CHARLAS CON TERRY GRANDCHESTER

LOS ABUELOS

Por Fénix y Lee.

Sirenas de la Atlántida de Terry

Los pájaros trinan en las ramas de los frondosos árboles que cubren el jardín del restaurante italiano, dando una fresca sombra a las mesas llenas de comensales que buscan encontrar un refugio a sus agitadas vidas citadinas. Terry Grandchester y Karen Klaisse ocupan una de esas mesas, aprovechan el día de descanso que a ambos les fue concedido al final de una de sus más exitosas temporadas teatrales hasta la fecha. Karen le habla a Terry sobre sus planes de visitar a su abuela en Florida una vez que la temporada haya concluido. Terry se siente avasallado por la ternura que se dibuja en el rostro de su amiga al hablar de Claire, su abuela materna, con quien mantiene una relación muy estrecha desde la infancia; y al mismo tiempo comienza a experimentar un sentimiento parecido a la envidia. No es un sentimiento bajo, es una sensación de dolor por no haber tenido él mismo la oportunidad de contar en su infancia y a lo largo de su vida, con un abuelo o una abuela que compartiera con él su sabiduría, su cariño, su protección.

Karen habla de la deliciosa comida que su abuela preparaba para la familia en Navidad o Día de Gracias, de los cuentos fantásticos que escuchó salir de aquellos labios cariñosos, de las golosinas que sus padres le prohibían y que Claire guardaba celosamente en algún escondite secreto del que sólo ellas dos sabían para después comerlos juntas a hurtadillas y entre risas de complicidad. En algún momento de la plática, la mirada de Terry se pierde en el follaje de la espesa hiedra que cubre una pared situada a espaldas de Karen, tratando de encontrar en su memoria, sin éxito, algún recuerdo parecido a aquellos que su amiga le relata. Karen nota la melancolía de Terry y siente que el corazón se le hace nudos. Ella comprende porque lo conoce, porque sabe su historia, y le permite permanecer en ese viaje al pasado hasta que el mismo Terry rompe el silencio, más hablando para sí mismo que para su interlocutora.

- El abuelo Grandchester murió cuando yo era un niño, y estoy seguro de que murió deseando que yo jamás me convirtiera en heredero de su noble título. El hecho de ser hijo de la "americana indecente" me restaba abolengo a pesar de que por mis venas corría y corre sangre tan Grandchester como la de él mismo. Recuerdo que siempre le demandó a mi padre que me tratara con toda la rigidez que fuera necesaria para borrar cualquier vestigio que de mi madre pudiera quedar en mí. – Los ojos de Terry siguen sin mirarla. – Acudí a su funeral, todavía puedo recordar las caras largas de todos mirándome con una extraña mezcla de indignación y vergüenza.

- ¿Tu padre y tu abuela lo permitían? – Se atrevió a preguntar Karen, interrumpiendo el romance entre los ojos de su amigo y la hiedra a sus espaldas. Terry la mira como si descubriera de repente que no está solo pero continua hablando.

- Mi padre… bueno, tú sabes como es él, siempre incapaz de hacer algo que contradiga los principios de sus padres. La abuela, por su parte, siempre procuró que yo recibiera la educación necesaria para que pudiera cumplir con lo que sería mi destino, así que con ella tampoco tuve un trato amistoso. Algunos años después de que el abuelo murió, ella cayó enferma, se le detectaron los primeros síntomas del alzheimer, fue retirada a una casa de descanso a las afueras de Londres y después de algunos años, murió. Yo no fui a sus funerales porque ya vivía en Nueva York y había roto cualquier nexo con los Grandchester en Inglaterra.

- Pero… ¿nunca hubo nada con ellos? ¿Algún buen recuerdo? – pregunta Karen inquieta ante el doloroso relato de aquel hombre que parecía volverse niño al hablar de esos recuerdos.

