Preparativos
Lunes otra vez.
Supongo que para la mayoría de los adolescentes debe ser duro volver a clase después de un fin de semana (incluida yo hace un par de años); y sin embargo, desde que entré en Sweet Amoris, a menudo me encuentro deseando que llegue de nuevo la semana para volver a recorrer esos pasillos con los que me he encariñado tanto. Seguramente por eso no me molesta el ruido del despertador.
Mientras con una mano intento contener un bostezo, alargo la otra para apagar la insistente alarma. Durante un momento me quedo tumbada con la manta cubriéndome hasta las orejas, restregándome los ojos y pensando en lo que el día me aguarda. Las clases, el Señor Farrés, la Directora, las chicas, los chicos y… la Navidad. El pensarlo hace que una enorme sonrisa invada mi cara y que me impulse al armario para elegir la ropa. Cosa que al segundo me hace arrepentirme, porque hace bastante frío en mi cuarto. Abro las puertas del armario intentando ignorar cómo me castañean los dientes.
—Me gustaría comprarme un par de botas nuevas —susurro para mí mientras observo los zapatos.
—¡Cariño!
Asustada, me doy la vuelta rápidamente soltando un grito.
—¡Oh, no te asustes, querida!
¡Es mi tía!
—¡Tía! ¿Qué haces aquí? —le pregunté. Tengo la voz algo aguda debido al susto. Incluso creo que ahora tengo más frío.
—Como he escuchado que querías unas botas nuevas, he querido darte esto —me dice tendiéndome cincuenta dólares.
—Vaya, ¡gracias, tía! —le sonrío.
—¡De nada, tesoro! ¡Hasta luego! —se despide saliendo rápidamente de mi cuarto.
Suelto un suspiro llevándome la mano al pecho. La aprecio, pero de verdad voy a tener que hablar con ella de estos hábitos suyos… De repente me doy cuenta de que mi tía no llevaba nada encima de ese vestido suyo. ¿Es que no tiene frío?
—Se me va a hacer tarde… —murmuro después de echarle un vistazo al reloj. Sin mucho tiempo para pensar, me pongo unos vaqueros, unas zapatillas altas y un jersey de manga larga para salir a toda prisa hacia la cocina. Mi madre ya me ha puesto el desayuno.
—¿Qué era todo ese ruido allá arriba, Su?
—Ah, nada —intento vocalizar con media tostada en la boca—. La tita, que ha subido a darme algo de dinero —consigo decir después de tragar.
—¿Qué? Pero, ¿cómo ha entrado? Yo no la he visto y tu padre está en el trabajo.
—Ya sabes cómo es tía Agatha, va y viene —digo bebiéndome el zumo de melocotón de un trago—. Me voy, mamá; llego tarde.
—¡No llegues tarde hoy, tenemos que montar el árbol! —me grita desde la cocina.
—¡Vale!
Salgo de casa no sin antes coger mi abrigo del perchero. En cuanto abro la puerta, un viento frío se cuela por cada hueco de mi ropa, haciéndome soltar un quejido. Creo que voy a coger el autobús. Sin embargo, justo cuando lo decido, veo pasar el vehículo por delante de mí. Durante un momento me quedo clavada en la entrada de mi casa, con la mirada fija en el punto donde había desaparecido.
—¡No me lo puedo creer! —murmuro mientras echo a correr hacia el instituto.
Quince minutos después, entro en el patio del instituto jadeando. Me duele el costado, hace tiempo que no corría así… Soltando un suspiro más fuerte, apoyo las manos en mis rodillas intentando regular mi respiración. Al menos he llegado a tiempo. De repente una risa me hace levantar la cabeza. Su pelo rojo lo hace inconfundible.
—¡Castiel!
Él suelta otra risotada antes de contestar.
—¿Qué pasa? ¿Me has visto y se te han revolucionado las hormonas?
Su comentario hace que me ardan las mejillas.
—¡Idiota!
Él se limita a seguir riéndose mientras se adentra en el instituto. Frustrada, suelto un bufido y sigo sus pasos. De todos los chicos, Castiel es el que me hace sentir más insegura. Desde el principio consideraba refrescante su personalidad distante y su aura rebelde, pero ahora no es sólo eso. Sé que me gusta, pero... cuando estoy con él me siento rara. Por eso a veces, cuando me sale con comentarios así que no espero, actúo sin pensar. Quizás no debería de haber gritado, pero me pongo bastante nerviosa.
Al llegar a clase ocupo mi asiento al lado de Rosalya.
—¡Buenos días! —la saludo sonriendo.
—Buenos días —me devuelve el saludo. No sé por qué, pero hoy está especialmente resplandeciente.
—¿Ha pasado algo? —le pregunto curiosa sacando el libro de historia de la mochila.
Ella me mira sorprendida durante un momento, para luego sonreír inmensamente.
—La verdad es que sí.
—¿Y? ¿Qué es? —le vuelvo a preguntar acercándome a ella.
