Capítulo I: El principio del fin
Se había equivocado. Toda su investigación, su vida... tirada por la borda, echada a perder por él mismo. Su orgullo le había cegado, le había impedido ver la realidad tal y como era, pese a que dicha realidad le había dado pruebas suficientes para hacerle cambiar de opinión. Sin embargo, era tan testarudo que había pasado todo por alto, y su tozudez se estaba cobrando un precio mucho más elevado de lo que jamás pensó.
Él tenía razón; siempre la tuvo. Pero no supo escucharle, no supo escucharse a sí mismo, obsesionado como estaba en recuperar su corazón. Ni siquiera cuando él se desvaneció quiso admitir que no tenía razón.
Sí, se había equivocado, y sus errores había sido fatales para muchos, incluido él mismo.
¿Cómo había llegado a aquello? ¿Cuándo había empezado a desmoronarse su plan, su mundo?
Ah, cierto... Así había sido el principio del fin de todo.
(Tres años antes)
El Mundo Inexistente. Un nombre poético, sin duda. Y adecuado para sus moradores: aquellos que no existen del todo. Eso pensaba el Incorpóreo mientras contemplaba la oscura ciudad que se extendía a sus pies. Las nubes gruñían sobre su cabeza, el viento ululaba en cada rincón de los muros de su imponente castillo y agitaba los largos mechones de cabello blanco, que enmarcaban su anguloso rostro de piel oscura y se desparramaban por su ancha espalda, enfundada en una gabardina de cuero negro.
-Xemnas, señor- llamó una voz a su espalda-. Hemos recibido noticias de Vergel Radiante. O, mejor, dicho, Bastión Hueco, como debemos llamarlo ahora.
Xemnas se giró y clavó sus ojos anaranjados en el individuo que le hablaba. Era un hombre más o menos tan alto como él mismo, de piel clara y enormes patillas, y llevaba el pelo negro peinado en forma de largas rastas recogidas en una especie de coleta. Vestía la misma gabardina y botas negras que Xemnas.
-¿Nuevos miembros, quizá?- preguntó éste. Su voz era grave, profunda y tranquila.
-Así es, Superior.
-¿Y por qué no los ha traído el número II directamente?
-Dijo que era... complicado. No especificó ningún detalle, sólo dijo que sería mejor que fuera usted mismo.
Xemnas frunció el ceño. De haber tenido corazón, aquello le habría molestado. ¿Por qué tenía que ir al ahora llamado Bastión Hueco a supervisar la incorporación de nuevos miembros? Si aquello era una de las bromas del número II, lo iba a pagar caro, no estaban como para permitirse cachondeos de ningún tipo. Con sólo seis miembros en la Organización y ningún portador de la Llave Espada entre ellos, se hacía cada vez más difícil mantener a raya a los Sincorazón.
-De acuerdo. Gracias, número III, puedes retirarte- dijo Xemnas, pese a todo, con la voz igual de tranquila que antes. Al fin y al cabo, no dejaba de ser un Incorpóreo, alguien sin un corazón que le permitiera enfadarse.
Sin esperar a que su interlocutor dijera nada, Xemnas le dio la espalda de nuevo. Unos jirones de niebla oscura lo rodearon y envolvieron, y cuando se retiraron, el Incorpóreo ya no estaba allí.
Reapareció a varios mundos de distancia, en una solitaria calle de una antaño próspera ciudad. En cuanto la niebla oscura desapareció, Xemnas miró a su alrededor y comprendió por qué había cambiado el nombre del lugar. Aquello ya no podía llamarse Vergel Radiante. Las flores estaban mustias, los árboles se habían caído o iban a hacerlo en breve, las sombras invadían las calles, incluso algo oscuro flotaba en el ambiente. Un movimiento a su derecha distrajo su atención: un par de ojos amarillos lo observaban desde debajo de un banco. Xemnas sonrió levemente, extendió un poco el brazo...
… y los ojos se desintegraron como si algo hubiese cortado a su propietario en trocitos. Xemnas volvió la vista al frente, en busca de señales de su número II, y echó a andar por las sombrías callejuelas. Nadie le salió al paso hasta que, varios minutos más tarde, un par de manos que parecían casi garras le agarraron y tiraron de él hacia las sombras. Algo rodeó su cuello con un brazo bastante humano en apariencia.
-¿Quién eres?- preguntó Xemnas, sin alterarse, entre otras cosas porque no podía. Notó el cálido aliento del ser en el cuello cuando éste se rió, una carcajada grave que sonó casi como un gruñido.
-¡Oye, tú! ¡Suelta a mi jefe!- exclamó alguien desde... ¿arriba? Sí, debía de ser desde arriba, porque una especie de destello violáceo claro cayó sobre ellos y se clavó con notable puntería en el brazo del ser, que aulló de dolor y liberó a Xemnas. Éste aprovechó para alejarse y girarse, quedando de cara al ser a varios metros de distancia.
