¡AVISO A NAVEGANTES! Esta historia fue escrita hace entre 7 y 10 años. Pongo este aviso nada más empezar para informar a los lectores de que, aunque esta historia me pertenece, pertenece a una yo mucho más joven e inexperta y, por lo tanto, digo yo que se notará mucho mucho en la redacción, la ortografía y la historia. Pero este relato, como otros tantos, ha formado parte de mis comienzos literarios y mi mundo Xenite y quería evitar que se perdieran en la nada ahora que cierran tantas webs abandonadas. Así que he querido recuperarlo y subirlo aquí por si alguien quiere leerlo (o releerlo).
Además, qué mejor momento que este en el que parece que Xena renace de sus cenizas (nunca mejor dicho) y que quizás volvamos a tener nuevos capitulos (pordiospordiospordios que no la caguen...).
Dicho esto, intentaré no tocar mucho el relato original (aunque me muera por meterle mano y editarlo de pies a cabeza...) porque A) quiero respetar el relato original y su esencia, y B) no tendría tiempo de retocar todas las historias que pretendo subir. Por supuesto, a pesar de todo me encantaría leer vuestros reviews y comentarios y, como siempre, nos vemos por las redes :) Tumbrl y Twitter: Summerwinesip
Me callo ya y... ¡a leer!
El Reloj
Solo conocía los relojes de arena y le costaba imaginarse uno distinto a ese. Xena se lo había descrito como un círculo en blanco con un péndulo que colgaba desde su punto más alto. Este se movía de un extremo a otro y cada vez que lo hacía se escuchaba un dulce ¡clack!.
Los sabios lo utilizaban décadas atrás para medir el tiempo, pero no les resultaba muy útil. Ellos sabían que cada día tenía 86400 clacks y que, una vez llegados a esa cifra, habían alcanzado la misma hora que cuando se comenzase a contar. Así que, para que de alguna forma fuera útil, tenía que haber alguien todo el rato contando y calculando.
No era nada cómodo.
Exigía demasiado trabajo, nunca podía dejar de vigilarse. Así que terminó cansando a los sabios, que decidieron dejarlo apartado con el calificativo de Objeto Inútil. Pero Afrodita, diosa ingeniosa donde las haya, supo encontrarle una linda función dotándolo de una nueva facultad. Ya no era un reloj curioso, sino un reloj de Corazón. Sentiría los latidos de este, pero no del órgano llamado Corazón, sino del sentimiento llamado así.
Gracias a la magia de Afrodita, cualquier persona que tocara el objeto oiría el nombre de por quien latía el corazón de la persona en la que pensara en ese momento. Es decir, con pensar en cualquier persona, podías descubrir a quien amaba sobre todas las cosas.
Y semejante don deambulaba entre los humanos desde hacía 200 años, porque Afrodita había decidido que aquel maravilloso objeto debía circular entre las personas: el que no descubriría que era correspondido, averiguaría que no lo era y evitaría que le rompieran el corazón más adelante. Afrodita creyó que sería útil y que la humanidad lo agradecería.
¿Pero… y si se hacía con él un hombre que no fuera humano? ¿Alguien a quien le faltase corazón, bondad y cualquier sentimiento parecido? A la diosa, quizás ingeniosa, pero demasiado inocente, no se le ocurrió aquella posibilidad, pensó Gabrielle. Por eso se hallaban en aquella situación.
Kambara se había adueñado del objeto, ahora arma, y lo usaba para adivinar a quien amaban sus enemigos, secuestrarlos y conseguir todos sus objetivos. De esa forma sus terrenos, riquezas y posesiones se extendían peligrosamente al norte de Pilos.
Por eso, a las afueras de la ciudad y cerca de sus murallas, Gabrielle esperaba a la mañana para entrar, junto a Xena y una de las últimas víctimas de Kambara, Limus. Este último había perdido a su hermana, casada con un noble, dueño de pequeños territorios que le habían interesado a Kambara. Al conocer la noticia, Limus había corrido a buscar a ambas mujeres. Por lo que ellas sabían, ese noble, descendiente de reyes, aun no había entregado sus tierras y eso hacía que su mujer, y hermana de Limus, Taeta, corriera peligro durante el cautiverio de ese animal.
El campamento que habían construido apenas estaba formado por sus sábanas y un toldo sobre ellas y rodeándoles, sujeto por palos, para evitar el frió. Habían llegado hasta allí en un cansado viaje en barco, así que nada más construir el alojamiento, Limus había caído rendido. Pero sus compañeras de travesía parecían algo más despejadas.
