Esa noche, nevó más de lo normal. Regularmente caen entre 100 a 140 centímetros al mes. Hoy, ha caído más de 170 centímetros, en un solo día.

1915. Rusia, Moscú. 12:00AM.

Las campanas de la iglesia han comenzado a resonar. Son pasada la media noche y aun, no logro conciliar el sueño. Bueno, no es que realmente duerma a estas horas. La rutina es la habitual. Me doy un último paseo por los recovecos de las habitaciones, buscando pequeños roedores que hayan intentado burlar mis bravos sentidos. El gas de mi lámpara no me acompaña del todo, pues está consumiéndose más vertiginoso por el frio ambiente. Me deslizo sereno por los pasillos, dando de lleno con la puerta principal al final de mi recorrido. Los pequeños duermen pacíficos. Cada uno en sus camas, arropados, ignorantes a lo que a fuera acontece. Algunos de ellos no superan los 6 años. Otros, ya están demasiado grandes como para seguir cuidando de sus almas. Mas no puedo dejarlos. No aun.

Al parecer, todo sigue en orden. A excepción del inquieto gruñido de mi fiel compañero, Makkachin; el cual se ha despertado bajo el aletargado calor de la chimenea. Regreso al vestíbulo, tramando dentro de mí, si es lo que creo que es. No le doy muchas vueltas, al divisar la silueta que se esconde entre las cortinas. Esa cabellera rubia, la he visto a diario deambulando por aquí.

—Yuri —llamó, acercándose a su menudo cuerpo— ¿Qué haces despierto? Deberías estar durmiendo junto con los demás —el joven no responde, dando por finalizada la orden que se le ha cometido— Vamos. Te llevaré a la cama —incita, jalando su hombro hacia atrás. Este, no reacciona. No parece querer mover musculo alguno— Yuri ¿Pasa algo?

Padre —murmura— ¿Cree que algún día volveremos a verlo?

—¿A quién?

—A él —expresa nostálgico, buscando en su mirada alguna respuesta lógica a su petición— Ha nevado demasiado hoy. Debe de tener frió ahí afuera.

—Es una criatura muy fuerte. Estará bien —acotó el albino— Vamos. A la cama.

—Lo extraño —repuso escueto— ¿Cree que volveremos a verlo algún día?

Detesto tener que mentirle a los niños. Pero en mi profesión, no es algo de lo cual pueda discernir del todo. ¿Qué puedes hacer, cuando un joven de 15 años, ya se replantea la posibilidad de salir solo al mundo? Los misterios que la vida aguardan, son demasiado vastos para una simple rubia cabecita. Sonreí, despeinándole con el entusiasmo de siempre. Soy un hipócrita. De eso se trata esto.

—Sea donde quiera que esté, nuestro señor está con él. En su infinita misericordia, el cuida de todos nosotros —expresó Viktor— El no discrimina por color, religión o...especie. No temas. Estará bien

No era la primera vez que mentía. De tanto hacerlo, ya me había tragado mi propia historia de los acontecimientos. Logré hacer que Yuri regresara a la cama esa noche. De alguna manera, estaba satisfecho con al menos calmar su tormentosa red de dudas. Porque ciertamente...la mía no conseguiría tal objetivo. Y mientras observaba la cruz de madera que colgaba en mi cuello, me replantee la idea de simplemente no tener alma. Si realmente existía Dios en esos momentos, seguramente estaría dándome la espalda de la vergüenza. Me quité la sotana, los zapatos, y me encaminé hasta mi no, cómodo lecho. Un viejo sofá que a poco traer, prácticamente se estaba desarmando. No importaba mucho donde recostara mi cabeza. De todas formas, nunca la sentí tan separada de mi tronco espinal.

Lo único que me impulsaba a dormitar ahí, era la vaga representación de que el, había compartido el mismo catre días atrás. Su esencia seguía engomada a la tela, como una fragancia de primavera recién extraída. Penetrante, indómita. Animal.

Makkachin se acurrucó a mi lado, buscando algo de calor humano para pasar la velada. Mis dedos masajearon sus orejas, recordando la suavidad de la textura de su ser. Esto es, lo que me ha llevado a ser lo que soy ahora. Un pecador.

Todo comenzó hace un año...

[...]

San Petersburgo. 1913.

—Quisiera presentarles al nuevo párroco de Nuestra Señora de Kazán. Viktor Nikiforov.

—Hi —saludó— Es para mí todo un honor, poder ser parte de esta prestigiosa catedral.

Incluso las mujeres más viejas, se sobresaltaron con mi astuta presentación. Escueta, pero muy carismática. Fue increíble. Casi como si el mismo Dios estuviera pegado a mi espalda. Las mas jóvenes se retrajeron entre sus mullidos vestidos y el aleteo de sus abanicos, mientras que los hombres me observaban con una veneración y un respeto fluvial casi inhumano. Llegué a escuchar cosas como:

"Es demasiado guapo para ser un cura"

"¿Qué edad tendrá?"

"Que dios nos ampare"

"Seguramente es otro ortodoxo de mierda"

—Como bien ya saben —enunciaba el hombre— Todos lamentamos la muerte del padre Yakov. Sin embargo, Viktor ha demostrado ser un hombre tan devoto como él. Cumplirá con su deber con los más desamparados y por supuesto, con el orfanato.

Con un unánime amén, fue que comencé mi joven carrera de sacerdote. Nunca fui muy apegado a dios. Sin embargo, supongo que todos tenemos derecho a arrepentirnos. Todos lo creían, a excepción de uno. Un hombre de mirada frívola, me observaba de entre los congregados con desdén. Otabek Altín. Un reconocido empresario y veterano de la guerra Ruso-Alemana con el cual, compartí en más de una ocasión las barracas. ¿Quién lo diría, no?

Mis primeras misas fueron todo un éxito. Asumí el papel de párroco en medio de un tiempo más bien contemporáneo. Si bien, Rusia por esa época aun seguía bajo el apogeo de la monarquía absoluta, muchos de los ciudadanos ya habían sido excomulgados de la iglesia. Seguidos de una idea protestante, que inició sus primeras representaciones en Italia. Aun así, no estaban ajenos a mi presencia. A los pocos meses, logré ganarme el aprecio y la aceptación de muchos. Sobre todo, de los más pobres.

Nací en una provincia alejada de todo y muy paupérrima, a los pies de la colonia real. Mis padres, no eran ricos; pero eran gente de bien. Desde que entré al instituto, me alejé de ellos, perdiéndoles la vista hacia años ya. Estaba cómodo con mi decisión. El señor estaba conmigo.

Solía recorrer los mercados, atendiendo las necesidades de quienes más lo necesitaban. De vez en cuando, hacia visitas a los hospitales e incluso, a barrios pícaros, llenos de rufianes y prostitutas. Gente que nadie quiere y de lo cual, muchos rehuían. Todos tenían una oportunidad de acercarse a nuestro Dios. Sin discriminar raza o etnia. Muchos de ellos no sabían leer ni escribir. No obstante, lograba una cercanía de cómplice absoluta. Nadie está libre de pecado. Ni si quiera los pequeños huérfanos; los mismos que depositaban en mi su confianza y su plena disposición con la iglesia. Fue entonces, cuando le conocí.

Expulsado de su hogar y vendido casi como un esclavo, una pequeña alma mal humorada llamada Yuri Plisetsky se apoderó de mis encantos. Fascinado con la idea de poder tener una mejor vida, le acogí como si fuese mi propio hijo. Por supuesto que no puedo tener hijos reales. Se entiende la metáfora. Era mayor que el resto y por lo tanto, un problema para la sociedad. Las escuelas no eran para él. Odiaba estudiar. No era disciplinado ni mucho menos leal a las creencias religiosas. Pero vio en mi un camino incrédulo de salvación a ese submundo bajo y lleno de avaricia de la que pocos, pueden escapar. Resultó ser a todas vistas, el más aplicado de todos. Eventualmente pasó a ser casi mi mano derecha. Me ayudaba a preparar las misas y los bautizos con mucha destreza. A cambio, le permitía recorrer los pasillos de la gran biblioteca. Claro que no sabía leer ni escribir. Pero su osadía por aprender no tenia limites.

Yuri era muy inteligente. Por supuesto que no estaba de acuerdo con todo lo que yo profesaba. Era un chico con muchas dudas y pocas respuestas. Todo se lo cuestionaba. Y para todo tenía una respuesta. Era de esperarse que me trajera muchos problemas con quienes, no tenían la capacidad espiritual o el razonamiento lógico de discernir y soportar opiniones distintas a las suyas. Así que en obres, era acarreado a mi puerta por los propios policías del lugar. Sin contar, los malos hábitos que aun me costaba erradicar de su idiosincrasia. Cosas que uno aprende cuando vive solo en las calles.

—Le hemos pillado robando otra vez —comentaba uno de los policías. El muchacho, se resistía de mala gana—

—¡No he robado nada! ¡Son unos estúpidos mentirosos! —chillaba Plisetsky, escupiendo a uno de los sujetos.

—Yuri... —suspiraba Viktor— ¿En qué quedamos?

—Cura. Será mejor que controle a esta rata, si no quiere que sea trasladado a los calabozos de menores —protestaba otro, lanzándolo a los pies del mayor— No crea que seremos indulgentes con él, solo porque es su protegido.

