Madejitas
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Durante todo el año, y en sus ratos libres, Natsu se dedica a tejer gorritos, bufandas, mitones y demás accesorios que protegerían a su adorada señorita del frío del invierno. Sus manos rápidas, luego de años de práctica, eran capaces de volver productivos apenas quince minutos y bastaba una madeja de lana y un ganchillo para terminar con un gorrillo, que se añadiría a la colección del año; cuando los días eran más lentos y el trabajo escaso, podía entretenerse con trabajos más complejos, llegando a tejer algún suéter o quizá una pequeña manta colorida. Pero, sin importar el proyecto, siempre se quedaba con pequeñas madejitas de colores, que no servirían para prendas dignas de ser usadas por su protegida, y de las cuales, por alguna razón, no podía deshacerse.
Así que tenía una cesta llena de ellas. Ya había intentado alguna vez hacerse una cobija, pero al ver las tonalidades, se sentía ridícula de solo imaginarse envuelta en tonos brillantes o pasteles.
Extendió sobre su regazo el pequeño suéter que había logrado tejer aquella mañana y sonrió, satisfecha con su trabajo, mientras un brillo de ensueño se escapaba de sus ojos al ver a su señorita convertida en una pequeña bolita de lana. Suspiró y observó la cesta, a la cual arrojaba en esos momentos otra pequeña madeja. Un ruido escapó de la cesta y luego la madeja cayó al suelo, Natsu juntó las cejas y al inclinarse, se encontró con el sonriente rostro confundido de Hanabi, que se había enterrado entre las madejitas y sostenía unas en sus manitas rechonchas.
Se había concentrado tanto en su trabajo, que se había olvidado por completo de lo enérgica que la niña era.
—Hanabi-sama, no puede estar ahí.
La tomó en sus brazos y la niña dejó escapar un sonido de inconformismo, mientras pataleaba, negaba y estiraba las manos hacia la cesta. Tomó la madeja que aun sostenía la niña e intentó quitársela, pero Hanabi se aferró a ella con fuerza.
—Hanabi-sama.
—¡No, no, no, no, no, no! —ceñuda, se aferró aún más a la madeja.
—No es de usted, Hanabi-sama —indicó, con voz suave, pero firme.
—¡Mía!
—No es suya —suspiró y soltó la madeja —, pero puede tenerla un momento.
Hanabi sonrió triunfante y jugó con la madeja unos instantes, para después demandar, con garabatos y señalamientos, ser devuelta a la cesta de madejas. Natsu le permitió el capricho, solo por esa ocasión, y la observó con una sonrisa en el rostro.
Quizá esas madejitas no necesitaban otro uso.
Jelou...
Vuelve madejitas... no sé porqué no lo había traído antes ._.
Re-plubicado: Doming, 07 de abril de 2019
