Disclaimer: El universo de Harry Potter, así como sus personajes, no son creación mía ni me pertenecen, todo esto es gracias a la Magnifica J.K Rowling.

Advertencias: OoC, AU.

Resumen: Su abuela le había dicho en una ocasión que en la vida existían tres amores: el que enseñaba a querer, el que ayuda a madurar, y el verdadero. Hermione pensó que Ron encajaba con la descripción, pero existía el sólido principio que decretaba que nada era nunca como uno lo imagina. Luego de una serie de eventos desafortunados, debe retroceder en sus recuerdos para darse cuenta que cierto joven ya era parte de su vida.

Inmarcesible

I

Se contempló en el espejo de marco áureo que estaba en la habitación de Ginny. Llevaba la mañana entera confinada dentro las cuatro sencillas paredes, atisbando el caos que un evento de tal magnitud podía generar. Molly y Fleur se habían encargado de delimitar un perímetro, solo para evitar que algún hombre de los Weasley se atreviera a echar un vistazo a la novia antes de tiempo.

Los invitados yacían congregados al exterior, bajo una enorme carpa, perfecta y exquisitamente decorada para la ceremonia y la celebración. Hermione podía escuchar todo lo que sucedía en la planta baja, de vez en cuando, se acercaba a la ventana para contemplar a los invitados, y si era posible, a su futuro esposo.

Probó la caricia firme de la transparencia organdí de la falda, y se sintió extrañamente atrapada en su propia piel, como una prisionera; fue una mujer insegura la que se alzó para recibirla en el espejo de cuerpo entero. Estudió el encaje de la parte superior, y después su rostro, decorado por las exquisitas propiedades del maquillaje; su alborotada melena permanecía perfectamente estilizada en ondas que caían por su espalda como cascada, era la viva imagen de la novia perfecta, pero ella no se sentía de esa manera.

—El ramo— anunció Ginny, extendiéndole el bouquet redondo.

Con manos temblorosas, Hermione rodeó la base, sus largos y finos dedos se afianzaron al tallo de las flores, cubierto por un listón de seda en color azul. Se las arregló para esbozar la más fiel de las sonrisas, aunque sabía que era un intento fallido por ocultar las inseguridades que la atacaban.

— ¿Te encuentras bien, Hermione?— cuestionó una Luna Lovegood bastante consternada. Su sensibilidad la hacia la menos escéptica de sus damas de honor, percatándose que algo molestaba a la castaña.

—Sí, estoy bien— masculló, quizás más para ella que para las otras chicas en la habitación.

No pecaba de ignorancia, Ron esperaba en aquella carpa. Las invitaciones enmarcaban con precisión la hora en la que se llevaría a cabo la ceremonia, y gracias a sus cálculos exactos, podía asegurar que llevaba cerca de diez minutos de retraso.

El arribó de una consternada Molly comprobó su hipótesis. Estaba hecha un manojo de nervios, como era habitual en los últimos días. Ingresó al cuarto tan rápido como sus piernas se lo permitieron, cerrando la puerta tras de sí con un sonido ensordecedor.

— ¡Criatura! ¿Qué te pasa?— cuestionó. Las damas de honor retrocedieron, intercambiando miradas entre ellas. Puso las manos sobre los hombros huesudos, y el giro con suavidad para poder verla.

Tenía un aspecto enfermizo, ni siquiera el maquillaje perfectamente aplicado por Ginny y Fleur era capaz de otorgarle algo de color a su pálida faz. Las marcas cerúleas bajo su rostro empezaban a brotar, denotando la falta de descanso la noche anterior. Por segunda ocasión, Hermione reparó en su aspecto y se sintió avergonzada, no podía pasarle eso, no en ese momento, estaba segura que Ron era el hombre con el que quería pasar el resto de sus días, ¿Por qué la duda la atacaba sin misericordia?

Por un momento ella no se atrevió a hablar, se encontraba demasiado inmersa en sus pensamientos para formular una respuesta convincente. Elevó la mirada para apreciar la expresión mortificada de la matriarca Weasley.

—Necesito un momento— formuló a duras penas sin inmutarse a ocultar el temblor en su tono de voz. Dio media vuelta y dirigió sus pasos hacia el armario, entregó el ramo a Fleur y con la vista al frente se confinó en el pequeño closet.

Se suponía que debía hacerlo, si su amor era tan grande como ella profesaba no pondría esto en tela de juicio. Había hecho una promesa, y el recordatorio de está era el bonito anillo de corte esmeralda que adecentaba su dedo anular. No hesitó cuando se lo cuestionó, estaba henchida de amor, repleta de felicidad. Anunciaron el compromiso tan pronto Ron le entregó la alianza y los preparativos comenzaron. En aquel momento, pensó que era la mejor oportunidad de su vida, pero en ese instante la culpa la carcomía al asegurar en su mente que iba a cometer el peor error de su existencia.