—Muchas gracias por todo, oficiales. Me encargaré de el —decretaba Nikiforov, jalando de una oreja al rubio.

No era la primera vez que Yuri era arrestado de esa manera tan inhumana. El tema estaba zanjado, por más que quisiera negarlo. Tenía mis trucos para sacarle la verdad. El no me mentiría a mí.
Le observé como quien juzga a un desertor de guerra y estiré mi mano. Esperaba que esta vez, fuese distinto y de verdad no hubiera hurtado nada. Pero no. De el interior de sus ropas, extrajo un pequeño libro negro de papel corrugado. A decir verdad, no estaba impresionado por su sinceridad, sino mas bien por lo que esta vez, se había hecho con él. Generalmente, Yuri robaba comida. Era como un barril sin fondo. Y a pesar de todo el alimento que podía proporcionarle, el siempre quedaba con hambre. Supuse que era normal en un muchacho en crecimiento como él. Callé, dejando que el propio silencio lacerara su conciencia. Un niño, no puede tenerla.

—Lo iba a devolver. Solo lo tomé prestado —reconocía su delito, desviando la mirada sin un ápice de vergüenza.

— Hemos hablado esto un montón de veces y pareciera que no tienes nada dentro de esa cabeza hueca tuya —regañó el clérigo— ¿Ahora robas libros?

—¡Ya te dije que lo tomé prestado solamente!

—No se grita en la casa del señor —reprimió Nikiforov, hastiado con su comportamiento tan descarriado— Yuri ¿No lo entiendes? Robar está mal. Incluso si solo es un préstamo. No puedes adueñarte de cosas que son ajenas sin pedirlas primero.

—Lo pedí...pero quizás no me oyó —se encogió de hombros muy normal.

—No me duele que me mientas a mí, o a él —señaló el albino, apuntando directamente a una figura religiosa de la pared— Te estás mintiendo a ti mismo. Y eso no es correcto.

—¡Tch! Estoy harto de que me digas que es lo correcto o lo que no es correcto —refutó el ojiverde con impotencia— Tú no puedes saber eso. Solo eres un tipo común y corriente que sigue las palabras de un tonto libro.

—¿Crees que yo realmente, creo todo lo que dice la biblia? —Plisetsky parpadeó anonadado con la declaración. Por supuesto que lo creía. Al menos, cuando escuchaba las misas o le veía recitar párrafos completos de memoria de aquel texto. No. Quizás, no lo comprendía del todo— No todo lo que dicen los libros, es real. Yo solamente me encargo de hacer público los valores que nos enseñan. Queda en ti, creer o no. Solo tu corazón lo puede saber.

—¿Si? Pues yo no creo que haya un infierno o un paraíso, como dices tú —alegó— Y si realmente existe, dudo conocerlo algún día. Este mundo apesta.

¿Que podía decirle? Me encabronaba de todas maneras, que fuese tan jodidamente inteligente. No por el simple hecho de que no tenia respuestas para refutarle. Si no, porque me hacía sentir culpable, al no poder mentirle como a los demás. Exhalé rendido a él, esbozando una sonrisa afable de vuelta. Tenía razón. En todo. Sobre todo con lo que había presenciado en la guerra. Por un par de años, cuestioné mi fe en la humanidad al ver tantos cadáveres revueltos por el hedor del barro norteño. Pero, a pesar de todo aquello, jamás flaquee de tal manera como para rendirme y creer, que el mundo podía llegar a ser un paraíso viviente. El amor, todo lo puede.

—No se te escapa nada ¿Eh? —comentó Viktor, risueño. Estaba a punto de confesarle un presagio de antaño, cuando la tapa de aquel libro le paralizó por completo— Oye...¿De dónde sacaste esto...?

—¿Que importa? Es basura para ti.

¡Yuri!

—Tsk... —chasqueó la lengua, saboreando una manzana que había sobre el mesón principal. Nunca había visto al sacerdote, poner esa cara de como quien ve un fantasma. Le intimidó— Lo rob-...digo. Lo pedí prestado de una anciana que merodeaba en el mercado. Hablaba con otro tipo y decía cosas raras. Cosas que yo no entendía y pues pensé que sería interesante saber de qué se trataba. ¿Por qué?

—Yuri...—reprochó el cura, pasmado con la historia— ¿Tienes idea de lo que acabas de robar?

—¡¿Cómo voy a saberlo?! ¡No sé leer!

—Agradezcámosle al señor, que los policías no te hallaron con esto encima o no estarías aquí.

—¿Jah?

—Debemos devolverlo cuanto antes. O...mejor aun —dilucidó, preocupado— quemarlo.

—¡Oe! ¡Espera un segundo! —le retuvo— ¿Por qué actúas así tan de pronto?

—¡Cierra la boca, niño tonto! —vociferó— ¡Agradece que sigues aquí!

—¿Por qué está gritándome? Es la primera vez que le veo así — Oe...¿No se supone que aquí no se grita? Eres un patán de primera.

—Estoy salvándote la vida —decretó Viktor, tirando el objeto a la chimenea.

—¡No! ¡¿Qué demonios?! —luchó Plisetsky, casi saltando a las brazas como quien le lleva el diablo. Acto seguido, fue retenido por Nikiforov, iniciando así una lucha de forcejeo por recuperarlo— ¡Es mío! ¡No me jodas! ¡Devuélvemelo!

—¡Yuri! ¡Deshazte de él! ¡¿Estás loco?! —aulló el párroco.

—¡Quiero saber que es! —contradijo el muchacho.

—¡¿Para qué lo quieres?! ¡Ni sabes leer!

—¡Pues enséñame, cura estúpido! —rebatió.

—¡Ten más respeto, mocoso! ¡El señor te está escuchando!

—¡El señor me la suda! —berreó, gesticulando una mueca irreverente frente a las estatuas devotas. Luego se echó a reír— ¡Blee-...! ¡Ah! ¡Socorro! ¡Hay que hacer un exorcismo! ¡El cura está poseído! —se burló, jalando de vuelta.

—¡Enano...! —le tiró de los brazos— ¡Te voy a meter la cruz por el-...!

Vaya...es la primera vez que escucho a un sacerdote decir algo tan intenso como eso.

La escena era abruptamente interrumpida por una fémina de cabellera bermeja. Mila Babicheva, quien había tocado la puerta pero...nadie le oyó. Ambos se separaron de golpe, sintiendo la vergüenza sobre sus hombros. Afortunadamente, la rusa era de confianza. Había olvidado por completo que iría a verles esa tarde.

—Disculpa todo el ajetreo —examinó Nikiforov, sirviéndole una taza de té. Ambos se encontraban en la cocina, mientras Yuri farfullaba en el salón. Aun seguía de mala gana, observándoles. Había logrado arrebatarle el libro de sus pequeños dedos— ¿A qué hora zarpa tu barco?

—A eso de las nueve —respondió divertida. Le parecía fascinante la pelea de ambos— ¿Que ha pasado? Puedo sentir su energía negativa desde allá.

—Lo de siempre —admitió rendido— Yuri robó algo.

—¡No lo robé! ¡Lo pedí prestado! —se defendió en la distancia. Claro que estaba oyéndoles.

—Vaya —mofó Babicheva— Tiene oídos de un lince. Siempre he pensado que Yuri es más bien un felino y no un humano.

—Pasar tanto tiempo con animales te ha dejado sin ideas —respondió el cura

—Soy veterinaria. No le hago a la humanidad como tu —admitió con orgullo— ¿Y bien? ¿Qué es lo que se ha robado esta vez? —inquirió la pelirroja, examinando la mirada angustiada del ojiazul. Finalmente, sacó el libro de entre su vestidura— Wow...¿De verdad? ¿De dónde lo sacó?

—¿Qué es? —insistió Plisetsky, correteándoles hasta captar su atención— Vamos. Dime. Yo se que tu sabes.

—Bu-Bueno... —balbuceó nerviosa, denostando la aprobación del albino antes de hablar. Este, simplemente hizo oídos sordos— Esto es un libro de magia.

—¿Magia? ¿Qué es la magia? —indagó el pequeño.

—Mila —intervino el padre, frunciendo el ceño— Eso no es magia. Es herejía.

—Vamos —se encogió de hombros con obviedad— ¿En serio? Te creí más inteligente

—Claramente, lo estoy siendo —espetó— Solo intento proteger la vida de las personas que amo.

—Dios no tiene la culpa de que Yuri sea tan curioso —rió y entonces, regresó la vista al joven— No es herejía. Es magia antigua. Este libro habla sobre criaturas sobrenaturales.

—Wow...¿Que son...criaturas sobrenaturales?

—Bueno, ya sabes —musitó con misterio— Seres misteriosos. Gente que no es humana como nosotros. Hadas, Duendes, Vampiros, Hombres lobo.

—¿Esos...existen? —pestañeó ansioso. Sus ojitos, intrigados.

—Por supuesto que sí.

—¿Cómo es que no los he visto?

—El hecho de que no los veas, no significa que no existan —aclaró, echándole una hojeada a las paginas— Esto te explica todo lo que debes saber para verlos, contactarlos y adem-...