"Xena…" susurró Gabrielle.
"¿Aún estas despierta?" preguntó sorprendida
"¡Que va! ¡Estoy dormida, pero te hablo en sueños!" respondió sarcástica, cuidándose de no despertar al muchacho.
"Oh, en tal caso lo mejor para que dejes de hacerlo es no contestarte" bromeó la guerrera
"¡Xena!" se quejó, mientras esta sonreía
"Dime" siseó
"Me estoy helando de frío" musitó arropada entre sus mantas
"¡Quejica!" contestó la princesa guerrera, que como única respuesta oyó el castañeo de los dientes de Gabrielle. Respiró hondo y sonrió encantada, con la oscuridad como cómplice. Esa noche sería deliciosa. "Anda, ven aquí" propuso. La bardo sonrió, lo había conseguido rápidamente. Arrastró sus mantas con ella y se colocó junto a su princesa guerrera.
Solo eran amigas, y Xena lo tenía claro, aunque la amase a rabiar. Pero en momentos como aquel, en los que directamente Gabrielle proponía estar entre sus brazos, accedía más que gustosa. La bardo se acomodó junto a ella, rozando su costado y la princesa guerrera rodeó sus hombros con un brazo acercándola más su cuerpo "¡Estás helada!"
"T-te lo he-e dich-cho" tembló
"Ya no eres mi quejica, ahora eres mi hielo"
"¡Ey!" se quejó ella "Por cierto," sonrió "¿soy tuya?" bromeó entre sus brazos. Cualquier respuesta en esa situación sería más que agradable, pensó Gabrielle. Cualquier respuesta en esa situación sonaría, con mucha facilidad, delatora, pensó Xena.
"Bueno..." sonrió ella "Eres mi amiga, eso sí, ¿no?" preguntó
"Siempre" contestó Gabrielle sonriendo y acurrucándose en sus brazos, donde rápidamente encontró el sueño. Pero Xena aun se quedó unos minutos despierta, observándola y sonriendo tontamente, mientras acariciaba su cabello. Gabrielle había tardado tan poco en conseguir parte de su calor, como en robarle el corazón. Entonces sí pudo dormirse.
"Limus, ¡tranquilízate! Ya sabes lo que tienes que hacer y nosotras también, todo saldrá bien"
"Pero Xena…"
"¡Basta!" exclamó furiosa. Aquel adolescente en plena evolución le había despertado una hora antes de lo acordado tan solo porque estaba nervioso. Y la guerrera, a regañadientes, se había visto obligada a abandonar los brazos de Gabrielle "Lo hemos tenido en mente durante dos semanas. Es perfecto. Lo hemos repetido hasta la saciedad. Por lo menos 20 veces. ¡Cálmate! Ya te descargarás en tu parte del plan, ¿de acuerdo?"
"Esta bien. Perdona" se excusó. Xena asintió con la cabeza y girando sobre sus talones se dispuso a andar hacia las mantas, pero vio como dentro de ellas Gabrielle se desperezaba. Xena sintió unas fuertes ganas de asesinar a Limus antes de acercarse a la bardo.
"¿Dormiste bien?" preguntó Xena
"Si" contestó Gabrielle con un bostezo y estirándose "Pero volví a sentir frío cuando te fuiste" sonrió, mirándola a los ojos.
"Quejica" sonrió con todo su amor Xena.
Entre Xena y Limus habían formado una especie de cambiador, a base de mantas. Xena había sido la primera en probarlo. Entró vestida con su armadura, para salir ataviada con una ceñida túnica roja, abierta por los hombros. Cuando se la hubo colocado, llamó a sus compañeros, esperando que juzgaran su disfraz de noble romana, y obtuvo sus opiniones de formas curiosas:
"¿Qué os parece?" preguntó dando una vuelta. Limus comenzó a hipar nervioso ante la hermosa imagen, guardándose de babear, pero Gabrielle no tuvo tanta suerte. Primero se perdió en sus perfectas curvas y después soltó una risa tonta, turbada por la belleza de su amiga, logrando que Xena girara el rostro hacia ella:
"¿Gabrielle, qué te parece? ¿Gabrielle?"