Lanzó un suspiro, intentando, sin existo, apaciguarse los nervios. Quizás era solo eso, el común ímpetu que embiste a las desprotegidas novias antes de caminar por el altar.

—Vamos, Hermione, debes tranquilizarte— se dijo a sí misma en voz alta, solo para asegurarse de ser escuchada, convencerse—. No tienes que ser una cobarde— añadió, jugueteando con la tela de la falda—.Vas a entrar a la carpa, caminaras por el pasillo y vas a casarte, lo necesitas, Hermione, necesitas una vida feliz.

Con dificultad, porque no podía mover mucho las piernas bajo la enorme falda, se puso de pie. Inhaló hondo y lanzó un largo y sonoro suspiro. Abrió las puertas, descubriendo que tanto las damas como su futura suegra permanecían de pie, como estatuas, inmóviles, sin apartar la mirada del armario.

—Estoy lista— anunció triunfante.

Ginny se aproximó para acomodar el vestido, Luna colocó el velo borrado, y Fleur, con una sonrisa, hizo entrega del ramo. Animada por esta nueva certeza, y cruzó la habitación. No obstante, antes de tomar el pomo para abrir la puerta, alguien al otro lado se le adelanto; debía ser algún miembro de la familia que compartía la sensación de pesadumbre ante la ausencia de la novia, pero no fue así.

Hermione oteó a Ron. Tenía un rictus de tensión en los labios y una expresión mortalmente seria. Llevaba puesto el sobrio esmoquin en color oscuro, compuesto por un par de pantalones azabaches y un sacó del mismo tono; se había cortado el cabello la noche anterior, y palpablemente, acicalada la apenas visible barba rojiza.

—Estoy bien, Ron, tuve pánico momentáneo, pero estoy bien— le aseguró, ofreciéndole la mejor de las sonrisas.

Ron contempló a las damas de honor, y por ultimo a su madre. Carraspeo para aclare la garganta y con tono firme solicitó:

—Necesito hablar un momento a solas con Hermione.

—Vayamos al pasillo, chicas— sugirió Molly.

Las damas de honor siguieron a la mujer con paso lento. A su paso, Luna estrujo el hombro de Hermione en un gesto de reconocimiento y total apoyo. Tras escuchar la puerta cerrarse, Ron liberó un suspiro cautivo en lo más hondo de su pecho.

—No quieres hacer esto, Hermione— dijo, sin ocultar el dolor que surcaba su faz—.Estoy esperando por ti en el altar y te rehúsas a aparecer, sé que no quieres hacerlo.

Un sentimiento de dolor comenzó a expandirse por su pecho. Ron la conocía a la perfección, sería injusto para ambos que intentara ocultar la verdad, en especial a él. Por un minuto largo, Hermione permaneció de pie, sopesando si debía proseguir o no. Estaba nerviosa, había precisado ponderarse de valor, se sentía como una chiquilla asustada, sin saber si debería o no, recorrer el tramo que le faltaba para llegar a la carpa. Podía convencerlo, asegurarle que nada malo ocurría, pero algo dentro de ella lo impedía.

—Ronald, de verdad creo que puedo hacerlo.

Ron sonrió de dolor. Restregó una mano sobre su rostro y clavó la mirada cerúlea sobre la ventana. Harry, amablemente, se había ofrecido para acudir al cuarto y preguntar qué pasaba, mas él se lo impidió. Sabía perfectamente lo que sucedía, albergó ese presentimiento durante las últimas semanas y ahora se hacía realidad.

—Sé que caminaras a ese altar porque me quieres, Hermione— dijo en una voz tan baja como se lo permitía el calor que comenzaba a inflarle el pecho. Giró hacia ella, extendió una mano para tocarla, pero no lo hizo; en su lugar, la resguardo en el bolso del pantalón y retrocedió—. Pero yo no puedo, no quiero obligarte a que camines hacia el altar, si de verdad te amara, dejaría que te marcharas, que fueras libre.

Era inevitable; las desventuras del amor se interponían entre los dos. Las lágrimas empezaban a contenerse en la mirada avellana de la bruja, confiriéndole un brillo lemantino lastimoso.

—Ron…— masculló; la voz quebradiza. La propia complejidad de sus sentimientos comprobó a Hermione que estaban adentrándose a un punto sin retorno, un fatídico final para una historia que ni siquiera había comenzado.

Dubitativo, tomó una de sus manos, depositando un casto y tímido beso sobre el dorso de está.