Justo cuando Rosa abre la boca para contestarme, el Señor Farrés entra en el aula algo agobiado.
—Chicos, como hoy a partir del recreo no vamos a tener clase, por favor tenemos que darnos prisa y…
Pero un murmullo emocionado recorre la clase impidiendo al profesor que continúe con su explicación.
—Vamos, chicos, por favor… —suplica el Señor Farrés.
—¿A qué se refiere con que no tendremos clase? —pregunta Peggy sacando su don de periodista implacable—. ¿Nos dan antes las vacaciones? ¿Nos podremos ir a casa?
—Oh, Dios —susurra nuestro profesor, de repente pálido—. ¿No lo sabíais? Oh, la directora va a matarme… —se lamenta pasándose las manos por la cara, afligido.
—Señor Farrés —interviene Iris preocupada—, no se preocupe, la clase puede mantener el secreto, ¿verdad chicos? —pregunta mirando a su alrededor.
Yo asiento frenéticamente mientras algunos murmuran su aprobación y Melody suelta un ¡Por supuesto!. Por el rabillo del ojo veo que Ámber y sus amigas no parecen estar muy convencidas de todo esto, pero no le doy demasiada importancia; no creo que se atrevan a hacer algo que les ponga en contra de toda la clase.
—Muchas gracias chicos —nos agradece nuestro profesor. Parece sumamente aliviado y nos sonríe sincera y abiertamente.
—Si le vamos a guardar el secreto —interviene Castiel desde su asiento al final de la clase—, podría dejarnos libre su clase ahora.
Todos nos volvimos a mirarlo, pero él no se dio por aludido. Con los brazos cruzados en su postura habitual, luce como si de verdad hubiera planteado la idea en serio. Lo peor es que creo que sí, que lo ha hecho. Contengo un suspiro. Es incorregible…
—Eh… Y-Yo… Eso es… —el Señor Farrés parece bastante nervioso. Incluso desde mi asiento a mitad de la clase se le pueden ver las gotas de sudor que han empezado a formarse en su frente.
—No seas tonto, Castiel —le regaña Rosalya—. Ya nos vamos a perder la mitad del día, ¿qué más te da una hora más?
Castiel se limita a encogerse de hombros, pero Armin sale en su defensa.
—Pues a mí me parece buena idea. Un favor por otro, es así de simple. En esta vida nada es gratis…
Sin poder evitarlo, miro a Nathaniel. Se le ve bastante molesto, con los ojos cerrados y el ceño fruncido.
—Pe-Pero yo… —sigue el profesor, cada vez más pálido.
—Vale ya, tíos —se mete Kim—. ¿No veis que le va a dar un chungo al profe?
—Kim tiene razón —la apoya Melody—. Daremos la clase normal, por todos los favores que el Señor Farrés nos ha hecho a nosotros.
—Es verdad, ¿os acordáis de lo de los conejos? —digo sin poder contenerme. Un segundo después me arrepiento de haberlo dicho, cuando la mirada de Castiel y la mía se encuentran. En menos de un segundo aparto la vista, sintiendo cómo mis mejillas empiezan a arder. Seguramente él también está recordando lo que pasó en la clase de ciencias… Y seguramente se está regodeando llamándome mentalmente tabla de planchar el muy idiota…
Sin embargo, parece que lo que hemos dicho Melody y yo ha calmado el ambiente, y el suspiro de alivio que da el Señor Farrés cuando ve que todos abrimos los libros de historia es digno de mencionar.
La clase antes del recreo ha terminado media hora antes, pero nos han dicho que no salgamos del aula hasta que no suene el timbre. Un poco agarrotada, me levanto con la intención de, al menos, dar una vuelta por la clase, pero entonces recuerdo que Rosalya me iba a contar lo que la tiene tan contenta. Me vuelvo a sentar, acercando mi silla a la de ella. Rosa me mira extrañada.
—¿Qué pasa?
—¿Me vas a contar eso tan bueno que te ha pasado?
Ella se ríe. Hasta su risa es bonita.
—¿Qué es tan divertido? —pregunta una voz a mis espaldas. Al volverme veo a Lysandro sonriendo.
—Eso quiero saber yo —le contesto con un mohín—. A Rosa le ha pasado algo bueno, ¿tú sabes lo que es?
Durante un momento, Lysandro hace una mueca extraña y mira directamente a Rosa. Con el ceño fruncido, miro a uno y después al otro, y viceversa. Parece como si se estuvieran comunicando telepáticamente. ¿Pero qué cuernos…?
—Bien, os dejo, señoritas —nos dice Lysandro. Se le nota incómodo—. Tengo que hablar con Castiel sobre una nueva letra que se me ha ocurrido.
—¿Qué ha sido eso? —murmuro. De repente, una loca idea aterriza en mi cabeza. Con una exclamación de incredulidad, me vuelvo hacia mi compañera—. ¿Tú y Lysandro…? Quiero decir, ¿él y tú…?