- No, nada. Siempre fueron muy fríos, muy apegados a las costumbres de la corte inglesa. – Una sonrisa irónica de medio lado se esboza en los labios de Terry al decir:- si en estos días logras ver que la reina sonríe, se debe a que Diana se cruzó en el camino de su familia. Ahora los Windsor piensan que se debe mostrar al pueblo que sus soberanos tienen sentimientos, que pueden reír y llorar. En los tiempos de mis abuelos, las cosas eran mucho más estrictas.

- Entiendo. Disculpa que te lo diga, pero qué flojera llevar una vida así, llena de convencionalismos y prejuicios estúpidos – dice Karen indignada, cruzando rudamente sus brazos sobre su pecho y poniendo en su rostro una expresión de aburrimiento.

- Yo también lo pienso – coincide Terry – pero eso no es exclusivo de la realeza. Por ejemplo, el abuelo Baker repudió a mi madre por su condición de divorciada. Fue hasta en su lecho de muerte que pude verlo, yo tendría unos veintidós años.

- Vaya, por lo menos pudiste conocerlo. Dime algo, ¿por lo menos se arrepintió?

- No lo sé. Verás, una tarde le avisaron a Eleanor que el abuelo estaba muy grave, decidió viajar para acompañarle en sus últimos días y yo fui con ella. Al principio hubo una controversia entre si debía entrar a verlo o no, algunos de sus hermanos pensaban que no era lo correcto pero la abuela Baker intervino. Finalmente mi madre entró y lo vio por última vez. Después de un par horas ella salió a buscarme, me pidió que entrara para que conociera al abuelo y él me conociera a mí pero en ese momento una hermana suya salió llorando diciendo que él ya había fallecido… así que nunca me vio.

- Es una lástima – dice Karen conmovida.

- Tal vez fue lo mejor. Muy probablemente él hubiera visto lo que ya me habían hecho notar algunos de los familiares que estaban ahí: "Tiene los mismos ademanes de ese hombre", "Es igual de arrogante que él" – exclama Terry imitando el estilo de los que cuchichean.

- ¡¿Qué el mundo entero es idiota?! ¿No hay quien pueda ver en ti todo lo bueno que llevas dentro sin dejarse llevar por prejuicios estúpidos? Unos por nobles y otros por plebeyos pero todos pre juiciosos – vocifera Karen ante la sonrisa divertida de Terry al ver su reacción.

- Calma Karen, no todos tuvieron la misma reacción – dice Terry en tono conciliador, tratando de calmar el veleidoso carácter de su amiga. Sabe que si ella reacciona de esa manera es por que le duele que lo menosprecien-. Una tía y la abuela Baker no hicieron esos comentarios. ¿Sabes? Cuando mi abuela me miró por vez primera me dijo que tenía yo los ojos de mi abuelo y en ese instante comenzó a llorar. Me dijo que se sentía feliz de tener la oportunidad de conocerme y que lamentaba haber permitido que pasaran tantas injusticias en mi vida, pero que ella había sido educada para obedecer a su esposo.

- ¿Con ella sí lograste una buena relación? – pregunta Karen ya más calmada y verdaderamente interesada en el relato de su amigo.

- Sí. Ella ya es muy anciana y no nos vemos con frecuencia pero se alegra de verme siempre que me es posible visitarla.

- Si se parece a tu madre debe ser muy dulce.

- Sí, creo que mucha de la bondad del corazón de Eleanor le viene de su madre.

- ¿La visitas a menudo?

- No tanto como quisiera. Vive en un lugar lejano y apartado del mundo, no hay muchos medios para llegar a la hacienda donde vive con una de sus hermanas y dos primas suyas, todas ya han enviudado y al no querer ser una "carga para sus hijos" se fueron a vivir juntas.

- Nunca te había escuchado hablar de tus familiares fuera de tus padres y alguna vez de tu abuelo paterno – afirma Karen buscando en su buena memoria algún recuerdo de Terry hablándole sobre su familia.

- A veces me dejo llevar tanto por mi soledad, que me olvido que allá afuera hay otros que tienen mi sangre, o mejor dicho yo tengo la sangre de ellos a pesar suyo – dice el actor en tono de broma arrancando una sonrisa de los labios de su amiga y después de un silencio añade: - creo que en cierta medida los Baker son mucho mas nobles de sentimientos que los Grandchester, aunque le guarden un rencor muy grande a mi padre por su abandono. El Duque humilló el nombre de la familia y nunca hizo nada por cambiar las circunstancias.

