I

El departamento en el que viví por dos años fue lo primero que pude llamar hogar luego de la muerte de mis padres. Recuerdo cada esquina, mancha en la pared, los tallados de madera de la entrada, las risas que se quedaron flotando en los confines de mi memoria, de los besos robados, de las comidas a media noche, de sus cabellos acariciando la almohada, de las tazas, de mis pantuflas, de sus camisetas de los Cannons. Recuerdo recuerdos. Recuerdo el nombre de Sirius en las paredes desdibujadas de mi mente.

—Profesor Dumbledore, ¿qué hace acá?

El nombre maldito de una estrella resplandeciente, que me persigue en sueños, en el aire y el corazón.

—Eres...eres un...

Es el que ilumina la noche y me guía entre mi oscuridad y la suya. Es el límite entre lo salvaje, lo humano y mi ser. Dando ese poder, ¿acaso esperaba que me diera más que noche?

—Remus...

Su mano la recuerdo. Era suave como las nubes, blanca como la luna, fría como la nieve. Puedo, si cierro los ojos, ver las ventanas de un cielo despejado de primavera, casi atormentadas, casi sufriendo.

— ¡Remus!

Quizá él piense en esa noche solo en ojos dorados, brazos delgados que deberían ser frágiles y su camisa de colegio rasgada que igual nunca le había terminado de gustar. Puede que incluso recuerde cuando cerró los ojos y esperó a que manchara mis garras con la sangre de los Black y con ella, su alma.

—Señor Remus, quisiera que hablemos.

El sillón donde me senté fue uno de color café. Si la guerra me lo hubiera permitido, podría haber tenido la oportunidad de despedirme de la imagen de Sirius durmiendo en él un domingo por la mañana con el sol cubriéndolo cual manta o de sus gruñidos al despertar.

— ¿Le ha pasado algo a los Potter?
—La guerra ha terminado.

Acaso si Sirius hubiera sabido que ya en ese entonces mi corazón parecía no caberme en el pecho cuando me tocaba, que él era la paz que me llevaba a la luz, que era mi única familia, ¿crees que él se hubiera quedado?

— ¡Maldito!
— ¡Remus, contrólate!
— ¡Déjame ir, James!
— ¡Remus!
— ¡Confié en ti! Lo hice. Yo confié...

En los extensos terrenos de un castillo con muchos secretos, los corazones de dos personas unidas por algo más fuerte que el destino, se quebraron y perdieron esa noche parte de su ser. Creo que lo que pude haber sentido aquella vez no puede compararse con Dumbledore hablando y mirándome con lástima a través de sus gafas de media luna.

—Necesitamos encontrar a Sirius. No puede enterarse de esto aún. Yo se lo diré y...
—Él ya lo sabe.
— ¿Qué?

Aprendí esa noche que la tristeza es un peso duro de llevar. Mi estrella desapareció del cielo y las nubes, presurosas y con pesar, cubrieron la luna para que lamiera sus heridas y llorara en el silencio de la soledad.

—Esto debe de ser un error, debe serlo.
—Me temo que no.
—Sirius no hizo eso.
—Hubo testigos.
— ¡Él no lo hizo! ¡No lo hizo, entienda! El Sirius que yo conozco no lo haría. No él...no, porque...él no...

Recuerdo recuerdos. Recuerdo la noche, a la desaparecida estrella bailando en el salón y riendo con júbilo, recuerdo manos de ángel jugar con mi cabello al despertar y la prematura muerte de las canciones de los Stones en forma de berridos en la ducha. Recostar mi cabeza en su regazo, rodar sobre la cama, dormir en sus brazos, sus pies cálidos cobijar a los míos en invierno. ¿Cómo se vive perdiendo cosas así?

—Quiero estar solo. ¿Podría irse, por favor?

Todos ellos se arremolinan en sueños, me llevan a colinas con grandes árboles donde me dio mi primer beso, las caricias que me entregó y los te amo dichos bajo sábanas y con el sol dominical saludando. Puedo ver las risas del ayer y cada memoria de mi vida con él rompiéndose. Las dudas de si todo lo que dijo e hizo fue real, me llenan la cabeza y no me dejan pensar.

— ¿Sirius?

La primera vez de muchos dolores que me causó, la última y la que más daño me hizo. Las ventanas, las tazas, los platos, la luna; todo tembló y se quebró conmigo.

—Ha matado a Pettigrew, me dijo. Vendió a los Potter.

El mundo mágico lo recuerda como el inicio de una nueva era, yo lo veo como el día en que me quedé irremediablemente solo.

—Que los mató. Que era mortífago. Que no había dejado de ser un Black. Que era un mortífago.

Recuerdo recuerdos. Recuerdo sombras, recuerdo haber soñado con sus brazos rodearme y decirme que lo sentía, y haber pensado que, de no haberlo conocido, no hubiera podido experimentar tanto dolor, pero tampoco tanta felicidad.

— ¿Remus?

Si quisiera, podría cerrar los ojos y verlo de nuevo. Ojos azul eléctrico, cabello largo y tristeza oculta en el pecho. Quitando toda broma, su innata inmadurez y chulería, ¿qué podría quedar de la persona que conocí hasta ese entonces? Me mira de nuevo con culpa y el yo de aquel entonces deja salir una solitaria lágrima que se borra por la ira y el odio que nunca creí poder sentir por Sirius.

—Quería que Severus supiera que no eras el debilucho que él piensa que eres.

Estaba tan aturdido que es posible que no escuchara ni la mitad de lo que balbuceaba. Tal vez porque yo no hice ningún movimiento, Sirius lo tomó como una invitación a sentarse en la cama y seguir hablando. Su mirada cada vez más esperanzada, su culpa latiente, su voz dulce que llenaba la habitación y llamaba a las sombras de animales y de aventuras a media noche. El "lo siento", los "sé que te decepcioné" y algunos "me arrepiento", siguieron pasando por frases muertas que ahora no vienen al caso. Y sé que al pedirle que me dejara en paz, un poco de él se quedó a mi lado y el otro salió por la puerta junto con la ira, el miedo a ser abandonado y la culpa, y aunque yo se lo pedí, creo que en realidad no quería que me dejara. Tal vez, si él se hubiera quedado, habría podido abrazarlo y permitirme llorar todo lo que no hice en ese entonces.

—Maldito...

Y el cielo se rompió como hace años. Me dormí con mis pesadillas y los recuerdos en el sofá donde cada domingo Sirius lo hacía, tal vez esperando que Dumbledore me hubiera mentido y que en algún momento la persona con la que compartí casa, cama y vida, apareciera por la puerta y me llevara hacia el lugar en su pecho en donde el nosotros habitaba.