecado horrible… y lo reconozco. Con el dejamos en el piso los principios que siempre papá nos había impuesto. Y ahora, si el lo supiera, no nos perdonaría ni en sueños, a pesar de todo el amor que nos tiene. Seguramente, moriría de dolor, es por eso que lo callo como un secreto que me llevaré a la tumba, y que me atrevo a transcribirlo en estas hojas viejas y roñosas que tengo desde hace mucho, buscando el valor para poder plasmarlo.

Cuando termine de hacerlo, quizás, si es que algún día tengo las agallas, las quemaré y dejaré que las cenizas se vayan al viento como tantas cosas en mi vida. Cosas que he debido olvidar, muy a pesar, para poder disfrutar de lo que quedó de mi vida junto a mi familia. La que logré construir después de ignorar las muchas culpas y vergüenzas que sentí después de eso. Incluso ahora, que lo escribo, me sonrojo evocando aquellos momentos que dejaron tanto que olvidar, y nada olvidable.

Aún así… aún a pesar de todo el dolor que dejó en el aire, seguí con mi vida, y disfruto cada día con una familia, en donde la madre no falta, y los gritos de los niños se escuchan sonar por todas partes y a todas horas. Kanae y Shaoran, mis hijos, me han dado alegrías que aunque las contara a la velocidad de la luz, estaría toda una vida haciéndolo. Estoy satisfecha, lo tengo todo, un marido que me ama. Shaoran Li es un hombre maravilloso, y yo le correspondo con fervor, mis hijos son la envidia del vecindario, y podemos darle todo lo que desean. Sin embargo, los pequeños bosquejos de un pasado fugaz se inmiscuyen en mi construida realidad y me asaltan de día o de noche, deseando, por favor, una pizca de aquello en mi vida actual.

A pesar de ser lo más horroroso que pude hacer en mi vida, en sueños, o en la intimidad, añoro los brazos fuertes de mi hermano rodeando mi cintura. Sus labios besando los míos, o su respiración tan agitada sobre la mía. No tengo como saber si el lo recuerda de la forma en que lo hago yo, pero para mi, es un invaluable tesoro que despierta hasta mis más perdidos instintos.

Aún pienso en lo simple que parecía mi vida en ese entonces. Yo era una chiquilla, pero como toda, me sentía libre y con ganas de conocer el mundo, a pesar de que creía que lo conocía todo. No se podía esperar menos. Tenía dieciséis años, y los pretendientes estaban llegando, junto a los maquillajes, la ropa de acuerdo con las modas, las amigas chismosas, los amores platónicos, o el notable desarrollo que yo y todos los muchachos a mi alrededor estábamos experimentando.

Estaba creciendo, y me gustaba hacerlo. Mi cintura se había puesto angosta, y mis caderas, al contrario, estaban ensanchándose. Me gustaba que los chicos me mirasen, o encontrar una carta cada día en mi casillero. Era egocéntrica: Si, lo acepto. Pero ayudaba mucho a mi autoestima, que había estado toda la vida en niveles bajos por la ausencia de una madre, con la cual tratar de mujer a mujer, o simplemente de mamá a hija.

Recuerdo muy bien a Shaoran en ese entonces. Era el capitán del equipo de fútbol, y el amor secreto de cada alumna que lo viera pasar. Era toda una leyenda, pero yo no le encontraba gracia alguna. Era un engreído. Tal vez tanto como yo. Pero el lo aceptaba delante de todos, y para mi, era mi mayor secreto.

¿Cuál era? Me gustaban mis piernas, usar la falda muy arriba de las rodillas y que los chicos me mirasen cuando caminase cerca de ellos. Me sentía orgullosa de llenar la copa de cada sostén que me compraban, y estaba enamorada de mi cabello más largo, que había descubierto hacía poco. Me venía el maquillaje, y lo usaba para sacarme más provecho, y poder dejar de pasar desapercibida en un grupo de mujeres.

Humildemente, es el anhelo de cada mujer, lo descubría en todas las que conozco, y también en hombres. Verse bien por fuera, mantiene la confianza, no hay complejos, y te sientes bien. No iba más allá de eso. Era obvio que en una adolescente, el descubrirlo causara impacto. Estaba fascinada ante las nuevas sensaciones y emociones que estaba descubriendo. Esperaba con ansias el hechizo del primer amor, mientras las polémicas por la primera vez de este y esta estaban al límite. Todos con euforia querían experimentar aquello de lo que tanto se había hablado, y de lo cuál nos instruían con responsabilidad.

Siempre pensaba en lo que significaban las caricias de un hombre. Hacer el amor o tener sexo… analizaba las diferencias, y soñadora deseaba que para mí siempre se diese la primera. Criticaba la segunda, pero era una ingenua, ya que no conocía la pasión ni el deseo. Deseaba hacerlo, pero en las condiciones perfectas, como en todo cuento de hadas. Vivía en una burbuja, y no había visto nada de la vida.

