Kiu kiu!
No es mi primera historia en la vida, pero es el primer fic que hago de yami no matsuei, una serie que me gusta bastante, si bien me considero homofóbica... pero, debo afirmarlo, babeo por esta serie.
La serie de television la vi completa, pero del manga he leído sólo el primer tomo, los primeros capítulos del segundo, y varios fragmentos de los demás, de modo que, supongo, mi vision de mundo de la serie es los suficientemente cercano al de la autora.
sé que me van a odiar ls que lo lean, porque se aleja bastante de la realidad de la misma, y las chicas que les guste el yaoi y parecidos van a encontrarlo muy extraño, y no espero alabanzas. Pero bueno, tengo demasiada fantasía rebosando de mi pequeña cabeza, y tenía que verterla en alguna parte.
En primer lugar, me inspiré en las ilustraciones de una novela épica, "Angus. el primer guerrero", a cuyo protagonista le encontré un gran parecido con Watari. De modo que de un día para otro nació esta historia.
Trata que Watari vivió en una vida pasada en antiguas tierras escandinavas... ya saben. Estoy usando el mito de las edades paralelas, presente en el facsímil "De historia et Veritate Unicornis". Además,si hay algo que me gusta un poco más que el animé es la historia medieval temprana, y mi civilización favorita son los vikingos (después vienen los hunos XD ). De modo que el fic es la simple combinación de mis varias pasiones en este mundo... compréndame, bno?
Ok, espero que les guste. Dejen reviews!
Prólogo.
Apenas había recobrado la conciencia. Aún no podía ver con claridad el indeterminado paisaje a su alrededor. Sin embargo, el inminente alba con su pálida apatía sobre el negruzco horizonte, mezclándose ambos como la leche con el ron de ébano hace quince minutos antes de arremeter contra el pueblo enemigo, ya le encandilaba los ojos con su luz sanguinolenta. Tal la sentía como si el amanecer sangrara sobre sus ojos, revolviéndose en un brebaje oscuro y salado en el que bailoteaban manchones negros entre destellos metálicos y lamentos de muerte.
La cabeza le daba vueltas, y se le caía entre los hombros. No podía respirar. Tenía la garganta endurecida y el resto del cuerpo dormido, colgando pesadamente de su cabeza. Si pudiera mover los brazos quizás se aliviaría la contractura en su cuello, pero no tenía idea siquiera dónde estaban. Un desagradable sopor le botaba los ojos, y el dolor de sus pulmones, ansiosos de aire, parecía superar al que las espadas provocaban. Un largo y sordo quejido manó de sus labios, seguido de una arcada que expulsó un miserable hilo de bilis y sangre, manchando su pecho desnudo.
La tos que le vino al vómito ayudó a despertarlo, y distinguió guturales ruidos proviniendo de inquietas figuras a sus pies. Inspiró profundamente, pero la bocanada de aire que entró a su cuerpo resultó pesado, lleno de alientos y un penetrante olor a sangre que le pareció nauseabundo, y le volvieron las arcadas, con mucho dolor.
- Ayuda...
Ni siquiera entendía lo que decía. Sólo sabía que ya no podía resistir más en la postura en la que estaba y que le impedía respirar y descansar de los innumerables dolores que lo atormentaban, a pesar de estar casi completamente insensible, excepto por sentir una exigua lágrima mezclarse con el sudor y la sangre en su rostro.
-¡Snaeulf...!!
Tantos gritos, tantos ruidos incomprensibles, pero una voz le parecía familiar, y el vocablo que pronunciaba evocaba sus más profundos recuerdos... Aquel nombre, tan insignificante y de sonido tan imponente...
- ¡Snaeulf! - Björnarr se acercó con movimientos bruscos que por fin lograron despertarlo -. ¡Despierta, Snaeulf, no nos dejes aún!
