Veo el esplendor de las luces reflejarse en la cortina negra, regalándome una tenue imagen de lo que me espera. Escucho los susurros en mi oreja, su respiración y el tacto de unas mejillas tiesas, duras cual roca. Aquellos pensamientos en mi mente, resistiendo el miedo para no caer en las suaves sábanas de la oscuridad, ocupados por un deseo que no es posible abandonar: aguantar toda una noche.

Eso es, la cortinilla se va abriendo, cambiando su color a uno rojo escarlata, dejándome observar a la gente que me mira ilusionada. Este día va acabando y yo sonrío con dulzura, respirando de alivio. Pero inhalar aire fresco del amanecer no se hizo lo primordial, siento que aún desea algo más de esta pobre persona equivocada.

Al filo de un cuchillo se rompe la tela en pedazos, el objeto lo sostiene una silueta gustosa de apreciar mis innumerables sustos, sonriendo con malicia. Su rostro juguetón ha hecho aparición luego de cortar el cubre bocas gris, unos labios ensangrentados donde caen gotas del mismo tono al suelo de madera. El aspecto de doctor me hace un nudo en la boca, uno tan grande que me impide gritar de dolor. Volteo esperando no andar en soledad, mas me doy una sorpresa al notar cómo los espectadores poseen la apariencia de la sombra.

En un instante estoy alrededor de ellos, tratándose de una horda terrorífica intento escapar, no es posible con algunos dedos ásperos deteniéndome sin cesar. Antes de teñir debajo mío con un charco encarnado, el telón de cierra y una risa masculina envuelve la sala.

Lo último que mis oídos perciben son los aplausos del final.