Capítulo Primero: El funeral.
La magia, la muerte y el dolor habían transformado el blanco de las cortinas del comedor y el cuero de los sillones en un negro oscuro como la noche anterior. No había nadie en el salón. Al menos nadie vivo. Un féretro con un ataúd abierto reposaba en medio de la habitación, en el lugar en el que habitualmente había una mesa en la que el matrimonio y sus dos hijos solían cenar. Las ventanas estaban abiertas de par en par y la suave brisa de verano ondeaba muy despacio las cortinas. Ese era todo el movimiento que había en la planta baja que por lo demás, se encontraba invadida por el silencio y la quietud. El reloj de pie dio cuatro sonoras campanadas con las que rompió la monotonía del lugar.
Pasó casi media hora hasta que un nuevo ruido interrumpiera la estática escena. Se trataba del timbre de la puerta principal. Una figura vestida completamente de negro bajó las escaleras lentamente, taconeando a cada paso que descendía. Sus ojos no podían contener las lágrimas que ella inútilmente trataba de secar a cada segundo con la manga de su túnica. Ese día las arrugas que los años habían surcado en su rostro eran más profundas que nunca. Sus labios parecían haber olvidado cómo sonreír. Incluso su cabello, inusualmente recogido en un rodete había perdido brillo. Hacía diez horas, una gran parte de ella había muerto. Abrió la puerta lentamente, como si en realidad no quisiera encontrarse con quienes estaban del otro lado.
Unos instantes más tarde fue evidente que no era así, ya que se arrojó a los brazos abiertos que una mujer pelirroja le tendía desde el otro lado del umbral. También la pena y el dolor habían marcado notoriamente los rostros de las cinco personas recién llegadas. Cuando la dueña de casa se separó del abrazo de la mujer pelirroja, recibió el del hombre alto, de cabello negro azabache que se encontraba a su lado. Los tres hijos del matrimonio Potter abrazaron también a su tía, de mayor a menor. Primero James, luego Albus y finalmente Lily.
- Pasen – Indicó Hermione en un tono de voz apenas audible. De todos modos, era innecesaria la indicación. Ginny ya estaba unos pasos dentro de la salita, rodeándole los hombros a su cuñada con un brazo.
Tres pares de ojos castaños y dos verdes se abrieron un poco más que de costumbre al observar el cajón que contenía el cuerpo de aquél pelirrojo al que tanto querían. Los ojos de la pequeña Lily se llenaron de lágrimas, y su madre fue incapaz de abrazarla sin derramar algunas ella también. Harry Potter permanecía en silencio mientras posaba uno de sus brazos sobre la espalda de su esposa, y con el otro rodeaba los hombros de su mejor amiga.
Nuevos pasos se dejaron oír en la escalera que conducía a los tres dormitorios de la casa. Estos eran más pausados que los anteriores, la persona que descendía por ellos no estaba del todo segura de querer ver a sus familiares. Sin embargo, apenas apareció Rose Weasley en el salón, su primo Albus corrió a abrazarla y murmurar en su oído:
- Lo siento mucho, Rosie. Lamento no haberlos acompañado anoche. Jamás me lo perdonaré. – Se excusó el moreno mientras la jovencita escondía el rostro empapado sobre su pecho.
- No hay de que disculparse. – Dijo la chica mientras se esforzaba por apartar de su mente las imágenes terribles que la acechaban desde la madrugada anterior.
Para cuando llegaron los señores Granger, Ron Weasley, quien se encontraba en el baño duchándose desde hacía bastante tiempo, ya estaba en la sala junto al resto de su familia. En sus facciones se podía dilucidar que intentaba parecer más fuerte de lo que en realidad era. La tragedia marcaba su rostro al igual que el de su mujer, su hija, y el resto de sus parientes. Nadie podía creer que Hugo no estuviera más con ellos.
Por más llena de gente que estuviera la casa, el silencio era penetrante y no dejaba lugar para nada más que susurros o sollozos aislados. La mesa que estaba a un costado de los sillones rebosaba de comida, pero pocos eran los que podían probar bocado. En la gran mayoría de los casos se trataba de compañeros de trabajo de Ron y Hermione, vecinos y demás personas que habían asistido "por compromiso".
La tarde ya estaba avanzada cuando llegó la carroza, dos magos descendieron de ellas con sus varitas en la mano. Ingresaron al salón, intercambiaron unas cortas palabras con Ron y apuntaron hacia el cajón.
La estructura de madera se elevó en el aire, guiadas por las varitas. Atravesó lentamente el salón, y el cuerpo de Hugo Weasley abandonó definitivamente el hogar en el que nació y murió. Todos los presentes se pusieron de pie solemnemente, observando con sumo respeto el cajón. Una vez que estuvo ubicado en el carruaje, comenzaron a caminar lentamente detrás del coche. Marcharon de ese modo las dos cuadras que distaban al cementerio.
La fosa ya estaba lista, la placa escrita, una vez dentro el féretro, los allegados le dieron el último adiós.
Hugo Ronald Weasley
20 de noviembre de 2008
16 de junio de 2022
