El Potterverso pertenece a Rowling.
Este fic participa en el reto Te potterizarás de terror del foro La Noble y Ancestral Casa de los Black. Consistía en escribir un fic basándonos en alguna historia de terror que conociéramos. Y yo, reivindicando mis raíces, me he inspirado en una leyenda urbana (que puede que no sea tan leyenda) de mi querida Granada. Al final del fic hablaré de esa historia, porque es realmente interesante.
El antiguo edificio del Ministerio
1
La historia del padre Benedict
La tarde en la que ocurren los hechos que se narran a continuación es una de finales de diciembre, en la que las nubes que han estado presentes durante todo el día descargan toda la lluvia sobre buena parte de Reino Unido, volviendo todo el paisaje gris.
Daphne se acomoda en el sofá y observa a Theodore con preocupación. El joven está algo alicaído desde que se llevaron a su padre a Azkaban; aunque, si alguien le pregunta, él lo negará o, lo más probable, ni siquiera se dignará a responder a la cuestión.
Se han reunido en su casa. Porque, aunque sean los hijos de mortífagos, los cobardes, las serpientes, los villanos, ellos también tienen derecho a apoyarse mutuamente para sentirse menos miserables. Y no pueden acudir a nadie más; ahora son los parias de la sociedad mágica. Sólo se tienen los unos a los otros. Ahora han de estar más unidos que nunca.
—Tíos, parece que se haya muerto alguien—rezonga Blaise entonces. Tiene el brazo derecho rodeando el hombro de Pansy, aparentemente de forma casual, pero Daphne es capaz de ver más allá de ahí. La única que no lo ve es su amiga. De momento.
—¿Se te ocurre algo que hacer?—replica Greg, que desde la Batalla de Hogwarts no tiene tanta pinta de gorila como de costumbre. Quizá la falta de Vin tenga algo que ver.
—Pues…—Blaise mira por la ventana y sus ojos reflejan el primer relámpago de la tarde, que convierte el chaparrón en tormenta—. Viendo que el quidditch está descartado, y que nuestra querida Daphne aún no tiene un campo cubierto…
—Cierra el pico, Zabini—murmura ella, ofendida.
—… no nos queda más remedio que contar historias de miedo—concluye Blaise, ignorando la interrupción de su anfitriona.
Todos, incluso Theodore, lo miran con las cejas alzadas.
—Ya, claro—replica Pansy con sorna—. ¿Y por cuál empezamos? ¿Por ésas que los muggles creen, las de casas encantadas y almas en pena?
—Ésas darían miedo si no supiéramos que los fantasmas son inofensivos y los poltergeists simplemente tocapelotas sin descanso—apoya Astoria, que no está muy claro qué hace con los amigos de su hermana. Daphne todavía sigue queriendo mandarla a su habitación.
—Pero también hay leyendas mágicas que dan miedo—tercia Draco.
—¿Como, por ejemplo?
—La del antiguo edificio del Ministerio—aporta Theodore, interviniendo por vez primera.
Todos lo miran.
—¿Cuál es ésa?—inquiere Blaise con profundo interés.
Daphne sabe que al joven no le apetece hablar; nunca ha disfrutado mucho exteriorizando sus pensamientos, y le gusta aún menos cuando está rodeado de gente. No obstante, Theo ha cavado su propia tumba. Y ella también tiene curiosidad.
Después de unos segundos, Theodore se aclara la garganta y comienza a hablar con tono monocorde:
—¿Sabéis dónde está el antiguo edificio del Ministerio?—todos asienten—. Pues bien; en la Edad Media, en ese lugar había un convento y una iglesia muggles. Los muggles tienen sus propias creencias, y algunas parecen tener algo de cierto. Ésa en concreto se basa en que hay un ser superior que si, al final de tu vida te arrepientes de los pecados que has cometido y empiezas a creer en él, cuando mueres tu alma va al Paraíso. Si no te arrepientes o no crees, al Infierno.
