Disclaimer: Mío, mío y mío. Y saco una pasta gansa entre el merchandising, los dvds y los derechos de autor. Jur. Y sobornaré a toda la Academia para que mis chicos se lleven todos los Emmys a los que están nominados. ¡Se hará justicia, queridos fans! Y en la próxima temporada, Huddy-love para todos, Wilson saldrá del armario, Foreman y Chase formalizarán su relación, y Cameron se meterá a monja misionera. Nah…xD Más quisiera… Excepto el rollo Huddy: tengo fe de que ocurrirá "algo"próximamente.
Spoilers: Durante Sin Razón (2x24).
Pairing: Huddy (House/Cuddy)
Categoría: Angst, Algo de thriller psicológico xD Ufs, en realidad no sabría cómo definir el género xD pero he intentado que se aproximara a la atmósfera del capítulo. Y los que lo hemos visto sabemos ya lo "delirante" y surrealista que era per se xD.
Avisos: Aviso que es bastante "creepy" y quizás un poco desestructurado…o al menos esa es la sensación que me da a mí al releerlo :S Para colmo, los personajes pueden parecer OOC. Pero TODO tiene una explicación ;) Incluso lo absurdo… Oh. Y ha sido escrito a modo de espejo; ya se darán cuenta en qué sentido, pero basta decir que son básicamente dos POVs en el mismo contexto temporal ;)
Dedicatoria: Sé que es poco respetuoso haber escrito un fic tan de repente y sin previo aviso cuando los tengo penando por una actualización de TSB. Prometo que también estoy trabajando en ello, pero antes de concluir el capítulo 9 de mi otro fic, necesitaba sacar esto de mi sistema, porque sé de sobra que como no lo haga…las malditas ideas que zumban en mi cabeza no me dejarán concentrarme lo suficiente para escribir la escena crucial de TSB. Y es que llevan haciéndolo desde que viera No Reason dos noches antes de mi salida de vacaciones… suspiro Así que apelo a su eterna comprensión e infinita paciencia en nombre de mi debilidad y cruzo los dedos para que los que lean esta pequeña pieza no sientan el incontrolable impulso de lanzarse por una ventana.
ECOS
Las suelas de sus zapatillas deportivas hacían un sonido desagradable contra el suelo aséptico, pulido y encerado del pasillo. Se preguntó por qué nadie había muerto aún por romperse la crisma al escurrirse sobre aquella patena deslizante.
Hasta entonces no había reparado en aquel ruido probablemente porque su atención quedaba absorbida por el familiar "toc", seco y amaderado, que precedía normalmente a sus pasos. Como la pata de palo del temido Long John Silver, su fiel bastón causaba múltiples reacciones en quienes se cruzaban en su camino. Infundía lástima en los idiotas que no conocían aún lo afilado de su lengua y lo retorcido de sus métodos, y un respeto que rayaba en el pavor en quienes sí tenían la desgracia de conocerle personalmente.
Era una mezcla extraña entre el "chof" que solían hacer sus saltos sobre los charcos que se formaban en el pavimento de la base de Fort Knox cuando era niño y el "lub-DUB" que su oído adiestrado supo reconocer como el inconfundible murmullo detectable con cada latido en la auscultación de un corazón sano. O igual esto último no era más que el palpitar de sus sienes ante la creciente jaqueca que nublaba su juicio.
Y es que ya no existía dolor. Sólo el de los puntos que el manazas de Gillis había utilizado para sellar las heridas de bala que ahora adornaban su abdomen y cuello. Su padre estaría orgulloso por una vez en su vida. Ahora casi podía equipararse a un héroe de guerra, y sin haber tenido que pasar por el horror incivilizado de Vietnam o El Golfo.
La cuestión era que ya no sentía la abrasadora y constante punzada atravesándole el muslo de lado a lado, y la funcionalidad de su pierna parecía muy recuperada, casi por obra de un milagro. Del milagro de la ciencia. Y él creía en la ciencia, pero no en los milagros. Paradójico…
Y a pesar de moverse como flotando en un sueño imposible, de agradecer en lo más hondo de su ser aquel respiro de un dolor que no le había dado tregua en seis años… no encontraba en su pecho o en su razón ninguna disculpa para Ella. Ningún beneficio era ventaja suficiente para superar las posibles complicaciones, los potenciales efectos secundarios de aquel tratamiento experimental. Y una parte de él buscaba incansable una justificación (¡una sola!) para perdonar a Cuddy por haberle traicionado. Otra vez. Después de haber guardado con celo su más recóndito secreto, ocultando el chisme incluso de Wilson. No había ninguna explicación válida para aquella decisión que había vuelto a tomar a sus espaldas. Esta vez al menos tenía la "disculpa" de que ni siquiera había habido tiempo de pedir su consentimiento antes de actuar, pero eso no endulzaba el amargor de la bilis en su garganta. No había excusa, ni perdón para haber puesto en peligro la integridad de su cerebro, los circuitos de interconexiones neuronales que constituían el prodigio de su mente. Su ingenio. Su medio de vida. Su valía…
Y ese maldito sonido (no el de sus zapatillas, el otro…) retumbaba como un eco cavernoso en el interior de su cabeza. Como el maullido desangelado de un gato callejero que no ha hallado ni una mísera raspa de pescado para alimentarse en varios días. El sonido era captado por el pabellón de su oreja y amplificado hasta un nivel casi estridente, haciéndole apretar la mandíbula. Trató de eludirlo. Inspiró hondamente y expulsó el aire, mientras seguía avanzando…buscando la fuente del sonido.