—Suficiente —interrumpió Nikiforov, arrebatándoles el objeto. Un silencio sepulcral sentenciaba la conversación. Incluso en un lugar tan sagrado como aquella iglesia, el ambiente se tornaba denso para continuar— No creo que aquella anciana, haya sido una mujer ordinaria. Debe de haber sido practicante de algún culto o algo así. Una bruja —decretó sin más— Y ya sabemos, lo que les pasa a las brujas ¿Lo entiendes ahora, Yuri? Si te hubiesen pillado con esto en tu poder. Te hubieran acusado de herejía y en estos momentos, estarías de camino a la hoguera o peor.

—Yo no soy Hereje —reprobó con recelo.

—Nadie dice que lo seas —dictó Mila, masajeando su nuca con suavidad— Pero...¿Sabes? Hay misterios ahí afuera de los cuales, no todo el mundo está dispuesto a conocer. Viktor lo entiende ¿Verdad, Viktor? —le regresó una mirada furtiva— Incluso yo que trabajo con animales, aun desconozco del todo el mundo animal. Hay criaturas con aspectos no tan agradables y muchas veces, les huimos por temor.

—Eso es porque el humano le teme a todo lo que desconoce —siseó el sacerdote con tristeza— Es natural que quiera destruirlo a la primera.

—Pues si yo conociera a un Hada en persona, no le mataría —admitió el ojiverde— Me da mucha curiosidad. Le haría mi amiga.

—Tu inocencia no tiene límites —chistó Babicheva, levantándose para retirarse— Es tarde. Debo irme ya —recordó entonces— ¡Ah! Casi lo olvido —anunció, dejando sobre la madera dos trozos de papel coloridos— Mañana llegan los nuevos animales al zoológico. Y por supuesto que me acordé de ustedes dos. ¿Qué dicen? —completó— Entradas gratis~

—¡¿Qué?! ¡¿De verdad iremos al Zoológico?!

—Para que veas que Viktor no es tan malo como piensas —le guiñó el ojo al mayor— El me había comentado que nunca habías ido a uno. Ahora tendrás la oportunidad de verlo. El primer Zoológico del imperio.

—¡Geniaaaaal! ¡Ya quiero que sea mañana! —saltó eufórico.

—Solo si te vas a dormir temprano hoy y no me haces rabiar —mofó el cura.

—¡Si, señor! —obedeció.

—Es un buen niño. Supurante como la sífilis e imposible de lidiar como la sarna—grandes comparaciones— No deberías ser tan duro con él.

—No soy duro con el —explicó el hombre, regalándole una mirada tierna al pequeño, quien partía de camino a la habitación— Pero si...creo que la gonorrea es más fácil de tratar.

—Hablando de enfermedades venéreas —nada que ver— Mañana estará mi ex novio Emil de guardabosques.

—¿No estarás pensando en volver con él, o si? —una pequeña gota deslizándose por su nuca.

—En realidad pensaba en homicidio —asintió feliz— Pásenlo bien por mí —se despidió.

—Perdónala señor, no sabe lo que dice —mira el techo y se persigna[?].

[...]

Zoológico Central. 12:04PM.

Quisiera detenerme justo aquí. Desearía relatarles la historia de un niño feliz y un sacerdote, buscando la redención de su alma al visitar un lindo y tranquilo zoológico. Tal vez, los tiempos no estaban cuadrando con nuestra situación. Sin embargo, sería absurdo decirme a mí mismo que me arrepiento hasta el día de hoy, de aquel acontecimiento. Pues lo que vendría a continuación, pondría en duda la fe...de cualquier hombre. ¿Era ese su plan desde un principio? Me lo pregunté un par de veces. Cuando pequeño, solía replantearme la idea de su existencia. Y muchas veces llegué a la conclusión, que si realmente existía...¿De qué forma seria representado? Había oído historias absurdas de hombres que hablaban con Dios. ¿Pero, como sabían ellos realmente que era Dios quien les hablaba y no otra persona? ¿U otro ser? ¿Era algo así como un capitán presentándose a sus soldados? Si la humanidad era guerrera. ¿Era yo un soldado de el? Las cruzadas, los templarios, los caballeros teutones. Todos y cada uno de esos jóvenes, muriendo por él.

¿Estaría Dios, en las calles que visité? ¿En los hospitales? ¿Los prostíbulos? ¿En Yuri...?

—¡Viktor! —ahuyentaba Plisetsky, con la ansiedad de todo un niño— ¡¿Qué haces ahí parado?! ¡Mira esto!

Justo ahí. Delante de mí. Sin si quiera recordar como había llegado a esa jaula en particular. Sublime. Majestuoso. Esbelto. Un hermoso lobo gris de ojos rasgados, orejas puntiagudas y pelaje tupido se alzaba desde lo alto de una roca. No era de extrañarse que tuvieran semejante criatura en aquel zoológico. Después de todo, se emplazaba en un frondoso bosque al norte de Moscú.

Pude jurar...a simple vista...que estaba viendo a Dios en persona. ¿Era esa su representación? Me miraba, como quien examina el alma de otro. Penetrante, alerta de todo lo que se movía a su alrededor. Era simplemente...

—¿Maravillosa, no cree?

—¿Eh?

—Dios nos ha regalado criaturas fascinantes —sonrió afable el hombre— ¿Es usted el nuevo párroco de Kazán, no? —estrechó su mano— Mucho gusto. Soy Emil Nekola. Guardabosques del zoológico.

—Ah...el gusto es mío, Emil —respondió, sutilmente aturdido por su presencia. Ahora más que nunca, estaba hechizado por el can— ¿Has dicho, maravillosa?

—Es una hembra —explicó el cuidador— No es común ver lobos de este tipo en Rusia. Llegó hace dos meses. Traída directamente de Japón. Aunque nadie sabe muy bien de qué región vino. Es un animal en peligro de extinción por allá. —añadió— Viajó en barco. Muchas horas. Sedada, por supuesto.

—¿Extinción?

—Los asiáticos son una cultura distinta a la nuestra. Ya sabe —expresó Nekola, eufórico con su propio relato— muy misteriosos. Ellos no creen en Dios.

—Son politeístas. La mayoría, Budistas —aceptó Viktor con serenidad—He leído de ellos. No creen en la existencia de un solo ser, si no en muchos.

—Wow. Se ve que es un hombre muy culto, padre —agradeció— No es común en los sacerdotes de por aquí.

—Leo bastante...

—Al parecer, esta raza de lobos fue considerada sagrada para algunas tribus y...bueno —suspiró— Una forma de venerarla fue...comérsela.

—¿Qué? ¿Los japoneses se...comen a los lobos? —estaba impactado con el relato.

—Creían que al comer la carne de sus animales, les otorgaría poderes mágicos. Fue así como comenzaron a cazarlos uno por uno hasta que llegamos a esto —declaró desanimado— Es triste.

—Por todos los cielos —exclamó avergonzado el cura— Que Yuri no te vaya a oír decir eso. Esta empecinado en aprender más sobre la magia y cosas así.

—¿Que tiene de malo? —rió— Hoy en día son comunes los protestantes.

—Tengo suficientes problemas ya, como para soportar esto —Viktor exhaló rendido— ¿Huh? ¿A dónde se fue? —musitó, buscándole impaciente con la mirada. El animal, ya no estaba.

—Debe de haberse escondido en su cueva —bufó Emil— Ya le toca su comida. Iré por ella. ¿Quiere ver como la alimentamos? Últimamente anda un poco agresiva. Más de lo normal. La señorita Mila dice que es natural, por estar acostumbrándose al nuevo ambiente. Es hostil para ella. Pronto se acostumbrará.

—¿Agresiva? Es natural que lo sea. Después de todo...es un lobo salvaje, ¿No?

—¡Claro! Pero sigue siendo un hijo de Dios ¿No? —sentenció, segundos antes de retirarse.

—Por supuesto... —balbuceó para sí mismo. Muy pocas veces en su vida había tenido el privilegio de apreciar a un animal tan hermoso como ese— Todas las criaturas, sin importar raza o especie, son creación del mismo.

En aquel momento lo comprendí. Mi mente estaba divagando en una secuencia de imágenes rotundas e inexistentes sobre su presencia en este mundo. Una brisa gélida removió mis ideas. Los arboles, la hierba fresca del césped, el canto de los pájaros. Todo estaba conectado a un solo creador. Mismo, que me había llevado a conocer a ese solemne lobo mustio. Desde que la guerra había acabado y seguí mi camino al sacerdocio, prometí nunca más tomar un arma en mi vida. Había manchado suficiente mis manos con la sangre de humanos inocentes como para conciliar el sueño. De vez en cuando, aun podía escuchar sus alaridos en mi cabeza. Susurrando, maldiciendo, aullando...

Gritando.

¿Un grito?

—¡Un animal se ha escapado!

Un ensordecedor grito ahogado, me desenterró del lugar en el que me encontraba. Todo había pasado demasiado rápido. Casi por instinto, lo primero que se me vino a la mente en ese momento, fue...

—¡¿Yuri?! ¡¿En donde estas?!

El horror se había apoderado de mi, en cuanto eche carrera a buscarlo por el parque. La multitud entraba en pánico, generando un caos en todo el recinto. Los pocos guardias que quedaban, cobardes, aislaron al tumulto de personas que histéricas, corrían a la salida. Sin impórtales si pisoteaban a otros o si tenían que cortar una cabeza para escapar. Lo harían. No cabía duda alguna. Eran humanos. Así es como funciona.