-Me preguntaba dónde te habías metido, Xigbar. ¿Qué es eso que te urgía tanto que viera yo mismo?- preguntó Xemnas. Frente a él, en lo alto de la casita bajo cuyas ruinas se cobijaba el ser que le había atacado, otro hombre con el mismo uniforme de la gabardina de cuero sonreía levemente. Tenía el pelo largo y negro recogido en una coleta baja, y aunque no era demasiado mayor, ya peinaba canas. Su ojo derecho estaba tapado por un parche, y una cicatriz le atravesaba la mejilla izquierda. Sostenía una especie de pistolas violáceas, una en cada mano.
-Lo tiene justo delante, Superior. De hecho, le acaba de atacar- respondió Xigbar a su pregunta, señalando con la pistola derecha la grieta en la pared donde algo o alguien gruñía levemente.
-¿Eso es un Incorpóreo? Más parecía una bestia- observó Xemnas. Ya comprendía por qué Xigbar había insistido en que fuera a echarle una ojeada.
-Lo crea o no, es un Incorpóreo, y de nivel comparable al de los demás miembros de la Organización. Y hay otro rondando los alrededores, pero ése ya no es tan salvaje.
-Ya veo... ¿Has intentado hablar con el otro?
-Sí, pero el cabrón es tan escurridizo como una sombra, si me permite el taco. Y con éste comprenderá usted que no hay manera de hablar sin que le salte a uno al cuello...
Xemnas asintió y se acercó a la grieta en el muro de la casita. La criatura que gruñía allí dentro se removió, inquieta. Xemnas hizo ademán de acercarse más, pero un muro de llamas se levantó de pronto entre él y la grieta, impidiéndole el paso.
-Cuidado, señor. El otro no anda lejos- advirtió Xigbar, alzando sus armas. Xemnas recorrió con la mirada toda la calle.
-Sabemos que estás ahí. ¿Por qué no te dejas ver?- dijo en voz alta.
-Las sombras son más seguras que la luz- respondió la voz masculina y levemente nasal de un joven. Parecía proceder de lo alto de uno de los edificios más bajos. Xigbar apuntó hacia allí y entrecerró su único ojo.
-Estás en lo cierto, pero ahora mismo no necesitas ocultarte. Sabemos lo que eres, sabemos por lo que estás pasando. Podemos ayudarte- dijo Xemnas con voz tranquilizadora.
-¡Ja! ¿Por qué debería fiarme?- replicó la voz-. Nadie puede ayudarnos.
-Yo sí.
Sobrevino un tenso silencio sólo roto por el crepitar de las llamas. La criatura de la grieta había dejado de gruñir.
-Lea... Retira las llamas- murmuró ésta, con voz grave y cansada-. Si quisieran atacarnos... ya lo habrían hecho.
-No me preocupan ellos- masculló la otra voz, la que respondía al nombre de Lea. Pese a ello, las llamas se extinguieron, y Lea saltó desde lo alto del edificio, aterrizando grácilmente en medio de la calle. Era un muchacho de edad difícil de precisar, con un largo y puntiagudo pelo rojo como el fuego. Bajo sus ojos verdosos lucía dos curiosas marcas negras con forma de lágrima invertida. Tenía las facciones afiladas y una constitución esbelta, y se movía con cautela.
Xemnas se fijó mejor y vio que sus ropas estaban desgarradas y tenía heridas abiertas por todo el cuerpo. Algunas estaban quemadas, como si se las hubiese intentado cauterizar.
-¿Quiénes sois?- espetó Lea.
-Mi nombre es Xemnas, número I y líder de la Organización VI, y él es Xigbar, número II. Somos Incorpóreos... al igual que tú y tu amigo.
Lea lo miró sin comprender del todo.
-¿Qué demonios dices? ¿Qué se supone que es eso de Incorpóreos?- preguntó. No se fiaba, y tampoco se esforzaba en ocultarlo.
-Cuando la oscuridad se apodera de un corazón, éste se transforma en un Sincorazón. Pero deja algo atrás: una cáscara vacía, un ser incompleto que no existe del todo, pues le falta su corazón. Eso somos nosotros: Incorpóreos- explicó Xemnas.
-¡¿Nos estás diciendo que no existimos?- rugió la criatura de la grieta, con renovada furia, y antes de que Lea pudiera detenerla, se abalanzó sobre Xemnas, pero el Incorpóreo ya no estaba allí. De pronto, la criatura se encontró inmovilizada por el número I y prácticamente mordiendo el polvoriento suelo. Se debatió y gruñó, pero no consiguió liberarse.