—Lo mejor para los dos es detenernos ahora que podemos, antes de que sea demasiado tarde.— Sus labios entraron en contacto con su frente, aspirando por última vez el dulce aroma a hierbas que emanaba de su cabello.— Necesitamos darnos un tiempo, pensar que es lo que ambos queremos. Cuando estés segura de hacerlo, házmelo saber, yo estaré aguardando por ti.

—Ron— volvió a llamarlo.

—Eres libre, Hermione— recitó, y sin más se alejó, dejando un vacío, no solo en la habitación, sino también dentro de ella.

Sin embargo, una sensación de genuino alivio mezclado con la melancolía la acunó entre sus brazos. Su abuela le había dicho una vez que era necesario conseguir todo lo que una vez se quiso y después perderlo para saber lo que la verdadera libertad es.

—Hermione— habló Ginny, preocupada— ¿Qué fue lo que sucedió?— demandó saber.

—Se terminó, Ginny, todo se terminó— susurró. El ramo resbalo de ser mano—. Puedes decirles a los invitados que se marchen a casa.

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Luego de la sorprende ruptura, la vida retomó su paso con un ritmo vertiginoso. Los días eran monótonos y las noches insufribles. Pasaba la mayor parte del tiempo dentro de su cubículo en el Departamento de seguridad mágica, trabaja horas extras con el único fin de mantener su mente alejada de los tormentos de la memoria.

Un año había transcurrido desde que la serie de eventos desafortunados imposibilitó su llegada al altar. Gracias a Harry, la noticia no abandonó la intimidad de la Madriguera para ser la primera plana del Profeta o un artículo entero en el número semanal de Corazón de Bruja, al contrario de sus expectativas, nadie prestó atención y eso la tranquilizaba.

Por supuesto, no todo podía ser tan perfecto. Dado el trabajo de ambos, la convivencia era prácticamente obligatoria. Sus interacciones se limitaban a saludos cordiales y replicas lacónicas, lo cual era una tortura para Harry, quien en más de una ocasión había intentado mediar la situación para ayudarlos a llegar a una amistosa resolución. Ninguno estuvo de acuerdo. Hermione argumentaba que necesitaba tiempo y Ron simplemente evadía el tema.

No le había sido fácil recobrar el dominio de sí misma desde que termino con Ron. Los primeros días pasó noches enteras en vela, analizando meticulosamente los últimos acontecimientos de su relación. Eventualmente, pensó en utilizar su giratiempo, más las consecuencias podían ser catastróficas para todos. Por ultimó llegó a la resignación, tuvo que rendirse ante la intransigencia de las daciones y aceptar el presente.

Tras escuchar los gráciles pasos aproximarse por el pasillo, Hermione, en un acto reflejo, se removió en su asiento. Llevaba toda la mañana tratando de ordenar un testimonio de un elfo domestico para presentar la propuesta formal ante los miembros del ministerio, clavó la mirada parda en la serie de papeles esparcidos sobre su escritorio.

—Señorita Granger— llamó la mujer con un tono de voz apacible, casi apagada. Hermione apartó sus ojos pardos del escrito, posándolos sobre la estilizada dama frente a ella. Era la asistente de Shacklebolt—.El ministro desea verla en su oficina— pregonó.

Hermione asintió con un leve gesto de cabeza. Su presencia debía ser importante, puesto que Roberta Britt solo realizaba búsquedas especiales cuando la situación lo demandaba.

En silencio, se puso de pie, dejando inconclusa su labor. La siguió con paso lento, imaginando que especie de solicitud tenia Kingsley para ella. La vida no dejaba de sorprenderla con sus giros irónicos y sus paradojas interminables, desde pequeña se había dicho que la política no era para ella, parecía aburrida y atenuante, preferiría convertirse en Sanadora antes que ocupar un puesto en el Ministerio Británico de Magia. No obstante, la existencia tenía ese afane hacerla tragarse sus propias palabras y reconsiderar sus planes. La insistencia de Shacklebolt y su pasión por reformar el mundo mágico la convencieron, y tan pronto como él ascendió al poder, ella también.

Desempeñaba su labor como autor, si bien, los casos que le asignaban no eran nada extravagantes, procuraba involucrarse en aquellos problemas que suponían un ataque a la integridad de los desprotegidos, como lo eran los elfos y los magos y brujas de sangre mestiza.

No culpaba a nadie, pero vagaba por el ministerio alentada por una idea difusa de que estaba generando un cambio. Cada uno de sus amigos estaban ausentes a su manera, Harry y Ginny inmersos en su relación, Ron evitándola a toda costa. Necesitaba una aventura. Podía ir a Paris y buscar un trabajo, conocer el mundo, embarcarse en un viaje de conocimiento como lo hizo Newt Scamander durante su juventud.