No me iba a poner a rezar delante de otros, solo porque algún animal se había escapado de su jaula. Pero debo confesar, que en esos momentos de angustia, solo pedía una sola cosa en este mundo. "Por favor, que no le haya pasado nada malo a Yuri". Lo deseaba. Con todas las fuerzas de mi acongojado corazón, que poco a poco se aglutinaba en mi garganta con el pasar de los segundos.

Dios...si realmente existes. Demuéstramelo. ¡Demuéstrame que eres real!

Claro que apareció Dios. Tal y como lo había visto antes. Se asomaba de manera sublime entre los matorrales. En su infinita magnificencia. Omnipotente. Omnipresente. Ahí estaba. Dios, en forma de lobo gris. Apretando como dos tenazas afiladas entre sus colmillos, el hombro de Yuri. La sangre, chorreante en su hocico. Y el llanto adolorido del infante, quien poco y nada podía hacer. Lo más seguro, al borde del desmayo, producto del shock.

¿Por qué? ¿Por qué la loba no estaba en su jaula? ¿Es que acaso, "el" estaba poniendo a prueba mi fe? ¡¿No le era suficiente con haberle entregado mi vida entera en su devoción?! ¡¿Por qué?! ¡¿Por qué tenía que pagarme de esta forma?! ¡¿Por qué, Dios, te quieres comer a Yuri?!

—¡Padre! —vociferaba Emil— Dios santo... —en su rostro, el espanto pintado de negro; entre lagrimas. En sus manos, una escopeta calibre 33. Temblaba. Temblaba como si su sistema nervioso hubiese sufrido un colapso— ¡Tengo que...! ¡Tengo que...! ¡Dispararle! —apuntaba.

No. Por supuesto que no quería hacerlo. Era cosa de ver su cara. ¿Puede alguien temer tanto por la vida de otro ser, como de la propia? ¿Era un juego esto? Solo una jugarreta. El animal no tenía la mas mínima intención de soltarle. Incluso siendo apuntada directamente entre sus cejas, gruñía con ira. Con rencor. Como si deseara nuestra muerte. ¿Realmente esta criatura, tan hermosa, era parte de su reino? ¿Estoy a punto de asesinar a uno de tus hijos? Habiendo matado a miles de mis hermanos durante la guerra. ¿Uno más? ¿El ultimo de su especie?

...lo siento...no fue mi intención.

El balbuceo moribundo de Yuri, me puso los pies en la tierra. No...ese no era Dios. Ni ninguno de sus hijos. Ni mi hermano. Ni nada.

Ese...era el diablo.

Emil no iba a disparar. El shock le había comido las ganas. Y si él no lo hacía. Lo haría yo. Sé que te prometí algo en el pasado. ¿Pero, Sabes? He jalado el gatillo.

[...]

Hoy, los doctores han hecho un gran trabajo con Yuri. Se recuperará. Lento, pero lo hará. Perdió mucha sangre pero al menos no ha perdido el brazo. Esa noche, me disipé en la inmensidad de la oscuridad; de aquel pasillo de espera. Ni si quiera noté la pequeña capilla que yacía frente al salón principal. No pude rezar. Mucho menos, pedir favores u honores. Tu, ya no estás en condiciones de negociar nada conmigo.

Tu...me has traicionado.

[...]

—Viktor —pronunciaba Mila con aflicción— ¿Por qué no llevas tu sotana...?

—¿Que deseas, Mila? —respondía desahuciado.

—Emil me ha contado lo que pasó en el Zoológico —explicaba la fémina, mientras se abría paso a la morada sin ser invitada a entrar. Todo parecía sucio y desdeñado. Nikiforov, no se encontraba de un ánimo habitual— Viktor...en verdad lo siento mucho. No teníamos idea que eso pasaría.

—No es tu culpa. Todas las cosas están destinadas a pasar así. Todo es parte de un plan.

—¿Como está Yuri?

—El está bien. Se recupera, paulatinamente pero lo hace —admitió, sin observarle del todo a los ojos— Está descansando en estos momentos.

—Viktor... —la bermeja hacia una pausa a la plática. Dudaba si decirlo o no— Emil también me ha dicho...que tu...

Yo maté al lobo —cantó, imponiéndole con la mirada— ¿Es eso lo que querías saber?

—No tienes por qué tomarlo de esa forma. Nadie te está juzgando. La vida del pequeño Yuri estaba en peligro. Si no lo hubieras hecho...

—Si no lo hubiera hecho ¿Qué? —evitaba con violencia— ¿Qué crees que hubiese pasado? ¿Eh? ¿Yuri muere y dejo que "el señor" todo poderoso, lo lleve a su reino, mientras yo me pudro con la culpa? Eso no pasa en la vida real, Mila. El mundo no es lo que parece —pero el rostro de Babicheva se había desfigurado por completo. ¿Acaso estaba en su sano juicio? Pues lo único que era real ahí, era su culpa.

—¿De qué te sirve haberle salvado la vida entonces, ah? —refutaba con discordia la veterinaria— Mírate. De igual forma la culpa te está consumiendo por dentro. Hasta te has quitado la toga. ¿Me expondrás ahora que ya no crees en nada? ¿Te has vuelto protestante?

—Esto no se trata de creer en algo. Se trata de la fe.

—Viktor. Tienes razón en algo. Las cosas nunca son como parecen —finalizaba— Pero depende de cada uno en "que" creer y en que no. En mi caso, prefiero creer en que todo es perfecto. A que vale mierda —en una caminata molesta, retomaba el rumbo de vuelta a la puerta. Pero antes, hizo una pausa, seguida de una última declaración— Lamento mucho que hayas tenido que sacrificar a un animal en peligro de extinción. Pero ¿Sabes una cosa? Después de ser humana, soy veterinaria. Y los animales son animales. Independientemente de que tengan alma o no. Esa loba, no atacó a Yuri porque sí. Solo estaba obedeciendo a su instinto más primitivo —habló por sobre el hombro— El mismo, que te hizo a ti jalar del gatillo. No pierdas la fe aun. Seguimos siendo parte de un solo ser. Estamos conectados.

—...

No llegué a comprender del todo las últimas palabras de Mila. Y no fue, sino hasta que vi a Yuri dormir, que lo entendí. ¿Qué quería decir entonces...?

"Esa loba, no atacó a Yuri porque sí. Solo estaba obedeciendo a su instinto más primitivo. El mismo, que te hizo a ti jalar del gatillo"

Yo solo quería salvarle la vida. Yuri estaba en peligro. Por supuesto que obedecí a mis instintos. ¿Como si quiera pudiese comparar el peligro que representa, que un lobo te muerda hasta matarte? No había sentido alguno en eso.

"Últimamente anda un poco agresiva. Más de lo normal. La señorita Mila dice que es natural, por estar acostumbrándose al nuevo ambiente. Es hostil para ella".

Yo solo quería...protegerlo.

"Pues si yo conociera a un Hada en persona, le haría mi amiga"

Proteger...

"...lo siento...no fue mi intención".

A mi pequeño Yuri...

"El es como mi hijo".

No puede ser...¿Qué es lo que he hecho...?

[...]

Soy un sacerdote. Y también, un civilizado contribuyente que paga sus impuestos al imperio. Obviamente sé, que es ilegal escabullirse de noche, ignorando guardias y a todo control de seguridad, en un zoológico clausurado momentáneamente. Pero bueno. Las circunstancias lo ameritaban. Tenía que salir de la duda. Tenía que, saciar esta culpa que no me estaba dejando respirar. Así que salté la baya perimetral y con solo una pequeña lámpara de gas, me abalancé hasta la jaula de aquel lobo japonés. No me da vergüenza en admitir que ni si quiera le había prestado atención al cartel que yacía colgado afuera del recinto. Algunas características del animal y su nombre. Citaba:

Canis lupus hodophilax. "Hiroko. Lobo gris de Honshu, provincia de Nara. Actualmente en conservación y peligro de extinción. Criatura de la mitología nipona, la diosa Kami, en la isla de Katsuki" — Un ser mágico... — Bien. Ahora sí que merezco irme al infierno. Acabo de matar a un ser divino. ¿Estás feliz, no? Los budistas me deben de estar odiando ahora, por haberles matado a su deidad. Solo espero que mis sospechas sean acertadas.

Y mientras mas y mas lo pensaba, mas me dolía la cabeza. El gas de mi lámpara comenzaba a denunciarme, justo en la entrada de la pequeña cueva. Un olor similar al almidón asaltó mi nariz. El aroma sutil de pelaje húmedo me detuvo de golpe, acompañado de un sonido rugoso. Como quien se arrastra por la paja. Tragué saliva, mi zapato derecho dio con un objeto de material grueso. Lo había visto antes en otro lugar. ¿Qué demonios hacia el libro que Yuri se robó ahí? ¿Magia negra? O lo que era peor...

Un demonio...se acercaba a mí.

Oscuro...

Tenebroso...

Mal oliente...

y...

—Pequeño... —murmuró, casi inaudible a lo que sus ojos divisaban— Tembloroso...y ciego.

Un cachorro. Con apenas un cuarto de sus orbes abiertos. De pelaje negro. Húmedo, frio, emitía ligeros sonidos agudos como quien está a punto de desfallecer. Mis ojos no tardaron en humedecerse. No era la culpa ya lo que me corroía por dentro. Era...el amor. Ahora todo cobraba sentido. Hasta un experto en animales puede llegar a equivocarse ¿No, Mila? ¿Que pasaría si te cuento, que la loba que trajeron de Japón, venia preñada y no te diste cuenta? Un error como este no es perdonable para una especialista como tú. Menos con sus años de trabajo. Pero para Yuri, un enano caprichoso y curioso, que no lo pensó dos veces en meterse a la cueva y acariciar al bebé...

