El brillante y cegador sol daba en toda la blanca tez del joven Malfoy que miraba el mar extasiado, completamente cautivado por la grandeza del paisaje frente a sus ojos. El mar lo llamaba a gritos para que se sumergiera en las tibias aguas. Apretó la mano de su madre, pidiendo permiso para jugar, pero una sola mirada de su padre bastó para aplacar su euforia.

Sus padres lo habían llevado a la casa de playa de los Parkinson. Se quedarían todo el verano, así que no había prisa, podría jugar todo lo que quisiera en cuanto sus padres entraran a la casa y se olvidaran de los pequeños hablando de cosas aburridas de adultos.

Sus súplicas no se hicieron esperar, pues pocos minutos después, luego de los saludos de rigor, los adultos dejaron a un muy emocionado Draco encaminandose hacia las suaves olas. Bajó de la terraza dando pequeños saltos, una vez en la arena, se maravilló con su textura suave y terrosa, disfrutando la sensación un momento, cerrando los ojos y sintiendo la brisa marina.

Con una gran una sonrisa en rostro se dispuso a correr cuando escucho un chillido a la distancia.

—¡Draquito! ¡Espera!

Su cara se torció en una fea mueca de disgusto. Con hastío volteo hacia estridente voz para toparse con el rostro sonrojado a causa del esfuerzo de correr, de una pequeña niña pelinegra peinado su largo y sedoso cabello en un par de coletas y un elegante vestido verde de playa revoloteando por la brisa.

—¿Quién diablos te crees para llamarme Draquito? Mi nombre es Draco, Draco Malfoy y mi padre se enterara de esto. ¡Entiéndelo de una vez Parkinson!— Le grito a la pequeña con el ceño fruncido y cruzado de brazos.

—¡Ah sí! Pues no creo que a tu padre le agrade saber lo grosero que eres con tu prometida.- replicó la pelinegra con superioridad.

Ante tal amenaza el joven Malfoy quedo anonado la confesión de la niña y decidió ignorarla, dio la vuelta y empezó a andar para el mar, y de nuevo Draco se vio interrumpido por el pequeño movimiento de un bicho peludo entre sus pies.

—¡Ahhhh! ¡Auxilio! ¡Un monstruo me ataca!- gritó retorciéndose en la arena con la bola de pelos vibrando sobre su torso.

Asustada por los gritos de su prometido, la pequeña Pansy corrió hacia su casa llamando desesperadamente a su elfina.

—¡Vivian, Vivian! ¡Ayuda, un monstruo se está comiendo a mi Draquito!

Los gritos del rubio menguaron cuando unas suaves y pequeñas manos tomaron al gato de su regazo.

—¡No es ningún monstruo! ¡Es mi gatito y se llama Cru... Crosh... Crook...shanks —lo corrigió orgullosa de poder pronunciar correctamente el nombre del minino.

La niña que estaba parada frente a Draco era una pequeña cría de su misma edad, con la cara llena de pecas regadas por su nariz hasta sus mejillas, con un lindo vestido rojo y su rebelde cabello marrón trenzado. Lo que más sorprendió al joven Malfoy no fue el horrible bicho entre sus brazos, ni los extraños fierros en sus dientes, fueron sus grandes y altivos ojos marrones, aunado a su horrible voz de sabionda.

—No me importa que rayos sea, aléjalo de mí o lo lanzaré al agua—comentó con desdén levantándose del suelo y sacudiendo su ropa o su madre lo mataría por arruinar su nueva camisa.

—¡¿Es que eres tonto?! ¡Los gatos no nadan! ¡Se ahogaría! —replicó la niña castaña como si fuese lo más obvio del mundo, mientras apretaba al gato entre sus brazos.

—¿Me acabas de llamar tonto? ¡Pequeña niña malcriada! ¡Yo soy Draco, Draco Malfoy! ¡Tú eres la tonta por tener a esa abominación entre tus brazos!—Dijo el pequeño con agudeza mirando por encima de su hombro a la pequeña.