»Pero hay almas que no consiguen pasar y se quedan atrapadas aquí. Y entonces comienzan los problemas.
»A finales del siglo pasado, un importante político mágico de entonces, Arcturus Cadwallader, paseaba con un carro de caballos por Spoonarch Street, donde se encontraba la iglesia. Al parecer, estaban oficiando un funeral. Cadwallader se asustó por la exagerada pompa fúnebre y trató de hacer que los caballos acelerasen, por lo que el carro volcó. Aplastó a varias personas, entre ellas varios niños de no más de diez años, que murieron en el acto. Tras la experiencia, utilizó la imperius en las autoridades muggles pertinentes para que se cerrara esa iglesia.
»El párroco se tomó tan mal la noticia que, después de unos meses, enloqueció, y siguió volviendo todos los días allí y oficiando la misa para unos creyentes invisibles, hasta que sufrió un ataque al corazón mientras leía su libro sagrado en la cripta de la iglesia y murió. Sacaron su cadáver unos días más tarde, cuando ya empezaba a apestar, y lo enterraron en el pequeño cementerio del convento.
Theodore hace una pausa en su relato y Daphne busca inconscientemente su mano. La historia deja de causar tanto desasosiego a la joven cuando él se la estrecha un poco.
—¿Y ya está?—resopla Draco—. Pues vaya mierda de historia de miedo.
Theodore sonríe un poco.
—La historia interesante empieza ahora—aclara. Pansy se pega a Blaise, y los ojos del joven brillan, triunfantes, cuando logra encerrar a la muchacha entre sus brazos. Greg se da cuenta y suelta un gruñido despectivo antes de volver a mirar a Theodore—.
»Unos años después de la muerte del párroco, se fundó la empresa Nimbus, de escobas—todos vuelven a asentir—. Todo el mundo sabe que al principio no tuvo éxito. Pero no muchos se han dado cuenta de a qué se debió. Devlin Whitehorn, el creador de la franquicia, decidió demoler la iglesia muggle, junto con el convento, y construir su pequeña tienda de escobas ahí. Aunque más que una tienda, ese edificio se debería considerar un bloque de hormigón hueco—todos lo comprenden cuando piensan en el lugar. Esa construcción apenas tiene ventanas, y muros tan gruesos como dos Daphnes.
»Obviamente, para remodelarlo tuvieron que derribar los muros. Encontraron cosas francamente macabras…
—¿Como cuáles?—inquiere Draco, incapaz de disimular su interés. Astoria se ha hecho un ovillo, con las piernas encogidas y los brazos rodeando sus rodillas.
—Esqueletos humanos, de bebés y niñas pequeñas—todos se estremecen y Theodore sonríe un poco más, sabiendo que ha logrado el efecto que deseaba, aunque Daphne nota que aferra su mano con más fuerza, como para reconfortarla—. Dedujeron que las mujeres, cuando se quedaban embarazadas y no deseaban al niño, entraban en el convento y abortaban o mataban a los bebés al poco tiempo de nacer, y luego los emparedaban. Respecto a las niñas, existe la teoría de que los párrocos, que entre los muggles tienen fama de pedófilos, violaban a las niñas y las mataban para que no dijeran nada, lo cual explicaría que también estuvieran ahí sus cadáveres.
»Ése fue uno de los motivos por los que el primer intento de Whitehorn salió mal. Se corrió la voz de los macabros hallazgos. Además, durante años habían ocurrido extraños sucesos en esa zona; el más oscuro, el ahorcamiento de un mago de unos veinte años que vivía cerca del lugar, que dejó escrito que estaba aterrado porque algo quería matarlo. Lo dieron por un suicidio, pero ¿por qué iba a hacer eso alguien que precisamente teme que lo asesinen?—deja la pregunta en el aire a propósito, escuchando el silencio. Ninguno de los presentes se atreve apenas a respirar.
