¡YAHOI! ¡Aquí yo participando en uno de los retos del forín! *O*. ¡Estoy emocionada! ¡Espero que disfrutéis de estos dulces pecados tanto como yo!
Disclaimer: InuYasha y sus personajes no me pertenecen, son propiedad de Rumiko Takahashi, yo solo los utilizo con el fin de no aburrirme en vacaciones xD.
I.
Lust
—Buenos días.
—Buenos días, sensei. —El coro de voces lo hizo sonreír levemente. Llegó hasta su mesa e hizo un gesto con la mano indicándoles que ya podían sentarse. Esperó hasta que el ruido de las sillas arrastrándose por el suelo cesara para sentarse él mismo y tomar el papel con los nombres de los adolescentes para empezar a pasar lista.
—Aisawa.
—Presente.
—Arakawa.
—Presente.
—Atari.
—Presente. —Siguió diciendo los apellidos de sus alumnos hasta que dio con el que con tanto anhelo esperaba ver. Se mojó los labios antes de pronunciarlo, como si necesitase tiempo para mentalizarse de poder hacerlo.
—Higurashi. —Nadie contestó. Frunció el ceño, en un gesto de clara molestia—. ¡Higurashi!—repitió más fuerte.
—Sesnsei, Higurashi no… —La puerta se abrió de golpe en ese mismo momento, revelando la pequeña figura de una adolescente de largo y ondulado cabello azabache que portaba unos ojos chocolates que destilaban alegría y ternura.
—¡Lo siento!—El corazón del profesor se aceleró al oír esa dulce vocecita. Se giró en su silla, y allí estaba ella, una de sus mejores alumnas (a pesar de sus tropiezos con las matemáticas), enfundada en el uniforme de verano, consistente en una falda a cuadros azul marino y gris, una blusa de manga corta, un gracioso lacito azul marino bajo el cuello de la blusa y unos calcetines bajos, también azul marino. La bolsa con los libros le resbalaba por el hombro, ese día llevaba el cabello recogido en dos graciosas coletitas sujetas por sendos lacitos azules, las mejillas sonrojadas a causa de la carrera que acababa de pegarse, y respiraba agitadamente, haciendo que su pecho subiera y bajara.
Tuvo que hacer uso de todo su autocontrol para evitar que su entrepierna se endureciera a la vista de toda la clase. Esa chica era un pecado andante, y él no podía quitarle los ojos de encima, no desde la primera vez que la vio en la ceremonia de bienvenida.
Se puso en pie y le lanzó una mirada desaprobatoria—. Llega tarde, señorita Higurashi. —Ella se sonrojó al sentirse observada por aquellos ojos dorados que brillaban con creciente intensidad cada vez que la miraban.
—P-perdón, Taisho-sensei, le prometo que no volverá a ocurrir. —Él asintió, volviendo a acomodarse en la silla del profesor.
—Siéntese en su sitio. Por esta vez se lo pasaré. —Se lo agradeció con una preciosa sonrisa que provocó un tenue rubor en las bronceadas mejillas del hombre. Agradecía a todos los dioses, conocidos y desconocidos, el que ella hubiera sido puesta en su clase, el que fuera su tutor. Ello le permitía tener un trato algo más familiar con la chica.
Kagome Higurashi era la fantasía sexual de todo hombre y adolescente con ganas de marcha. Tenía unas piernas largas y esbeltas, una salvaje melena negro azabache, unas caderas anchas y redondeadas, unos pechos generosos y firmes, un culo bien torneado y una fina cintura de avispa. Había oído infinidad de comentarios en sus rondas por el patio o los pasillos a la hora del recreo sobre que todos los chavales de la clase ansiaban meter las manos bajo ese uniforme. Incluso una vez pilló a un grupo de chicos haciendo una evaluación numérica de las chicas de la clase: Kagome les ganaba a todas por goleada.
Suspiró mientras la veía sentarse en su pupitre y acomodar los libros, cuadernos y el estuche para la primera hora de clase, que casualmente coincidía con una de las suyas: química.
Se aclaró la garganta y empezó por dar los avisos del día, intentando concentrarse en otra cosa que no fueran las deliciosas piernas que asomaban bajo la mesa de Kagome.