—¡No soy ninguna tonta, tonto! ¡Soy Hermione Granger! ¡Y ya te dije que sólo es un gatito! ¡MI gatito! ¡Exagerado!—replicó la niña ofendida. No era tonta, y ningún niñito creído diría lo contrario.

—¡Claro que eres tonta Hermi... Herminini... Granger! ¿Quién va con fierros en la boca tapando sus horrible dientes de conejo? ¡A mi no me importa si ese animalejo es tuyo o de tu fea madre! —Como Draco lo había pensado, esa niña era una pesada y sabionda.

¿Cómo se atrevía ese tonto a llamar fea a su madre? Su madre era hermosa y buena y se lo dejaría bien claro a ese pesado.

Antes de que pudiese pensar en su siguiente comentario una voz chillona y estridente interrumpió la riña. Una niña pelinegra con un elegante vestido verde se acercaba corriendo seguida por un pequeño ser de apariencia fea y desgarbada vestida con una impecable funda de almohada y una flor detrás de su larga oreja. La pelinegra se acercó a Draco con preocupación evidente.

—¡Draqui! ¡Draquito! ¿Qué pasó? ¿Cómo te libraste de ese peligroso monstruo? —la pequeña se abalanzó al rubio con un abrazo sofocante.

—¡Oh! ¡Mueveté Parkinson! —dijo Draco luchando por liberarse del gesto de la niña para seguir molestando a esa tal Granger pero al voltear hacia el lugar que había ocupado, descubrió que iba caminando tranquilamente hacia la hermosa casa azul cielo de a lado.

—¡Eh! ¡Tú! ¡Para ahí mismo Granger! ¡Esto no ha terminado! —Gritó destilando ira pura. ¿Cómo se atrevía aquella malcriada a dejarlo con la palabra en la boca?

—¡No me importa lo que digas Draquito! —gritó de vuelta en tono burlesco—Yo sólo vine por Crookshanks y voy tarde para comer. ¡No tengo tiempo para tontos creídos como tú!

Dicho esto retomó su camino a la casa esperando que ese niño la dejara en paz de una vez.

La semana de Draco pasó entre largas zambullidas en el agua salada y huidas de los incordios y dolores de cabeza que le propiciaba estar más de cinco minutos escuchando la palabrería sin sentido de Pansy Parkinson, hasta que gracias a Merlín llegó muy tarde el sábado, día en el que la Señora Parkinson y Pansy, salían con su madre de compras al Callejón Diagon. Sin esa molesta presencia se dedicó a caminar un rato por la playa, se puso en busca de pequeñas caracolas por las que según Dobby se podía escuchar los ruidos que hace el mar, hasta que para su sorpresa la volvió a ver, estaba ahí sentada en la arena a la sombra de una palmera Granger con un lindo vestido blanco que parecía que flotaba, pero... Granger no estaba ahí quieta, tenía algo en sus manos, algo muy bonito y de color marrón. Él quería, él necesitaba saber qué era eso... Al acercarse sigilosamente a Hermione, Draco pudo percibir que se trataba de un libro, un libro con dibujos coloridos y bonitos.

—¡Eh! ¡Hermini... Granger! ¿Qué clase de libro es ese? —preguntó tratando de ser amable, sin conseguirlo.

Ella se sobresaltó un poco, pues no había percibido la presencia de Draco. Volteó y lo miró extrañada. ¿Pero qué clase de pregunta era esa?

—Es "El principito", ¿acaso no lo conoces? —para ella leer era tan importante como respirar y no podía creer que ese niño no conociera siquiera ese libro.

—¡Ha! Pues... Claro que lo conozco y tú... ¿Tú sabes leer? —pregunto el rubio con timidez.

—¡Por supuesto! ¡Me encanta leer! —respondió extrañada por el comportamiento de ese niño, un momento le hablaba con superioridad y al siguiente era tímido, ¿más raro no podía ser?. Pensó un segundo antes de mover un poco el libro para que ambos pudiesen verlo— ¿Tú también lees?

—¿Yo? Claro que leo Granger —respondió más nervioso de lo que esperaba.