»Lo peor fue cuando comenzaron a trabajar. Cosas que cambiaban de lugar, herramientas que desaparecían sin más… al principio pensaron que eran explosiones de magia involuntaria del bebé de una de las empleadas, que se lo llevaba para no dejarlo solo… pero los días en los que la mujer encontraba a alguien que lo cuidara también ocurrían esas cosas. Y por las noches, el guardia escuchaba pasos, voces, discusiones… y el edificio estaba vacío.
»Whitehorn no tuvo más remedio que trasladar su tienda, que había sido todo un fracaso, a otro emplazamiento. Durante dos años, el edificio estuvo abandonado.
»Y se repitió la historia, pero con otro negocio: la política. El edificio se convirtió en una sede del Ministerio, pero no duró mucho. Ocurrían cosas más preocupantes: manos invisibles que arrastraban a la señora de la limpieza por el pasillo, chillidos en el oído que nadie sabía de dónde venían… Los funcionarios estaban aterrorizados, y con razón.
»El hecho que obligó al Ministerio a trasladar su sede ocurrió apenas seis meses después de que el edificio comenzara a tener funciones administrativas. Esa noche, se oyeron gritos en las casas vecinas; incluso con los hechizos anti-muggles, ellos oyeron los alaridos de terror de un funcionario que guardaba la entrada al Departamento de Misterios, situado en el sótano. Pero nadie, ni brujo ni muggle, tuvo valor para ir a ver qué ocurría.
»Al día siguiente lo encontraron muerto. Había sufrido un ataque al corazón. Encontraron una pluma en una mano, y en la otra un pedazo de pergamino en el que decía "Benedict". Benedict era el nombre del párroco que enloqueció y murió unos años antes, cuando el edificio era aún una iglesia.
»El edificio fue desalojado en menos de una semana, y el Ministerio situó su sede en el lugar en que se encuentra hasta hoy. No obstante, aún hay gente, muggle y mágica, que asegura que ocurren cosas extrañas en la construcción, y que las provoca el fantasma del padre Benedict.
—Pero eso no puede ser. Los fantasmas no pueden cambiar cosas de sitio—rebate Blaise.
—Y los poltergeists nunca hacen verdadero daño—agrega Greg—. Bromas de mal gusto, sí; pero no matan a nadie.
—No todos los muertos son fantasmas y poltergeists—replica Theodore en tono misterioso. Se recuesta en el sofá—. Bueno, ¿más historias?
Todos se quedan en silencio, reflexionando sobre lo que acaban de oír. Quizá lo que más haya conmocionado y sorprendido a Daphne sea que nada de lo que conoce puede por sí mismo conformar una explicación lógica a la historia que ha contado Theodore. Parece increíble, y sin embargo…
—¡Cuenta otra!—pide Astoria, que ya parece haberse recuperado del desasosiego de la primera. Daphne la mira con sorpresa. Desde luego, para tener dieciséis años, su hermanita no es precisamente la muñequita frágil que tanto adoran sus padres.
—Bah, yo me sé una, pero comparado con ésa es una tontería—comenta Blaise. Astoria resopla.
—¡Pues entonces, vamos a ver si es verdad lo de las cosas raras!—propone.
—Astoria, vete a tu cuarto y no digas memeces—replica Daphne. No tiene el menor deseo de acercarse a lo que quiera que haya en ese lugar. El espíritu de un cura violador y loco no es algo que le interese especialmente ver.
—Pues es buena idea—Astoria sonríe a Blaise cuando encuentra en él a un cómplice—. Venga, no tenemos nada mejor que hacer.
—¿No somos mayorcitos para explorar casas encantadas?—replica Draco mordazmente, observando a Astoria con irritación.
—Cuando tuvimos edad, había una guerra, así que hay que recuperar el tiempo perdido de alguna manera—replica Blaise—. Y la dulce Astoria tiene la edad justa y adecuada para hacer tonterías, así que ¿por qué no?
En ese momento, Daphne Greengrass detesta profundamente a su amigo y su hermana.
Blaise no sabe por qué le atraía tanto la idea de visitar ese lugar abandonado y, según Nott y su historia, maldito.