Dios...¿En que nos hemos convertido? ¿Esperabas salir de ahí, sin ser atacado? Una madre, protegiendo a su hijo. ¿Es esto lo que querías que viera? ¿Debo confiar en ti, ahora? No me jodas...

—¡Hey! ¡¿Quién demonios anda ahí?!

Mierda...no sería bueno que un cura ande predicando la palabra del señor a estas horas. Es hora de largarse — Y tu...vienes conmigo.

[...]

A la mañana siguiente.

—Huh...¿Por qué me miras así? —preguntaba Plisetsky, mas dormido que despierto. Un bostezo extendido, dejaba entrever su aletargado sueño. El libro cayó sobre su cuerpo, permitiendo que una mirada de vergüenza se clavara en el— Ugh...

—¿Alguna vez, piensas antes de actuar? —Nikiforov fruncía el ceño con dureza.

—¿Es una pregunta o el sermón de las nueve...?

—¿Ahora eres chistoso, no? No sé si eres demasiado ingenuo, o muy estúpido para medir las consecuencias de tus actos —imponía Viktor, fulminándole con la mirada. Realmente estaba encabronado hasta la medula. El ojiverde, poco y nada podía decir— No tienes ni la menor idea, del daño que has causado por tus niñadas.

—Escucha, viejo-...

—¡No! ¡Tú me vas a escuchar a mí, ahora! —ordenó.

—...

—Por tus estupideces, una criatura inocente falleció —revelaba encolerizado— ¿No encontraste nada más interesante que meterte en su jaula, verdad? ¿Qué pensabas? ¿Que el cachorro y tu iban a ser amigos? ¡Ni si quiera sabes cuidar bien de Makkachin, para dártelas de salvador de animales! ¡¿Entiendes lo que te digo, Yuri?! ¡Pudiste haber muerto!

—Lo sé... —admitía con mucha cobardía. La mirada cabizbaja, llena de temor— P-pero es que...

—¡¿"Pero es que"?! ¡¿Qué?! ¡¿Que dirás ahora, eh?! ¡Qué estupidez vas a decir ahora!

—Es una criatura mágica.

—...¿Qué? —un golpe de palma certero, iba a la frente del ojiazul— Ah...lo que faltaba. Una criatura mágica.

—¡Te digo la verdad! ¡Es una criatura mágica! ¡Lo dice el libro!

—¿"Lo dice el libro"? ¡Pero si tú no sabes ni leer! —protestaba Viktor— ¡¿Como sabes lo que dice el libro?!

—No hace falta saber leer para entenderlo, tonto. Hay dibujos —expresaba, pasando hoja tras hoja de manera audaz hasta dar con el indicado— ¿Lo ves? Aquí está.

—Yuri...¿En verdad te estás oyendo? —se tomaba la cabeza— ¿Estás diciendo que ese cachorro de lobo es...?

—¡Un hombre lobo!

—...hay que ver. Definitivamente, estas demente —consumaba la charla, dictando con reciedumbre— Estas castigado. No saldrás de esta casa hasta que yo te lo ordene.

—¡¿Qué?! ¡¿Y eso por qué?! —chillaba Plisetsky.

—¡Porque si! —declaraba el cura con decisión— No quiero que los demás te escuchen decir todo esto. La gente no entiende de estas cosas.

—Pues si no entienden, yo se los voy a explicar ¿No? Así podrán entenderlo mejor. Como en tus misas.

—Yuri...no es tan sencillo ¿Si? Esto es distinto. Los hombres lobo no existen...

—¡Si existen! ¿Cómo sabes qué no? —defendía su postura el menor.

—Pues...pues... —otorgaba— ¡Pues porque no! ¿Acaso has visto uno alguna vez?

—¿Y eso qué? Mila dice que no hace falta ver algo, para que exista.

—Mila te dijo eso para que te fueras a acostar —suspiró Nikiforov, extasiado con la conversación— Es suficiente. No deberías creer todo lo que lees.

—Eres...un hipócrita.

—¿Jah? ¿Si quiera sabes lo que significa la palabra hipócrita? —se encogió de hombros con soberbia.

—Te vistes con ese vestido ridículo a diario. Te paras delante de mucha gente, hablando las estupideces que lees de un libro que ni tú sabes de donde salió. Pero luego dices que no tengo que creer todo lo que leo. Dices que los hombres lobos no existen, porque nunca he visto uno. Pero... —Yuri le asesinaba con la mirada— Tu jamás has visto a Dios. Y aun así, crees en el. Tú no eres un verdadero sacerdote. Solo eres un charlatán —se levantaba— Te odio.

—...¿Qué demo-...? — Este niño...¿Cómo carajos lo hace? — ¡Yuri! ¡¿A dónde vas?! ¡Regresa aquí!

—¡Que te importa!

—Este enano... —bramó el albino— ¡Yuri! ¡No pue-...! ... —se detuvo de golpe. La búsqueda llegaba a su fin, al ver al rubio parado frente a la cocina. No se movía. ¿Por qué? — ¿Qué pasa?

—¿Que ha pasado con la comida? —consultaba el ojiverde, anonadado.

—¿Que-...? —en shock. La mayoría de los alimentos habían sido devorados. Incluso las papas, yacían crudas a medio mordisquear en el suelo. La fruta, los embutidos, hasta la comida de Makkachin, reducida a 0. Y no solo eso, un delatador camino de papel molido hasta el living le dejaba rastros del asalto— No me digas que esto lo hizo... — y en efecto. El que se supone que era "pequeño" ahora prácticamente rodaba de lo rechoncho que estaba. Aquel lobezno, se había devorado hasta el papel tapiz. El relleno del sofá, incluso el periódico. Jamás había visto semejante espectáculo. Por supuesto que no era normal que una criatura como esa comiera tanto. Ni si quiera su perro con todo lo cerdo que era lo hacía. ¿Realmente podía ser...un ser mágico? — ¿Y cómo carajos creció tanto de la noche a la mañana...?

—¡No puedo creerlo! —reía Yuri lleno de júbilo— ¡Lo has traído a casa! ¡Uwah! ¡Qué alegría!

—Pues claro. De alguna manera...sentí que tenía que hacerme cargo de él —admitía— Después de todo...lo dejé huérfano.

—¡Wow! ¡Genial! ¡Eres el mejor cura de todos! —chillaba jovial el menor, frotándole la panza al can.

—¿No se supone que me odiabas y que era un charlatán?

—No te odio —consintió, jugueteando con el cachorro que sin duda, no era para nada agresivo— Pero sigues siendo un charlatán.

Gran consuelo —refunfuñaba, esta vez concentrándose en la escena que divisaba a lo lejos. ¿Podía ser realmente ese lobo...una criatura mágica? No. Por favor — ¿En verdad lo estoy considerando? ¿Qué me pasa? No ahora por favor.

—Lo voy a adoptar —decidía arbitrariamente.

—Hey, eso no lo decides tu.

—Makkachin necesita un amigo. Y yo también.

—¿Y qué hay de mi, eh? —protestó Nikiforov. Después de todo, el mantenía la casa.

—Tú tienes a Dios. No jodas.

—Claro que si, campeón. Estoy casado con Dios —ironizaba.

—¡Hay que ponerle un nombre! —bramaba Plisetsky— Mhm...ya sé. Le pondré Yuri. Es el mejor nombre del mundo.

—¿Otro Yuri? Creo que me pondré a rezar.

—Yuri Japonés.

—En tal caso, sería Yuuri —delimitaba el albino, siguiéndole el juego sin daño alguno.

—Bien. Yuuri —redundaba con avidez— "El hombre lobo".

—Claro —se persignaba— Y ya que es un hombre entonces ¿Le ponemos apellido también, no? —le seguía el juego— La info. decía que provenía de la isla de Katsuki. Todo un hombre lobo japonés ¿No crees?

—¡Si, si, si! ¡Yuuri Katsuki! Genial. Dormirá conmigo —ordenaba.

—¡Excelente idea! Traeré mis objetos de exorcismo.

[...]

Pero...dejándose de bromas. Sigue siendo anormal que crezca tan rápido. ¿Es solo mi imaginación no? ¿Estoy paranoico? Apenas ha pasado un mes desde que Yuuri llegó a casa y...ya está del porte de Makkachin. No sé realmente si fue para mejor o para peor, permitir que Yuri lo adoptara. A veces...tengo pensamientos impuros.

—¡Viktor! ¡Ayuda! —aullaba el rubio con histeria— ¡Yuuri se tomó el agua bendita de la fuente y está convulsionando!

—¡¿Que carajos?! — Perdóname, señor.

[...]

Ha pasado casi un año desde que Yuuri llegó a nuestro hogar. A pesar de todas las peripecias por las cuales hemos transitado juntos, no ha habido grandes cambios en el. Solo su gran porte. Que indudablemente no es del todo normal para ser un simple perro. Bueno, no es un simple perro ¿O sí? Es un lobo. Un lobo gris de Honshu. De alguna manera, me siento maravillado con su presencia. De vez en cuando, siento su apariencia como si realmente fuese un bienhechor. Una vez me enfermé de fiebre. Yuri había ido por ayuda y fue aquel can, quien se quedó cuidándome esa noche. Quisiera echarle la culpa a la temperatura del momento...pero pude jurar ver en su mirada, algo demasiado humano para ser una bestia de cuatro patas. Esos ojos...que de pronto te cautivan y que con la llegada repentina del médico, se desvanecía como la nieve en primavera. Por supuesto que no son las únicas experiencias que he experimentado fuera de lo común.

