Capítulo Uno

Natsu Dragneel había vuelto.

Arrastrada por una oleada de emociones, Lucy Heartfilia aferró las cortinas de encaje de su habitación mientras le observaba avanzando a toda mecha por Heartfilia Boulevard.

Vestido de negro y sobre una Harley Davidson, rugía de la misma forma que había rugido cuando se marchó seis años atrás. Un aura inolvidable de oscura intensidad y fascinación amenazadora cabal gaba con él como una compañera fiel. Sin afeitar, con un pañuelo rojo en la cabeza y la larga cabellera rosada ondeando al viento, emanaba una sensualidad salvaje que era la pesadilla de toda madre. Y el sueño secreto de toda hija.

Cerrando los ojos con fuerza, Lucy pidió al cielo que se tratara de un engaño de su imaginación, de una falsa aparición. «Oh, Dios mío, por favor. No. Natsu, no. Ahora, no. Hoy, no». Pero, cuando abrió los ojos, allí estaba él, inequívocamente real.

Tras seis largos años, ¿por qué habría elegido aquel día precisamente para regresar?

De una cosa estaba segura: Natsu no podía traerse nada bueno entre manos. Una sensación de mareo apretó su estómago, y Lucy lanzó un gemido inconsciente.

—¿Lucy , estás bien? —preguntó Melissa, su herma na pequeña, recogiéndose la larga falda y cruzando la habitación para asomarse a la ventana—. Parece que hubieras visto a un... ¡Que me aspen!

Melissa asió el brazo de Lucy con fuerza letal y puso los ojos como platos.

—¿Qué ven mis ojos? No puedo creerlo, Lucy. Es él. Es Natsu. Natsu Dragneel. ¡Que me aspen!

Lucy se debatió contra el pánico que crecía en su interior mientras le observaba aparcando la moto detrás de la furgoneta del cartero. Segura de hallarse al borde de un agudo ataque de histeria, se apoyó en los restos de su dominio de sí misma cuando Natsu recorrió la vereda, los anchos hombros y las largas piernas meciéndose con el contoneo arrogante y confiado que había hecho perder la cabeza a las mujeres de seis condados a la redonda.

—Lucy, viene hacia la puerta —dijo Melissa, su voz una octava más aguda de lo normal—. ¿Qué piensas hacer?

—¡Si tuviera un rifle, correría a balazos a ese cana lla!

Sonó el timbre, y los melodiosos ecos resonaron a través de la amplia casa como un siniestro toque de difuntos.

—¿Ni siquiera vas a hablar con él? —preguntó Melis sa.

—Por nada del mundo. No permitiré que me arrui ne otro día de boda. Dame el velo antes de que lo destroces por completo y baja a decirle a Rossie que no le deje pasar.

Melissa suspiró.

—¿Por qué me dará la impresión de que librarse de Natsu no resultará fácil?

—Decidle que se vaya al cuerno de mi parte. Eso debería bastar. De no ser así, llama a tío Hiram.

El Tío Hiram, el mayor de los cuatro nietos del fundador de la ciudad, era el comisario jefe de Travis Creek, y gobernaba su pequeño territorio al este de Texas con mano de hierro. El tío Edgar era el pro pietario del Travis Creek Times, el periódico de la ciudad. Su padre era el presidente del banco. Y el tío William... bueno, tío William bebía.

Después de que Melissa saliera disparada del dor mitorio, Lucy se sentó ante el tocador para acabar de maquillarse. Se puso a tararear en voz alta una cancioncilla para no oír el alboroto que se había mon tado abajo. Una hora y cuarenta y ocho minutos des pués exactamente, diría «Sí, quiero» al doctor Robert Alien Newly en la rosaleda de sus padres. Y estaba resuelta a que nada de nada le aguara aquel día. Su vestido de novia, de color melocotón claro, era perfecto; el tiempo, perfecto; las rosas, perfectas. Rob, el marido perfecto. Sus padres no dejaban de repetírselo sin cesar.

La única cosa que no le causaba la menor alegría, era que su nombre sería Lucy Newly. Parecía sacado de un poema ripioso de tercera clase.

