ADVERTENCIA: Todo lo reconocible pertenece a Suzanne Collins. Lo demás, a mi cerebro y a los fantásticos actores son mi inspiración.
Fui a ver Sinsajo parte 2 hace un par de días y me encantó *-* Vi la química que había entre Haymitch y Effie (no spoilers) y me dije: "¡Esto no puede quedar así!" así que aquí estoy, creando lo que me gustaría ver en pantalla algún día sobre ellos.
Esta historia solo está publicada en FanFiction y no doy mi permiso para publicarla en ninguna otra plataforma.
CAPÍTULO 1:
La Noche
A media tarde decidieron ir a dar un paseo por el pueblo. Effie necesitaba más ropa, y solo había un lugar donde podría conseguirla: la tienda de Clivia. La propietaria era una mujer mayor, una de las pocas que habían seguido a Gale cuando intentó guiar a los del Distrito hacia el bosque. Clivia había vuelto unos meses atrás y, con la ayuda de varios vecinos, había reconstruido su tienda, que hacía las veces de casa. Con ella vivían las hijas de un minero de la Veta. Las muchachas se habían quedado huérfanas de padre durante una explosión, y su madre había muerto durante los bombardeos. La anciana, que las conocía de toda la vida e incluso había ayudado a su madre a criarlas, las acogió. Ahora la ayudaban en la tienda, y confeccionaban ropa nueva a partir de los materiales que les llegaban del Capitolio.
Quedaban muy pocas familias enteras en el Distrito 12, peo la gente había creado lazos entre ellos. Para lidiar mejor con las pérdidas, suponía Haymitch.
Observó a Peeta, Katniss y Effie mientras hablaban sobre banalidades. Bueno, en realidad el peso de la conversación recaía sobre Effie, que alababa el esfuerzo que se había hecho por reconstruir el pueblo, mientras Peeta señalaba varios detalles, como una tienda cambiada de lugar o un edificio al que se le había dado un nuevo uso. Katniss caminaba a su lado, inmersa en su propio mundo.
Effie tendría muchos defectos, pero era experta en hablar sobre lo que fuera durante horas con tal de mantener viva la conversación. Esa mujer tenía algo en contra del silencio.
La miró detenidamente. Desde la posición en la que estaba, unos pasos atrás, solo podía ver su perfil cuando se volvía para hablar con Peeta. Seguía pareciéndole increíble el cambio de la mujer de las mil pelucas del Capitolio a… Bueno, a Effie, sin maquillaje, sin vestidos extravagantes, sin pelucas de colores. Solo Effie.
Tenía que admitir que era un cambio agradable a la vista. Era innegable que la mujer era atractiva, con su pelo rubio corto y sus ojos azules. Sus maneras seguían siendo muy capitolinas, pero qué se le iba a hacer. Y su figura… Aunque claro, en el Capitolio la clase lo era todo. Sin embargo, Haymitch había conocido a muchos capitolinos (demasiados para su gusto) y podía asegurar que ni el dinero ni la vida en la capital compraban la elegancia con la que Effie se movía.
Seguía enfrascado en esos pensamientos cuando Peeta se giró hacia él:
—¿No crees, Haymitch? —preguntó.
—¿Qué es lo que creo? —No tenía ni idea de qué estaban hablando, ocupado como estaba contemplando las curvas de Effie.
Casi era mejor que lo hubieran interrumpido.
—Estaba hablándole a Effie de Cycero. —Cycero Chapman era el nuevo alcalde del pueblo. Quizá por eso Katniss parecía estar tan lejos de allí: la hija del anterior alcalde había sido su amiga. Otro rostro que vería por las noches en sus pesadillas, sin duda—. Está haciendo un buen trabajo con la administración del pueblo —prosiguió Peeta.
Haymitch torció el gesto.
—No tan bueno, si no es capaz de conseguirme un par de botellas de whiskey al mes. —Effie puso los ojos en blanco—. No me mires así, preciosa —La miró inocentemente—, es el único hobby que tengo…
Effie intentó poner una cara seria, pero las comisuras de su boca se torcieron hacia arriba, delatando una sonrisa. Se le acercó y entrelazó su brazo con el de él mientras reemprendían el camino. Ya habían llegado al centro del pueblo.
—Te dije una vez y lo reitero, querido —dijo, inclinando la cabeza ligeramente hacia él—, que me gustas más sobrio.
Haymitch la miró, pero los ojos azules de la mujer ya estaban clavados en el escaparate de la tienda de Clivia. Soltó un gritito de admiración mientras entraba en la tienda como una exhalación. Katniss, que ya había vuelto con ellos, intercambió una mirada con Haymitch, y los dos pusieron los ojos en blanco. Esa era su Effie.
