El lugar no podía ser más idílico. Rodeada de montañas con un poco de nieve aún en las cimas más altas, la pequeña capilla, situada en el valle que formaba la extensa cordillera, que parecía mecerla con sus cientos de árboles semejantes a gigantescos brazos, se alzaba majestuosa como si quisiera dar la bienvenida a los asistentes a la ceremonia. Mirado de lejos, el conjunto arquitectónico destacaba entre la verdura de los pastos y el color grisáceo de las rocas. Su torre, erguida al lado de la iglesia y añadida varios siglos después, no le restaba ni un ápice de encanto a la capilla, de planta basilical, con tres naves, la central –y sitio donde se celebraría el enlace- algo más ancha que las otras dos. Externamente, el edificio ofrecía un insólito juego de de volúmenes, debido a las diferencias de altura de cada cuerpo y a la orientación de sus cubiertas, siempre a dos aguas. La ornamentación era mayoritariamente visigoda. Podían contemplarse cenefas decorativas a base de tallos, zarcillos y otras figuras vegetales. El pórtico meridional, por el que se accedía al interior de la iglesia, y la sacristía adosada al muro norte de la nave izquierda, eran de época posterior, pero aportaban el toque final al conjunto, como la última pincelada de un magnífico lienzo.
Hacía un día precioso. El cielo era de un color azul intenso y, a pesar de que había amanecido un poco nublado, los nubarrones se habían dispersado con el paso de las horas. Soplaba un viento suave, podía notarlo a través de la pequeña ventana que había en la sala, acariciando su rostro. Afuera lucía un tibio sol. Un perfecto día de finales de abril, un bonito día de primavera.
Pero ese día tenía otra cualidad más. Era también el día más feliz de su vida. Así lo había denominado desde que su pareja le pidiera matrimonio. De eso hacía ya un par de meses y ahora estaba terminando de arreglase para la ceremonia. Se miró en el espejo que tenía enfrente. Llevaba una túnica negra con ribetes en verde que combinaban con sus ojos. Su futuro esposo –qué bien le sonaba eso- llevaría también una del mismo color, pero ribeteada en plata, color que contrastaba con su larga melena negra.
Volvió a contemplar su aspecto, estaba nervioso, empezaban a sudarle las manos y odiaba eso. Se las secó con una toalla que había dejado encima de una silla e intentó tranquilizarse, aunque sabía que era en vano. Con el pelo no había nada que hacer. Hacía años que había desistido en el empeño, su pelo era rebelde y punto, siempre medio despeinado. Pero hoy, gracias a una poción que le había regalado Draco como presente de bodas, acompañada de una nota con las instrucciones –sabía que el rubio aún dudaba de sus habilidades con esa materia-, había conseguido domarlo un poco. No se habría perdonado asistir a su propia boda con el pelo hecho un desastre. Se arregló la túnica por enésima vez y suspiró pensando que había llegado el tan anhelado momento. Lo había soñado desde hacía tanto tiempo que ya ni se acordaba.
Todo había empezado después de la guerra. Había vencido a Voldemort, a pesar de perder alguna batalla y muchos compañeros. Y, en mitad de la desgracia, apareció Severus para salvarle. El día que despertó, después de pasar horas inconsciente por la gran pérdida de sangre y de magia, descubrió que en la cama de al lado había otra persona. Pensó que así la estancia en la enfermería sería más llevadera, pero cuando vio que se trataba de su profesor deseó curarse lo más rápido posible. Sin embargo, pasar horas contemplando a un ser herido, aunque fuera Snape, y sin poder hacer nada más, provocó que Harry empezara a mirárselo de otra manera. No vio en él al profesor que había amargado sus siete años en Hogwarts, sino a un ser humano demacrado, falto de atenciones y que también sentía miedo y dolor como él. Con el paso de los días descubrió a una nueva persona, a un hombre atento, a un hombre culto, a un hombre misterioso, en definitiva… a un hombre totalmente nuevo. Y le encantó, le maravilló, empezó a enamorarse de él con cada gesto, con cada caricia, con cada palabra.