Cruzó el vestíbulo y recorrió el pasillo de baldosas a cuadros que llevaba a la oficina del ministro. Roberta se encargó de abrir la puerta tapizada, permitiéndole la entrada. Penetró en una estancia rectangularmente pequeña, oscura por las paredes y el piso negro, pero perfectamente iluminada por el candelabro que colgaba en el techo. El ambiente era cálido gracias a la chimenea encendida.

—Toma asiento, Hermione— la invitó Kingsley, sin apartar la mirada del folder amarillo que acababa de arribar.

Hermione obedeció, postrando su cuerpo en una de las sillas libres frente al escritorio. Tamborileo los dedos sobre su rodilla y aguardó, paciente, analizando cada aspecto que le daba a esa fría e impersonal oficina un toque familiar.

Desvió la vista del retrato en movimiento que reposaba sobre el escritorio de caoba, donde Shacklebolt posaba con su esposa y dos hijos.

—Supongo que te cuestionaras porque he solicitado tu presencia en mi oficina— reanudó el ministro, avivando el ritmo de la conversación y llevándola a un punto conciso—. Se llevara a cabo un magicongreso en Paris, durante cuarenta día se discutirán las leyes que solo benefician a los magos de sangre pura y sesgan a aquellos mestizos o nacidos de muggles.

—Señor, con todo respeto, no creo que este hablando con el auror indicado para protegerlo— interrumpió Hermione.

—No estoy solicitando que acudas como auror, Hermione, sino como mi representante.

Hermione palideció de golpe y se removió en su asiento, incomoda. Si bien, la batalla contra Voldemort había llegado a su final hace unos cuantos años, todavía quedaban luchas por librar, una de estas era la desigualdad, los magos de sangre pura se rehusaban a permitir que los magos de sangre "no pura" formaran parte de la comunidad o contaran con sus privilegios. Como hija de un matrimonio Muggle, ella bien sabía las crueldades a las que se les sometía, así como las burlas y el rechazo.

— ¿Por qué yo?— se atrevió a cuestionar.

— ¿Por qué no debería elegirte?— rebatió Kingsley, apaciguado, sonriente—.Eres una de las mejores dentro del departamento, tu reputación te precede, conozco el trabajo que has realizado para reformar las leyes, creo que es algo valiente y quiero ser parte de eso. Solo tú puedes exponer este tema, la gente te escuchara.

Ahí estaba, la aventura con la que minutos atrás fantaseaba se presentaba ante ella como un designio divino para cambiar su fortuna. Animada por esta nueva certeza, asintió, y con un tono de determinación en la voz dijo:

—No lo decepcionare— prometió.

—Le pediré a Roberta que haga entrega del itinerario. Viajaras a Paris el viernes.

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La escabrosa tormenta imponía en las calles de Londres un aire enfermizo que de verdad odiaba. Las destemplanzas climatológicas no parecían tener claudicación cercana, el cielo iba a derrumbarse desde la tarde hasta la madrugada, privándola del arrebol del firmamento tras nubes grises y tristes.

Contemplaba la cortina liquida desde la intimidad de su cómodo apartamento. Ginny había dejado el resguardo de su vivienda y arribado hacía ya cuarenta minutos a su morada. Independientemente de lo acontecido con su hermano, Ginevra Weasley había forjado un lazo de amistad con ella. Dos veces al mes procuraban reunirse para ponerse al tanto de sus vidas; si sus agendas se lo permitían, aumentaban las visitas a cuatro.

Vertió un poco de vino de sauco en dos copas, dejó la botella sobre una de las encimad eras de la cocina y caminó los seis pasos que separaban el comedor de la sala. Para sorpresa de sus amigos, el apartamento donde vivía resulto ser más pequeño de lo que imaginaban. La cocina estaba perfectamente equipada, a pesar del limitado tamaño, su comedor constaba de cuatro asientos, nada espacioso para una cena familiar, la estancia resguardaba un calentador, una pequeña chimenea y un amplio sillón, y a lado de este se ubicaban las escaleras que dirigían a la habitación principal y el acogedor baño. Era perfecto para ella, puesto que solo llegaba a dormir.

Dejó las copas sobre la mesa de cristal frente al sofá, atrayendo la tabla de quesos que había preparado y el pan que minutos atrás cortó para formar deliciosos aperitivos. Ginny sonrió, entusiasmada. Llevaba consigo tres botella del exquisito vino, las suficientes para hacerlas olvidar sus penas durante un momento.