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Metió las manos en los bolsillos del pantalón de forma despreocupada y se dejó caer contra el tronco del árbol, mientras sus ojos vagaban por la maraña de estudiantes que disfrutaban durante media hora del sol y el calor que hacía esa mañana. Detuvo su inspección en un grupo de chicas entre las que distinguió a Kagome. Estaba sentada en el césped a la sombra del único cerezo que había en el instituto, con las piernas cruzadas, riéndose de algo que le había contado una de sus amigas (Yuka, si recordaba bien). No pudo evitar detallar con minuciosidad lo bien que le sentaba el sol a su piel trigueña, haciéndola brillar al tiempo que arrancaba destellos azulados a su melena oscura.
Sintió celos al ver como un chico de otra clase (un tal Hōjō), se acercaba a la muchacha para sentarse a su lado y pasarle un brazo por los hombros. Torció el gesto y apretó los puños, dando un gruñido. Nadie tenía el permiso de tocarla de esa manera, nadie salvo él.
Sacudió la cabeza. No podía permitirse tener esos sentimientos hacia una alumna, porque ella era solo eso, una alumna más, y él su profesor. Por mucho que ansiara meterse entre sus piernas y poseer ese pequeño cuerpo hecho exclusivamente para el disfrute de un hombre, no podía arriesgar de esa manera su empleo, ni meterla a ella en problemas.
Frustrado, dio vuelta y se internó en el edificio, sin percatarse de que unos ojos marrón chocolate lo observaban irse con anhelo y tristeza.
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Al fin otro agotador día de clases llegaba a su fin. Salió del aula en el que había impartido su última hora del día y se dirigió hacia la sala de profesores. Al girar en la esquina del pasillo chocó bruscamente con alguien. Una calidez lo embargó y supo inmediatamente a quién pertenecía ese cuerpo. Haciendo gala de unos extremadamente buenos reflejos, rodeó la pequeña cintura con un brazo impidiendo que la otra persona cayera al suelo—. S-sensei, yo… —Se ruborizó al volver a notar aquella mirada dorada clavarse en ella—. So-soy una torpe, discúlpeme. —Se apartó de él rápidamente y el hombre maldijo esos escasos centímetros de separación entre sus anatomías.
—Discúlpame tú a mí, Higurashi. —Se agachó para recoger los papeles que se le habían caído a causa del encontronazo que habían tenido y ella lo imitó para ayudarlo. No pudo evitar que sus ojos volvieran a clavarse en esa chica, menos en esos pechos que pugnaban por salir de la ajustada blusa blanca y en el blanquecino cuello que se mostraba ante su vista. ¿Cómo sería saborearlo? Su miembro dio un tirón al imaginársela gimiendo bajo sus manos, acariciándola por todas partes, probando esos labios rosados tan malditamente sensuales.
Se incorporó, recogió los papeles que ella le tendía y le agradeció con un movimiento de la cabeza—. Gracias, Higurashi. Hasta maña-
—Sensei, yo… ve-venía a hablar con usted—tartamudeó ella, sonrojándose en el acto y aferrando con fuerza la tira de su bolsa. Él alzó una ceja, interrogante. Kagome apretó aún más el agarre sobre la bolsa—. Ne-necesito que me vuelva a explicar los problemas que hemos hecho hoy en clase. Me temo que no los he entendido del todo. —Tragó saliva y lo miró, suplicante. Él no pudo negarse ante aquellos ojos de cordero degollado. Dio un largo suspiro.
—Bien. Ven conmigo, Higurashi. —Su rostro se iluminó y se apresuró a seguirlo. La llevó hasta la sala de profesores, ya vacía a esas horas de la tarde, y cerró la puerta tras de sí. Se dirigió hacia su mesa, depositando las carpetas sobre la misma. Acercó una silla para que ella pudiera sentarse y él mismo se dejó caer en la suya—. ¿Y?—Kagome enrojeció levemente y sacó el libro de química junto con la libreta. La abrió y señaló el primer problema.
Empezó a explicarle la teoría aplicable a ese ejercicio, mientras miraba de reojo para su torso inclinado. Estaban tan cerca que podía sentir el calor que Kagome desprendía, así como tenía una buena vista de su escote. Ella sudaba por el calor que torraba el ambiente, y esas gotas recorrían toda la parte de su pecho hasta perderse en el valle entre sus senos.