Lo único de lo que está seguro es que la adrenalina que ya empieza a correr por sus venas ante la expectativa de una aventura –porque no sólo los Gryffindors tienen derecho a hacer estupideces; es algo propio de los jóvenes, independientemente de ser brujos o muggles, o de la casa en la que estén– es deliciosa. Y a él, que siempre le han gustado los misterios, que cuando algo le interesa lo investiga hacia la saciedad –tanto es así, que ya se sabe de memoria las expresiones faciales de Pansy y su significado y matices–, le encanta. Con todas las letras, en mayúscula y subrayado. Por una vez, puede olvidar que es un paria por haber perdido una guerra que nunca deseó. Está con sus amigos. Amigos un tanto extraños –sólo hay que ver a Nott–, pero amigos, al fin y al cabo.
La tormenta casi ha amainado, pero está anocheciendo y aún caen algunas gotas sobre ellos, que Pansy mira con rabia porque le están estropeando el pelo, Astoria saborea con su alegría casi infantil teniendo en cuenta que tiene dieciséis años y a Daphne y el resto le son totalmente indiferentes.
Blaise observa el edificio. Sí, Nott tenía razón cuando lo ha definido como un bloque de hormigón hueco. Las paredes que cubren los cuatro pisos dan la impresión de ser bastante gruesas, por no hablar de que apenas tiene ventanas, y éstas más bien deberían considerarse agujeros cuadrados. La puerta está forzada y entreabierta, quizá por otros jóvenes que ya hayan entrado ahí para vivir su aventura particular. El olor de la adrenalina que supuran los siete muchachos se mezcla con el de la lluvia.
—Bueno, ¿vamos?—sugiere Astoria, entusiasmada, dando pequeños saltitos.
Blaise asiente y entra el primero. Lo siguen Draco y Greg, y después Pansy y Daphne, que lleva a Astoria agarrada del codo por si se le ocurre despistarse. Theodore cierra la marcha, aparentemente indiferente al hecho de que acaben de entrar en un lugar en el que ocurren cosas extrañas, aunque ante ojos atentos se aprecia que mira hacia atrás con más frecuencia de la habitual y que sus movimientos delatan una inquietud no confesada.
Lo primero que ven es una amplia recepción. Al fondo hay unas escaleras enormes, imponentes, con ese brillo desvaído que da el lujo de antaño, que llevan a los pisos superiores, y dos pasillos, uno a la derecha y otro a la izquierda. Apenas entra luz en el lugar, por lo que todos sacan sus varitas y las encienden automáticamente.
Como no sabe qué mirar detenidamente antes, Blaise se decide por el suelo revestido de madera.
Y palidece.
Está lleno de arañazos. Como si alguien hubiese sido arrastrado y hubiese luchado con uñas y dientes para evitarlo. O como si alguien caminase arrastrando unas garras enormes. Blaise piensa en la cantidad de seres que podrían dejar esas marcas, pero sus teorías se van al traste cuando descubre, apenas visible entre el polvo que cubre el suelo, sangre. El joven traga saliva.
—¿Dónde murió el guardia?—inquiere Greg con curiosidad. Aparentemente, él no tiene miedo. O no se ha fijado en lo que tienen bajo los pies.
—En el sótano—responde Astoria rápidamente, que ha escuchado la historia de Theodore sin perderse ni una palabra—. En el mismo lugar en que encontraron muerto al padre Benedict.
—Pues vamos—Greg echa a andar hacia la derecha, pero Pansy lo coge del hombro, alarmada. Él la mira con ceño—. ¡Eh! ¿Qué…?
Pero Greg no continúa. Y todos comprenden por qué se ha callado.
Por la escalera bajan unas voces. Si se concentra, Blaise puede distinguir a dos hombres y una mujer, pero no entiende lo que dicen. Sí que se puede dar cuenta de que están discutiendo. El aliento se le congela en la garganta. El edificio estaba vacío… ¿no?