Aún…

Un día en el camarín de chicas se cayó una plancha del techo, y con sorpresa descubrimos que estaba casi todo el equipo de fútbol ahí, husmeándonos mientras nos desvestíamos. Altercados muy comunes en aquel periodo de la vida. Los chicos se morían por ver a las chicas, y las chicas se desvivían pensado en cómo serían los hombres. Yo personalmente me moría de ganas de saberlo todo. Y anhelaba más que nada ver a un hombre desnudo, y más si fuese solo para mi, claro que siempre y cuando, fuese el hombre que amaba, y tenía todas las ganas del mundo de esperarlo.

-¡Hey, tu! –No te atrevas a seguir mirando. – Grité hacia arriba muy enojada.

-Qué me harás si no… ¿Eh? -Me desafió el, en ese entonces capitán de los futbolistas y mi actual marido. Quién hubiese imaginado cómo nos conocimos. Aún no se qué decirle a mis hijos cuándo lo preguntan.

-Subiré y te patearé el trasero. –Le respondí muy enojada, aunque la situación me hacía mucha gracia. Solo llevaba una polera y una toalla que me cubría de la cintura hacia abajo.

-¿Así como estás? No lo creo. –Se rió ese creído.

-Puedes esperarme si gustas. –Exclamé con autosuficiencia mientras todas las chicas estaban absortas, asustadas, o muertas de la risa. Las más descaradas gozaban con la situación, y a mi me encantaba hacerme la heroína chiflada.

-Aquí estaré –Dijo, mientras se cruzaba de brazos. Al ver que no se movía de ese lugar y seguía analizando a cada una de mis compañeras y a mi misma, junto a sus amigos, decidí ponerme el pequeño short por debajo de la toalla. Reconozco que fue muy humillante tener que hacerlo con ellos mirando, pero estaba decidida a hacerlo comer la tierra del piso bajo ese tejado roto.

Cuando hube terminado salí de la pequeña sala, y subí por la misma escalera que ellos hasta el tejado, y ahí estaba. De pie, mirándome con lujuria: un punto para mi.

-Eres un sucio pervertido. –Acusé con la voz más dura que pude fingir. Ya estaba saboreando mi victoria. Caminé dificultosamente hasta el, dispuesta a pegarle la mejor cachetada que vi jamás en las películas, pero el se adelantó, y cuando alcé mi mano, él tiró de ella y me jaló, resbalándonos ambos un poco. Sus amigos estaban silenciosos. Él era el líder. Disfrutaban de sus victorias, lástima que esta era mía. –Suéltame o… -Lo amenacé.

-¿O qué? –Rió, sus amigos le celebraron.

-O… -No alcancé a terminar lo que dije, por que apretando mi espalda se acercó a mí y me besó. Era mi primer beso, y no sabía si era bueno o malo. Solo que me lo había robado y pagaría por eso. Cuando se alejó solo pude recriminarle, pero su mano se apoderó de mi espalda, y descaradamente, frente a todos, y a mis compañeras de clase que miraban desde abajo, deslizó su mano por mi trasero. Quise soltarme pero no me lo permitió. Me revolví, y de tanta lucha aquí o por acá, resbalamos y caímos los dos por el agujero del techo hasta el camarín. Aterrizamos en una colchoneta verde que estaba ahí por arte de magia, y que el mes pasado habíamos escondido para hacer ejercicios sin supervisión.

El golpe me dolió como los mil demonios, pero habría caído sobre el, y a el pareció tocarle peor. Me levanté triunfante a pesar del dolor de mi pierna, y puse mi pie en su cuello. Desde arriba le hablé, tratando de sonar lo más grande posible.

-La próxima vez… no vivirás para contarlo. ¿Oíste? – El me miró enojado. No aceptaría su derrota. Y por orgulloso le di el golpe final, y con una patada en su entrepierna lo despedimos para no volverlo a ver jamás en nuestro tejado.

Esa tarde me sentía hinchada con tanto aplauso y alabanza. Aunque estaba enojada con ese Li, por haberme robado mi primer beso. Aún así, lo había experimentado. Y no se estaba nada de mal. ¿Cómo sería vivirlo con la persona amada? Me derretía cada vez que pensaba en cómo sería un beso de las películas, una caricia como aquellas, o un hombre de esos que quitan el aliento.

Ese día me tocaba hacer la cena, y al parecer no había nadie. Solté mi cabello que me llegaba hasta mis hombros, bastante largo si suponemos que mi cuello era alargado. Estaba lista para cocinar algo delicioso para papá y Touya, que no aparecerían hasta quizás, muy tarde. Fui hasta el baño para lavar mis manos, y cuando abrí la puerta, una ola de vapor me azotó en la cara. Me asusté. ¿No que la casa estaba vacía?

-¿Quién está ahí? –Pregunté escéptica, temiendo lo peor.

-Soy yo monstruo. –Me contesto Touya desde detrás de la cortina de la ducha.

-Ah –Reí. –Pensé que era un ladrón o algo parecido. –Le comenté, y abrí la llave del lavamanos. No había sacado el jabón cuando mi hermano salió de adentro con una toalla pequeñita que solo tapaba sus caderas y algo más.

-¡Touya! –Chillé muerta de vergüenza. -¡Estoy aquí! –Le recordé.

-Ya lo se… -Me respondió desinteresado como si fuera lo más normal del mundo.