Los gritos procedentes de abajo debilitaban su serenidad, y cantó con más fuerza para defenderse. Sí, Rob era un hombre maravilloso. De buena familia. Con un futuro prometedor como médico. Tal vez, si le hubiera conocido antes de que eligiera especialidad, podría haberle orientado hacia cirugía del corazón o incluso dermatología, pero la gente también necesitaba urólogos, se dijo a sí misma.

¿Y qué significaba una ligera mancha cuando se le daban tan bien los niños? Tal vez los besos de Rob no incendiaran sus venas, pero había aprendido por el camino más duro que existían cosas más impor tantes que una loca y fiera pasión. Rob era un hombre de carácter, con sustancia, sólido como una roca. Perfecto.

Rob la adoraba. Y, lo mejor de todo, su nuevo consultorio se hallaba en Plano, en el norte de Dallas. Los niños y ella saldrían de la casa de sus padres y dispondrían de la suya propia, una bien lejos de abuelos tolerantes que siguieran malcriando a los chicos.

Lucy oyó el portazo de la puerta principal, pero el jaleo continuaba: el timbre sonaba sin parar entre gritos y aporreos. Cantó más alto y cerró un párpado para retocarse con el lápiz de ojos. Le temblaba de tal forma la mano que le salió una línea en zigzag.

—¡Maldita sea!

Arrojó el lápiz sobre el tocador y se limpió el párpado con un pañuelo de papel.

Melissa entró en la habitación como alma que lleva el diablo.

—Está como loco. De manicomio. No sé qué hacer. Dice que no se irá hasta que haya hablado contigo.

—Llama al tío Hiram.

—Oh, Lucy, ¿estás segura? ¿No podrías hablar con él un momento? Dios mío, está hecho una verdadera fiera.

Un puñado de grava golpeó contra la ventana y Natsu la llamó a gritos por su nombre.

—Mami, mami —dijo Megan cuando entró corrien do en la habitación y se abrazó a las piernas de su madre—. Hay un hombre gritando abajo. Y parece muy malo. Tengo miedo.

—Yo no tengo miedo —afirmó Jason, el hermano gemelo de Megan, que apareció en la alcoba gol peándose su pechito de cinco años—. Me convertiré en un Power Ranger y le destrozaré a patadas.

Lucy se arrodilló y estrechó a los gemelos contra su pecho. Besó en la frente a Megan.

—Hijos míos, no hay nada que temer. Tía Missy llamará a la policía ahora mismo —dijo, mirando a Melissa expresivamente—. ¿Verdad?

—Ahora mismito. ¿Lo veis?

Melissa tomó el teléfono e informó del problema al tío Hiram.

—Llegará alguien en cuestión de minutos —afirmó tras colgar.

Lucy dio un abrazo a cada uno de los niños.

—Ahora, ¿por qué no vais con Tía Missy para poneros la ropa de boda? Los invitados llegarán pronto. Melissa sacó a los crios y, al tiempo que cerraba la puerta, otro puñado de grava golpeó el cristal de la ventana. Natsu la llamó a gritos. Furiosa, Lucy se acercó a la ventana en dos zancadas, la abrió con brusco ademán y asomó la cabeza.

—¡Maldita sea, Natsu Dragneel, cierra la boca de una vez! Estás haciendo el ridículo.

Natsu dejó caer al suelo el puñado de chinas que tenía en la mano y miró hacia arriba. Al ver a Lucy, su expresión habitual de insolencia se convirtió en una sonrisa de oreja a oreja, con la potencia de un reactor nuclear.

—Hola, Lucy. He vuelto.

—Vaya, qué alegría. ¡Ahora, márchate!

—Pero Lucy, tenemos que hablar.

—Yo no tengo nada que hablar contigo. ¡Fuera de aquí! Melissa ha llamado a la policía y llegará en cualquier momento.

—¡No me marcharé hasta que hayamos hablado, maldita sea!

Natsu se asió a la rama del roble que crecía junto a la ventana, dio un salto y comenzó a trepar.

Lucy lanzó un grito y le arrojó un jarrón lleno de rosas y agua. Tuvo el mismo efecto que echar gasolina a un fuego. Natsu bramó, blasfemó y continuó la escalada.

Ella le tiraba todo lo que hallaba a mano, desde un tarro de crema facial hasta una lata de caramelos, pasando por un par de libros. Natsu esquivó los misiles y siguió trepando. Entonces Lucy se hizo con un anti guo reloj Waterford y apuntó cuidadosamente a la moto que llevaba estampada en la camiseta negra. Dio de lleno en el blanco.

