Otro de los drabbles perdidos que consideré recuperar. Va unido al de "Guerrera" (teniendo ambos el mismo número exacto de palabras), siendo ambos juntos una especie de triángulo amoroso Prusia ► Hungría ◄ Austria. Son como una especie de reflexión acerca del amor que procesan cada uno de ellos a la húngara y cómo la hacen sentir: uno como una Princesa, otro como una Guerrera.
También es de mis primeros años en el fandom así que, de nuevo, perdonad todo posibler fallo de OoCness o algo así.
Austria y Hungría pertenecen a Himaruya Hidekaz y su obra Axis Powers Hetalia.
¡Se aceptan reviews/críticas/opiniones/tomatazos~!
Austria era un verdadero madrugador. Apenas los gallos anunciaban el comienzo de la mañana él ya estaba con los ojos abiertos, preparado para afrontar un nuevo día. Antes solía hacerlo porque pensaba que dormir más de la cuenta era innecesario, amén de una pérdida de su precioso tiempo; ahora, sin embargo, hasta él sentía que aquella no era ya la razón. Y por ello nunca desperdiciaba aquella oportunidad de oro que el amanecer le otorgaba.
Porque, aunque sólo fueran unos escasos minutos, era capaz día a día de disfrutar de la vista de su aún dormida Hungría.
Apoyado con el codo contra la almohada, se erguía lo suficiente para poder verla al completo. Su figura apenas oculta en la fina tela de la colcha, sus curvas apenas disimuladas por la seda de su camisón. Su pelo se extendía a su lado, en irregulares mechones algo ondulados en las puntas. Si se fijaba con atención, lo cual siempre hacía, podía hasta notar su pecho subir y bajar en la rítmica melodía de su respiración.
Con cuidado, se acercaba hasta quedarse lo suficientemente cerca para que ella no se percatase aún de su presencia, y ahí, en la base de su cuello, aspiraba, con los ojos totalmente cerrados, aquel característico olor a flores que cada centímetro de su cuerpo desprendía, aquel con el que tantas veces había sido embriagado. Y aún sin ver más que las imágenes que aquel olor evocaba, dejaba a su mano ser guiada por la más que conocida figura de su esposa hasta llegar a su rostro. Con cuidado, con sumo cuidado, dibujaba con sus dedos las suaves facciones, desde la suave línea de su barbilla a su puntiaguda pero hermosa nariz, hasta finalmente llegar a las entradas de su sedoso cabello. Entonces, enterrando las manos entre los mechones de su castaña melena, se acercaba centímetro a centímetro, hasta dejarle un delicado pero sentido beso en aquellos dulces y rosados labios.
Entonces ella despertaba, como siempre sonriente, y, dejando sus brazos sobre los hombros de su esposo, susurraba:
—Buenos días, Roderich.
Y él sonreía con dulzura y respondía:
—Buenos días, meine Prinzessin.