-Pero… ¡Métete a la ducha de nuevo! -Le reclamé sin sentido. Touya caminó hasta mi lado y con calma tomó su cepillo de dientes, sacó la pasta y comenzó a cepillarse tranquilamente, mientras yo lo miraba con los ojos desorbitados por su actitud.

-Déjame en paz… -Masculló con su humor negro de siempre.

Resignada, saqué el jabón y lo esparcí por mis manos, miré en el espejo, y vi a mi hermano de pie. Era inmenso, y yo le llegaba hasta el pecho, tenía una vista panorámica de todo su abdomen. Y sin tapujo alguno, lo descubrí, admiré cada pedazo de su cuerpo casi desnudo. Al fin había visto a un hombre casi en esplendor. Y me gustó. Era hermoso. Parecía fuerte, y con carácter, su cabello negro caía mojado por su rostro y sus ojos eran misteriosos, su cuello era largo, y se marcaba la manzana de Adán, como en una pintura. Su cuerpo, independiente de su dueño, era magnífico. Atlético. Sus piernas eran gruesas, a pesar de lo alto que era, y el cabello negro las bañaba no demasiado brutalmente. Era un sueño.

Lo miraba como si jamás lo hubiera visto, y en verdad jamás había experimentado una visión como aquella, pero acabó cuando los ojos de mi hermano se posaron en mi. Me miró con cara de no entender nada, y tuve que dejar mi ensoñación, con una vergüenza atroz. Él me había visto observarlo con lujuria, era lo peor que me había pasado en la vida.

Con el corazón desbocado enjuagué mis manos paralizadas, sin mirar a nada y salí corriendo del baño hasta algún lugar donde estuviera a salvo.

Eso y lo que me había ocurrido en la tarde, eran demasiadas emociones para un solo día.

Ese día no esperé a papá. Cené sola, y en cuanto Touya bajó, yo subí y me encerré en mi habitación. No tenía cara para verlo después de mi inquisidora mirada sobre su cuerpo. Estaba segura que solo me había faltado babear.

En la noche no pude dormir con las evocaciones de lo sucedido. Él lavando sus dientes semidesnudo a mi lado. Era una niña soñando con cosas de adultos. No procesada del todo el hecho de que estaba soñando despierta con mi propio hermano de sangre. De padre y madre. Touya, el que había ayudado siempre a cuidarme. El mejor hermano del mundo. No sabía que aquel sentimiento podía llevarme a extremar. Jamás medí las consecuencias. Jamás noté que lo que pensaba era un pecado. Pero para mi no era Touya, era su cuerpo lo que añoraba.

Al otro día no pude sacármelo de la cabeza, deseaba poder tocarlo, y que me tocase con aquellas grandes manos por todo el cuerpo, que se detuviera en mis senos, y me acariciara toda la vida. No era conciente de lo que quería. No era conciente de que se trataba de el, y no reparé lo impulsiva que podía llegar a ser.

Aquél día viernes pasó entre sueños y temores de regresar a la casa y verle la cara, con lo avergonzada que estaba. Así sin más, llegó el día sábado. Una hermosa mañana, en el cual papá trabajaría, y el no se había aparecido. El día anterior no lo había visto. Mucho mejor.

El Sol brillaba con magnificencia, y el calor hacía que sudara como todos en aquella ciudad. A eso de las tres de la tarde decidí darme un chapuzón en la piscina que teníamos en casa. Me puse mi traje de baño de dos piezas, que me había comprado para un paseo de curso al que no había asistido por tener gripe, y el cual había adquirido para verme mejor que las engreídas de mis compañeras. Era simple, y el color negro me venía completamente al verde de los ojos.

Había nadado en círculos por la periferia durante media hora cuando me dieron ganas de ir al baño, así que salí, y como estaba sola, fui sin ponerme toalla alguna al baño. Dejé todo el camino hasta allá mojado, pero estaba segura que la temperatura haría que estuviese seco de inmediato.

Satisfecha mi necesidad, lavé mis manos, y me miré al espejo. ¿Agradaría mi cuerpo a un hombre cuando lo viera? Sujeté mis pechos, y los arreglé para que parecieran más voluminosos con el sujetador de baño. Arreglé mi cabello y salí del cuarto. Iba de regreso cuando el teléfono sonó. Era mi padre avisando que volvería un poco más tarde. Estaba muy cargada en la mesilla cuando la puerta de entrada se abrió y entró Touya con Yukito, su amigo, un homosexual declarado, pero buena persona hasta el final. Un gran amigo de los amigos.

Touya me miró acusador, al observar detalladamente mi escote. No sabía qué decirle. No todos solían andar en esas fachas por la casa.

-Papá dijo que volvería más tarde. Tiene trabajo que hacer. –Tartamudeé. Estaba a punto de irme corriendo ante su mirada, pero Yukito me detuvo.

-Estás hermosa con ese traje. Ya quisiera verme yo así. –Suspiró. -¿No es así Touya?

-¿Eh…? Si –Respondió con un nuevo rostro aproblemado.

-Voy a… -Traté de excusarme y desaparecer de ahí.

-¡Ramén! –Interrumpió Yukito, con un grito obviamente feliz.

-¿Quieres comer de nuevo? –Preguntó Touya.