—¿Quiénes son?—inquiere Draco en voz baja. Inconscientemente, se ha ido pegando más a Greg. Igual que Daphne a Pansy, Astoria al rubio y el propio Blaise al resto de sus amigos.
—Quizá también hayan venido a entretenerse—sugiere Daphne con un hilo de voz. Es obvio que está aterrada. Entonces suelta un gemido ahogado—. ¿Dónde está Theo?
Todos miran alrededor, pero no hay ni rastro de su amigo más callado. Blaise intenta convencerse de que quizá Nott, silencioso y extraño como él solo, se ha acojonado y ha puesto pies en polvorosa antes que nadie y ya está en la calle.
—A lo mejor ha salido—expone Greg su teoría por él. Apenas se dan cuenta de que la discusión de los tres desconocidos ha cesado.
—Me hubiera…—Daphne ya no puede disimular su miedo—. Lo hubiera dicho. ¿Dónde está? ¡Theo!—lo llama, asustada—. ¡Theo!
BUM.
El sonido proviene de arriba. Quizá del piso más superior. Es como si algo enorme se hubiese caído. O chocado contra la pared. Los jóvenes miran al techo, alarmados.
—A lo mejor ha subido—sugiere Draco sin mucha convicción—. Puede que por… por otras escaleras.
—Vamos—Astoria ya no parece tan emocionada por explorar el edificio maldito. Da la impresión de que ver a su hermana asustada ha hecho que ella también se dé cuenta del peligro que corren.
Hechos una piña, sin que ninguno desee ser el primero ni el último –aun así, Draco y Blaise encabezan la comitiva y Greg la cierra–, los seis adolescentes se encaminan hacia las escaleras. Daphne tiene agarrada a Astoria con tanta fuerza que le hace daño, pero su hermana no se queja, sólo se aferra a Draco con su brazo libre, mientras que Pansy da una mano a Daphne y apoya la otra, que sujeta la varita, en el hombro de Blaise. Greg tiene una de sus manazas en la cintura de Daphne, y con la otra sujeta su varita y apunta a todos lados, intentando disimular su temblor.
Suben hasta el primer piso. Ante ellos tienen un pasillo larguísimo, con puertas entreabiertas a los lados y cortado por la mitad por otro transversal. Blaise alza su varita para iluminar todo lo posible.
Entonces, rápido como un rayo blanco, algo sale de una habitación y se acerca a ellos. Los jóvenes gritan y retroceden hasta que se encuentran con la pared para frenar su huida, y una maldición proveniente de la varita de Greg cruza el pasillo y atraviesa esa cosa.
Sea lo que sea, se desvanece cuando está a punto de alcanzarlos. Todos alcanzan a oír una risa despectiva antes de que la puerta más cercana se cierre de un portazo. El chillido de Pansy ahoga los del resto de sus compañeros.
—¡Vámonos!—ruega—. Por favor, vámonos, vámonos de aquí, Theo tiene que estar fuera, por favor…—gimotea.
Blaise la rodea con los brazos en un intento de tranquilizarla. No lo logra, ni por asomo, pero al menos Pansy deja de suplicar que salgan de ahí y se queda aferrada a él, temblando y soltando quedos sollozos.
—Tenemos que encontrar a Theo—musita Blaise, que también está asustado, pero supone que ha de disimularlo—. Y luego nos largamos de esta mierda.
Tanto a él como a los demás les queda claro que utilizar esa palabra para referirse al lugar en el que están no es la mejor idea que se le podía haber ocurrido. Blaise nota cómo algo frío, algo que no puede calificarse sino de muerto, lo agarra por el tobillo y tira de él.
El muchacho pierde el equilibrio y cae al suelo, mientras eso lo arrastra, alejándolo de sus compañeros. Greg se agacha y agarra su brazo, tirando de él. Blaise nota las dos fuerzas: por un lado, Gregory, intentando acercarlo a ellos; por el otro, la mano invisible del padre Benedict, fría, muerta, que trata de alejarlo de sus compañeros.
