El viento había cambiado.Se podía sentir en los huesos que ya no eran las corrientes cálidas de Vvarden las que impulsaban las velas del barco. Bordeaban Solstheim y los fríos vientos del norte se levantaban, guiándoles hacia la costa de Skyrim.Y aún así, las heladas ráfagas de cenizas que venían con el aire y el cielo rojo parecían perseguirles allá a dónde fueran, como si quisiesen recordarles el desastre que habían dejado atrás. Habían partido de Sadrith Mora hacía más de una semana, cuando la Montaña Roja entró en erupción...El volcán había seguido vomitando lava desde entonces. A veces llegaban noticias... Decían que los Ashlands habían quedado completamente arrasados. Que Balmora y Ald'Ruhn estaban destruídas... Todo el páramo de Vvarden había sido devorado por el fuego del volcán... Circulaban rumores acerca de algo originado en Vivec, algo incontenible que había provocado aquello...un experimento mágico... Incluso algunos afirmaban que la Baar Dau había caído... Pero ya poco importaba... Parecía que la maldición de Azura seguía persiguiéndoles, que seguían pagando la rebelión contra los dioses y la osadía del Tribunal.Y ahora los dunmer habían perdido su hogar.La pesadumbre y el dolor llenaban el barco. Lo habían perdido todo... El hogar, el trabajo de toda una vida, los amigos y familiares que habían tenido menos suerte que ellos. Los elfos oscuros solían sentirse extremadamente unidos a su tierra, aunque en aquel barco se encontraba la mayor excepción a la regla. Una dama de la gran casa Telvanni que había subido al barco acompañada de dos pequeñas mestizas de no más de tres años. Se llamaba Lal y aún se consideraba muy joven para lo que eran los estándares de los elfos. Y sin embargo había visto demasiado, demasiado para cualquier humano o mer... Y ahora cada vez que levantaba la vista hacia el cielo o hacia las costas de Morrowind en la lejanía el recuerdo del plano de Oblivion volvía a su mente.Las tres dunmer se mezclaban entre los otros refugiados, sin llamar la atención. Vestían largas túnicas de tonos marrones y llevaban el pelo trenzado a la manera tradicional... Nadie que las viese podría relacionarlas con la casa Telvanni. La mayor renunciaba al nombre de su casa para siempre, por la seguridad de las pequeñas... Esperaba llegar a Hibernalia y poder establecerse allí anónimamente, sin ser relacionada ni con la nobleza de Vvarden ni con el título que le habían otorgado en Cyrodiil."Lal, de la casa Telvanni. La campeona de Cyodiil y heroína de Kvatch" Una sonrisa irónica se formó en su cara ante el recuerdo de lo que representaba aquel título, del dolor y la pérdida que le había ocasionado... Un tímido tirón en la túnica y dos pares de ojillos rojos la sacaron súbitamente de sus pensamientos. Lal miró tiernamente a las dos pequeñas elfas oscuras.-¿Teneis hambre? -preguntó acuclillándose para ponerse a su altura. Las dos niñas negaron con la cabeza, mientras rodeaban con los bracitos a su madre adoptiva. Lal las envolvió a su vez en un abrazo, acariciándoles el pelo suavemente -Pronto llegaremos a Skyrim -susurró -Y nos iremos a Hibernalia, tendremos una casa y todo saldrá bien... Todo saldrá bien.Al anochecer comenzó a nevar. Los escasos copos que caían al principio se habían transformado en una copiosa nevada y un frío que atenazaba el cuerpo de los dunmer, acostumbrados al calor del páramo de Vvarden. Pocas eran las mantas disponibles para protegerse del crudo clima que les azotaba, por lo que la manera más efectiva de evitar enfriarse había sido mantenerse juntos en el interior de la embarcación para mantener el calor. La proximidad hizo nacer las conversaciones... Y con ellas llegaron las historias antiguas y las canciones... Y por un momento, los desdichados dunmer olvidaron el infortunio que les acompañaba y el sonido de las risas y las voces llenó el ambiente hasta que rompió el amanecer y la nave arribó a tierras de Skyrim.Los pasajeros comenzaron a descender lentamente, sintiendo como la nube del desánimo volvía a caer sobre ellos, aunque ahora la pequeña esperanza de una nueva vida les acompañaba. La ciudad más próxima al lugar de desembarco era Ventalia y allí se dirigían todos los refugiados... Todos, salvo Lal y las dos chiquillas que la acompañaban, cogidas de sus manos. Las tres se acercaron con sus fardos al carro que iba a las principales ciudades.-Buenos días.El nórdico que conducía el carro la observó con suspicacia, arrancando un profundo suspiro de la elfa oscura.-Puedo pagar por adelantado -añadió rápidamente -Quiero llegar a Hibernalia. Cuanto antes.-Hibernalia ¿eh? la tarifa hasta allí es de 40 septims, dunmer.A Lal no le gustó el tono con el que había pronunciado el nombre de su raza. Chasqueó la lengua.-Aquí están -respondió lanzándole una bolsa resueltamente -Te pagaré 20 más si mueves el culo y llegamos antes del anochecer, nórdico.El mozo observó la bolsita de cuero atónito mientras las elfas montaban en el carro por detrás.-Cierra la boca y empieza a cabalgar si quieres el extra, chico.Dicho y hecho, los animales de tiro comenzaron a trote ligero, tomando el camino del norte.-0-0-0--Ocato, tienes que buscarlos... El trono es suyo por derecho. La sangre de los Septim tiene poder, por eso el emperador Uriel me envió a buscar a Martin.-Te lo he dicho muchas veces, campeona... - el canciller se pellizcó el puente de la nariz, con parsimonia -Los fuegos no necesitan volver a ser encendidos. El avatar de Akatosh derrotó a Dagon...-¿Y crees que esa derrota será permanente? ¡Es un príncipe daédrico, por el amor de Azura!-Lal, me estás pidiendo que busque y entregue el trono de Tamriel a los bastardos de un bastardo...
-¡Ese bastardo nos salvó el culo a todos, Ocato! Harías bien en recordarlo -insistió la heroína de Kvatch, enfadada.-Mi decisión está tomada, campeona. -repuso el altmer fríamente -Si no tienes más asuntos que tratar conmigo, debo pedirte que te vayas.La elfa oscura apretó los dientes con rabia, alzó la cabeza y salió de las estancias del canciller hecha una furia. Si él no quería buscarlos, ya los buscaría ella.-0-0-0-El sol empezaba a caer cuando una de las pequeñas ocupantes del carro tiró de la manga de su madre. Lal alzó la vista hacia donde la manita de la pequeña señalaba y observó las torres del imponente colegio de magos alzarse a lo lejos. Las niñas la miraron sonrientes, abrazándose a ella.Ahora tocaba volver a empezar.