"Ah, oh, estás… estás muy convincente. Pareces una noble y pija romana"
"Perfecto" festejó la guerrera "Entonces solo nos queda entrar en la ciudad"
"Xena, ¿y yo?" preguntó la bardo. Ella tenía que simular ser su criada esclavizada, y sin embargo no habían acordado ningún vestuario.
"Esto… no te enfades" siseó Xena rascándose la ceja "Pero puedes pasar por la esclava de una noble rica con tus ropas"
"¡¿Qué?!" preguntó furiosa
"¡Te lo he dicho! No te lo tomes a mal" recordó "Tus ropas son preciosas, y una noble no querría junto a si a una pordiosera. Si fueras mi esclava, te vestiría de forma semejante" se excusó, aunque su mente divagaba por otras posibilidades: si Gabrielle fuese su esclava…
"Está bien" refunfuñó la bardo "Pero no olvides que no soy tu esclava. Solo me hago pasar por ella…" advirtió
"De acuerdo, no me aprovecharé, ni te maltrataré… demasiado" bromeó riendo, mientras Gabrielle fruncía el ceño.
El mercader vigilaba al joven con desconfianza. Veía en sus ojos una chispa de picardía y temía que intentara alargar la mano para quitarle algo del puesto. Y su fruta y el dinero que esta le proporcionaba le era indispensable en aquellos difíciles momentos. Con el guerrero que los regentaba, el lugar iba de mal en peor. Aquel regente utilizaba el dinero de los impuestos únicamente para dar poder a las tierras que misteriosamente conseguía a una velocidad trepidante. Pero al mercader eso le daba igual, no era quien para preocuparse de los asuntos de estado. Él se ocupaba únicamente de su fruta. Volvió a mirar al joven y este le sonrió colocándose frente a él. Como si estuviesen jugando, aumentó su sonrisa. Antes de que el mercader pudiese gritar, el joven corría con tres manzanas en las manos.
Con el grito de "¡AL LADRÓN!" alertó a dos guardias que salieron detrás del muchacho en su lugar pues no podía abandonar el puesto.
Los soldados cargaban con una armadura y el muchacho tan solo con manzanas, pero aun así al atravesar el patio del mercado, parecía que le alcanzarían. Extrañamente le siguieron en su recorrido, hasta llegar a las afueras del palacio del magnate del pueblo.
Llegado a ese lugar el muchacho aumentó la velocidad, amenazando con dar esquinazo a los guardias entre la multitud que había frente a la puerta, hasta que una criada salió de entre la multitud y golpeó al chaval en las piernas, derrumbándole contra el suelo. Los guardias, derretidos y machacados por la carrera, rodearon al muchacho, mientras uno de ellos se acercaba a la mujer, clara esclava de alguien, que había acabado con la persecución. La miró: la joven, aun teniendo la cabeza gacha, dejaba ver un dulce rostro, pelo rubio, quizás con reflejos pelirrojos, rematado con unos preciosos ojos verdes.
"Gra… ci…as" murmuró el pobre mercenario "¿Cómo te llamas?"
"No lo dirá si yo no se lo ordeno" siseó una voz dulce y fría al mismo tiempo. La multitud se abrió, permitiendo caminar por un pasillo humano a una bellísima mujer que lo merecía. Era alta y dejaba ver su espléndida figura, que empezaba en sus delicados tobillos, continuaba por su torneada cintura y terminaba en las lindas curvas de su cuello, visible gracias a un exquisito y sereno recogido. Llevaba puesto un sencillo pero seductor vestido: de hecho toda ella lo era.
Alcanzó a su criada y esta permaneció cabizbaja y sin decir nada. Aquella extraordinaria noble miró a su alrededor, como evaluando el lugar donde se encontraban:
"Creo que te devuelve las gracias por su hazaña. Y su nombre… ahora no me acuerdo" musitó Xena en su más fiel interpretación "Pero es una gran doncella" sonrió "¿Podríais decirme que hago aquí?"
"Esperar a que nuestro líder decida si os concede una entrevista. En tal caso y cuando él así lo quiera, se os alojará en un edificio, dentro de su jardín, a fin de…" parecía dispuesto a recitar todo un discurso que se le había hecho memorizar. Pero Xena le hizo detener su monólogo, negando con la cabeza "¿Qué ocurre, señora?"
"¿Te dice algo el nombre de Julio Cesar?"
"Mucho, señora"
"Pues soy su prima" siseó con un falso orgullo, que no existía.
Continuará...
