Disclaimer: Hetalia no me pertenece
Nada importaba en estos instantes, había olvidado el motivo por el cual se había unido a Alemania y Italia en una estúpida guerra por el poder y la ambición. No le importaba si moría o vivía, si después de todo lo que había echo los otros países le girasen la cara, pero lo que menos le importaba ahora era la propia guerra.
Se sentía impotente de no haber podido hacer nada por toda esa gente que ha muerto sin motivo alguno a causa de dos bombas atómicas que Estados Unidos le ha lanzado días atrás. En ese momento, cuando sintió la primera bomba caer en su territorio, le dieron ganas de vomitar y de llorar; el dolor que sentía en su interior era enorme y le escocía terriblemente el cuerpo. Lo peor fue cuando la segunda bomba cayó en Nagasaki, justamente donde el se encontraba recuperándose de la anterior. Allí, experimentó en carne propia lo que su gente había sufrido.
Japón, que vio como había quedado su preciada ciudad, no lloró. Tenía el orgullo de un samurai. Recuerda como él, que estaba a pocos metros de donde la bomba cayó, salió volando hacía cualquier otra parte de la ciudad; recuerda ver cuerpos desintegrarse en segundos; recuerda haber visto cuerpos calcinados, desnudos y ver a niños correr sin ropas aterrorizados, sin familia y recuerda haber vomitado cantidades inimaginables de sangre, sangre que derramaron las personas en aquella batalla, en este último ataque. Escuchaba las voces de aquellos que habían quedado con vida lamentarse. A pesar de todo, cuando despertó, no lloró.
Pero Japón no es de piedra, vale que sea nación pero eso no le hace inmune a los sentimientos. Sufría por dentro y seguía escuchando las voces de muchas personas de todo Hiroshima y Nagasaki, o al menos lo que había quedado de ambas. Aquellas personas, pobres inocentes, habían sido marcadas por un destino fatal, pues serían ignoradas y repudiadas de la sociedad.
Cuando días después Japón le comunicó personalmente a Estados Unidos que iba a rendirse, cuando sintió la mirada del americano posarse en su cuerpo totalmente herido, lleno de sangre y con manchas negras de quemaduras de tercer grado, cuando sintió que el otro se acercaba, se derrumbó. Ya no podía más, había aguantado demasiado. No le importaba que Estados Unidos le mirase sorprendido sin saber que hacer ni que este decidiese abrazarle por que a pesar de todo el se arrepentía de lanzar las bombas. A japón, en estos instantes, no le importaba ni el mismo.