Luego de posponer su boda, temporalmente o quizás para siempre, Hermione cobró cólera ciega contra el mundo. Se rehusó a recibir a sus amigos durante dos semanas enteras, abarracándose en ese lugar para no ser perturbada, infundiéndole valor para enfrentarse a la soledad. Desde entonces, procuró no mostrar un mínimo gesto de alarde de dolor, pretendía que aquello no le afectaba en lo absoluto.

Tomó asiento en el espacio disponible del sofá. El dulce sabor del vino fue una agradable sensación en su boca. Tan rápido como dieron el primer trago, Ginny ambientó la velada con uno de los mejores discos de Jazz que Hermione resguardaba recelosa en uno de los estantes de la estancia.

Con la copa entre sus finos dedos, la pelirroja sorbió un trago, elegante. Degustó el sabor y exhaló con fuerza, cerrando los ojos ante el éxtasis momentáneo.

—Realmente necesitaba esto— dijo, jovial.

— ¿Semana agitada?— inquirió Granger, levantando una ceja al tiempo que llevaba el borde del contenedor de cristal hacia sus labios.

Antes de responder, Ginny tomó un pedazo de queso y una rodaja de pan. Aguardó un momento, recordando las atenuantes lecciones de modales que su madre se empeñaba en inculcarle a ella y sus hermanos a diario, cuando termino de masticar dijo:

—Los partidos de clasificación a la Copa de la Unión de quidditch han sido atenuantes. Estuve de un lado a otro, fue bastante caótico.

Hermione tamborileo los dedos sobre el cristal. Ginny no iba a hablarle de su relación con Harry, usualmente, su amigo era quien sacaba el tema a relucir, suponía que tenía que ver con su ruptura amorosa, no iba a culparlos, las personas que estaban al tanto de su nuevo estatus evitaban hablar con ella, como si tuviese la viruela del dragón u otra enfermedad infecciosa.

—Pero no hablemos de eso, dime ¿Cómo has estado?

La castaña echó un vistazo a la ventana, pronto oscurecería y la poca luz que ingresaba del exterior desaparecería. Lo cierto es que tenía la impresión de que Ginny lo sabía todo, se había asegurado que no fuese una legeremate, porque siempre caía en sus trampas y su categórica forma de leerla a la perfección.

—Bien, como siempre, no puedo quejarme— respondió, boicoteando la mirada de su amiga, en su lugar viajando por la estancia.

—Sabes que no me refiero a eso— rebatió, Ginny, negando con la cabeza ocasionando que su melena rojiza se moviera de un lado a otro—. Me refiero a ¿Qué es lo que haces encerrada aquí? Hay un mundo allá afuera ¿lo recuerdas?

Por supuesto que lo recordaba, no obstante, no se sentía en posición de salir a disfrutar, quería relamerse las heridas hasta que sanaran, condenarse a la soledad y crear un plan, eventualmente lo haría, tenía la certeza de que lo lograría.

—Estoy feliz con mi trabajo y vivo perfectamente aquí— defendió.

Ginny puso los ojos en blanco. Colocó su copa sobre la mesa y acortó la distancia que las separaba. En un ademan casi maternal, tomó ambas manos y mascullo:

— ¿Has salido con alguien?

Hermione intentó huir, pero no tenía la fuerza necesaria para zafarse del agarre de la obstinada Weasley. No podía evitar reaccionar de esa forma cuando alguien intentaba inmiscuirse en su vida amorosa.

—No estoy interesada— sentencio sin inflexión en su tono de voz.

Ginny echaba a ver que si proseguía con un interrogatorio tan descarado terminaría por sacar a Hermione de sus casillas, cerrándole cualquier banda para sacarle un poco de información al respecto.

—Sé que lo que tuviste con Ron fue especial, de verdad lo sé, y es bueno, pero no puedes quedarte aquí contemplando como los días pasan, eres joven, hermosa y brillante, estoy segura que puedes tener a cualquier hombre a tus pies.

—No quiero un hombre a mis pies, Ginevra, solo quiero un hombre que me ame y me entienda— Hermione terminó de un trago la cantidad restante de vino en su copa.

— ¿Has intentado salir con alguien?, sabes, hay bastantes chicos apuestos allá afuera, no tiene que ser amor a primera vista y nada serio— prosiguió Ginny, vertiendo una cantidad excesiva de vino en ambas copas.

— ¿Acaso estas proponiendo que tenga una aventura?— razonó Hermione, fingiendo conmoción ante la osada sugerencia de Ginny.

—Tal vez, no lo sé, creo que sería bueno para ti— replicó con calma, cruzando ambos brazos a la altura del pecho— ¿Qué te parece Cormac McLaggen? Puedo asegurarme que acuda a una cita doble, Harry y yo podríamos acompañarte.