El sudor frío de sus manos le devolvió la visión y le limpió la sangre del rostro, refrescándolo y aliviando sus heridas; su voz y su aliento a antiguas victorias le devolvieron el oído, y entre sus palabras de ánimo y consuelo reconoció graves voces maldiciendo y pidiendo clemencia, y otras burlas por el estilo. Pudo reconocerlo mejor una vez que le apartó los rizos dorados del rostro, humedecidos por una fúnebre llovizna como el llanto de las valquirias ante la cruenta masacre. Claro que sí. Era Björnarr. Cómo no reconocer su abundante cabellera rojiza tomada en trenzas, tan espesa como el pelaje de un oso, y su barba incipiente de muchacho, su rostro alargado y delgado, casi sin mejillas, blanco como un huevo, y unos enormes y penetrantes ojos verdes que le hacían justicia a su nombre. Apenas vestía unos toscos pantalones de lana, y botines de piel de conejo, "lo suficiente para todo el año", según él, y, por sobre todo, una pesada hacha de doble filo, de múltiples usos: desde cortar su cabello hasta faenar una gallina, y como no, también para decapitar a un par de ilusos desalmados cada vez que atenten contra sus principios.
- Snaeulf...
Intentando responderle a su amigo, Snaeulf giró la cabeza con mucha dificultad y dolor, aunque sólo para descubrir un espectáculo macabro: una pradera de cadáveres hemorrágicos y de ojos abiertos, el campo de una cruenta batalla realizándose bajo él.
- Björnarr... -. Apenas la voz le salía, apretada en su garganta, como un ahogado susurro -. Sácame de aquí, por favor...
Sentía las lágrimas brotando de sus ojos, aunque sin saber si el motivo era el dolor de su cuerpo o aquél de no poder morir luchando, como un buen guerrero, y merecer el Valhalla y poder codearse con einherjers y con el mismo Odín, cuando tuvieran que luchar en el último combate...
- Calma, Sne- dijo el otro, aunque él mismo se escuchaba nervioso, y sus ademanes eran torpes y ansiosos -, los tenemos bajo control. Pronto terminará e iremos a la aldea. Yo mismo te cuidaré. Cuando estés bien, te conseguiré un par de esclavas, iremos de caza y tendremos un pequeño banquete¿de acuerdo? Sólo resiste un poco más... yo mismo vendré a buscarte...
- Desátame, por favor...
No podía más... ya el cansancio vencía su dolor y le aliviaba las heridas mejor que cualquier curandera, y el menhir al que lo habían atado en esa desagradable posición le pareció mejor que su colchón de paja en la aldea; más aún, que el colchón de plumas de un rey.
De pronto, profiriendo un infame insulto y tambaleándose al intentar moverse entre las rocas, apareció tras Björnarr un guerrero enemigo, con los ojos desorbitados y agitando una gruesa espada.
- ¡Volveré por ti¡Resiste...! -. Y dicho y hecho, Björnarr se despidió de su amigo con un beso sobre su hirsuta barba, y se alejó tratando de evadir a su combatiente, dejándolo a merced del olvido. Lo último que vio de él fue cómo en un par de golpes lanzaba el arma de su contrincante lejos y lo despedazaba de un hachazo. Otrora habría celebrado tal carnicería con bromas o invocando sarcásticamente a las valquirias de Odín, pero estaba demasiado cansado y en una inadecuada posición como para volver a hacerlo, aun para darle mayor importancia. Ni siquiera le nacían los deseos de sonreír. Observó una vez más el difuso y repugnante cuadro: A lo lejos, dos enormes ejércitos intentaban eliminarse en una masa de guerreros ciegos y afónicos de furia, y, cerca de él, unos cuantos pocos se batían a muerte, sin importarles si intentaban matar a los del bando contrario o no. Cerró los ojos. Ya nada le importaba mucho: ni el dolor invadiendo su carne, ni el destino de Björnarr tras la pelea con aquel mequetrefe, ni cúal será el vencedor de esta ridícula guerra y que será del vencido...
-¡Snaeulf...!
Aquella llamada, su nombre tejido en una dulce voz se deslizó a través de una fresca brisa y llegó a él, claramente, a pesar del barullo de los soldados. Un grito de mujer, que a él le fue inconfundible, y que corrió por sus oídos como miel, hasta lo más profundo de sus entrañas, provocándole violentos espasmos de nostalgia y obligándolo a levantar la cabeza.
Al límite del campo de batalla, con un aura oscura, pero luminosa, vistiendo un holgado y liviano vestido, y con una delgada espada al cinto, estaba una muchacha, de ojos y cabellos negros como la misma noche, recogidos en un moño tan alto como su semblante. De su cuello colgaba el símbolo de su religión y origen: Mjöllnir, el martillo de Thor, dios de la guerra y objeto de devoción de cada guerrero, y al que Snaeulf sentía haber fallado.