-Si fueras tan amable, claro. –Sonrió el chico. Era simpático, y muy apuesto, por cierto.

-Te lo prepararé. –Caminó hasta la cocina.

-¿Para qué si tenemos a esta señorita aquí? Como una modelo de los canales de cocina. Aquellas que cocinan patatas. – Yukito se refería a uno de esos canales que frecuentaban los hombres. Tomó de mi mano y me hizo caminar hasta la cocina sin moverse de su lugar. Resignada, me puse a calentar el tan problemático ramén para Yukito. Touya estaba en la cocina, y si yo hubiera sido un poco más experta, hubiera descubierto que la mirada que me recorría una y otra vez no era precisamente de disgusto por andar vestida de ese modo.

Nadie habló, nadie dijo nada. Y cuándo terminé la comida Touya ya no estaba. Se lo serví al chico, y este me dijo que había subido a su cuarto. Luego de un rato me comentó nuevamente lo hermosa que me veía y lo rápido que estaba creciendo. Me alegré cuando me dijo que de niña no tenía nada, y que si el fuese hombre, estaría locamente enamorado de mi. Una ironía considerando que él era un hombre y no estaba precisamente enamorándose, si no, claramente, envidiándome.

Tampoco volví a ver a Touya en ese día, y no cruzamos palabra hasta el viernes siguiente. Era el mayor lapso en toda mi vida en que estaba tan separada de el, pero para mi pasó desapercibido.

Después de llegar agotada por la clase de educación física, me metí en la ducha a toda prisa, ya que me moría de calor. Me bañe con agua helada. Era el último día de clases de ese año, y el verano prometía ser muy largo y caluroso.

Estrujé mi cabello para no mojar todo el baño, y me cubrí con la toalla que había llevado, que era una de las más viejas que tenía. Fuera de ella, tomé la bata y me la puse sin secarme sobre la roñosa prenda.

-Sakura…

Pegué el grito de mi vida, y la deshilachada que me cubría cayó al piso, dejándome cubierta por la bata que me tapaba la mitad del muslo y que con la humedad se cernía hábilmente sobre mi. -¡¿Qué haces aquí?! –Chillé con todas mis fuerzas.

-Yo… -Dudó Touya, pero no iba a esperar a que hablara. Con los brazos alrededor de mi cintura y afirmando mi bata de seda me dirigí a la puerta. ¿Qué hacía él en el baño mientras me duchaba? –Espera… –Me llamó con voz neutra, saqué mi mano de la manilla y me volteé. –Soy un canalla… -Gimió al frente mío. Dio un paso, y luego otro, hasta que me tuvo arrinconada en la puerta. Cuando le iba a preguntar inocentemente qué le ocurría, con más miedo que el de costure ante lo desconocido, él se lanzó sobre mis labios, y los devoró. Puso sus manos en mi cadera y en mi cuello, acercándome hacia el. Me gustó, pero me asusté también.

En un segundo había viajado a las nubes, el mordía mi labio inferior, y su lengua se introducía por todas las partes de mi boca. Era delicioso. Tanto, que de repente me había olvidado de todo. De que Touya era mi hermano, de que me había encerrado en el baño, y de que me estaba besando descaradamente, y yo disfrutaba con su mano que subía y bajaba por mi cadera y cintura, y que jugueteaba mañosamente con el nudo de la bata que había hecho.

El la desató, y acarició mi vientre, tocó mi espalda, y me abrazó. Una pizca de razón volvió a mi mente, y me alejé de el.

-Soy un sucio pervertido. –Arrastró las palabras. Y con sorna noté, que aquellas eran mis palabras. Y recordé la sensación de sus brazos alrededor de mi cuerpo, tocándome, mientras su mirada se oscurecía y me mostraba lo que era desear, tanto, que en ese momento anhelé volver a sentir sus labios hambrientos sobre mi.

-Ambos lo somos. -Y lo besé arrebatadoramente, enrollé mis brazos alrededor de su cuello, y me puse de puntillas, mientras su mano subía, y subía, a punto de tocar mis senos. Estaban a punto de hacerlo cuando mi piel se erizó y desapareció toda la magia. Volví a estar en aquel baño, donde había conocido el cuerpo de un hombre, y donde había saboreado la pasión por primera vez. Y reparé en que el hombre que me la había mostrado, no era ni un novio, ni un amigo, ni un desconocido. Era Touya Kinomoto, mi hermano.

Me solté como pude, lo empujé, y abriendo y cerrando la puerta de un golpe, salí del cuarto y corrí cerrando mi prenda hasta mi habitación. Nunca había estado más avergonzada en mi vida. Había sido una semana terrible.

Como se había hecho una costumbre, Touya no volvió a mirarme a los ojos, y no hablamos absolutamente nada. Al otro día, estábamos solos, pero yo estaba confundiéndome, no me percaté de que la situación se estaba poniendo color de hormiga, por parte de ambos. El, al verme, me estudiaba como si no me hubiese visto jamás.

El timbre sonó. Tal vez era una salvación, o empeoraría las cosas para mí. Era Li Shaoran. ¡Qué ironía!

-¿Qué haces aquí?! –Exigí saber con voz cortante, sin dejarlo dar un paso dentro de la casa.