Las entrañas se le removieron con solo escuchar el nombre, quizás era el efecto del vino o tal vez era su aversión al antes mencionado o una mezcla de ambos factores.

—Es un petulante e impulsivo— repuso, encogiéndose de hombros.

Hermione se levantó, dirigiéndose a la cocina, la botella pronto iba a terminarse así que debía asegurarse de tener una reserva preparada para cuando llegara el momento.

— ¿Qué me dices de Viktor Krum? Fue tu novio en el noventa y cuatro ¿cierto?

La castaña no pudo evitar reaccionar violentamente cuando se mencionaba. Hacía años que no sabía nada sobre Viktor, cuatro para ser precisa. Durante su juventud procuraban enviarse cartas, era agradable tenerlo como amigo y sobre todo saber que era una persona especial en su vida. No obstante, su relación dio un giro, después de la boda de Bill y Fleur le perdió el rastro, envió una última carta, pero no tuvo respuesta.

Gracias a sus rápidos reflejos, Hermione evitó que la botella terminara en el suelo. Tuvo que tomarse unos minutos para recobrar la compostura. No era una mujer que se enfrascara en el pasado, al contrario, era práctica, sin embargo, la simple mención había devuelto a la vida esos lindos recuerdos que construyó a su lado. Nuevamente, le parecía gracioso el giro inesperado de las cosas. Ella solo tenía quince años, ni siquiera era fanática del quidditch ni siquiera había hecho algo para llamar su atención y él se enamoró, la niña de quince años nacida de muggles, la que pasaba todo su tiempo libre en la biblioteca, aquella chica que no sabía de su existencia hasta que sus amigos la llevaran a la copa mundial, esa misma niña de la que ahora solo quedaban lejanas evocaciones.

— ¿Viktor Krum?— preguntó Hermione desde la cocina, asegurándose que su voz no solana lo suficientemente trastornada para desvelar su estado.

—Sí, ¿acaso conocemos a otro?

—No.

— ¿Han hablado últimamente?, Ron mencionó una vez que tenían una amistad por correspondencia— señaló Ginny, inocente, ignorando por completo la magnitud del problema cuando se mencionaba a Ronald y Viktor en la misma oración.

—Nos enviamos cartas durante cuatro años— confirmó Hermione. Tan rápido como se sintió segura para encarar el nuevo interrogatorio de Ginny retornó a la estancia.

— ¿Qué sucedió? ¿Por qué pararon?

—No lo sé— mintió con tanta naturalidad que logró impresionarse a sí misma. Su fuero interno le decía que el motivo por el cual dejaron de hablar era Ron. Si bien, todos lo consideraban un genio en el campo, muchos ignoraban su capacidad observaría y la percepción que tenia de las cosas, podía percatarse que algo no andaba bien con solo echar un sencillo vistazo—. Supongo que ya no me recuerda, y si lo hace debe reírse de todo lo que paso, éramos demasiado jóvenes, fue una aventura para los dos.

—No me parece que haya sido solamente eso, creo que sus sentimientos eran verdaderos. He visto cientos de romances en Hogwarts comenzar y terminar— señaló Ginny—. Cambiaste ese año, lucias más relajada y segura. Harry y Ron no podían verlo, pero yo note esa sonrisa secreta en ti. Recuerdo cierta ocasión donde ambos paseaban por la orilla del Lago Negro, tomados de la mano. Él se inclinaba para escucharte, cortes, atento, y la forma en que lo mirabas… no he contemplado algo similar desde esa ocasión.

Las palabras de Ginny describían a la perfección a Viktor. Siempre que hablaba de algo que le interesaba demasiado, Krum guardaba silencio, se inclinaba un poco hacia adelante y escuchaba, atento, realizaba preguntas o comentarios, siempre intentaba tomarla de la mano, la cortejaba con el mismo encanto de un príncipe de cuento.

—No lo sé, Ginny…— se encogió de hombros, posando la mirada en el líquido carmín contenido en su copa—.Ha pasado tanto tiempo, quizás tiene una novia, tal vez estuvo casado y ahora tiene una familia.— masculló. La simple idea de imaginarlo le revolvió el estómago al mismo tiempo que un dolor le oprimía el pecho, cortándole la respiración.

—Por supuesto que no— suspiró—.Ha sido un año complejo para Krum. Luego del mundial, anunció su retiro del quidditch, a todos nos tomó por sorpresa, fue la noticia del momento— narró en tono quedo—.Eventualmente, gracias a una de las entregas semanales de Corazón de Bruja de mi madre, supe que había terminado su relación con una reportera, su nombre es Ranveig Skogstad.