—¿En serio? —estaba realmente feliz de poder encontrar a alguien con quien poder compartir su gusto por la lectura— ¿Entonces puedes leer el siguiente párrafo?—preguntó con una sonrisa y la mirada brillante.

Draco se tensó de inmediato, si no hacía algo aquella niña engreída notaría que estaba mintiendo... Ni siquiera pensó lo que dijo.

—NO QUIERO. Tú eres una presumida, que no hace más que parlotear sobre lo mucho que sabe. ¡NO QUIERO! ¡Y NO! —dicho esto arrebato el libro de Hermione y lo estampó con fuerza contra la arena.

Desconcertada Hermione tomó el libro con cuidado y le sacudió la arena. Tonto Malfoy, ¿cómo se atrevía a hacerle eso a su preciado libro? Lo abrió en la página dónde se había quedado.

—Si no sabías leer, sólo tenías que decirlo, no lanzar mi libro como salvaje a la arena —dijo con un puchero sin despegar la vista de la página.

—¡Yo sí sé leer! —gritó un colérico Draco Malfoy, situándose enfrente de Hermione

—¡No sabes leer! ¡Mentiroso! —ella se había puesto de pie para enfrentar a ese pequeño engendro que la estaba sacando de quicio.

—¡Callate! ¡Te odio! ¿Qué importa si no se leer? ¡No es tu problema niña horrenda! —gritó a pleno pulmón el pequeño Draco conteniendo sus lágrimas, cómo odiaba a esa cría, primero lo hacía mentir, luego le gritaba y ahora lo hacía llorar, él no iba darle ese lujo así que se alejó corriendo hacia la pequeña casa de la playa de los Parkinson y se sentó en las escaleras de la terraza.

Escondió su cabeza entre sus brazos y dejó salir sus sollozos. ¿Por qué le importaba siquiera lo que esa niña fea pensara? Era definitivo, la odiaba. Quería jalar su feo cabello de arbusto hasta que llorará igual que él... Draco sumido en su pequeña venganza no se percató de que Hermione caminaba en su dirección con una carita sonrosada, su libro y una paleta en mano.

—Yo... -Hermione se sentía mal por ver llorar a ese niño, ni siquiera era su culpa, sólo había querido compartir su libro con alguien, cosa que no había podido hacer antes. Con un suspiro extendió la paleta hacía él. Una forma de intentar tranquilizarlo—. Lo siento. ¿Quieres...? ¿Quieres que te enseñe? —preguntó señalando el libro bajo su brazo.

Draco salió de sus pensamientos cuando escucho su voz, su asquerosamente dulce voz. Vió la paleta que le tendía Hermione y se disputó entre tomarla o lanzarla... Decidió tomarla, hacía casi un mes que no comía dulces, todo iba bien hasta que escuchó su pregunta... Ella quería enseñarle a leer; no sabía si sentirse colérico porque la horrenda niña estaba insinuando que no sabía leer y era superior a él, ¡ÉL! ¡Un Malfoy! ¡Era inaudito! ó sentirse agradecido por el hecho de que ella se ofreciera a ayudarlo en algo que anhelaba. Pensó un par de minutos sobre cuál sería la mejor respuesta. Después de todo nadie sabría quién le enseñó, todos creerían que era un digno heredero Malfoy por aprender por su cuenta. Si, eso estaba bien. Él recibiría la ayuda de Granger y todo saldría bien.

—Está bien. — respondió finalmente sin emoción en su voz y muy bajo.

Hermione sonrió y se sentó a su lado en el escalera. Abrió el libro por la primera página y se dispuso a desvelarle los secretos que se esconden entre el papel y la tinta. No sería muy difícil pensaba. Comenzó con presentarle las letras una a una, dándole el tiempo suficiente para que se familiarizara con cada una. Después prosiguió a explicar como, al juntar varias de esas letras, podía formar una palabra y que juntando varias palabras podía formar oraciones.