Imaginarse a él mismo lamiendo esas gotas de sudor le provocó una erección inmediata. Apretó el puño que mantenía sobre sus piernas, intentando por todos los medios controlar sus instintos—. ¿Sensei? ¿Se encuentra bien?—Pestañeó, volviendo a la realidad, solo para toparse con el rostro de Kagome cerca, muy cerca, con sus labios a apenas unos milímetros de los suyos. Ella estaba con las mejillas teñidas de rosa, haciéndola ver adorable y terriblemente tentadora.
Kagome no apartó la cara, ni siquiera dejó de mirarlo a los ojos. Tenía una mirada anhelante en sus orbes chocolates, la misma que él cuando se veía reflejado en esos ojos castaños. Entonces la chica se mordió el labio inferior con fuerza, y aquello fue el detonante que lo hizo explotar—. A la mierda. —La agarró de la nuca y estampó sus labios de forma brusca contra los femeninos. La azabache ahogó un gemido, abriendo la boca para él, permitiendo que introdujera la lengua en su boca brutalmente y la saboreara con salvajismo.
No era su primer beso, pero sí el primero que la hacía temblar. Solo dios sabía cuánto tiempo había deseado que su profesor la besara, y era mucho mejor que en sus fantasías.
Se apretó contra él y el hombre no tardó en rodearla con sus brazos y arrastrarla hasta tenerla a horcajadas sobre sus piernas. Rompió el beso por falta de oxígeno y la miró un segundo, lo suficiente para dejarla respirar, luego volvió a besarla de forma salvaje. Sus manos empezaron a moverse por el cuerpo femenino, metiéndose bajo la falda escolar y apretando sus nalgas. Kagome jadeó al sentir un duro bulto clavarse contra su centro, y dejó escapar un gemido cuando él empezó a morder y lamer su cuello.
Ella misma coló las manos bajo su camisa, acariciando algo torpemente la piel bronceada. El profesor suspiró contra su piel, moviendo sus manos por todo su cuerpo, acariciándole las suaves piernas, hasta tomar los bordes de la blusa de su uniforme y abrirla sin ninguna consideración, haciendo saltar todos los botones. Kagome se sonrojó furiosamente e intentó cubrirse, pero él no le dejó; apartó con los dientes la molesta tela del sujetador, dejando libres esos senos que poblaban todos sus sueños húmedos.
Se relamió los labios al tiempo que le soltaba las muñecas para poder tocarlos como llevaba deseando desde la primera vez que puso su vista sobre ella. Kagome cerró los ojos y gimió cuando él apretó uno de sus pezones entre los dedos índice y pulgar. Repitió la acción con el otro, hundiendo el rostro entre ambos pechos—. Se-sensei… ¡Oh, dios! ¡Sensei!—echó la cabeza hacia atrás, facilitando el acceso a la juguetona lengua masculina que se deslizaba por todo el contorno de sus senos. Gritó al sentir como aprisionaba con sus dientes una de las sensibles protuberancias.
Con manos ansiosas, le quitó el cinturón de los pantalones y le desabrochó el botón, liberando su miembro erguido, duro y caliente. Sus ojos brillaron ante el descubrimiento del ser de un hombre por primera vez. Rozó dicha virilidad con los dedos, obteniendo un gruñido del hombre—. Kagome—advirtió él. No obstante se separó de su magnífico busto, tomando la pequeña y pálida mano, dirigiéndola a su excitación, mirándola atentamente a los ojos.
La hizo envolver su sexo y le indicó como debía acariciarlo. Él volvió a apretarle los glúteos, hundiéndose de nuevo entre sus pechos.
—¿Lo… lo hago bien?—Estaba bromeando ¿no? ¡Aquello era lo mejor que había sentido en toda su vida! El placer que estaba sintiendo era inmenso, y tan solo eran sus manos tocándolo. No quería ni pensar como sería si fuera su boca en vez de sus manos la que lo estimulara; o qué se sentiría al entrar en ella.