Xemnas, sin soltar su presa sobre él, se fijó mejor en a quién sujetaba. Era un joven de la edad de Lea y con las ropas todavía más desgarradas que él, aunque no tenía tantos cortes. Su cabello, largo y revuelto, era de un frío color azulado, y sus manos tenían las uñas tan largas que casi parecían garras. Lo que más llamaba la atención eran sus ojos: amarillentos, pero con vetas azuladas que cambiaban de forma aleatoria. La ira contorsionaba su rostro en una mueca que dejaba ver unos afilados colmillos saliendo de sus encías.
-Suéltame- masculló.
-No hasta que te calmes- replicó Xemnas.
-Isa, hazle caso, no seas idiota- murmuró Lea. Xigbar abandonó el tejado de la casita y aterrizó junto a Xemnas e Isa.
-Escucha a tu amigo, bestezuela. Es un consejo- le dijo el número II a Isa. Éste los fulminó a todos con la mirada y cerró los ojos. Su respiración se calmó poco a poco, sus músculos dejaron de tensarse y sus garras se retrajeron. Cuando abrió los ojos de nuevo, el amarillo había desaparecido de ellos, y eran completamente azules.
-Suéltame- repitió, en tono más calmado y con voz mucho menos grave y más humana. Xemnas retiró su agarre y se apartó mientras Isa se levantaba y se sacudía el polvo de los harapos que llevaba. Sus uñas y colmillos volvían a ser de un tamaño normal. Irguió la espalda y se apartó de Xemnas, mirándole con desconfianza. No era de extrañar, se dijo el número I: al fin y al cabo, aquellos dos jóvenes no habían formado parte de su equipo de investigación. No tenían ni idea de lo que estaba ocurriendo. Xemnas no podía imaginar el trauma por el que estarían pasando: encontrarse de repente vacíos, sin ser capaces de sentir emoción alguna, y no saber a qué se debía...
… Aunque el tal Isa, para no sentir emociones, fingía la ira de maravilla.
-Bueno, teníais algo que decir, ¿no?- espetó Isa, interrumpiendo los pensamientos de Xemnas.
-Así es. Ahora sabéis lo que sois y por qué no podéis sentir ninguna emoción- dijo éste-. ¿Qué sentido tiene para vosotros la vida ahora, si es que a lo que tenéis se le puede llamar vida?
Isa desvió la mirada sin saber qué decir, pero Lea contraatacó:
-¿Qué sentido tiene para ti? Después de todo, somos iguales- dijo, cruzándose de brazos.
-Muy rápido, jovencito- aprobó Xemnas, sonriendo levemente-. Os diré por qué sigo "viviendo" yo. Quiero recuperar lo que una vez perdí, quiero volver a existir por completo. ¿No os gustaría volver a tener corazón?
Hizo una pausa. Lea e Isa cruzaron una mirada.
-Yo puedo ayudaros, pero para eso tendréis que ayudarme a mí- siguió-. Uníos a la Organización. Trabajad con nosotros. Con cada nuevo miembro, estamos un poco más cerca de conseguir nuestro objetivo.
El silencio se apoderó de la calle, pero no duró mucho:
-A mí me parece bien. ¿Isa?- preguntó Lea. Isa gruñó.
-Como si tuviéramos elección- masculló.
-Bueno, pues... ¿dónde hay que firmar?- bromeó Lea, ganándose un codazo de su amigo-. ¡Ay! ¡Oye, que sólo intentaba relajar el ambiente!
Isa iba a replicar, pero Xemnas levantó la mano y los hizo callar. El número I extendió el brazo y trazó un arco en el aire con la palma abierta delante de los dos Incorpóreos. Letras luminosas de color azulado aparecieron en el aire entre ellos y el Superior:
LEA ISA
Con un movimiento de su mano, las letras empezaron a girar a toda velocidad alrededor de los dos jóvenes, provocándoles cierto mareo. Xemnas sacudió la mano de nuevo y las letras pararon de golpe, descolocadas. Dos letras nuevas, dos X de color anaranjado, habían sido añadidas a la amalgama, que se reordenó y cambió de color al mismo tono de las X. Ahora las letras rezaban:
AXEL SAÏX
-Número VII, Saïx. Número VIII, Axel- nombró Xemnas-. Unirse a nosotros supone dejar atrás vuestra antigua vida, y con ella, vuestros nombres. De ahora en adelante os llamaréis así.
Las letras se desvanecieron y un portal de oscuridad se abrió a la espalda de Xemnas.
-Seguidme. Os presentaré a vuestros compañeros- ordenó, desapareciendo por el portal. Saïx y Axel se miraron, inseguros.
-No pasa nada, el portal no os va a comer. Venga, adentro, que no hay problema, lo hacemos todos los días varias veces- insistió Xigbar, empujándoles al interior.