Poco a poco, los garabatos plasmados en las hojas se fueron convirtiendo en algo más. Con ayuda de Hermione llegó a comprender la primera línea y luego el primer párrafo. Tartamudeaba en voz alta al tratar de juntar las letras como le había dicho ella. Hermione lo corregía cada vez que se equivocaba y le sonreía cuando lograba hacerlo bien, a Draco le gustaba que ella le sonriera, aun con esos extraños fierros en su boca, su sonrisa denotaba orgullo, a él le gustaba que la gente se sintiera orgullosa, más si él era la causa.

Y así antes de que el sol cayera Draco terminó de leer el primer capítulo de "El Principito". Exhausto se tiró a la arena y cerro lentamente sus ojos, extasiado por la sensación de estar a la altura de Hermione, casi al minuto que él se tiró, sintió como Hermione se sentaba a su lado, al abrir los ojos descubrió que ella lo miraba con curiosidad, el por primera vez en su vida le sonrió a alguién que no fuera su madre, ella le devolvió la sonrisa.

—Eso Herminini... Fue grandioso. Gracias. — respondió coloreado de pies a cabeza.

—De nada —respondió sonriendo aún más— ¿Hacemos un castillo de arena? —preguntó mirando la arena dorada que se extendía frente a ellos.

— ¿Un castillo de arena? ¿Cómo? Se va a caer. MIrá. —dijo con inocencia el pequeño heredero Malfoy tomando un puño de arena y mostrando como se caía entre sus dedos.

—No si lo hacemos bien —dijo antes de salir corriendo hacia su casa. Varios minutos después regresaba con un par de cubetas y otras cosas extrañas.

Tomó la mano de Draco y lo arrastró un poco más cerca de la orilla, donde la arena estaba ligeramente más húmeda. Le entregó una de las cubetas y corrió a llenar la suya de agua. Al regresar le dijo que llenara de arena la otra y que la aplastara bien mientras agregaba pequeños chorritos de agua salada.

Cuando tuvieron la cubeta llena hasta el tope le dieron la vuelta y con ligeros golpecitos sacaron la arena que logró quedarse en pie, los pequeños observaban totalmente asombrados, Draco por el audaz descubrimiento de Hermione y Hermione por lograr por primera vez una pequeña torre de arena, ambos se miraron entre sí extasiados y comenzaron a crear su pequeño gran castillo "—Con una torre de vigilancia del lado derecho— exclamó Draco", "—Y la torre de la princesa a la izquierda— le respondió Hermione".

Y así cuando el sol comenzó a bañar de cálidas luces el cielo ambos enarenados y sudorosos contemplaron su castillo con una imponente muralla, un puente levadizo, un gran jardín y la torre del dragón a la derecha, dónde vigilaría a la princesa que habitaba en la torre izquierda, el momento fue interrumpido por el grito de una mujer.

—¡Hermione! ¡Es hora de despedirse de los abuelos!— se escuchó a lo lejos.

La pequeña se giró para ver a su madre haciéndole señas desde la casa. Después regresó la mirada a su castillo y a Draco.

—Me tengo que ir —dijo repentinamente triste por dejar a ese niño que lograba desquiciarla y hacerla reír con la misma facilidad.

—Herminini... ¡Espera! ¿Te volveré a ver el próximo fin de semana? — preguntó con timidez y angustia el pequeño rubio

—¡Sí! ¡Y haremos un castillo aún más grande que el de hoy! —gritó ella ya de la mano de su madre antes de entrar a la casa, sin saber que esa sería la última vez que vería a ese niño durante mucho tiempo.

Draco sonrió mirando el lugar en donde había estado Hermione. Luego se agacho para escribir algo en las paredes del castillo con una ramita que encontraron a la deriva: Draco en la derecha y Herminini en la izquierda. Luego echó a correr a la casa de los Parkinson en busca de su madre, para contarle sobre su gran día y la niña extraña que había conocido, ignorante de que, a la orilla del mar, una ola especialmente grande llegó hasta su pequeña construcción, desdibujando las torres y las palabras garabateadas por su mano inexperta, como una sentencia de lo que pasaría con sus recuerdos de ese día cuando, el sábado siguiente, Hermione no se presentó. Ese ni ningún otro día.