Effie pasó los dedos por una blusa roja con bordados de rosas. Hecha a mano, seguro, se maravilló. Con la nueva moda a imagen de los Distritos, aquello causaría sensación en el Capitolio. Cuando volviera, si es que algún día arreglaban las vías del tren, les enseñaría aquella ropa a Octavia y Flavius. Se morirían de envidia, pensó satisfecha.
Aunque… No estaba del todo segura de si quería volver tan pronto. Se sentía tan agusto allí, con Peeta, Katniss y Haymitch. Sí, incluso con él. A decir verdad, especialmente con él. Peeta y Katniss era demasiado jóvenes y estaban demasiado confundidos por lo que respectaba a sus sentimientos. Effie prefería no meterse en medio, por lo que no le había quedado más remedio que aceptar la compañía de Haymitch. No era tonta, sabía que el hombre seguía mirándola como si en cualquier momento fuera a arrastrarlo a un tren con dirección al Capitolio, pero por lo demás, era muy agradable cuando quería.
Una chica de unos dieciséis años se acercó tímidamente a ella. Effie le sonrió y alabó la blusa. Pronto se vio enfrascada en una conversación sobre cómo la muchacha y su hermana cogían las telas que les proporcionaban y ropa ya usada para hacer ropa nueva.
Effie se giró y vio a una mujer de unos sesenta años salir de la trastienda. Debía de ser la propietaria de la tienda. Effie se acercó a ella para preguntarle sobre el funcionamiento del local.
—Tú —dijo.
Effie se paró en seco y se quedó mirándola, sin comprender. Su cara le era familiar, aunque no sabría decir de qué... Probablemente la hubiera visto durante las Cosechas. Aquel pensamiento la hizo sentirse incómoda, pero consiguió esbozar una sonrisa forzada.
Effie Trinket nunca dejaba de sonreír.
—¿Perdone? —preguntó educadamente.
Los ojos de la mujer la miraron fríamente. De pronto el aire a su alrededor se volvió denso.
—Tú te llevaste a mi nieto, a mi Roland. —La voz de la mujer estaba llena de ira, pero lo que más afectó a Effie fue sus ojos: estaban vacíos. Ni odio, ni tristeza.
Eran ojos muertos.
Effie abrió muchos los ojos y dio un paso atrás. Esa mujer la conocía. Sabía que fue ella quien sacó la papeleta con el nombre de su nieto.
—Yo…— empezó a decir, pero la mujer la cortó.
—Ni siquiera lo recuerdas, ¿verdad? —La anciana entrecerró los ojos—. Para ti solo eran carnaza para los Juegos, ¿verdad?
A Effie se le llenaron los ojos de lágrimas. Era cierto: no recordaba al muchacho del que hablaba. Había arrancado a aquel niño de su casa y ni siquiera tenía la decencia de recordar su cara.
La mujer la miró de arriba abajo con cara de asco.
—Vienes aquí con tus sonrisas y tu condescendencia y crees que porque ya no llevas tus ridículas pelucas no reconoceremos. —Las lágrimas bañaban las mejillas de Effie; se había quedado sin palabras. En el fondo sabía que era cierto. Todas las cosas horribles que la mujer le estaba diciendo eran ciertas—. Qué miserables debemos de parecerte, ¿no? Crees que puedes aparecerte por aquí, después de haber matado a todos esos niños, y que vamos a recibirte con los brazos abiertos. Tus manos están tan manchadas de sangre como la de tus amiguitos del Capitolio.
Basta, pensó Effie. Ya había tenido suficiente. No podía soportarlo ni un segundo más. Sin mirar a la anciana a los ojos, musito un ‹‹Lo siento›› y se precipitó hacia la puerta. Antes de que pudiera salir, escuchó que le decía:
—Nunca lo sentirás bastante.
Haymitch contempló la escena boquiabierto. ¿Cómo habían podido olvidarlo? Roland había sido seleccionado para los Juegos dos años antes que Katniss y Peeta. Se acordaba de él como si fuera ayer, no porque tuviera ningún rasgo significativo, sino porque, al subirse al tren de camino al Capitolio, el chico había dicho: ‹‹¿Qué más da? Yo ya estoy muerto››, cuando Effie había regañado a Haymitch por su poca colaboración. Haymitch recordaba haberle respondido: ‹‹Muy bien, chaval, esto hará las cosas más fáciles››. Él era su única ayuda, y lo único que supo decirle era que hacía bien en resignarse. Eso no lo hacía mucho mejor que Effie, pero a él no lo culpaban, era un vencedor, nunca sería como ellos, pero todos sabían por qué bebía. Nunca sería uno más, pero tampoco era del Capitolio. Vivía en un estado intermedio que lo eximía de cualquier culpa.
Peeta lo miró significativamente. Haymitch captó la indirecta a la primera. Quería que fuera a hablar con ella; el problema era que Haymitch Abernathy era incapaz de lidiar con los sentimientos. Por algo se emborrachaba todas las noches durante los últimos veinte años. Enfrentarse a una resaca era mucho más fácil que consolar a una mujer que se había dado de bruces con la cruel verdad.
