Árboles verdes, en primavera. La carretera, con baches, gris, monótona. Los pájaros, pequeños y de colores chillones, cantando. El cielo, anaranjado, señal del atardecer. Y yo allí, sentada en su coche, con la cabeza apoyada en mi mano derecha.
Aparté la vista del paisaje que recorríamos, y miré dentro del coche. Asientos grises. Un espejo retrovisor. Rock sonando. Y él. Él, conduciendo. Él, con la mirada puesta en la carretera. Y silencio. Había música, pero el silencio estaba allí.
Suspiré. Me quedé mirándolo, observando cómo movía las manos en el volante. Cómo miraba hacia un lado y al otro. Cómo no me miraba. ¿Ir hacia un futuro incierto? Podía ser bueno… o malo. Días malos los tiene cualquiera. Pero eran demasiados días.
Miré por la ventana otra vez. Árboles. Carretera. Pájaros. Cielo. Y… agua. Estábamos pasando al lado de un río. Muy pegados a él. Sonreí. Es curioso cómo pueden hacer una carretera pegada a un río. Pero me fijé mejor: era un puente. Volví a sonreír. Me desabroché el cinturón de seguridad. Puse mi mano en el pasador. Le miré de reojo, cerré los ojos y susurré un "adiós". Pareció escucharme, porque giró levemente la cabeza. Pero era demasiado tarde. Ya nada valía la pena. Abrí la puerta, y esta vez abrí los ojos y sí lo miré. Sus ojos de color negro no podían creérselo. Me azotaba un viento fuerte, que me tiraba hacia atrás. Le dediqué una última sonrisa. "Sé feliz, ya que yo no puedo hacer nada para que lo seas", le dije. Y, mirándole por última vez, solté mis manos, apoyadas una en la cabecera del asiento del copiloto, y la otra en la cabecera de mi asiento. Caí al agua escuchando un "¡No lo hagas!", que sonaba lejano. Pero ya era demasiado tarde. Todo mi cuerpo entró en el agua, de golpe, y me quedé sin respiración durante un momento. Pensé en quedarme allí, hasta ahogarme. Pero salí a la superficie. Me quité el flequillo de la cara, y observé el puente. Los coches pasaban.
Por un momento, tuve la ligera esperanza de ver un coche blanco parado en el otro lado, junto a los árboles. Pero no lo vi. No había ningún coche blanco. No había nadie. No estaba él.
Los ojos se me llenaron de lágrimas, pero esbocé una sonrisa irónica. "Todo esto es lo que te importo… ¿eh?" susurré para mí.
Miré al cielo por última vez. Era gris. El atardecer se había ido. Sonreí. Suspiré, y hundí mi cabeza en el agua. Nadé, y nadé, y nadé… hasta el fondo. A medida que avanzaba, pasaban imágenes por mi cabeza. El primer beso. La primera caricia. Nuestras risas. El amor que un día tuvimos. Estuve a punto de subir a la superficie, nadar hacia la orilla y correr en su busca. Pedirle perdón, abrazarle y recordar riendo esto dentro de un tiempo. Pero no lo hice. Porque me había hecho daño. Me había abandonado cuando supo cómo era. Me agarré a un tronco que había en el fondo. Mis pulmones pedían a gritos aire, pero yo no pensaba subir. Abrí los ojos lo más que pude, y miré hacia arriba. La superficie se movía tranquila. La luna empezaba a reflejarse en ella. Una lágrima consiguió caer, pero una lágrima en el mar no es nada. Cerré los ojos y esperé a que mis pulmones dejaran de pedir aire. Solo hubo una cosa después... Silencio. Ya no sentía nada. No era feliz, pero tampoco estaba triste. Y, antes de morir, lloré. Y lloré. Y lloré. O eso me pareció. Pero, ¿qué son las lágrimas en el mar sino simples gotas?
El momento de agonía se me hizo eterno. Tenía miedo, pero llegó lo que yo quería: el fin. Sin él, como habíamos prometido. Pero el fin.
Caí en el tronco, bocarriba, sin vida. Con una sonrisa dibujada en mi rostro. Pero no una sonrisa feliz… Sino una sonrisa triste.
Momentos después, mi cuerpo desapareció, convirtiéndose en diminutos cuadraditos que luego desaparecerían en un abrir y cerrar de ojos. Había salido de aquel mundo virtual... y también del real. Y lo peor de todo: sin él.