Frunció el ceño. –Necesito hablarte. –Pidió.

-Lo que sea puedes decirlo aquí. –Touya miraba seriamente desde el living, con atención, y muy enojado. ¿Qué ocurría?

-Es privado, y bueno… -Enroló sus ojos hasta llegar a mi hermano, que estaba escuchándolo todo. Yo también giré, y al percatarme accedí.

-Vamos… -Me corrí para que entrará. Subimos hasta mi habitación, y junté la puerta. No la cerré del todo para poder escapar de ese idiota que tal vez fuese un psicópata.

-Lamento lo de hace una semana… -Se refería al suceso del camarín.

-Ya lo he olvidado. –Exclamé con superioridad. Era tan terca como mi madre, según la mamá de Tomoyo, mi amiga. Él se sentó sobre la cama, iba a reclamar, pero preferí quedarme callada.

Suspiró. –He venido para pedirte algo. –Cambió de tema, juntando sus manos y mirando hacia abajo.

-Depende. Casi no te conozco. –Le aclaré. Era verdad, no lo conocía, y venía a MI casa a pedirme un favor. Era un descarado.

-¿Quieres ser mi novia? –Soltó de repente, alzando el rostro y viéndome fijamente a los ojos. No supe qué responder.

Se levantó y caminó hasta mí, que estaba de pie en la mitad de la pieza. Me quedé estática, y él sin preámbulo me besó. Otro beso más, mi vida se estaba volviendo un caos. Pero me sentía tan confundida con lo sucedido el día anterior, que traté de borrarlo, ingenuamente, correspondiéndole.

El beso se volvió acalorado, por parte de el. No podía seguirle el ritmo, y sus manos expertas estaban por todo mi cuerpo. No sentía placer. No sentía el gusto de la vez pasada en el baño. Me separé, pero él no quiso sacar sus manos de mi muslo.

-Suéltame. –Exigí. Pero el no me hizo caso, y tratando de acercarse nuevamente, volvió con su tarea. Tocó mi cuerpo como si se tratase de un objeto, y sentí la repugnancia que me provocaban sus manos. Hice fuerza hacia atrás. Tanta, que tuvo que soltarme.

Estaba excitado, sus ojos me mostraban lo mismo que los de Touya, y me había costado llegar a aquella conclusión. ¿Mis ojos también usaban la misma lujuria al observar a mi hermano? Decidida a que no quería nada con el. Lo eché de mi cuarto.

-¿Lo pensarás? –Agregó cuando se iba.

Si, me lo pensaría. Tal vez él me diera la experiencia que necesitaba, después de todo… Estaba como un tren.

Bajé con una toalla hasta el patio sin saber que mi hermano lo había visto todo. El termómetro no pensaba en decaer, y mi temperatura subía día con día. Quería descubrir todos los secretos de una relación. Mi cuerpo me lo pedía. Rememoré lo sucedido el viernes con Touya. Nos habíamos besado. Y sus manos sobre mi, habían quemado mi piel de modo que el calor todavía estaba arraigado en ella. Metí mis pies en el agua y me senté en el borde. Puse mis brazos en mis piernas. Quería sentir su mirada sobre mí. Quería muchas cosas que no podía explicar. Lo quería a el, en todo su dominio. Él sabría, tal vez, qué era lo que llenaría mis fantasías.

-¿No te sumergirás? –Dijo detrás de mí. Su traje de baño era minúsculo, y se veía como un gigante sobre mí. Miré hacia arriba y lo recorrí hambrienta. Me ericé.

-Claro. –Inicié un juego atroz. Coquetamente arreglé el traje en mis senos, sabiendo que el me los miraba. Y, resbalando por el cemento, me interné en el agua, que estaba tan fría, que me puso la piel de gallina. Cuando estaba dentro, él se lanzó, creando algunas olas. Me arrinconé en la pared y tirité. Aún no me acostumbraba a la temperatura. Desde ahí comenzó mi dulce tortura. Fue lo peor que pude haber hecho y no comprendí hasta años después, que aquél, era el instante para evitar todo lo que lo siguió.

-¿Tienes frío? –Preguntó con la voz ronca.

-Si. –Respondí en un hilillo de voz mientras él se acercaba. Estaba hecho… De responder que no nada hubiera pasado, pero no era eso lo que salió de mis labios. Respondí que si… y ese simple monosílabo fue mi perdición. Lo miré a sus ojos sombríos, y descubrí que su destino era mi cuello. Una bomba de anhelo reventó dentro de mí. Presionó su cuerpo con el mío, casi aplastándome, y su boca fue hasta mi.

Devoró todo a su paso, hasta que llegó a mis labios, donde empezó con su lenta danza. Introdujo su lengua nuevamente, como aquella vez, y sentí de nuevo las mariposas que no sentí con Shaoran, y muchas más. Me dejé llevar como hipnotizada, y lo abracé, acercando mis pechos con la punta endurecida a su abdomen para que los sintiera. Levanté mi pierna y la puse en su cintura, entonces él se acomodó, y sujetándome por la espalda, presionó su entrepierna con la mía. Y la adrenalina subió por mi cuerpo hasta inundar mi cabeza y dejarla sin sentido alguno. Me entregué al placer que sentí en aquel lugar, mientras él tocaba, aplastaba, y tiraba de mis senos. No reparé en que la pieza de mi ropa de baño flotaba por el agua muy lejos de nosotros, y el peñiscaba mis pezones, provocándome una euforia exquisita. Quería más. Deseaba estar mucho más cerca de el.