-Lo siento...- sintió el susurro transportarse en una ráfaga de frío viento invernal desde sus labios y filtrarse por sus oídos, congelándole los huesos.
Lamentábase como el sol aún en su mundial lecho, más parecido a una mujer en reciente luto, y cuya tristeza le impide levantarse para comenzar con los deberes domésticos y que sigue humedeciendo las sábanas con su llanto. Sin embargo, en ese momento formaba una aureola alrededor de la morena doncella que gemía su nombre, aunque sin lágrimas. Y cuándo ha llorado una valquiria, ni en el combate ni en el amor, admirables guerreras aún más fuertes que cualquiera de los hombres que luchaban a muerte entre ambos.
Snaeulf lloraba. En cada lágrima se le iba una gota de vida, y cada vez se veía más agotado como para librarse de sus ataduras y lanzarse al combate contra el hombre que sea, con tal de merecer la vida eterna y reunirse con su amada...
-... Hermosa Angharad...
Cuántas veces se encontraron en secreto tras los acantilados, entre los montes, o bajo el protector manto de una cascada en una secreta habitación de piedra milenaria de la que desbordaba la pasión en cada noche de amor; recordaba las veces que jugaban a luchar, entrenando duramente en ocultas playas, logrando que el sol se fuera en sangre cada atardecer; las veces que ella disfrazada de esclava se escabullía en los banquetes, y ambos disfrutaban de los relatos y las bromas de los demás soldados; cuando Snaeulf en sus momentos de ocio intentaba por todos los medios fabricar pociones con propósitos de la más diversa índole, y si bien la mayoría eran descabellados, y los resultados eran insatisfactorios, más aún, desastrosos, ambos terminaban riendo; los días que ella no aparecía, y él la esperaba con la porfía de una roca, hasta que, bajo la tutela del ocaso, daba fin a su espera despedazando con su hacha el primer árbol que encontrara a su paso, sin importar su tamaño, hasta reducirlo a astillas, hecho que pocas veces no ocurrió.
Angharad se volvía un manchón oscuro en el horizonte, y Björnarr no había vuelto. Intentando aprovechar los últimos instantes de su vida, trató de zafarse de las sogas que lo mantenían colgado: sólo un suspiro brotó de sus labios, su último aliento, supuso, pues ya dejaban sus pulmones de responderle. A lo lejos, Angharad abandonaba el valle, y su figura oscura se escondía entre los matorrales, mientras sentía su corazón detenerse de terror y soledad. Un sopor irresistible lo asaltó, al que se sometió con el más profundo dolor. Recordó una imagen, que resultó tan vívida como la real: quiso ver a su amante, por última vez, su sonrisa, sus ojos húmedos, el cabello al viento del mar...
Y así, atado al monumento erigido a su padre, moría Snaeulf Vigmundson...
... mejor conocido como Yutaka Watari...
¡Paf!
Al despertar tan bruscamente, logró aquel científico loco aficionado a las pociones transformistas conseguir un colorado chichón en medio de la nuca, erguido como la piedra de su sueño. Ante el escándalo, despertó también 003, su pequeña mascota, una tierna lechuza del tamaño de un puño, que comenzó a revolotear alrededor de la lámpara del laboratorio del Enma-cho, reacción muy inteligente, pues, con el golpe, se movió la mesa de trabajo de tal manera que los reactivos cayeron de sus recipientes y se mezclaron peligrosamente...
Tras Watari, la puerta se abrió de golpe, tan bruscamente que se salió de sus goznes, dejando salir una espesa humareda que provocó que todas las alarmas de incendio del edificio se activaran y comenzaran a sonar escandalosamente, mientras ciertos dispositivos en el techo comenzaban a regar agua por todas partes, inundándolo todo. La pequeña lechuza salió volando del laboratorio ululando lastimeramente y con las alas cubiertas de un hollín verduzco y esparciendo un penetrante olor a azufre. Seguidamente salió el shinigami, sacudiéndose la cal pegada a sus dorados cabellos y tambaleándose sobre el suelo mojado. Producto del olor provocado por la explosión le vino una repentina sensación de vértigo, y la superficie resbalosa sobre la que se desplazaba logró que cayera de bruces sobre ella. Por suerte, a la vuelta de la esquina aparecía Seiichirou Tatsumi, el secretario de Enma-Cho, haciendo su habitual recorrido de oficina en oficina, organizando y transportando el papeleo, y administrando el dinero de la institución. Claro que hoy resultó haber una sorpresa en su camino.