Últimamente, su comportamiento ha cambiado drásticamente desde aquella noche. Aquella noche, en la que decidimos ir a dar una predica a un viejo hospital y le llevé conmigo. La luna llena estaba en lo alto. Obviando el hecho de que seguía creyendo que no era un ser mágico, le pillé hipnotizado por la majestuosidad del brillo noctívago de aquel astro rey. A pesar de llamarlo varias veces, no parecía querer reaccionar. Se encontraba ensimismado con la luz lunar, irradiando una energía extraña en su pelaje. Soy inculto en algunas cosas. Pero no soy tonto. Estaba abierto a toda posibilidad. Sobre todo, a aquella que se llevaba a cabo cual ritual cuando se alcanza la madurez en algún punto de tu vida. Me miró. Retrajo las orejas con sumisión y desde entonces, no me despegó ojo de encima. Me congelé. Por unos segundos, juré que diría algo. Una palabra. Algo...que le definiera como ser mágico que era. Mas no habló.

Negué con la cabeza, haciéndome un golpe mental. ¿Aun seguía creyendo que era un hombre lobo?

En ese momento, y por primera vez en un año, cogí el libro que Yuri se había robado y lo abrí. Lo leí. Lo hojee; alimentando por fin mis ansias que de antaño me enriquecían el alma. Ahora más que nunca, tenía que averiguar si realmente era una criatura mágica. Un hijo de Dios. Al igual que yo y que Yuri. Para mi mala suerte, no logré dar con nada que me diera pistas al menos de él. Lo único que citaba y repetía con énfasis, era la facultad que tenían para transformarse a voluntad en bestias o en hombres. Y que claramente, no eran seres de luz. Si no, de oscuridad. Incitados por la noche y por los poderes de "Satanás". Mejor conocidos como, Licantropos.

—Patrañas.

¿En verdad Dios hubiese querido que trajera a un ser maligno, a dormir bajo mi techo? Estas de broma. Porque de ser así. En tal caso, tendría que haberme tentado hacia mucho a caer en pecado. Le observé durmiendo, hecho bolita, acurrucado en el sofá. No. Imposible. No me infundía ningún sentimiento oscuro o malvado, perverso. De solo verle ahí, me daban ganas de...abrazarlo.

Solo alguien podía ayudarme de verdad.

—¿Por qué te interesa saber más sobre los lobos? —Mila rascó su mejilla con duda— No creí que te gustaban los perros.

—Bueno...un cura nunca debe dejar de estudiar en la vida.

—Jm —sonrió con confianza— Al menos me alegra que hayas vuelto a tus hábitos. La sotana te queda bien. Te hace ver muy sensual.

—¿Y bien? —eludía el tema— ¿Me leerás un poco?

Se suponía que estábamos solos en aquel momento. No obstante, mi peludo amigo reaparecía desde el patio trasero para unirse a la reunión. Yuuri me observó, como queriendo decirme algo con la mirada. ¿Realmente podía entender a los seres humanos? Me despabilé, ordenándole que se quedara sentado a nuestro lado, bien quietecito. Este, obedeció.

—Vaya...no tenía idea que tenias un perro nuevo —expresó la mujer, regalándole una caricia suave en la nuca al can.

Curioso que no se haya dado cuenta que es un lobo en realidad —carraspeaba Viktor— Si. Bueno...Makkachin necesitaba un amigo. Ideas de Yuri.

—Pues no hay mucho que te pueda decir. Pero...te contaré...

Había leído sobre viejos pasares de evangelios orientales, en donde los lobos eran venerados como criaturas de las fuerzas oscuras. Dada su condición elevada de espiritualidad, no era extraño de que fuese más bien un medio para controlar energías. Y claro. Si eres una canalizador, es necesario que entiendas que tanto la luz como la oscuridad pueden entrar en ti. Katsuki, escuchaba atento las explicaciones de Babicheva; pero a su vez, no dejaba de mirarme con insistencia. ¿Entonces...comprendía todo?

Mila me explicó, que los lobos siguen su instinto más antiguo: El de la protección. Como animales en esencia, eran cazadores. Mas no seres belicosos; sino territoriales. Por el contrario, en estado salvaje se estructuraban en manadas, las cuales regían como una pirámide de jerarquías. En la cúspide, estaba el lobo Alfa, el cual podía ser tanto macho como hembra y no era en sí, un emperador o un rey como uno lo pensaría. Si no, un líder a seguir. Capaz de sacrificar su vida por sus compañeros si así fuese necesario. Luego le seguían los ancianos, los lobos más viejos y con más años de experiencia en combate. Seguido de los cazadores. Jóvenes, liderados por el Omega, encargados de trazar rutas de desplazamiento y ataques sorpresas a sus presas. Y finalmente la prole. Algo así como...las niñeras. Su papel fundamental era cuidar de los cachorros de todos y al mismo tiempo, compartir sus raciones de comida con los camaradas. Un rango social que sin duda, no existía en nuestra civilización.

La mirada feroz de Yuuri, permanecía intacta ante los relatos. Como quien, descubre una verdad sobre sí mismo que desconocía. Me recordó a aquella vez, cuando le vi por primera vez mirarse frente a un espejo. Estaba pasmado, cautivado por su propia silueta. Algo que claramente, no es común en perros. Nunca le tome la importancia en sí, que debía. Ya que a mi parecer lógico y racional, Yuuri había crecido sin una manada de su misma especie. Alejado de su madre, la única imagen representativa de lo que era su raza era Makkachin. Así que era habitual tratarle como un hijo. Yuri continuaba con la idea absurda de que la mejor camaradería para el animal, era como un ser humano de igual a igual.

No me opuse. Después de todo, somos todos iguales ante la mirada del señor. Y tampoco era como si pudiese frecuentarle como un perro común. No lo era. Yuuri no era un perro. Era un lobo. Un lobo gris —pelaje negro— de Honshu. Necesitaba saber aun mas sobre él.

[...]

—¿No eres un ser maligno, verdad Yuuri?

Le pregunté aquella noche de invierno. Mila se había ido hacia un par de horas. Y para dárselas de chistosa, me comentó:

Ten cuidado, Viktor. Hoy hay luna llena.

Burlesca, tratando de inspirarme miedo sobre las historias de la magia y la hechicería. No es que fuese tan cerrado de mente como para no creerlas. Es solo que...era un tema delicado. Un mundo del cual, había que ser muy cauteloso con la información. No ves Licantropos todos los días ¿O sí? O tal vez...son más comunes de lo que creí. ¿Cómo podría reconocerles? El joven lobezno, azotó su cola contra el sofá. Dando un bostezo amplio y cordial, recostó su mentón sobre sus patas. El fulgor de la chimenea, le da un contorno rojizo muy hermoso.

—¿Eres...un Licantropo?

¿Qué tiene de malo? Tenía que preguntárselo algún día. Además, estábamos solos. Había mandado a Yuri a casa de un viejo amigo mío. Un profesor de lenguas que podría enseñarle un poco más sobre el idioma al rubio. Yo permanecía sentado frente a él y en mis manos, jugueteaba nervioso con la hoja de una santa pagina. La biblia. En un intento por querer relajarme, comencé a leerle un pasaje del texto antiguo. Sin embargo, no podía seguir obviando la simple idea, de que hoy...era luna llena.

Dios santo ¿Y si...fuese posible? —tragó saliva.

Rodé los ojos en dirección al gran ventanal. El albor del pálido satélite, entraba sutil por el rabillo de la cortina. Un año con el can a mi lado. ¿Sería capaz de atacarme? Regresé la mirada, percatándome que esta vez, Katsuki estaba sentado frente a mí, a solo centímetros míos. Se me heló todo. Desde la punta del pelo hasta los pies. Me miraba. Me miraba fijamente. Ni si quiera le sentí moverse. ¿Que debía hacer? ¿Huir? El libro se apretó entre mis dígitos. ¿Y si recitaba algún pasar de exorcismo, me dejaría ir? O...criatura majestuosa. Realmente tu...

—Ah...

Sentí como mis huesos se endurecían por el contacto de su pelaje cálido y suavecito. No. Era un ser inofensivo. Mírenlo nada más. Gimoteó galán, posicionando su mentón sobre mis piernas; como quien busca una arrumaco. Suspiré, reclamando al fin el alma al cuerpo. Agasajé sus orejitas, para ir mimando su lomo.

—Discúlpame, soy un estúpido —admitió Viktor, ahora mucho más tranquilo. La mirada templada, cruzándose con la del canino amigo— Debes de sentirte muy solo ¿No es así? Después de todo, estas a kilómetros de distancia de tu hogar, sin ninguno de tus camaradas peludos —añadió, esbozando una sonrisa abatida— Según el libro de Mila, tienes 1 año humano, es decir, 24 años de lobo ¿No? Es la edad que los expertos dicen, que alcanzas la madurez. Mírate, eres todo un hombre ya —rió, sintiendo la mirada investigativa por parte del animal japonés— 24 años...y aun soltero —bromeó— Será algo complicada la cosa porque...bueno. Probablemente seas el ultimo macho de tu especie. Y yo...soy un sacerdote que ha entregado sus votos a "Dios". Pensándolo bien, creo que solo Yuri se salva de encontrar una buena mujer para hacerle compañía. Ah —suspiró— Siento algo de pena por nosotros.