Su miembro palpitó ante la imagen que se formó en su mente, haciendo que mordiera con fuerza uno de sus pechos, provocando un sonoro gemido en la adolescente. Con otro gruñido, se incorporó tomándola de los muslos y la recostó sobre su escritorio. Los libros que allí había cayeron al suelo pero poco le importó. Le enrolló la falda hasta las caderas y metió las manos entre sus bragas. Gimió al notar lo húmeda y caliente que se encontraba, prácticamente lista para él.
La besó de nuevo, mientras su mano encontraba el centro mismo de su placer y se afanaba en tocarla allí donde nadie más lo había hecho—. ¡Sensei! ¡Ah-ah… sensei… —Sensei, sensei… Estaba harto de que lo llamara así. Acercó los labios a su oreja, lamiéndola, haciéndola temblar.
—Di mi nombre, Kagome. —Ella gritó cuando la penetró con los dedos—. Vamos, preciosa, dilo. Quiero oírlo de tus labios. —Kagome abrió los ojos, clavándolos en aquellos orbes dorados que la habían hechizado desde el primer instante.
—InuYasha… —Él sonrió, complacido, sacando los dedos de su interior y lamiéndolos ante ella sin ningún tipo de inhibición. Dicha acción la excitó. La emoción le recorrió la espina dorsal cuando él dejó caer sus pantalones y se acomodaba entre sus piernas.
No fue delicado, ni dulce, ni suave. No. La lujuria que sentía no se lo permitió. Se enterró en ella de un poderoso embiste, llevándose su virginidad por delante sin ningún remordimiento. Kagome gritó y se aferró a su cuello. InuYasha gruñó. Kagome era tan estrecha, tan pequeña y maravillosa… tan… —. Mía. —Empezó a moverse en su interior, de forma violenta, posesiva, rápida, empujándose cada vez más profundo.
—¡InuYasha, InuYasha! ¡N-no pares! ¡Más, más!—Obedeciendo de buen grado, la embistió con fuerza, arrancándole placenteros gemidos, los cuales eran música para sus oídos.
—Eres mía, Kagome. Solo mía. Dilo—gruñó en su oído.
—Soy tuya, InuYasha. —Aceleró el ritmo de sus embestidas, sosteniéndola de la espalda mientras ella se aferraba a sus hombros.
Kagome sintió la presión y el calor acumularse en la parte baja de su vientre. Cerró los ojos, concentrándose en la jadeante respiración de InuYasha y en su miembro entrando y saliendo una y otra vez de su intimidad. Y entonces ocurrió: algo estalló, enviando abrasadoras oleadas de placer por todas sus terminaciones nerviosas. Desfalleció en los brazos de InuYasha; este tensó todos sus músculos, sintiendo la vibración del primer orgasmo de la muchacha en todo su cuerpo.
Y todo en él explotó. Dando un ronco gemido se derramó en el interior de Kagome. Se dejó caer sobre ella, agotado pero tremendamente satisfecho. Al fin había cumplido uno de sus más grandes anhelos: ser dueño de aquella perfección hecha mujer. Porque ahora Kagome ya no era una niña, y él era el culpable de eso, pero por dios que no se arrepentía ni lo más mínimo.
Levantó la cabeza de su cómoda posición sobre el estómago de la azabache, donde los dedos de ella le masajeaban el cuero cabelludo, relajándolo. El rubor que teñía las pálidas mejillas femeninas lo hizo sonreír cálidamente—. Sensei, yo…
—InuYasha—lo interrumpió él, subiendo el rostro a su altura—. A partir de ahora soy InuYasha para ti ¿estamos? Tú eres mía, Kagome. Mía. —Su sonrojo se acentuó, al tiempo que una sonrisa curvaba sus labios.
Solo ella y el propio Kami sabían el tiempo que llevaba deseando que eso pasara con su adorado profesor. Y mientras él volvía a besarla y a empezar a moverse de nuevo en su interior, pensó que el futuro no le importaba.
Tan solo viviría el aquí y el ahora.
Fin Lust
Bueno, decidme ¿qué tal? ¿Me dejáis un review cargado de tarta de limón? ¡Que ayer fue mi cumple! Y me haríais muy muy feliz si me dejarais un precioso review como regalo de cumpleaños. Aún estáis a tiempo que hasta el sábado no lo celebro xDD.
¡Nos leemos!
Ja ne.
bruxi.