Al escuchar la explosión, y el ruido de astillas, y el porrazo acompañado de un chapoteo y un grito de dolor, que el reconoció como proveniente de Watari, lo obligaron a tirar una ruma de papeles que llevaba bajo el brazo y a hacer carrera por ir en su auxilio.
Al girar en la esquina más próxima, en el pasillo que él sabía dónde estaba el laboratorio, encontró a su compañero tirado sobre los azulejos, empapado y con el rostro desfigurado por el dolor en el área lumbar, que se frotaba en ese momento, y por el asco hacia el hedor que manaba de la cal oscura que formaba una fea mancha con forma de estrella sobre la mesa de trabajo, en el laboratorio.
- ¿Estás bien, Watari? -. Tatsumi se abalanzó sobre él para asegurarse de que no tenga herida alguna.
- No te preocupes, estoy bien - respondió éste, levantándose con dificultad, pero con una sonrisa. Sin embargo, una vez de pie, la traidora humedad del suelo nuevamente quiso tenerlo de su lado, como llena de celos, y el pobre científico resbaló nuevamente, pero Tatsumi, cerca, pudo salvarlo de un seguro moretón, y lo atrapó en su regazo antes de que cayera.
- Gracias... - dijo Watari, antes de soltar a su compañero, que, mudo de sorpresa, sólo observó cómo éste intentaba mantener el equilibrio. Pero no alcanzaron los colores a subírsele al rostro antes de que un hombre apareciera tras ellos. Vestía un largo abrigo negro como su cabello, pero sus ojos eran de un púrpura profundo, dándole un aspecto... aparentemente oscuro, hasta que...
- ¡Tatsumiiii! - gritó infantilmente, en ademán de arrojarse sobre el pobre secretario que apenas sí podía moverse mientras dejaba que su accidentado amigo se apoyara en él para desplazarse, pero que cuya boca aún reaccionaba ante cualquier circunstancia.
- ¡Cuidado, Tsuzukiii!!!
Inútil. El shinigami, considerado, increíblemente, el más poderoso del departamento central, abrió los brazos y se abalanzó sobre los otros dos. Pero - desgracia -, el agua sobre el suelo logró quitarle el equilibrio, y lo que tendría que haber sido un apretado abrazo - seguido de la típica súplica por un aumento de sueldo a espaldas del jefe - resultó una dolorosa caída sobre la superficie de cerámica. De ese modo, los tres adquirieron una colección de decorativas manchas oscuras sobre su piel, ocasionándoles, sin embargo, muchos lamentos que hacían eco en los pasillos y dolor.
Se escucharon chapoteos en el pasillo perpendicular al que donde estaban, y aplacaron sus gemidos. Se acercaban rápidamente, pero el intervalo de tiempo en el que esperaron a que apareciera el desconocido tras ellos les pareció una eternidad en medio de ése incómodo silencio. Fue tal la concentración que no se percataron de una muchacha que cruzó el pasillo lentamente, mirando hacia todos lados, como perdida, varios metros lejos de ellos. Apenas Watari la notó por el rabillo del ojo, pero de inmediato tuvo que voltear, con cierto dolor que le arrancó un gruñido debido a una curiosa contractura en el cuello, causada seguramente por las sucesivas caídas y el frío de la humedad, ya que dicha persona había llegado hasta ellos, y se había detenido frente a ellos.
- Hisoka... - dijeron los tres al mismo tiempo, mientras el joven shinigami los observaba con una mezcla de lástima y asco, aunque no se expresara en su rostro.
- ¿Qué hacen aquí? - les dijo con firmeza, a pesar de su suave voz infantil -. Pónganse de pie y busquen ropa seca. El jefe Konoe los necesita en su despacho.
Dicho esto, se puso nuevamente en marcha.
- ¿Dónde estarás tú? - alcanzó a gritarle Tsuzuki, antes de que Hisoka se sumergiera en la oscuridad de los interminables pasillos del Enma-Cho.