Severus lo rescató de la profunda depresión en la que cayó al salir de la enfermería, después de ver con sus propios ojos como la guerra había destrozado el mundo que tanto amaba y la cantidad de gente inocente que había muerto. Gracias a Severus salió de ese pozo y Harry dejó seducirse con su paciencia, con sus atenciones, con sus palabras, pero sobre todo con sus ojos. Esos profundos orbes negros penetrantes e inquietantes, únicos. En sus ojos podía ver qué le preocupaba, lo que el rostro o sus parcas palabras no le decían lo podía leer en sus ojos. Se contempló de nuevo en el espejo, realmente Severus se quedaría embobado al verlo avanzar hasta el altar, se había preocupado mucho por su aspecto, quería estar radiante para su esposo. Volvió a echar un vistazo al espejo.
Te ves perfecto.
¡Ron! – gritó Harry casi saltando de alegría -. Pensé que no te vería… - se abrazó fuerte a él.
¿Creíste que iba a perderme la boda de mi mejor amigo?
Blaise me dijo que estabas de viaje y que quizá no podrías venir.
Sí… pero he hecho un esfuerzo.
Me alegro, no habría sido lo mismo sin ti.
Ya… no me hubieras echado en falta para nada. Distinto hubiera sido si yo fuera el novio. Venga, date prisa¿no querrás hacerle esperar más, verdad? Además, Snape ya debe de estar en el altar impaciente y regañando a quién tenga a su lado por tu retraso.
De acuerdo… ha llegado la hora – susurró el moreno para sí, cogiendo aire y soltándolo varias veces para ver si conseguía relajarse.
No tienes por qué estar nervioso.
Lo sé, Ron, pero no puedo evitarlo. Llevo tanto tiempo soñando con esto…
Bueno, pues deja de soñar, te están esperando – dijo una voz a sus espaldas.
¡Sirius¿Está todo listo? – asintió -. Oh, por Merlín… creo que no puedo…
¿Cómo que no puedes¿Acaso estás replanteándote el unirte al hombre al que amas, aunque sea… él? – y es que Sirius aún intentaba entender qué había visto su ahijado precisamente… en Snape.
No… no¡no es eso! – respondió rápidamente Harry -. Amo a Severus con toda mi alma y lo que más deseo es casarme con él – se puso colorado ante tal declaración.
Pues¿a qué estás esperando? – Sirius le tendió el brazo.
Su padrino, y ahora también padrino de bodas, era el encargado de conducirle hasta su pareja, que estaría aguardándole a los pies del altar. Harry estaba ansioso por ver cómo había quedado todo al final. De la decoración se había encargado Severus, en la mayor parte, Harry sólo había elegido las flores que adornarían la pequeña capilla dónde se celebraría el enlace mágico. Lirios de agua. Cientos de lirios blancos. Su flor preferida. Adoraba el contraste del verde de las hojas con el blanco inmaculado de la flor. A Harry le parecía el equilibrio perfecto entre lo puro y lo terrenal. Lirios. Sencillos pero elegantes.
Cruzaron la puerta de la sacristía donde se había vestido y preparado para la ceremonia, pasaron por debajo del pórtico y se situaron al final del pasillo. Delante de ellos se extendía la alfombra roja que conducía hasta su destino final. Severus había puesto un poco de mala cara cuando su amado había sugerido ese color tan gryffindor, pero le vio tan contento que no quiso quitarle la ilusión. Harry avanzaba mirando al suelo, mientras recordaba la pequeña disputa, nunca habría aceptado una alfombra verde ni aunque Severus se hubiese empeñado. Estaba nervioso y, siempre que se encontraba en esa situación, se miraba los pies. Un paso, otro, y otro más… Cada vez más cerca. Lentamente, al son de la música, que un pianista tocaba con devoción. Una de las canciones preferidas de Harry, el Allegro ma non troppo del Concierto para piano y orquesta nº14, en mi bemol mayor. Como siempre, Mozart.
Levantó un poco la cabeza, mirando a ambos lados para encontrarse con las caras sonrientes de sus amigos y familiares más queridos. Ahí estaba Hermione, preciosa, como siempre, junto a Pansy. Hacía algún tiempo que habían decidido iniciar una relación, a pesar de que todos ya sabían que se gustaban desde hacía años. A su lado, Blaise y Ron le saludaron a su paso. En el banco de delante, Remus, sonriente junto a Lucius, le lanzó un beso. Alzó la vista, quería ver a Severus, encontrarse con su mirada, ver cómo sonreía al saber que su sueño estaba haciéndose realidad. Pero no le vio. Todas las miradas se centraron en el punto justo dónde tendría que haber estado aguardando el novio, todos estaban pendientes del altar… y de Harry. La música alcanzó el punto máximo de intensidad, la pieza estaba llegando a su fin, pero Severus tampoco apareció. Harry se soltó del agarre de su padrino, miró a ambos lados, nervioso, con el miedo adueñándose de él. Nada.