Cargándome en el punto exacto en donde su pene me presionaba comencé a frotarme contra el, hacia arriba, y hacia abajo, y mi respiración agitada se hizo mucho más alta. Dejó mis pechos y fue hasta mi muslo, para hacerme marchar más rápido. Entonces, lo miré a la cara, y de repente, estábamos estudiando nuestros rostros, que se morían por sentir mucho más. Nos unimos en un baile apresurado, y su palma afirmó mis glúteos, bajó por mi pierna, y volvió a subir con fuerza, para alzarme un poco, y seguir con aquel roce.

-Perdóname, Sakura… -Dijo de repente en un suspiro, que lucho hasta salir completamente de su boca. Yo lo miré, y vi cómo la culpa se agolpaba en su rostro placentero, reflejo de su alma. Él lo disfrutaba, pero sentía un inmenso remordimiento por hacerlo. Sin embargo, no era capaz de dejarlo, y su voluntad se había vuelto nula. La única que podía detener aquello era yo.

Su miembro comenzó a despertar bajo su minúsculo traje de baño, y con osadía jamás pensada, llevé mi mano hasta su ropa y me deshice de ella como pude. La jalé hasta que ya no estuvo más, y recorrí la longitud de todo su sexo. No sabía nada de aquello, pero me pareció que era lo más misterioso que había sentido, y quería descubrirlo todo. Lo acaricié, mientras el mordía mi oreja y suspiraba en mi oído clamando por que lo dejara en paz. Pero no lo haría, ya me había rendido ante el, él lo haría conmigo también.

Con una fuerza extraordinaria, el sacó mis manos de su miembro, y volvió a recorrer mi cuerpo con pasión. Presionaba. Casi raspaba… Y me encantaba. Llegó hasta mi entrepierna, y cuando iba a sumergirse en aquél lugar tan íntimo, me tensé.

-Por favor… -Me rogó cerca de la oreja, y su voz excitada causó el mismo efecto en mí. Sin más reparo él me dio placer. Me alteré, quería gritar, pero no podía. Gemí en su pecho, hasta que no pude más. Y fui yo quién lo necesitó.

-Dime que tienes un condón aquí. –Exclamé en un susurro interrumpido. El sacó sus manos de su intensa maniobra y las lamió, para mi sorpresa. Entonces se separó con mucho trabajo, y rápidamente salió de la piscina y corrió hasta la casa completamente desnudo. Era una delicia.

Lo esperé, pero tardó. Impaciente, salí de la piscina, y con la respiración arrastrada me dirigí hasta su habitación siguiendo el agua de los pasillos que él había dejado. Todo parecía oscuro adentro. Arreglé un poco la parte inferior de lo que quedaba de mi traje de baño.

En el corredor nos pillamos. Se detuvo y me miró completamente con ansias. Estaba sin ropa y completamente erecto. Su pelo mojado goteaba por todo su cuerpo, y su vello trataba de tapar aquello que me causaba tanta curiosidad. Me recargué en la pared mirando el cielo, entregándome por entero. Me rendí, ya no había nada… solo un deseo que era más fuerte que mi razón.

Cerré los ojos, y sentí como me bajaba el bañador, me tomaba de los muslos, y me penetraba rápida y fuertemente con una sola embestida que llegó hasta el fondo. No me había dado cuenta de lo húmeda que estaba. Había estado lista hace mucho. Y a pesar de que perdía mi virginidad, el dolor nunca llegó, o fue tan fugaz que naufragó con el placer que vino después. Pareció dudar, y con un suave vaivén entró de nuevo en mí. Despacio al principio, era relajante, y encantador, hacía que una sensación subiera por mi cuerpo, y se esfumara hasta que la otra hacía el mismo efecto con un poco más de potencia, entonces venía otra, y otra más. Y yo me volvía una adicta, por que cada vez se desaparecía con más velocidad, su efecto me hacía cosquillas; y yo necesitaba de otra, y mucho más fuerte, que me embriagaba, y me dejaba tan ahogada que tenía que gemir y suspirar para eliminar el sofoco, mi pulso estaba acelerado, y todo en mi estaba agitándose.

No estaba satisfecha, quería que continuara, y le rogué que fuera de nuevo, una y otra vez… hasta que la puerta empezó a sonar como si alguien la estuviese abriendo. Él se detuvo horrorizado, pero yo no podía hacerlo. El placer me había dominado, y lo incité para que continuara. Él miró por la escalera hacia abajo y palideció.

-¿Touya? ¿Sakura? –Gritó Fujitaka desde abajo, y sus pasos iniciaron una lenta carrera por la escalera. Mas yo no era capaz de volver a la realidad, y no noté que Touya me había arrastrado hasta su habitación, y estaba en el piso sobre mí, con la puerta cerrada con llave.