Pero Yuuri, estaba muy lejos de molestarse por mis bromas. Ahora sus grandes orbes de lobo, resplandecían con un centelleo excepcional. ¿Que era...esa sensación que invadía mi pecho? El ritmo cardiaco de mi corazón, se había salido de foco, casi al unísono que las fosas nasales de mi compañero se abrían y cerraban con insistencia. ¿El también estaba acelerado? Algo no está bien en mi. Sus ojos...sus...benditos ojos, están hipnotizándome como si quisiera devorarme con la mirada. ¿Era este una especie de poder de los seres mágicos? ¿Tenían el don de controlar la mente o algo así? No podía detenerle. Las fuerzas se me habían ido del cuerpo. El libro cayó al suelo, sintiendo como poco a poco, las patas bestiales del lobezno ahora, deambulaban por mi cuerpo casi escalándome.

Ahora era la luz lunar, la que irradiaba con ímpetu por el ventanal, dando de lleno sobre el cuerpo de Katsuki. La respiración animal, salvaje, en mi oído elevó mis mas indómitos pensamientos. Llevándome a un nivel de exaltación única. La piel erizada. No lograba ver ya. La imagen difusa, se perdía en la escena de una asombrosa transformación, similar a una mariposa saliendo de su capullo. Las que antes eran patas, ahora eran unas delicadas manos anémicas. El hocico, unos carnosos y sensoriales labios. La piel, desprovista de ropas y al desnudo, sobre mí.

Entonces...era verdad. Yuuri era un demonio. Y había venido a tentarme. ¿Esto era parte de tu plan? Porque si era así, demasiado tarde me estaba enterando. Un hombre, de caballera negra y ojos desafiantes, estaba sentado justo encima mío. La bestia más feroz de todas, hecha una figura masculina, cortés, exquisita, eminente. En el fondo...siempre lo supe.

—Eres...un Licantropo —admitió Nikiforov, estimulado con su solemne presencia. Los ardorosos dedos, recorriendo dúctiles la cintura ajena. Quemando la dermis. El sentimiento extasiado de lujuria, a punto de explotar dentro de su ser— Yuuri...eres..un monstruo...

Hubiese sido absurdo admitir que me acuerdo de todo el proceso, porque ciertamente no lo hice. Y hasta el día de hoy, no logro recordar cómo fue que me despojó de mi toga; y acabe de rodillas contra aquel sillón, siendo presa fácil de los instintos reproductivos de Yuuri. ¿Les ha pasado que sueñan algo tan intenso, que despiertan agotados al otro día? ¿Pero sin embargo, no pueden recordarlo del todo, tan solo...imágenes vagas? Bueno, algo así. Con la diferencia, de que mis imágenes vagas, quedaron grabadas a fuego en mi piel.

La respiración varonil, seguida de los gruñidos posesivos contra mi nuca, me dieron la imagen perfecta de un Cristo colgado sobre la pared. No le detuve, a pesar de tener todas esas representaciones sagradas esparcidas por el living. Por más que quisiera arrepentirme en esos momentos, no pude hacerlo. El pecado de la carne me había cerrado los sentidos. Y con cada brutal embestida, arremetiendo contra mi ser, mas lo deseaba. Mas...mucho más. Dios me había dado la espalda; percatándome como la legión de demonios se burlaban de mi. Solo podía pedirle perdón al señor. Perdón, perdón. Y al mismo tiempo, gemir como un cerdo en matadero.

[...]

¿Y si todo había sido solo producto de mi imaginación? ¿Y si solo fue un sueño? ¿Una mente desquiciada y enferma? A la mañana siguiente, Yuuri ya no estaba. No habían rastros de él. Ni si quiera huellas de un delito carnal cometido la noche anterior. Todo estaba limpio, con un ligero aroma a saliva. Como si se hubiesen comido la pista. ¿Entonces...yo había pecado? Que desdicha la mía, llegar a pensar aquello. Ya que mi parte posterior ardía como los mil demonios. Esa era, la única prueba que necesitaba para irme bien al carajo.

—¡Padre! —Yuri Plisetsky entraba como caballo de carrera a la morada; lanzando todo lejos— ¡¿Adivine qué?! ¡Ya se leer! ...¿Huh? ¿En dónde está? ¿Yuuri?

Se preguntaba una y otra vez, mientras incursionaba por la casa de forma sigilosa. Solo Makkachin salía a su recibimiento. Ni vestigios de Viktor ni de su lobo Yuuri. Un par de platos rotos en la cocina, le alertaron de lo peor. Similar a la pasada de un huracán. ¿Algún ladrón había entrado a la casa? Tomó un cuchillo de la alacena principal, haciendo antesala de lo infame bajo aquel techo. La puerta entreabierta de la capilla principal llamó su esmero, encontrándose de lleno con la imagen de un azotado Nikiforov. Boca abajo, con el torso desnudo y completamente lacerado. Las cicatrices eran profundas, mostrando la carne viva al aire. No era momento para ponerse a gritar. El ojiverde, partió con rumbo a la casa de la única persona de confianza que tendría.

[...]

—¿Se pondrá bien?

—No te preocupes, pequeño Yuri —mencionaba Babicheva, limpiando las heridas del mayor— Viktor se pondrá bien. Al parecer, solo son golpes físicos.

—¿Quien pudo haberle hecho esto a un cura? —se cuestionaba el menor, impotente por no haber podido hacer mucho— Esto es malo. Debemos llamar a la policía.

—¿Y permitir que se genere un escándalo? —le reprochó— No hagas tal. Ya te dije que Viktor se pondrá muy bien. Sanara rápido, tranquilo.

—Demonios... —chistó— Ni si quiera está mi perro Yuuri. ¿Se lo habrán robado?

—No lo creo. Quizás salió a dar una vuelta —murmuró la fémina— Pero podrías ir a echar un vistazo por si encuentras más pistas ¿Si? Yo me encargare de Viktor.

—¡Sí! Es lo que haré. Ya vengo.

—Que descuidado eres... —amonestó Mila, encogiendo el ceño con disgusto— permitir que Yuri te vea así. Y no te hagas el dormido, sé que me estás oyendo.

—Hay cosas...que no entiendes.

—Es verdad. Definitivamente no entiendo qué clase de pacto has hecho tú y tu Dios. Pero dudo que él quiera que su fiel siervo se auto flagele la espalda —suspiraba hastiada, tras terminar las curaciones— Ya puedes cubrirte eso. Santo dios, eres un estúpido. ¿Que ha sido esta vez, eh? ¿La culpa de la loba otra vez?

—Estoy muy cansado ahora, Mila —indicó Nikiforov, desviando la mirada hacia cualquier punto de referencia con tal de quitarle los ojos de encima. La voz apagada, daba indicios de terminar con la plática— Quiero descansar.

—Pues...¿Qué te pasó, eh? Luces como si hubieras corrido una maratón —manifestaba la muchacha, encaminándose hacia la puerta— Mas te vale que te recuperes pronto por el bien de Yuri.

—Yuri... — Yuuri... —repitió.

Viktor...

—Ah... — ¿Que fue eso? — Tch... —negó con la cabeza, tomándose la frente con frivolidad— ¿Realmente...fue un sueño?

[...]

Una semana después.

Tras aquel incidente con "Yuuri", no volvimos a verle por la casa. Ni en su forma animal, ni en...¿Su forma humana? Ya ni sé qué cosas digo. Retomé mis oficios como cualquier otro sacerdote, obviando el hecho de haber faltado a mis votos. Fue solo un sueño. Nada de lo cual preocuparse. La vida retomaba su curso natural para nosotros. Aunque Yuri se mostrara reticente a la idea de no haber ido tras su peludo compañero, ya no era el mismo muchacho de antaño. Finalmente aprendió a leer. Y con algo de empeño, logré enseñarle a escribir. Por más que quisiera inculcarle la palabra de nuestros santos escritos, el continuó maravillado con aquel mundo místico de seres mágicos. ¿Quién soy yo para obligarle a creer en algo que su corazón no sentía? Le dejé ser. Un muchacho libre de ahora, 15 años. El dice no creer en Dios. Sin embargo, en más de una ocasión le he pillado rezando. Reza, noche tras noches, para pedir que Katsuki vuelva.

Es un niño muy ingenuo...

—Padre —musitaba una joven de cabellera carmesí. Con una sutil reverencia, besaba su toga— Su bendición, padre.

—El señor está contigo, hija —bendecía Viktor— ¿Te ha gustado el sermón?

—Por supuesto que sí —asintió decaída— Pero...no he venido para hablar de ello. Necesito confesarme.

—Por supuesto. Pasemos al confesionario —orientaba.

Primero que sacerdote, soy hombre. Mi misión en esta vida como fiel seguidor tuyo, es guiar a quienes más lo necesitan. Quienes se pierden en tu campo, lleno de espinales y malas hiedras

—Cuéntame. A que se debe tus inquietudes.

—Padre...he pecado.