Para horror de Blaise, pierde Greg. Su brazo se escurre entre los grandes dedos de su amigo. Gritando, aterrado, el joven intenta evitar que eso siga arrastrándolo, aferrándose al suelo y levantándose las uñas. Atina a ver a Greg y los demás haciendo un amago de seguirlo, pero luego escucha un chillido y comprende que ellos también tienen problemas.
Su resistencia no tiene éxito. El padre Benedict lo arrastra con insultante facilidad a una de las habitaciones. Blaise mira alrededor y descubre que está en una especie de taller, con herramientas abandonadas. Sin embargo, cuando intenta salir, la puerta por la que ha entrado se cierra de repente, con violencia.
—¡Abre!—ordena a eso, asustado—. ¡Déjame salir! ¡Draco! ¡Pansy, Greg, Daphne! ¡Astoria! ¡Theodore! ¡Sacadme de aquí!
Escucha sus gritos amortiguados, pero se da cuenta de que no le están respondiendo; es más bien como si chillaran de terror.
Y entonces lo oye.
Es un aliento tan frío como la muerte, que acompaña un grito en su oreja. Blaise alcanza a identificar la voz como una de las que ha oído discutir y suponer, aunque desprende demasiado rencor para ser humana, que su propietario es un anciano.
—Os arrepentiréis…
El joven no sabe nada más.
Mientras algo invisible arrastra a Blaise por el pasillo, Astoria ve en el techo luces redondas que se mueven, haciendo zigzag y sin una dirección fija. Sus ojos grises se quedan clavados ahí, aterrados. Es entonces cuando se percata de que las luces no están yendo a ningún lado. Están escribiendo.
—O… Os….
—¡Astoria!—exclama Daphne, asustada.
La muchacha se da cuenta de que no son las letras lo único que se mueven. Nota una caricia en el pelo y un aliento frío en la nuca. Mira a su hermana y sus amigos, que se han separado de ella. No, se corrige. Mientras trataba de descifrar lo que estaban escribiendo las luces, es ella la que se ha alejado del grupo unos cinco metros por el pasillo. No le importa en ese momento. Está lívida de terror. Y aún más cuando algo le acaricia el cuello.
Y no puede resistirlo más. Con un chillido, echa a correr hacia ellos, pero tropieza con algo (pese a que juraría que no había nada en el pasillo cuando Blaise lo ha iluminado) y cae al suelo. Sin querer correr la misma suerte que el joven, Astoria se levanta rápidamente y se refugia en los brazos de la primera persona que encuentra, que resulta ser Draco Malfoy. El rubio le da unas palmaditas en la espalda, sin saber muy bien cómo consolarla, hasta que Daphne lo aparta y toma el relevo.
—Por Salazar, vámonos de aquí—susurra Greg, cuya expresión asustada contrasta extrañamente con su corpulencia.
—Tenemos que rescatar a Zabini de esa cosa y encontrar al gilipollas de Nott. Y como esté fuera y esto sea una broma, lo mato—jura Draco, sin apartar la vista de la menor de las Greengrass. Astoria comienza a sentirse vigilada por algo más que el rubio, mientras un horror creciente ante la idea de estar más tiempo en ese lugar se apodera de ella. Sin embargo, Pansy, por su parte, traga saliva y también asiente.
—Yo quiero irme—susurra Astoria, aterrada—. Por favor. Quedaos vosotros, pero yo quiero ir a casa.
—Alguien podría desaparecerse con ella a nuestra casa—sugiere Daphne.
—Yo—Pansy se acerca a Astoria y la toma de la mano. No obstante, cuando gira sobre sí misma no se esfuma, sino que está a punto de caer al suelo—. No puedo—musita.
—Debe de ser porque aún hay hechizos anti-aparición, de cuando el Ministerio estaba aquí—especula Daphne. Astoria suelta un sollozo.