- Yo los veré más tarde - dijo éste sin mirar hacia atrás, dejándolos llenos de incertidumbre que les fue imposible disipar cuando hubo doblado un recodo y desaparecido por completo.
Los tres, entonces, se incorporaron con cuidado, y fueron a por ropas secas en la enfermería. Sin embargo, Watari se negó a cambiarse y usar las simples y holgadas camisas de color crema que sus otros dos amigos se resignaron a vestir.
- No se preocupen por mí - les dijo alegremente mientras se alejaba en dirección al laboratorio -. Tengo un interesante aparato en mi despacho que secará mis ropas en un dos por tres.
Sin posibilidades de disuadirlo de otra probable catástrofe, Tsuzuki y Tatsumi se dirigieron a la oficina del jefe, dejando que Watari se saliera con la suya y los abandonara cantando y silbando por el camino, acompañado de su pequeña lechuza que también ululaba melódicamente.
En pocos minutos se encontraron a la puerta de la oficina, mirándose el uno al otro, intentando así tranquilizar su curiosidad. Tatsumi se adelantó y tocó con los nudillos suavemente. Seguidamente abrió levemente la puerta, apenas asomándose para que el jefe los notara, y esperó el permiso de éste para entrar.
- Adelante... - se escuchó desde el interior, y los shinigamis entraron lentamente, muy avergonzados por su apariencia ridícula. Pero el jefe Konoe permaneció impasible, mientras revisaba una serie de papeles sobre el escritorio. Una vez los hubo dejado, se acercó a ellos, como si no notara el cambio de vestido en sus empleados.
- Sabrán, supongo, por qué los he convocado...
- Lo cierto es que no tenemos idea, jefe - respondió lacónico Tatsumi, algo irritado por esa poco acostumbrada falta de información, siendo que él es quién se ocupa de administrarla en el departamento central.
- Tranquilo, Seiichirou-san - dijo sereno Konoe al advertir cómo la mirada de su secretario se ensombrecía -, se trata de un caso extraordinario, era obvio que no podrías tratarlo en el poco tiempo que se resolvió. Te encargaré, sin embargo, que la información sea debidamente archivada.
A pesar de la breve explicación y del adicional consuelo, el bochorno del rostro de Tatsumi no desapareció del todo; en tanto, la puerta se abría repentinamente tras ellos con un escándalo que dejaba atrás toda discusión. Apareció entonces una refulgente figura, y un aroma a limpio que les irritaba las narices.
- Qué rápido vuelves, Yutaka-san - comentó Tatsumi en cuanto se hubo acostumbrado al brillo de la bata blanca del científico, mientras éste daba un rodeo para lograr cierto juego de luces con su recién lavada vestimenta, y se sentó en una butaca frente a Konoe con gran donaire.
- Tan sólo las maravillas de mi nuevo invento... la revolución del lavado en seco y del mundo - explicó Watari con parsimonia en su voz y una postura tal que le daba cierta sensualidad (y por lo tanto, verosimilitud) a su discurso. Sólo Konoe, el único con suficiente experiencia y criterio en todo el EnmaCho, supo darle suficiente crédito a lo que oyó, a diferencia de sus empleados al frente suyo, cuyos ojos se salían de sus órbitas y lanzaban comentarios adulatorios al azar.
- Bien, bien... - interrumpió -. Los he llamado precisamente para darles una grata sorpresa.
Los shinigamis le miran con atención.
- ¿De qué se trata? - pregunta Watari.
- Pues verán... Normalmente, al recibir un nuevo shinigami, éste debe pasar por una serie de pruebas. Por ello, Seiichirou-san, usted debe hacer los registros pertinentes. No así, sin embargo, cuando se trata de una emergencia, como un traslado...
- ¿Quiere decir que tendremos un nuevo compañero? - interrumpió Tsuzuki, carcomiéndole la curiosidad.
- Algo así... No trabajará de inmediato, eso sí. Debemos enseñarle el terreno nuevo al que se enfrenta.
- ¡Espléndido! -. Watari tenía los ojos chispeantes de emoción, y compartía los mismos sentimientos con Tsuzuki a través de un par de miradas - ¿Sabe quién es?
- Sinceramente sé tanto como ustedes - respondió ante los rostros lívidos de incomprensión, y más tarde de atisbos de frustración -. Envié a Kurosaki-kun a buscarle. Tan sólo hoy en la mañana se nos informó de su llegada, y nada más se nos ha dicho.