Cuando entiende a lo que me estoy refiriendo, los ojos casi se salen de sus órbitas y su boca se abre en una perfecta "o".
—¡¿Qué dices?! ¡¿Estás loca?! —me reclama entre molesta y divertida.
—¡Lo siento! —me disculpo rápidamente, soltando una risita—. Bueno, cuéntame entonces.
Rosa me sonríe. Parece la persona más feliz del mundo.
—Lysandro ha pasado el fin de semana con sus padres en el campo —explica.
—¿Y qué? —pregunto confusa. No entiendo en qué le afecta eso a ella.
Ella me mira frustrada.
—De verdad, Sucrette, tienes muy poca picardía —se lamenta suspirando—. He pasado el fin de semana con Leigh, en su casa.
Durante un momento no sé qué decir, mientras proceso la información.
—¡¿Que tú qué?! —exclamo asombrada—. Pero… vosotros… ¿vosotros no habéis..?
Ella me mira con una mezcla de incredulidad y pena. Y eso es suficiente respuesta para mí.
—¿Esta ha sido…? Ya sabes… ¿la primera vez? —le pregunto curiosa.
—No —me responde enseguida.
Siento que me estoy poniendo roja otra vez. No es que esté muy acostumbrada a hablar de este tipo de cosas. Cuando me nota muy callada, Rosa me mira y empieza a reírse cuando se da cuenta de mi sonrojo.
—Desde luego, Su, eres demasiado inocente —se burla—. No me digas que nunca has pensado en hacer ese tipo de cosas con nuestro pelirrojo favorito.
De un momento a otro mi cara me empieza a arder.
—¡¿QUÉ?! ¡¿Qu-Qué tonterías estás diciendo, Rosalya?! —le grito levantándome sin darme cuenta y señalándola con el dedo.
Ella empieza a reírse de nuevo, pero luego se interrumpe observando a nuestro alrededor. Por inercia, yo también lo hago, pero no me esperaba ver a todos en silencio con la vista fija en nosotras dos. Por un momento me quedo en blanco.
—¡Eso! —salta Ámber de repente, cerrando su esmalte de uñas—. ¿Qué tonterías estabas diciendo, Rosalya? Yo también quiero saber qué has dicho para que pongas a Sucrette tan nerviosa.
Siento como se me va el color de la cara en un suspiro. Aterrada, miro a Castiel de reojo; él también está pendiente, maldita sea. Sé a ciencia cierta que Rosalya nunca diría nada que me perjudicara, pero no puedo pensar en una forma de librarme de esto.
—Le acabo de decir que esta primavera se vuelve a llevar el rubio de bote —explica Rosa, causando un par de risillas—. Lógicamente, Su se ha indignado. No te preocupes, Su, tan sólo era una broma —me dice sonriendo.
Yo le devuelvo la sonrisa, ya más tranquila, y le susurro un Gracias muy bajito. Ella asiente, señal de que me ha escuchado. Ámber nos mira molesta. Parece que va a contestarnos, pero la directora entra en la clase interrumpiéndola.
—Buenos días, alumnos —dice posicionándose en el centro de la clase—. Cuando se acabe el recreo, quiero que todos volváis a la clase inmediatamente. ¡Vamos a decorar el instituto con adornos para sentir más el espíritu navideño! —sonríe.
Enseguida empezamos a hablar todos a la vez, formando un alboroto.
—¡Silencio! —grita la directora con furia.
El ruido se disuelve tan rápido como empezó. Creo que hasta a Castiel le aterra la directora cuando está alterada.
—Bien, y otra cosa. Antes de nada —continúa—, como esta es la última semana antes de las vacaciones de invierno, se hará el sorteo para el amigo invisible. Los regalos los daréis el viernes antes de salir.
Sin poder contener mi emoción, esbozo una gran sonrisa. Me encanta la idea de hacer el amigo invisible justamente en esta clase, con todos mis compañeros. Bueno, excluyendo a Ámber. Pero ni siquiera el pensar que me podría tocar ella empaña mi alegría. De reojo miro a Rosalya, que no parece ni de lejos tan contenta.
—Ahora poned vuestro nombre en un trozo de papel —ordena.
Un cuarto de hora más tarde, la campana da inicio al recreo. Con todo el mundo empujándose por salir del aula, decido aprovechar. Echo un último vistazo al nombre garabateado en el trozo de papel, lo rompo en varios trozos y lo tiro a la papelera. Ya sólo me queda pensar; tengo cuatro días para comprarle algo magnífico a Rosa.
¡Hasta aquí el primer capítulo! Es mi primera historia de Corazón de Melón, así que me encantaría saber vuestra opinión. ¡Espero que os haya gustado! También hace muchísimo tiempo que no escribo nada, he estado en depresión desde que al formatear el portátil me borraron todas las historias que tenía. Así que podríamos decir que este es un nuevo comienzo. ¡Deseadme suerte e inspiración! ¡Un beso enorme!