Un golpe, un sonoro ay, una palabrota. Natsu per dió el equilibrio y cayó entre las ramas hasta aterrizar sobre la hierba, sin dejar de lanzar improperios por un solo instante.

Horrorizada, Lucy asomó la cabeza y dirigió la mirada hacia el lugar donde yacía Natsu. Tenía los ojos cerrados. Dios Santo, ¿le habría matado?

Un ojo jade se abrió y apuntó hacia ella.

—¿Por qué me haces esto? Sólo quería hablar contigo.

—No tenemos nada que hablar, Natsu Dragneel.

Lucy cerró la ventana de un portazo a la vez que oyó la sirena de la policía. Giró sobre sus talones y se apartó de la ventana.

Una vez más tomó asiento ante el tocador y se puso a cantar con todas sus fuerzas.

—¡Mami, mami!

Megan y Jason entraron como dos balas en la habi tación. Melissa los perseguía, intentando anudar un fajín a la niña.

—Los policías están llevándose al hombre malo —dijo Meg.

—Y uno de ellos se va montado en su enoooorme moto. ¡Guau! Algún día yo tendré una moto como ésa —canturreó Jason—. ¡Brrum, brrum!

El chico se puso a imitar el ruido del motor, corriendo por el cuarto a la vez que asía un manillar imaginario.

—No mientras yo viva —le dijo Lucy—. Ahora, acaba de vestirte de una vez. Mamá tiene que ponerse su traje de novia.

A las tres en punto del último sábado de abril, los invitados estaban reunidos en el jardín, acomo dados sobre sillas alquiladas para la ocasión; Cómo éste era el «segundo» matrimonio de Lucy, se orga nizó una ceremonia íntima y sólo había unas cin cuenta personas, la mayoría familiares, junto a unos cuantos amigos de toda la vida.

Tío William, su favorito, estaba sentado en la segunda fila. Tenía una expresión sombría, y estaba algo bebido, de eso estaba segura. Tío William era el único miembro de la familia que consideraba una equivocación que se casara con Rob. Tal vez se debie ra a que Rob era abstemio.

Aunque a últimos de abril ya había pasado hacía tiempo la temporada de las azaleas y los bulbos tem pranos de primavera, Layla Heartfilia , la madre de Julie, en asamblea permanente con Dios y tres jardineros durante los dos últimos meses, había conseguido que el jardín pareciese un paraíso de ensueño, derramando verdor y flores de mil colores por todas partes.

Con la anciana Millicent Wall al arpa y su hermana mayor, Eugenia, a la flauta, flotaba en el aire una magnífica música, digna de las circunstancias. El pas tor metodista se hallaba en el escalón más alto del cenador. Rob y su primo permanecían dos escalones más abajo, esperando.

Lucy tenía las palmas de las manos sudorosas. Aferraba con fuerza el ramo de novia y el brazo de su padre.

Jude Heartfilia sonrió y le dio una palmadita en la mano.

—¿Nerviosa?

—A más no poder.

Su padre sonrió de nuevo.

—Rob es un buen hombre. Tu madre y yo no podríamos haber elegido un marido mejor para ti, ni un padre más apropiado para los gemelos. No hay ninguna razón para que estés nerviosa.

Lucy sabía que su padre no estaría tan tranquilo si estuviera enterado de la visita de Natsu. Por fortuna, sus padres estaban ausentes cuando ocurrió el inci dente, ocupados en resolver pequeños asuntos de última hora. Sólo oír el nombre de Natsu bastaba para llevar a su madre a la cama con jaqueca y para encen der a su padre hasta poner a prueba su presión arterial.

Respiró profundamente y concentró la atención en el ritual. Su día de boda debía ser una ocasión de júbilo, y estaba decidida a que nada lo empañase. Megan y Jason encabezaban la comitiva. Jason lle vaba un cojín con sendos anillos de oro encajados firmemente sobre el mismo. Un extraño bulto que llevaba en el bolsillo trasero del pantalón distorsio naba las líneas de la chaqueta del traje a medida azul marino. Como le habían repetido cientos de veces, caminó lenta y cuidadosamente, y asomaba la punta de la lengua por una comisura de los labios mientras se concentraba en la tarea. Sólo se pasó una vez la manga de la chaqueta por la nariz.