—Merlín, niña, deja de llorar—resopla Draco, exasperado. A Astoria se le llenan los ojos de lágrimas de nuevo; detesta que le hablen así—. No va a pasar nada. Encontramos a Zabini y Nott, volvemos a tu casa y si quieres te leo un cuento para que te duermas, nena. ¿Sí?
—No le hables así a mi hermana, Malfoy—le espeta Daphne, repentinamente enfadada. No obstante, su cabreo no puede ocultar el pánico que invade sus ojos grises desde que Theodore ha desaparecido—. Vamos a encontrar a Theo y a Blaise y luego nos vamos a casa, ¿vale, Astoria?
Su hermana asiente y se aferra a su mano.
La idea más lógica sería ir a rescatar a Blaise, que, pese a no estar seguros de tras qué puerta se lo ha llevado el padre Benedict, saben que está en ese piso. Pero cuando Greg empieza a andar hacia ahí y los demás se disponen a seguirle, escuchan con claridad el grito aterrado de Blaise:
—¡Abre! ¡Déjame salir! ¡Pansy! ¡Draco, Greg, Daphne! ¡Astoria! ¡Theodore! ¡Sacadme de aquí!
Y luego, un golpe sordo que termina con los gritos de su amigo.
—Vamos—murmura Draco, pese a que su rostro tiene tan poco color como los del resto.
No obstante, antes de que reanuden la marcha, todos ven, con toda claridad, algo negro y enorme que se acerca a ellos desde el fondo del larguísimo pasillo. Astoria lo reconoce como un enorme fichero. La muchacha está a punto de desmayarse cuando comprende que eso pesa al menos trescientas libras. Daphne y el resto reaccionan por ella y corren hacia las escaleras para subir al piso siguiente. Escuchan un enorme estruendo que indica que el fichero se ha estrellado en la pared, donde deberían haber estado ellos.
Cuando llegan a la planta, sin embargo, se encuentran con que ahí no hay largos pasillos. Es como si ahí hubieran existido oficinas separadas por esas mamparas de papel. Y como si las hubieran destrozado. Hay multitud de objetos fuera de su lugar: mesas volcadas, pergaminos desperdigados y sillas completamente hechas añicos.
—¿Theo?—musita Daphne, dudosa. Suelta a su hermana y se aventura a dar un paso lejos del grupo. No ocurre nada, así que da otro—. Theo, si estás ahí, sal; esto no tiene gracia y a ti ni siquiera te gustan las bromas—confiada quizá porque no haya pasado nada, se aleja unos metros de sus amigos—. Theo… ¡AH!
Daphne da un salto cuando lo que queda de una silla de madera se mueve unos metros hasta estamparse en uno de los muros de hormigón, como si alguien le hubiera dado una patada. Sólo que no hay nadie. Entonces mira a sus amigos, dispuesta a volver a ellos, pero para su sorpresa los descubre lívidos.
—Daphne, tú… ahí… detrás…—intenta explicar Pansy, con un nudo en la garganta.
La joven intuye lo que quiere decir su amiga. No obstante, no quiere verlo. Astoria observa cómo, sin embargo, su hermana se gira lentamente para encarar lo que ellos ya han visto.
Todos están habituados a ver fantasmas; en Hogwarts hay decenas de ellos. Pero éste es distinto; ni siquiera están seguros de que pueda ser catalogado como fantasma, pero lo que sí saben es que es infinitamente peor. Está vestido con hábitos típicos para oficiar una Eucaristía, ropas raídas y rotas. Tiene una nariz aguileña, delgada y pequeña, unos ojos pequeños, entrecerrados, acusadores… pero lo peor es su boca, que conforma una sonrisa demasiado amplia, horrorosa, enloquecida.
Daphne grita. Y grita, y grita, pero no es capaz de moverse, está demasiado aterrorizada. Eso se acerca a ella lentamente. Sin andar; parece que se desliza por el suelo. Greg es el único capaz de acercarse a ella y tirar de su brazo para alejarla. Luego, todos juntos retroceden, al tiempo que el padre Benedict avanza hacia ellos. Los jóvenes se encuentran con la pared para frenar su huida.
