El aire era muy frío dentro y fuera de La Madriguera. Hermione estaba sentada al lado de una ventana, mirando los copos de nieve caer. Era un espectáculo hermoso, y no sabía como Harry y Ron podían estar hablando de Quidditch mientras estaba sucediendo.

Pero en fin, tenía cosas que hacer. Ya era estudiante de éxtasis y debía prepararse bien. Así que tomó un libro al azar y lo abrió. Era el de Pociones.

Últimamente le agradaba poco aquella clase. Debía de haber sucedido lo contrario, puesto que Snape se había marchado de ese puesto y lo había reemplazado Slughorn, lo cual era un cambio bastante bueno. Pero Harry, su estúpido libro y su estúpido príncipe no la dejaban brillar como debía ser el caso.

Comenzó a leer. Suero de muertos vivientes, cura de forúnculos, amortentia… Todos ellos los controlaba en concepto.

Amortentia. Sonrió al recordar el día en que estuvo cerca de una de esas pociones por primera vez. La primera clase de Pociones de su sexto curso. La amortentia olía a lo que a uno más le atraía.

Para ella, césped recién cortado. De niña siempre le había encantado sentarse en el césped, horas y horas, simplemente oliéndolo, y ya mayor, hacía gustosa esta actividad. Respirando el aire puro impregnado de un cálido olor. Le recordaba a casa.

Pergamino nuevo. Amaba salir del callejón Diagon oliendo sus rollos de pergamino recién comprados, y pensando que clase de trabajos podría hacer sobre ellos. Sobre todo le recordaban que era maga, y que no tenía que escribir en papel de cuaderno como hacía antes.

Y…

Un estallido interrumpió su pensamiento.

-¡Fred, ya les dije que no jueguen con pólvora en casa! –se escuchó el grito de la señora Weasley.

Hermione sonrió.

-¿Qué pasa? –preguntó Ron al notarlo, pero ella no respondió.

Justamente, la pólvora era parte del olor de su amortentia.