Vacío, oscuridad, silencio.

Tres cosas con las cuales podrías volverte loco; izquierda, derecha, arriba o abajo, no sabes en qué dirección estas y sólo la sensación de caída acompaña a tu cuerpo; no te queda más remedio que esperar hasta que algo ocurra, aunque no sabes si lograrás salir vivo de esto.

Repentinamente la oscuridad es reemplazada por un intenso color rojo, es tan fuerte que sientes como tus ojos arden y por más que lo intentas no puedes cerrarlos. No, porque si lo haces "eso" se molestará, porque si pestañeas no podrás apreciar su nacimiento. Pero claro, tú tampoco quieres perderte detalle, porque si lo haces, las respuestas que tanto anhelas nunca llegaran a tus oídos. Prefieres arriesgarte a quedar ciego en vez de esperar a otra oportunidad.

Con asombro abres los ojos sorprendido de ver siluetas que se entre mezclan con el intenso rojo de fondo. No sabes quienes son, su existencia nunca fue de importancia para ti; pero aun así sabes que los conoces, lo hiciste, y por eso estrechas la mirada para enfocarte en una de ellas.

"Ella a jurado pelear junto a su espada sagrada"

Esa frase invade tu mente y te obliga a retroceder, cosa que no puedes hacer, tu cuerpo no te responde y un escalofrió recorre tu espina dorsal. Poco a poco ella se acerca y la silueta cambia a una mujer de cabellos rubios y ojos esmeraldas, la espada brilla y estira la apunta hacia ti, con su filo dorado cegándote nuevamente. Y sin tener tiempo de reaccionar ella agita el arma y te corta en un tajo que va desde el hombro izquierdo hasta el centro del estómago. Y sorprendentemente no hay sangre. Pero sí dolor, este es tan fuerte que te obliga a despertar del sueño que presenciabas.

—¿Qué fue... Eso? — Se pregunta el sacerdote llevando una mano hasta su pecho, donde estaría su corazón. Una punzada de dolor le incomoda tanto que no puede evitar arquear su espalda y soltar unos quejidos. Sabe que algo no está bien, pero está lejos de conocer la respuesta.