- Qué negligencia... -. Tatsumi aún no se había calmado -. ¿Es necesario prescindir de esa información?
- Es lo más probable. Se trató de un asunto de suma urgencia, y nos fue imposible disponer de más. Y por las dudas, Seiichirou-san¿le importa más la MALDITA información que la llegada del nuevo empleado?
Comentario muy a punto, pues para ese momento habían tocado la puerta, y ya Tatsumi se relajó un poco después de esa reprimenda. Él mismo fue a abrir, y se encontró con Hisoka, siempre serio, aunque con un dejo de leve palidez en el rostro.
- ¿Ha llegado ya? - preguntó Konoe, a quién también las ascuas lo atormentaban.
- Está aquí - respondió el joven shinigami (cuya voz, que pocos notaron, algo más leve y temerosa de lo normal se escuchaba). Se asomó al pasillo fuera de la oficina e hizo un gesto para llamar a sea quién sea que estuviera afuera.
Entonces, del oscuro pasillo surgió, como de unas tinieblas, una delgada joven de ojos y cabellos muy oscuros, en contraste con su piel pálida como leche, con la mirada perdida en un olvido interior. Sólo vestía una polerette y unos jeans delgados, y dejaba que su cabello cayera desordenado y sedoso sobre sus hombros desnudos, como si tuvieran vida propia e independiente. Tenía las manos huesudas, casi debiluchas, y su paso era enclenque. Sus enormes y almendrados ojos estaban enmarcados por un par de leves ojeras: toda una enferma terminal.
Los shinigamis la miraron algo desdeñosos, algo asustados, durante una insoportable pausa de silencio.
- Bien-... bienvenida, señorita... - interrumpió Konoe, nervioso, preguntando a la vez con la mirada el nombre de...
- Soy Ana Hildofrson - respondió, para sorpresa de sus observantes, con potente voz, casi haciendo eco en la oficina y en todo EnmaCho.
El silencio intentaba imperar aprovechando la embarazosa situación, generada por tan singular personaje.
- Ehmmm... -. Konoe trataba de manejar la conversación, aunque no tenía por dónde agarrarla -. Pues, bienvenida a EnmaCho... Les presento a mis empleados: los shinigamis, Asato Tsuzuki, Kurosaki Hisoka, encargados del área 2 de Kyûshû; Yutaka Watari, del área 6 de Kinki...
Watari saluda con la mano y con una enorme sonrisa.
- ¡Soy oriundo de allí! - exclama excitado. De la allegada sólo recibe una mirada de gran sorpresa, casi doblando el tamaño de sus ojos, como respuesta.
- ... y él es mi secretario, Seiichirou Tatsumi -. Éste saluda con una leve reverencia, pero Ana sólo miraba a Watari, muda y con los ojos desorbitados, como si hubiera visto un muerto. - Y yo soy Konoe, el jefe del Departamento Central y encargado del área de Tokio.
- "Hirudofuruson" - dijo Watari, curioso -. Es noruego¿verdad?
Ana seguía en ese extraño estado de shock, sorda a cualquier cosa que le dijeran. Watari ya se mostraba algo temeroso.
- ¿O sueco...?
- ¿Qué haces aquí? - respondió por fin Ana, casi gritando, después de un incómodo intervalo de silencio. Los demás se sobresaltaron ante la repentina exclamación de la chica, aunque no más por lo que ella hubo dicho.
- ¿La conoces? - preguntó Tsuzuki, escéptico.
- ¡Para nada! - respondió Watari, ante una sorprendida Ana, que casi pareció desmayarse al escuchar la breve e insignificante declaración del científico, pero mantuvo la calma. Hisoka era el único que permanecía impasible, siempre, sin embargo, con un dejo de horror en lo más profundo de sus ojos verdes, casi imperceptible...
- Oh... lo siento... - dijo de repente Ana, como recién despertando -. Son... son tics que me dan de repente. No puedo controlarlos... pero no se preocupen, no son frecuentes. Debió haber sido la emoción del momento...
- ¡Jaja, no hay problema! - dijo Watari, riendo. Los demás afirmaron todavía algo asustados.
- Habla usted muy bien el japonés, señorita Hildofrson - dijo Konoe, cambiando oportunamente de tema -. ¿En qué trabaja¿Es también shinigami?