- Entiendo. No debió ser fácil para ellos aceptar que tu madre fuera una mujer divorciada cuando los prejuicios sociales castigan tan duramente a las mujeres en esa condición y a sus familias.

- Es cierto. ¿Sabes? Ahora que lo pienso, sobre la abuela Baker hay muchas cosas muy lindas. Gracias a ella conozco la infancia de Eleanor. Un día me contó que desde niña le gustaba declamar poemas. Creo que de ahí me viene lo "abuelito" – dice Terry en tono juguetón, haciendo alusión a que Karen siempre le ha llamado así por ser, a su juicio, aburrido y antisocial, además de gustar de declamar versos en sus fiestas de cumpleaños. Las carcajadas de ambos no se hacen esperar. Karen no puede parar de reír y, por algunos minutos, los dos se sienten felices y relajados.

- Eleanor le declamaba versos a la abuela y esta siempre lloraba por la emoción que mi madre le despertaba – apunta Terry una vez que el ataque de hilaridad ha pasado. - También le decía que soñaba con ser todas las chicas de las historias que encontraba en los libros de la biblioteca del abuelo. Mi madre soñó desde muy jovencita con ser Julieta para vivir el amor al extremo.

- Tu madre es afortunada. Todas las mujeres deseamos en algún momento ser Julietas, pero no todas lo consiguen.

- Y qué me dices de ti ¿eh? Tú también fuiste Julieta, una muy bella, por cierto – el tono de Terry es sincero y Karen lo sabe, sabe que a pesar de que muchas veces pelean, él la tiene en un gran concepto y ella le corresponde absolutamente.

- Tienes razón. Y, bueno… si el Romeo eres tú la cosa se pone más atractiva – dice Karen guiñando un ojo. Terry ríe nuevamente sin tapujos.

- En su momento me gustó mucho ser Romeo, y me imagino que ella también disfrutó ser Julieta – la admiración por su madre se filtra en las atractivas facciones del actor.

- Sí, es algo lleno de magia ser el o la protagonista de una historia tan bella, tan triste y tan universal. En eso Eleanor, tú y yo coincidimos, los tres somos afortunados.

- Así es. ¡Ah! y también recuerdo que la abuela me contó alguna vez que mi madre y una de sus hermanas montaban pequeñas representaciones para celebrar ciertas fechas como navidad, acción de gracias. Eran algo así como las hermanas March. También me contó que siempre vivía soñando con el príncipe azul, que cuando fuera mayor se casaría enamorada, que le daría al hombre de su corazón todos los hijos que Dios les quisiera dar y que enseñaría a cada uno a amar y a respetar a su padre. Creo que esa parte de sus sueños no se cumplió. – El dolor y la melancolía se reflejan nuevamente en los ojos de Terry.

- ¿Tu abuelo siempre se opuso a que ella fuera actriz?

- ¡Por supuesto!, para el abuelo la profesión actoral no era buena porque te lleva a vivir las bajezas del mundo, creo que su opinión giraba en torno a la desprestigiada imagen de los actores, inestabilidad, escándalo, en fin. Tú y yo sabemos bien de eso.

- Cierto. Pero no hablemos más de cosas tristes. Mejor prométeme que irás a visitar a tu abuela igual que yo haré con la mía. Es más, le compraré un regalo, se lo llevarás en tu nombre y luego, a nuestro regreso, hablaremos hasta el amanecer sobre ellas. ¿Qué te parece?

- Es una idea estupenda.

Terry mira a su amiga con infinita dulzura, le agradece en esa mirada que le escuchara y le comprendiera, que le permitiera compartir con ella cosas que no podía decir a cualquiera. Ella a su vez, le agradece la confianza. Son dos solitarios pero han aprendido que, si juntan sus soledades, el resultado es un profundo cariño y una agradable sensación de compañía.