Y, justo cuando el espectro está tan cerca de los cinco que podría soplar para apartarles el flequillo de la frente, las luces de sus varitas se apagan súbitamente.
—¡Me cago en la puta!—sisea Draco intentando iluminar la estancia, enfadado y aterrado. En la oscuridad a la que sus ojos aún no se han habituado del todo, rota sólo por la débil luz que se cuela por las escasas ventanas, Blaise percibe los aspavientos del rubio para encender su varita—. Joder… ¡Lumos! ¡Lumos! ¡Incendio! ¿Por qué cojones no se enciende?
—Es eso—susurra Pansy en voz baja—. No quiere que haya luz, y la está quitando.
—Y una mierda—murmura Greg, que siempre ha tenido la cabeza demasiado dura como para sentir demasiado miedo en ocasiones que lo merecen—. ¿Me escuchas? ¡No vas a hacernos nada, hijo de puta!
—No blasfemes.
Todos se quedan quietos, porque ninguno de ellos ha pronunciado esas palabras. Sin duda, la única criatura a la que pueden atribuir esos actos es eso. El padre Benedict. O lo que queda de él.
—¡ESTOY HARTA!—chilla entonces Astoria, soltándose bruscamente de su hermana. En la oscuridad, tropieza con algo, trastabilla y está a punto de caerse—. ¡YO ME VOY!, ¿ME OÍS? ¡ME LARGO DE AQUÍ! ¡NO QUIERO SABER NADA MÁS DE TODO ESTO! ¡QUIERO VOLVER A CASA!
—¡Astoria, no!—la previene su hermana, pero todos escuchan los pasos de la menor de las Greengrass bajando las escaleras a todo correr, aterrada—. ¡Astoria, ven aquí! ¡Ven!
—¡NO, DAPHNE! ¡NO VOY! ¡YO ME VOY A CASA! ¡AHORA MISMO! ¡ANTES DE QUE ÉL VUELVA A TOCARME! ¡VOY A…!
Draco, Greg, Pansy y Daphne nunca llegan a enterarse de lo que iba a hacer Astoria Greengrass. Un fuerte golpe pone fin a sus palabras. Daphne grita su nombre, asustada, y lo único que impide que corra tras ella es el fuerte agarre de Pansy y Greg. Se retuerce e intenta liberarse, mientras las lágrimas bajan, por fin, por sus mejillas.
—¡Daphne, espera…! ¡Eh, Daphne, vamos…! ¡Ahora vamos a por ella, de verdad!—intenta calmarla Draco, sin éxito. La joven está fuera de sí, demasiado aterrada para razonar. Han desaparecido su novio y su hermana y acaba de ver el rostro fantasmal, muerto, de un cura con afición por violar niñas y después emparedarlas. No está en condiciones de tranquilizarse.
—¡Es mi hermana! ¡Y esa cosa va a…!
Pero otro grito ahoga el de Daphne. Uno perteneciente a la persona por la que han subido dos pisos. Y proviene de debajo de ellos.
—¡No! ¡No!—escuchan chillar a Theodore. El sonido les hiela la sangre; nunca han oído al joven levantar la voz, mucho menos han sentido tanto terror impregnado en las palabras que escuchan, dando la impresión de que le desgarran la garganta al muchacho.
—¡Theo!—grita Daphne, reconociéndolo, más asustada que antes, casi con pánico.
—¡Vete! ¡VETE! ¡NO TE ACERQUES! ¡Desmaius! ¡Sectumsempra! ¡Crucio! ¡VETE!
Notas de la autora: Este primer capítulo tiene exactamente 4890 palabras. Ésta es la primera historia de terror que escribo, así que no sé si habréis pasado miedo leyéndolo. Desde luego, yo lo he pasado escribiéndolo…
¿Qué creéis que le ha pasado a Theodore? ¿Y a Blaise? ¿Y a Astoria?