—Pecar es una palabra demasiado fuerte para alguien como tú, pequeña —respondía desde el interior de la cabina de madera. Sus dedos, se entretuvieron con un rosario de coloración perla— ¿Estás segura que fue eso y no otra cosa?

—He cometido un acto impuro, Padre. El acto de la carne. Y sin estar en nupcias.

—Bueno...eso no es tan malo como piensas —sonrió el albino— Dios nos invita a amar al prójimo. Y si el acto se ha consumado por amor, no tiene por qué ser un pecado.

—Ese es el problema... —negó con temor la joven, retrayéndose en sus propias palabras— Yo no...lo amo.

—¿Cómo es eso?

—Me he entregado a él solo por...el pecado de la Lujuria.

—Ah...Lujuria —suspiró el cura, alzando la vista al techo. Un pecado del cual conocía al revés y al derecho— Si ha sido solo por satisfacer el gusto de la unión física, el pecado está en quienes nos rodean.

—De hecho...ni si quiera lo conozco.

—¿Qué...?

—Y a decir verdad...ni si quiera sé si pasó o no —emitió avergonzada— Temo enloquecer por esto.

—Bien...si no recuerdas nada de lo sucedido ¿Por qué tan preocupada? —dijo sin más— El señor es misericordioso y perdona a quienes nos arrepentimos. A quienes muestran bondad en el corazón. Si rezas dos-...

—Estoy preocupada por mi alma, Padre —interrumpía abruptamente— Porque...ese es el gran problema de todo. Yo no...siento arrepentimiento. A decir verdad, me ha gustado. Me ha gustado mucho. Demasiado...

Me tuve que morder el labio inferior. Temí, en su relato, la inocente posibilidad de emitir un sonido delatador. Algo que hiciera juego de complicidad con ella. Pues yo también...

—Me has dicho que... —siseó— No le conocías. ¿Me explicarías eso?

—Nunca lo había visto. Apareció un día por mi ventana. Llovía mucho —relató la fémina, ligeramente sonrojada— El estaba parado en frente. Desnudo. Incluso con todo el frio que hacía. No parecía estar incomodo. De hecho, su calor corporal era muy elevado para ser un simple humano.

—¿Como...era...físicamente? —sus dedos presionaron el objeto sacro.

—Cabello negro, ojos con un matiz amarillo, sutilmente cafés. La mirada apaciguada —prosiguió— Pálido. Contextura gruesa. Hombros recios, plexo tonificado... —un rojo furioso adornando sus mejillas—...atributos inhumanos.

Inhumano... —jadeó febril, entrecerrando los ojos con un brillo deseoso en la mirada. La santa cadena, temblorosa— Y...¿No te ha dicho su nombre? — Contrólate.

—No. A decir verdad, no ha dicho ni una sola palabra. Solo se limitaba a gruñir. Tal vez era mudo...

—O quizás no sabe hablar.

—¿Qué...? —pestañeó la mujer con asombro.

—Ah...n-no. Quiero decir... —despabiló— ¿Es una opción, no?

—Tal vez... —acotó— ¿Qué debo hacer, padre? Me estoy volviendo loca.

Ya somos dos.

—No he podido sacarmelo de la cabeza.

Ni yo del trasero.

—Ayúdeme.

Haiuda...—Viktor carraspeó, tomando serenidad ante el asunto— Eh. Bueno. Veras. Lo importante de todo este asunto, es que no te vuelvas a acercar más a él ¿Queda claro? Es muy peligroso y...podría partirte en dos —balbuceó— Lo que te recomiendo hacer en estos casos es...rezar 6 Ave María y 5 Padres Nuestros. Y...tranquila. Te absuelvo de tus pecados —le persigna— En nombre del padre, del hijo y del espíritu santo. Amén.

—Amén.

Ok. Si bien el relato de esa mujer fue bastante intenso, nunca llegué a imaginar que Yuuri fuese de esa clase de hombre. ¿Es un puto? Mierda ¿En qué estoy pensando? ¿Qué es esto? ¿Son...celos?

—Cuando los lobos alcanzan la madurez sexual, entran en un estado que se llama celo. Regularmente el celo es apaciguado por la pareja —explicó Mila— Técnicamente, los lobos son monógamos. Solo tienen una pareja para toda la vida.

—Ya, pero...supongamos que ese "lobo" es un macho ¿Si? Y es...el único macho que queda de su raza ¿Entiendes? No hay pareja...

—¿Que insinúas? —arqueó una ceja— ¿Estás diciendo que el lobo se vuelve gay?

—Estúpida. No digo eso — Igual...no me había puesto a pensar en eso. ¿Soy gay?

—No pasa nada —suspiró, encogiéndose de hombros— En el reino animal, la homosexualidad no es mal vista. Por el contrario, es natural y sana. Y de hecho, no es de extrañarse que si aquel lobo que dices tú, es el último de su especie esté buscando pareja en todos lados. No tiene manada. Lo importante en estos seres, es el rango jerárquico que tienes en la prole. ¿Lo comprendes?

—No... —rascó su nuca, confundido— No del todo.

—Te expliqué lo de las clases sociales en la manada ¿Recuerdas? —esclareció— El sexo en canes es distinto al de los demás animales o seres humanos en sí. Y solo el Alfa, es capaz de montar a otro no por motivos reproductivos. El someter a su enemigo o, a un ser de baja categoría, le da poder. Significa "eres mío, no te muevas". Es por eso que puedes ver hembras montando hembras, y machos montando machos. Es su forma de decirte que ellos mandan.

—Ahora entiendo por qué Makkachin se monta al sillón a veces —una gota deslizándose por su sien.

—No se lo está follando, tonto. Esta reclamando el sofá como suyo.

—Comprendo —asintió Viktor— ¿Entonces, este supuesto "lobo" sin clan, sin manada, sin nada, puede estar buscando una, reclamando "suya" a cualquier persona que se le cruce?

—¿Persona? ¿Eres Zoofilico? —carcajeó— Bueno, te prefiero con animales que con niños —se encogió de hombros.

—¿Que carajos...? —suspiró rendido, pues recordar que la situación estaba fuera de control era un martirio para el— Mila...esto es mi culpa. Yo maté a su madre —la bermeja, poco y nada entendía— ¿Recuerdas a la Loba gris de Honshu que estaba en el Zoológico? La habían traído hace muy poco de Japón. Pues...bien. Resultó ser, que venía preñada y nadie se enteró. La razón por la cual atacó a Yuri, fue porque el enano se metió a su jaula para acariciar a su cachorro recién nacido. Todo esto, impulsado por las creencias paganas que tiene Yuri de que esos lobos, eran seres mágicos. ¿Lo entiendes? Deidades, Divinidades. Como-...

—Licantropos —interrumpió de golpe.

—Pensé que no creías en ellos... —admitió el clérigo, pasmado.

—Déjame adivinar, Viktor. Tu en tu infinita misericordia y bondad ¿Te trajiste al cachorro de Honshu a vivir a tu casa? —este asintió— Dios tiene la culpa de esto ¿No? ¡Por todos los santos, Viktor! ¡Los lobos son seres salvajes! Incivilizados. No puedes tener uno de mascota. Mucho menos si es un...Licantropo. ¿Sabes el peligro que pudiste haber corrido? ¡Pudo haberte comido!

—O...mucho peor... —admitió, desviando la mirada con recelo.

—...no me digas que... —su silencio otorgaba. Babicheva se tomó la cabeza. No podía creerlo. Estaba en shock— Viktor, jodeme que tu y el lobo-...

—Mila —entorpecía— Su nombre es Yuuri Katsuki. Y ese momento no era un maldito lobo. Era...un humano —reprochó— No soy ninguna clase de enfermo ¿Si? Y por favor, no estás ayudándome. He recurrido a ti, porque debemos encontrar a Yuuri. Eso de los sermones, déjamelo a mí. Soy experto en ello.

—Pues si has renunciado a tus votos, significa que estas dispuesto a todo.

—Soy capaz de viajar hasta Japón mismo para encontrarlo, con tal que se detenga —confesó el albino— El no sabe que lo que está haciendo es malo. El no conoce el pecado o el perdón, ni mucho menos la maldad humana. Se crió bajo estas cuatro paredes, escuchando estúpidos evangelios de la antigüedad. No es como si yo tuviera un estudio sobre crianza de Licantropos. Hice lo que pude ¿Si? Y no considero que haberlo traído fuese peligroso. Por el contrario, yo...le salvé la vida. Si lo dejaba ahí, iba a morir. No permitiría que el ultimo de su especie, muera una vez más por mi ignorancia.

—¿Y qué pretendes? ¿Tienes algo en mente?

—No hará falta salir a buscarlo del todo. El vendrá a nosotros. Y cuando eso pase, necesitaré de tu ayuda para poder educarlo.

—Claro. No puede ir follandose a medio mundo por ahí, solo por buscar a su manada. Pero...¿Por qué estas tan aseguro que va a venir a ti?

—Solo...lo sé y ya...

No. A decir verdad, no tenía la menor idea de si volvería o no. Pero, la fe es lo ultimo que puedes perder en estas ocasiones ¿No es así? Esta vez, no lo dejaría en manos de Dios. Si no, de mi propio corazón. Recordé entonces, aquel instante en el que Yuuri y yo pecamos juntos. Su voz...dando justo en mi oído.

[...]

Viktor...es el amo de Yuuri.