-¿Touya… estás ahí?

-Si… -Respondió el con la voz más normal que pudo articular, aún dentro de mi.

-¿Y Sakura? –Volvió a palidecer, pero no podía dejarlo así. Deseaba más, era como una droga.

-Salió con Tomoyo. –Explicó con la voz entrecortada, mientras, con un rápido movimiento, girábamos, quedando yo sobre el. Y comencé a subir y a bajar. Me mecí sobre el, y su pene entraba y salía. Yo luchaba por no emitir sonido alguno, y Touya trataba de pensar y responder lo que mi padre le decía.

Aprovechó que dejé de cargarme sobre el, para dejar mis senos, estirar el brazo y encender la corredora, máquina que utilizaba para hacer ejercicio y amoldar su cuerpo al cual nada le hacía falta.

-Estaré abajo, preparando la cena. –Anunció Fujitaka, y no lo volvimos a escuchar. Touya suspiró aliviado, y volvió a presionar mis pechos a mi ritmo. Los besó, los mordió, y me encantó. Yo recorrí su cuerpo con mis manos. El ruido de la máquina ahogó nuestros gemidos, mucho más en ese momento, cuando Touya se entregó por fin, y, sudando, volvió a tomar el control de la situación, posicionándome bajo el, moviéndose hasta que todo comenzó a perder sentido. Había alcanzado el orgasmo, e, increíblemente, Touya lo hacía después de mí. Algo fuera de lo común, según mi experiencia actual.

Me tranquilicé, y mientras él llegaba al clímax, explotaba dentro del preservativo, y caía sobre mí. Nadie habló. El silencio se hizo ensordecedor, hasta que fue interrumpido por nuestras respiraciones que trataban de volver a la normalidad. Touya no me miró, desenredó su cuerpo del mío, soltó el agarre de mis piernas, y salió de mí, poniéndose de pie instantánea y mecánicamente. Caminó hasta el guardarropa y sacó una toalla. Desapareció por la puerta, sin mirarme si quiera.

Algo en mi se rompió, al ver su actitud fría, y casi despiadada después de lo que habíamos hecho. No había complicidad. No éramos un TU Y YO, después de hacer el amor. No había confesiones sobre la primera vez juntos. No había una mirada o un beso cariñoso, o un tiempo de relajación donde, con el pecho inflado nos mirásemos hasta el anochecer.

No había nada.

Después de eso tardé meses o años en recomponerme, y entender al fin que había sido lo mejor. Mi hermano había hecho salir a mi padre, dándome tiempo suficiente para vestirme y limpiar el alboroto, recoger mis cosas, limpiar el piso, y así demostrar que mientras ellos estaban afuera yo había llegado.

Nunca nada fue como antes. No volvimos a jugar a las cartas, ni a hacer los deberes de la casa juntos, no volvimos a reír en la intimidad de una película, ni a estudiar, ni a pasar tiempo juntos. No volvió a molestarme, ni a decirme monstruo. No volvió a mirarme con el cariño con que solía hacerlo. Y, donde antes habían estado sus ojos cálidos y juguetones, ahora sólo se encontraba una profunda sombra, que lo hacía bajar la cabeza cada vez que nos cruzábamos. ¿Temor? No. Culpa. Sentía que no tenía cara para mirarme después de lo que había sucedido, y que no había podido evitar, sabiendo que era terrible.

Tal vez jamás se perdonó, pero era cierto. Hubo un momento en el que fue inevitable, o sólo, el instante para detenerlo había pasado hace mucho.

Y yo, reconociendo que también era mi responsabilidad, y sobretodo mía, por no poder controlar mis ganas de ser una mujer, y no evitar el rápido juego que nos llevaría a un abismo, acepté que algo había cambiado para siempre. Y no volví a buscar su compañía para ir a la secundaria. Ni a esperar su regalo para navidad, ni un fuerte abrazo en mi cumpleaños.

Y el tiempo pasó, y me acostumbré a no tenerlo. Me hice la idea de que no estaba. Y a pesar de que mi padre moría de angustia por saber por qué nuestra relación estaba rota, caí en su juego, y no esperé que él fuera el de antes.

No volví a ver sus ojos brillantes y alegres por la mañana.

En mi vida volví a ser la misma, me hice más madura, y entendí que la pasión si podía llevarte a los límites, y comprendí el sexo. Dejé de soñar con el mundo de fantasía y me dediqué a la realidad. Y así sin más, sin notar si quiera nada, me hice mayor. Crucé la secundaria. Salí de la preparatoria y entre en la universidad. Me convertí en la novia de Eriol Hiragizawa, y tiempo después, en la prometida de Li Shaoran.

Antes de que cantara un gallo me fui de casa para siempre. Lejos de el hiriente recuerdo de mi hermano, y de lo que habíamos hecho. Lejos de su mirada escrutadora, y nuestros sentimientos de culpa. Y en Osaka, donde nos instalamos con mi marido, llegaron los niños. Primero Shaoran, nuestro primogénito, que me mostró la ilusión de ser madre por primera vez y me hizo responsable. Y luego, con Kanae, descubrí la amplitud de lo que significaba darlo todo por tu familia.