Hermione no tenía respuesta. Iba a sonar egoísta si decía que le tranquilizaba la idea que Viktor estuviera soltero. Habían intercambiado cartas, algunas bastante extensas, sin embargo, luego de la boda de Bill y Fleur las respuestas de Krum parecían "amistosas", cohibidas, de una forma que no habían sido antes. Los dos estaban conscientes de los sentimientos del uno por el otro, no obstante, ninguno hizo una confesión apropiada.

— ¿Y bien?— dijo Hermione, moviendo la cabeza de un lado a otro, tratando de desterrar al jugador de quidditch de sus pensamientos. — ¿Qué es lo que sugieres?

—Es necesario que vuelvas a enviarle una carta.

La chica se removió, nerviosa, realizando un visaje de negación ante la propuesta.

—No sería apropiado.

—Hermione, por favor, deja de decir tonterías— Ginny la reprendió, tomándola por los hombros, obligándola a contemplar firmemente su faz. — Es la única forma en la que sabrás si sus sentimientos sobrevivieron al paso del tiempo, tienes que saberlo. Hazlo, aunque tengas miedo, aunque después te arrepientas, porque si no lo haces vas a arrepentirte por el resto de tu vida.

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Durante más de una hora, después de la partida de Ginny, había estado en su habitación, tratando de traducir la primera edición de Los cuentos de Beedle el Bardo, no era una experta en runas, pero cada día realizaba un descubrimiento. Hermione purgaba sentimientos desconocidos, y evocaba una y otra vez determinados recuerdos a lado de Krum. Era evidente que lo dicho por Ginny respecto al jugador la dejo inquieta.

Tenía que hablar con él enseguida. Se levantó de la pequeña silla del escritorio, atravesando el pequeño pasillo que separaba la cama del armario. Abrió las puertas de madera, tomó la varita de la mesa de noche y activó un lumus para buscar con precisión en la oscuridad.

Todavía recordaba lo molesta que se sintió cuando Viktor se atrevió a profanar su santuario privado, la biblioteca, acompañado por su devoto club de fans. Le parecía un acto de mal gusto y del cual el jugador obtenía cierto placer. Era inconcebible verlo ahí diario, por su mente nunca pasó que el buscador estaba detrás ella, como si fuese una snitch dorada. Sin embargo, desde muy joven, Hermione había aprendido que nada era nunca como uno lo visualizaba, por tal motivo, se llevó una sorpresa cuando, en medio de una de sus silenciosas y amigables convivencias Viktor le pidió que fuera su acompañante en el baile de navidad, luego de ese momento, sus encuentros eran constantes, ella le mostraba una sección del castillo durante las largas caminatas y él accedía, gustoso, dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de pasar un instante a su lado.

De un rincón, extrajo una pequeña caja donde resguardaba sus más íntimos recuerdos, pequeños objetos que tenían un significado especial para ella. Procuraba mantener en secreto ese lado sensible, mostraba pequeños fragmentos de su persona, atisbos que no deseaba que alguien más contemplara. Invadida por la nostalgia, acarició las cartas que Viktor le había enviado en un lapso de cuatro años, eran demasiadas, algunas tan largas que abarcaban seis páginas y otras tan cortas que solo se expresaban en seis líneas.

Se levantó, por fin, tomó asiento en la silla que minutos atrás ocupaba, preguntándose qué clase de carta debía escribirle. Sobre el escritorio estaban algunos ejemplares de como leer runas y otros de hechos, diversos libros de historia, política y manuales de lenguas eslavas se apilaban en medio del desorden. Todos los lápices y plumas están metidos en una jarra de peltre. En el espacio más legando, distintas fotografías; la foto familiar que tenía con sus padres, la primera foto de ella con Harry y Ron después de la guerra, en otro marco una efigie de sus padres.

De entre una de las gavetas, obtuvo un cuadernillo de hojas perfumadas que Ginny le había obsequiado en la última navidad. Decidida, liberó un largo suspiro. Plasmó la fecha y Lugo hizo una pausa. Al cabo de unos minutos de vacile, se dijo a su misma que necesitaría valor líquido, así que se dirigió hacia la cocina, sonriendo triunfante al encontrar la reserva de hidromiel que solo degustaba en ocasiones especiales.

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En la quietud del ocaso, avivó el paso al ritmo de sus reflexiones optimistas. La oficina de corres por lechuza cerraría dentro de veinte minutos, lo que le daba tiempo suficiente para enviar la carta que tenía preparada para Viktor. Delante de ella, estaba la fila de magos, que al igual que ella, debían aguardar unos cuantos minutos para ser atendidas. Desde donde estaba, no podía contemplar el ritmo que llevaban las encargadas de recibir la correspondencia, la hilera permanecía inmóvil, y presumió que debía haber algunas complicaciones.