- Digamos que sí. En cuanto al apellido, señor... -. Miró interrogativamente al rubio, siempre optimista, siempre de ojos brillantes.
- Sólo dígame Watari.
- Sí... gracias. Es escandinavo antiguo, pero efectivamente provengo de Noruega.
- ¡Vaya, vaya! -. Tsuzuki pronto se acostumbró a la situación, y tomó confianza para con la chica, siguiendo el ejemplo de su amigo -. ¿Es allí dónde legalizaron la marihuana...?
- Tsuzuki... eso es en Holanda - dijo Tatsumi a su abochornado amigo.
- Bien... creo que podrían mostrarle el resto del departamento central¿les parece? - dijo Konoe.
- Buena idea, jefe - respondió Tsuzuki, adelantándose a la puerta de entrada.
- ¡Bien! Creo que tú con Kurosaki-kun podrían encargarse de eso...
El rostro de Hisoka empalideció, pero Ana se acerca a Konoe y le interrumpe.
- Hoy no, señor. El viaje ha sido pesado y me gustaría descansar.
- ... De acuerdo. Entonces le pediré que se acerque para indicarle su nueva vivienda aquí en Tokio y con quién trabajará a partir de mañana.
- Jefe... - se adelanta Hisoka, aún algo perturbado -¿podemos nosotros entonces retirarnos?
- Por supuesto, Kurosaki-kun.
Sin siquiera dar las gracias, Hisoka abre la puerta y sale rápidamente, y, para sopresa de todos, tomando del brazo a Tsuzuki. Watari se despide brevemente inclinando la cabeza y los sigue afuera. Pero sus dos compañeros habían desaparecido.
En tanto, éstos dos habían doblado una esquina y quedado solos. Hisoka planta a su compañero enfrente de él, y lo mira fijamente con decisión, respirando sonoramente, como si recién hubiera corrido una maratón. Para Tsuzuki, éste parecía haber envejecido una buena sarta de años, por el aspecto enfermizo y pálido y había adquirido. Asustado, tratando de acomodarse a pesar de que Hisoka no le soltaba los hombros - que los tenía muy bien agarrados -, le pregunta, intentando conservar la calma:
- ¿Ocurre algo, Hisoka?
El joven sólo se limita a mirarlo, pero su aliento se va apaciguando poco a poco. Sus ojos se vuelven brillantes, como a punto de llorar, y suelta a su compañero. Tsuzuki advierte su situación, y se acerca con la intención de consolarle, quizá abrazándolo. Pero Hisoka lo mira brevemente, vislumbrando una pequeña lágrima como un lucero en la oscuridad de los pasillos, da media vuelta y se aleja rápidamente, dejando a su compañero perturbado y preocupado. Lo conocía muy bien... ¿tenía quizás la chica pensamientos tan oscuros que lo habían atormentado?
Lejos de allí, Watari se disponía a abandonar, cuando la puerta de la oficina se abrió y dejó salir a Ana, escoltada por Tatsumi.
- Buenos días, señorita Hildofrson. Yo debo trabajar ahora - dijo éste brevemente y se alejó con un gran archivador bajo el brazo.
- ¡Buena suerte! - se despidió la chica. Watari le sonríe al momento que ella le dirige la mirada, pero de inmediato se pone serio al advertir lo sombrío de ésta.
- ... No sé desde cuándo que te llaman así, pero creo que ya es hora de poner las cosas en orden - replicó y se alejó, dejando a un confuso Watari, abandonado en los pasillos con ese extraño comentario dando vueltas por su cabeza.
¡Listo por fin! Les dije que iba a ser raro.
De todos modos, yo estoy acostumbrada a los crossover y a las mezclas más disparatadas que se me crucen por la cabeza, como una vez que mezclé la mitología de los unicornios con Harry Potter, LotR, una telenovela y un cómic de internet... creo que les quedó claro.
Trataré de terminarlo antes de marzo. Entré a medicina en la universidad y no voy a tener más tiempo después. Si no lo termino y queda todo el resto del año abandonado, entenderán por qué XD. Soy tan feliz!!!... acabo de cagarme para el resto de mi vida, pero soy taaan feliz...!!!!!
¡Espero que lo hayan disfrutado!
cya!
Hrafn.