Encontré muchos significados nuevos de la palabra amor, descubrí las características del amor maternal, del amor fraternal, y de la frescura del amor por la vida y la paz que sentí, que encubría más de algún pesar. Mas no pude encontrar ninguno nuevo para la palabra pasión.

La que había sentido una vez en la vida ahora era un aroma libre que se había esfumado con el viento. Había subido al cielo, lo había tocado con las manos, y al caer, me había llevado la escalera que me hizo alcanzarlo, estaba rota, y no podía usarse nuevamente. Nunca más tuve un verdadero orgasmo, o alguno tan intenso como aquél. Jamás nadie me proporcionó una caricia que me excitara tanto como sus manos recorriendo mi costado, jalando mis pezones, o su lengua lamiendo mi cuello.

Pero ya había cedido ante la idea de que nada era perfecto, y tal como había aprendido a amar a Shaoran, había aprendido a vivir con todo en lo más profundo de mi conciencia.

Touya contrajo matrimonio un abril hace muchos años. Y desde ahí que no lo volví a ver de verdad. Desde que viéndome por última y única vez en todo aquél tiempo miró mi mano, fuertemente sujetada por la de Shaoran, y, como no lo hacía desde que me dejó sola y desnuda en esa habitación, subió sin remordimiento alguno hasta mis ojos, y dijo con voz neutra: Acepto. Y, cerrándolos, me dio a entender que todo había vuelto a ser como antes, pero diferente. Lo hecho estaba, pero el arrepentimiento había sido superado. Él había aceptado al fin que me había deseado, y había aprendido a vivir con eso, tal y como lo había hecho yo.

Seguía tan apuesto como lo recordaba, y la madurez marcaba suaves bosquejos en su rostro. Ahora tiene tres hijos, no se sus nombres, pero una de ellas, tal vez descaramente, se llama Sakura, para todos como su hermana, y para el, como la mujer prohibida que osó tocar, destruyéndolo todo para siempre y sin vuelta atrás.

Soy feliz con Shaoran, lo amo, y él me ama a mí, sin embargo, cada noche cuando cierro los ojos, él me busca y sus manos tratan de quemar mi cuerpo, mi memoria me tortura con sensaciones imposibles de ahogar, y que a duras penas logro apaciguar, y que no son provocadas por mi marido, sino, por la sensación grandilocuente y la excitación permanente que nacen en mi al evocar sin que yo quiera a mi hermano recorriéndome. Sin importar cómo lo contemos, ambos sabremos siempre, que fuimos inmaduros e irresponsables. Sólo teníamos 16 y 21, éramos jóvenes, y de aquellos que se sienten con alas tan grandes como para volar y recorrer todos los rincones de la vida, explorando por sentimientos nuevos, y dónde, descubrimos la tan peligrosa pasión que nos arrebató la conciencia y nos devoró por completo.

Ahora estoy de vuelta en mi hogar. Lo veré de nuevo y será como siempre… Me observará taciturno y no cruzaremos palabra, más que un leve saludo y una pobre despedida. Nuestro padre preguntará por milésima vez qué sucedió entre nosotros… yo no sabré qué decir, y él inventará la misma excusa de siempre y que cada vez conserva menos sentido. Así, mientras Fujitaka esté con la atención derivada en algo más, él me estudiará de nuevo con la adquirida complicidad que debió haberme tenido después de hacerme el amor, y, con la nostalgia por lo que no vivimos, reparará en los cambios que en mí se han producido, y anhelará haber presenciado cada uno de ellos. Resignado estará satisfecho en la razón de verme a la distancia, y yo me conformaré con bañarme en el placer que me brinda su oscura mirada inquisidora sobre mi escote, mi cintura, mis piernas y caderas, que examina cuidadosamente mi torso, y va por mi cuello hasta mi rostro, una, dos, tres, veinte veces… posándose en mis ojos, y así, siempre que lo haga, me dirá un adiós frustrado, volverá a tomar la disposición de despedirse, recaerá preso de la costumbre, y se transformará en un ritmo sin final. La hora de seguir con nuestras vidas interrumpirá su escrutinio, el reloj anunciará el linde de la visita y los temas de los demás se acabarán. Entonces, con un largo y doloroso beso en la mejilla nos despacharemos rogando por que sea la última vez que nos veamos y arreglando la fecha para la siguiente reunión.

FIN


NOTA DE LA AUTORA: Esta historia fue escrita hace muchos años, y había sido subida en fanfiction bajo una cuenta con otro nombre, por pudor, ya que era muy pequeña cuando la escribí. Ahora he decidido mudarla a mi cuenta original, junto con todos los reviews que tenía. No podía perder las palabras que con tanto cariño me escribieron, por lo que copié todos los reviews que tenía en la otra cuenta. Espero esto no cause desacuerdo a nadie, a fin de cuentas, para mi son las queridas palabras que recibí al escribir por primera vez. La otra cuenta será borrada.

Si la estás leyendo por primera vez, espero que te guste. Las advertencias están al inicio del fic, para que no hayan problemas al leer el contenido.

Espero sus reviews! Un abrazo, y espero poder seguir escribiendo sobre Sakura Card Captor!

Claudia Gazziero

02/09/2013


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29/09/2013