Durante unos minutos pensó en dar la media vuelta y marcharse, ignorar el impulso interno que la incitaba a avivar de las cenizas de aquel estival romance adolescente. No obstante, el carraspeó de la trabajadora detrás del mostrador la obligó a apegarse al plan de la imprudencia, y sin más avanzó los dos pasos que la separaban de la recepción.

—Buenas tardes— saludó cortésmente, tratando de ignorar la expresión áspera de la joven—. Quisiera enviar una carta.

— ¿Destino?— preguntó la dama, tajante.

Hermione mordió su labio inferior, si bien, las últimas epístolas las había enviado a la casa de los padres de Viktor en Bulgaria, ignoraba por completo su paradero actual. Se le ocurrió que quizás fuese preferible que la esquela llegara antes de que ella se marchara a Paris, entregarla al sitio seguro, pero, tal vez, él nunca la recibiría.

—Desconozco el destino, esperaba que pudiera auxiliarme— reconoció, encogiéndose de hombros. Tomo el folder perfectamente doblado de lo más íntimo de su bolso y lo colocó en el estante, frente a las narices de la escéptica y malhumorada recepcionista.

— ¿Viktor Krum?— Hermione asintió. —Mira, chica, no te hagas ilusiones, a diario viene alguna bruja desesperada enviando una declaración de amor al jugador, ¿Qué te hace pensar que tu mensaje no se acumulara con los demás?

Hermione podría relatarle el magnífico año que pasaron juntos gracias al torneo de los tres magos, pero no lo haría, la mujer ya la había catalogado como una fanática desquiciada.

—Por favor, es muy importante— admitió. Si bien, la encíclica no era una declaración de amor abierta, sentía la impetuosa necesidad de disculparse y otorgarle una explicación, retomar el contacto que durante cuatro largos años los mantuvo unidos.

La mujer rodó los ojos, tomando el folio en la superficie al tiempo que echaba una mirada distraída a los demás clientes.

—No puedo asegurarle que esto— espetó, moviendo el sobre con el nombre de Viktor perfectamente plasmado— llegue a manos del Señor Krum.

—El señor Krum es el padre de Viktor— replicó con hastió, autómata. No se percató de lo deliberadas que fueron sus palabras hasta sentir la mirada penetrante de la chica sobre ella. Había emulado una acción del jugador cuando se referían a él como "señor"— y no pretendo que la carta llegue a él.

—No sé qué es lo que pasa por tu mente— dijo, colocando el sobre en un apartado catalogado como envíos especiales.

—Gracias.

Sin dar vuelta atrás, abandonó la oficina de correos sintiendo que había tomado la mejor decisión de su vida. Ocultó ambas manos en los bolsillos de su abrigo y decidió que era momento de regresar a casa.

Abruptamente frenó el paso al mismo tiempo que la memoria se le iluminaba, presa del terror y de una absoluta certeza. Viró sobre sus tobillos, abriéndose paso entre los magos y brujas que transitaban por el ministerio, daba pasos precipitados, echarse a correr era en vano. Había dejado la carta manuscrita dentro de uno de los cuentos. La que dispuso cerca de la botella medio vacía de hidromiel era la copia que entregó a esa mujer hace algunos minutos, la misma que, en medio de un trance, introdujo en el sobre por confusión.

Logró arribar al establecimiento en tiempo record, pero las puertas estaban cerradas. Echó un vistazo por uno de los cristales, solo quedaba la penumbra y una tintineante luz al fondo que se esfumó en un parpadeo.

Estaba arruinada, lo que llegaría a las manos de Viktor era el resultado de una trémula confesión que había brotado gracias al valor líquido y la aflicción de los recuerdos.

Continuara

Cruzó los dedos para que esta historia sea de su agrado. Es la primera vez que escribo algo sobre el maravilloso universo de Harry Potter, es una saga que al igual que muchos, tiene un espacio especial dentro de mi corazón, fue parte de la literatura que me acompañó durante mi niñez, junto con la filmografía.

Gracias al aniversario, decidí releer todos los libros y ver todas las películas durante un mes, así que al leer El Cáliz de fuego y ver la película, me enamoró la relación de Hermione y Viktor Krum, y que en mi opinión fue el primer chico que la aprecio y quiso tal y como era, así que decidí hacer un fic al respecto.

Este primer capítulo pudo dejar demasiadas preguntas, pero les aseguró que irán respondiéndose con el desarrollo de la trama, con capítulos más extensos y detallados.

Sin nada más que decir, espero que me acompañen en este viaje y sea placentero, muchísimas gracias por leer. Les mando un fuerte abrazo y un beso, ¡cuídense! ¡Nos leemos pronto! Hasta luego.

Shekb ma Shieraki anni