Levantó las manos en señal de derrota.
—Ya voy, ya voy —suspiró mientras salía de la tienda en pos de Effie.
Llegó a su casa. Fue a subir a la habitación que Effie había invadido, pero no llegó a pisar las escaleras, porque le llegó la voz de la mujer desde la cocina:
—Estoy aquí. —Su voz sonaba rota.
Se quedó plantado en la puerta de la cocina. Effie estaba sentada en una silla, con la botella de whiskey que Haymitch guardaba para situaciones de emergencia delante de ella.
—Vaya —Haymitch se sentó en la silla contigua—, pensaba que la había guardado mejor. Veo que tendré que cambiar de escondite.
Effie estaba recostada en la silla, mirándose las manos. Probablemente era la primera vez que la perdía perder la compostura.
—¿Los recuerdas? —preguntó.
Sabía perfectamente a qué se refería. A los tributos.
A los niños muertos.
Haymitch se levantó y sacó dos vasos de un armario.
—Bueno —dijo—, es difícil. —Abrió la botella—. Recuerdo perfectamente a los de los primeros dos, tres años. —Llenó hasta arriba para él—. Luego descubrí a mi viejo amigo —dijo, señalando la botella—, que me ayudó a olvidar algunas caras. —Llenó el otro vaso por la mitad y se lo ofreció a Effie. La mujer lo miró con los ojos enrojecidos, pero cogió el vaso—. Pero recuerdo los nombres. —Bebió un largo trago—. Todos y cada uno de los cuarenta y ocho.
Era cierto. Veinticinco años como mentor eran demasiados como para saber qué aspecto tenía cada uno, pero cada año se obligaba a memorizar sus nombres y repasar los de los tributos anteriores. Les debía eso al menos.
Effie apuró su vaso. Cogió la botella y se lo rellenó hasta el borde.
—Yo no recuerdo a ninguno. —No se atrevía a mirar a Haymitch a la cara—. ¿Sabes por qué soy incapaz de recordarlos? —No quería confesarle aquello a Haymitch, pero no podía contenerse una vez que había empezado—. Porque no los consideraba personas. Para mí eran los participantes de un show. No era consciente de que eran seres humanos. De que eran hijos, hermanos, amigos. —Las lágrimas empezaron a brotarle de los ojos, incontrolables—. Para mí, solo eran un medio para ascender y que me destinaran a un Distrito mejor. Quería que ganaran, no porque realmente me quisiera que volvieran a casa, sino para obtener reconocimiento.
Dio otro trago a su whiskey. Miró a Haymitch a los ojos, esperando que le diera la razón, pero él se limitó a beber.
—Esa mujer tenía razón. Mis manos están manchadas. He servido a un gobierno que se cimentaba sobre cadáveres de niños. Me pasé ocho años de mi vida condenando a dos niños a morir, y nunca me había planteado que pudiera estar mal, hasta que llegaron Katniss y Peeta. ¿Qué dice eso de mí?
Haymitch no podía decirle que aquello no era cierto, porque lo era. El Capitolio adoctrinaba a sus ciudadanos que la gente de los Distritos vivía por y para su diversión. ‹‹Ellos tienen el pan y nosotros somos su circo››.
Lo peor de todo era que muy pocos estaban dispuestos a cuestionarse la moralidad de los Juegos. Era muy fácil sentarse a ver cómo veinticuatro adolescentes se mataban entre ellos cuando ninguno de los participantes era su hijo.
Miró a Effie, destrozada, bebiendo de su whiskey en su cocina. No cabía duda de que lamentaba profundamente lo que había pasado, pero eso no lo hacía más fácil. Ya era difícil para él verla todos los días sin recordar los viajes al Capitolio, las fiestas y la sangre. No podía imaginar cómo se sentían los del Distrito, que no la habían llegado a conocer tan bien como los vencedores.
—Dice que… —Haymitch habló suavemente—. La vida no es fácil para nadie.
Effie se sobresaltó cuando Haymitch extendió una mano y le apartó las lágrimas con el pulgar.
—¿Sabes que es la primera vez que te veo llorar? —La pregunta la tomó tan por sorpresa que no pudo evitar reír; era una risa triste, sin embargo. Sabía que Haymitch intentaba animarla, así que decidió seguirle el juego. Tal vez así olvidara por un momento lo mal que se sentía por dentro. Y seguramente por fuera estuviera igual de mal. Qué poco quedaba de la Effie Trinket de antes.
—No seas estúpido, querido —dijo con el acento más capitolino que pudo poner—. Yo nunca lloro.
Los dos sonrieron, hicieron chocar sus vasos y bebieron. Vaciaron la botella en una hora.
Lo último que Effie recordaba es estar besando a Haymitch mientras la puerta de una habitación se cerraba tras ellos.