¡Harry! – Draco se acercaba corriendo -. Harry… - se detuvo ante él y le enseñó un sobre que llevaba en la mano -. Estaba en la otra sacristía…
La otra sacristía. Dónde tendría que haber estado Severus. Dónde Severus tendría que haberse puesto esa túnica con los ribetes plateados. Dónde Severus habría esperado el momento de unirse a él. Pero no estaba y en su lugar, una nota. Harry no podía moverse, parecía como si su cuerpo hubiera quedado petrificado, su corazón palpitaba a un ritmo desbocado. La mano le tembló al coger el sobre, la música cesó definitivamente y todos se miraban en silencio, expectantes. Rápidamente y sin pensarlo rasgó el sobre, que llevaba su nombre escrito en tinta de color negro. Negro… como sus ojos y su pelo, el color de su vida. Reconoció su letra de trazo elegante. Leyó la pequeña tarjeta que había en el interior. Las palabras se clavaron en su corazón como puñales afilados. La tarjeta cayó de sus manos e inició un lento descenso hasta el suelo. El mismo camino que siguió Harry. El destino quiso que la tarjeta quedara frente a sus ojos cerrados.
LO SIENTO. ESPERO QUE SEAS FELIZ.
Todos corrieron a socorrerlo. Sirius fue el primero que llegó hasta él, seguido de Draco. Entre los dos, le cogieron en brazos y lo tumbaron en un banco del fondo, cercano a la puerta para que entrara más oxígeno, con las piernas hacia arriba, para que la sangre siguiera su recorrido. Hermione se sentó a su lado y empezó a abanicarle con lo primero que encontró. Ironías de la vida, fue la invitación a su boda. Ron y Blaise se encargaron de arreglarlo todo y apartar a la gente, mientras esperaban al medimago que habían avisado con urgencia. Los demás permanecieron callados hasta que, lentamente, Harry fue recobrando el conocimiento.
Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso:
Desmayado. Se había desmayado le dijo su padrino. No supo cómo había llegado hasta esa parte de la capilla, al fondo, lo más alejado del altar y encima de un banco. Se había atrevido a jugar con el destino y éste había ganado. Otra vez. Se sentía furioso, no quería que nadie le preguntara nada, no deseaba que le explicaran nada, lo sabía muy bien. Quería estar solo, no quería que nadie sintiera lástima por él. Demasiadas sensaciones se agolpaban en su interior y luchaban por salir.
no hallar fuera del bien centro y reposo,
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso:
Harry pasó por un sinfín de estados. Primero había sido la ira, al saberse abandonado. Después la tristeza, por no poder cumplir su sueño. Ahora se sentía receloso. ¿Cómo podría volver a confiar en alguien después de eso?
huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor suave,
olvidar el provecho, amar el daño:
No sabía qué sería de su vida a partir de ese instante. Todo había cambiado en un segundo. La felicidad de hacía unos minutos ya no existía, ahora todo era tristeza. Quería olvidar, quería huir, morir… En el fondo de su corazón, amaba el daño sufrido. Lo amaba porque seguía amando a Severus, el culpable de ese daño. Parecía una paradoja, pero ese daño era amor, todo el amor que le había entregado y que ahora dolía tanto.
creer que el cielo en un infierno cabe;
dar la vida y el alma a un desengaño,
¡esto es amor! quien lo probó lo sabe.
Su vida se convertía poco a poco en un infierno, atrás quedaba su felicidad con Severus hasta ese mismo día. "Lo siento", las palabras quemaban, como el fuego eterno. Había dado su vida, su alma y su corazón a un desengaño. Severus lo había abandonado. "Lo siento". Entendió entonces que el amor era eso, sufrimiento. Cualquiera que hubiese amado alguna vez sabría muy bien cómo se sentía Harry en ese momento.
El poema es de Lope de Vega, autor español (1562-1635). Y el título del fic está inspirado en el poema Nocturnos (dentro de Arias tristes (1901-1903)), de Juan Ramón Jiménez, uno de mis autores castellanos favoritos.