Megan, con calcetines de encaje y un fajín lige ramente torcido, portaba una cestita de la que sacaba pétalos de rosa del jardín de su abuela, que iba espar ciendo generosamente a lo largo del camino enlo sado. Apurándose al ver que iba a quedarse sin péta los antes de llegar a su destino, retrocedió sobre sus pasos para recoger unos cuantos puñados que metió de nuevo en la cesta. A partir de ahí arrojó los pétalos con mano más moderada.

Observando a sus hijos, Lucy sonrió y se henchió de orgullo y amor por la pareja.

Cuando Melissa llegó al escenario, la música cam bió sutilmente. Los invitados se pusieron en pie y se volvieron.

—Esa es nuestra entrada, cariño —dijo Jude Heartfilia, besando a su hija en la mejilla.

Lucy respiró profundamente, esbozó una sonrisa en sus labios temblorosos y emprendió junto a su padre el camino hacia el altar. Tenía tensos todos los músculos del cuerpo, se tropezó y a punto estuvo de caer al suelo. Su padre le dio una palmadita en la mano, cubriéndola con una de las suyas. ¿Por qué estaba tan nerviosa? Miró a Rob, que estaba esperándola en el cenador, contemplándola con ojos brillantes, con expresión adoradora. Era un hombre tan cariñoso, tan dulce. ¿Existiría alguien capaz de no quererle?

Se detuvieron y el pastor comenzó la ceremonia. Sus palabras resonaban vagamente en medio del zum bido que machacaba la cabeza a Lucy.

—Su madre y yo aceptamos —dijo su padre y luego retrocedió para ocupar su lugar en primera fila.

El pastor prosiguió y aumentó la intensidad del zumbido hasta convertirse en un estruendo. ¿Estaría a punto de desmayarse?

El estruendo creció. Confundido, el pastor alzó la mirada de su libro de oraciones. Los invitados se removieron y se oyó un murmullo general. Rob se volvió y frunció el ceño. Lucy también volvió la cabeza y casi le dio un infarto.

Natsu Dragneel, montado en la Harley, cruzó con el motor rugiendo el macizo de petunias de Layla Heartfilia y luego tomó el camino enlosado que llevaba al cenador.

Frenó con un chirrido estridente a escasos cen tímetros de los novios, plantó en el suelo una de sus botas negras y miró a Lucy con cara de pocos amigos.

—¿Qué diablos te crees que estás haciendo? —le gritó.

Los invitados lanzaron un grito sofocado de asom bro.

—Casándome —respondió Lucy con voz nítida.

Natsu miró a Rob de arriba abajo y esbozó una sonrisa desdeñosa.

—¿Con él? ¡Jamás, maldita sea!

—¡Natsu, fuera de aquí! ¡Estás armando un escán dalo y arruinando mi boda!

—No lo dudes. Tú te vienes conmigo. Sube a la moto.

-¡No!

—Amigo, lárguese de aquí —dijo Rob, dando un paso hacia delante.

Natsu sacó una pistola que llevaba oculta bajo el chaleco de cuero y se la puso en las narices a Rob, el cual se quedó petrificado.

Los invitados gritaron con más fuerza.

Una mujer lanzó un alarido.

La voz de un hombre atronó.

—¡Mami! ¡Mami!

Lucy sintió pánico. Natsu se había vuelto loco, loco por completo. Peligrosamente loco.

—Sube a la moto—ordenó Natsu con un brusco ademán de la cabeza.

—Natsu, por favor, no podemos...

—Sube.

Natsu repito el ademán y pegó la pistola a la nariz de Rob, que se puso de puntillas sobre sus zapatos negros de charol, sudando a borbotones.

—¡Mami! ¡Mami!

Lucy sólo vaciló una fracción de segundo. Sus hijos. Tenía que protegerlos. Arrojó a Melissa el ramo de novia, se recogió la cola del traje y se subió a la moto.

Natsu dedicó a Rob una sonrisa de lobo.

—Hasta la vista, primo.

Lanzó al novio dos buenos chorros de agua con la pistola de juguete que llevaba y luego salió dis parado a través del macizo de caléndulas.

Con Lucy lanzando improperios y golpeándole la espalda, y dejando atrás un verdadero follón, Natsu se alejó riendo como un poseso.