Silencio/No-toc. Chof-lub-DUB. Silencio/ No-toc.
Iaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa….
Reprimió un escalofrío y procuró seguir caminando en línea recta, sin titubear y arrastrando el gotero con él. Siguiendo el otro sonido que ni siquiera aquella horripilante cacofonía de sus Nike conseguía ahogar.
Se sorprendió al darse cuenta de lo poco que le incomodaba el estar paseándose por todo el hospital tan sólo con aquella fina bata, que bien podía haber sido de papel vegetal por lo poco que escondía. Pero tampoco es que tuviera demasiado público…
Frunció el ceño. No había pacientes en la sala de espera. Ni enfermera en el mostrador. Ni celadores empujando camillas por el pasillo. Todo silencio sepulcral, salvo el cada vez más alto (¿o próximo?) lamento. Se asomó a su despacho: Toto, el hombre de hojalata y Dorothy debían estar haciéndole aún pruebas a Harpo. Levantó el precinto policial para poder pasar. Todo seguía igual. Bueno…no todo. Más limpio. Todo desprendía un profundo hedor a lejía que le provocaba náuseas. La pizarra blanca…estaba en blanco. La moqueta impoluta, solo en un punto estratégico, situado bajo la pizarra, parecía teñida de escarlata. Se preguntó si se habría secado ya o si al tacto sus dedos se empaparían de la tibia humedad de su propia sangre. ¿Tendría Cuddy que remodelar su despacho para retirar el estropicio¿Podría exigirle, aprovechándose de sus remordimientos, a modo de chantaje más que merecido, una tele con pantalla de plasma por fin¿O el Home-cinema, ya que estaban? Igual aprendía a cogerle gusto a ver "L" con sonido dolby-surround…
"Der Vogelfanger Bin Ich Ja!".
Aquello no podía ser real. Gruñó tan pronto como la insulsa melodía comenzó a ser vomitada súbitamente por la megafonía del hospital. Tan… repugnantemente vivaracha y cansina que sólo pudo ser compuesta por un colgado como Mozart en pleno furor de una bacanal. La gran incógnita de la historia de la música (si no de la Humanidad) no eran las causas de la muerte del compositor, sino cómo fue que ninguno de sus coetáneos se dejó llevar por la irrefrenable necesidad de meterle al compositor la famosa flauta allí donde nunca brillaba el sol. Desde luego… si el tío en coma no despertaba de esa…nada más que para suplicar al Altísimo que dejara de torturarle…nada lo haría. Se tapó los oídos ahuecando las manos. En la limitada insonoridad que aquella táctica le permitía, La Flauta Mágica se convertía en un bajo continuo, más tolerable, como el ruido de su propia respiración o el del ascenso-descenso de su laringe al deglutir saliva. O el siniestro e incansable lloriqueo. Tenía que salir de allí. De repente, estudiar una mancha en el suelo que pudo haber sido su lecho de muerte no resultaba tan atractivo. Aquello tendrían que quitarlo… ¿no?
Regresó al pasillo, decidido a enfrentarse a Cuddy. ¿Cómo pretendían que sus pequeños se sintieran seguros en aquel ambiente laboral tan hostil¿Lleno de…tanta "gente mala" y recuerdos aún peores?
Aligeró el pasó. Y corrió, su ventilación, ritmo cardíaco in crescendo, acompasados con el timbre de aquel agonizante chillido.
Llegó al despacho de Cuddy en un tiempo récord, aunque a él le pareció haberse movido a cámara lenta y haber tardado una eternidad en hacerlo. La puerta estaba cerrada, pero las persianas no estaban bajadas. Tenía el sol de la tarde de frente, deslumbrándole (encima de cojo y alucinado…ciego), pero distinguió la figura de su colega, jefa y amiga recortada contra la luz anaranjada, de espaldas a él. Tocó con los nudillos suavemente sobre el cristal. Estaba helado. O igual es que él tenía fiebre. Malo…malo.
–"Cuddy…abre la puerta", gritó. La mujer no pareció ni inmutarse. Parecía absorta en papeleo…no…¿una cesta? Dudaba que el sonido de su voz no pudiera llegar hasta ella a través del cristal. No era tan grueso. ¿Lo ignoraba deliberadamente¿Seguía molesta con él por su arrebato anterior¿O la culpabilidad la había idiotizado hasta el punto de creer que podía hacerle olvidar todo con una de esas sonrisas zalameras, una panorámica de su escote y una cestita con fruta y un letrerito que ponía "mejórate pronto"¡Estaba en su derecho¡Era su cuerpo de lo que estaban hablando, por el amor de Dios, de su coco, de su puñetera vida! Ella no era nadie…
Nadie…
Pegó la oreja al cristal. Quería saber si lloraba, si reía, si murmuraba (como tantas otras veces) por lo bajo maldiciones a su nombre, creyendo que no la escuchaba.
Entonces…sin necesidad de vociferar un minuto más, ella se volvió. Y el lastímero quejido cesó casi al mismo tiempo. Notó un enorme alivio… ¿pero entonces…¿Todo el tiempo…? Entrecerró los ojos. Era imposible resolver las facciones de Cuddy, la expresión de su rostro, pero se acercaba hasta donde él estaba. Por fin le abriría la puerta y tendrían su discusión pendiente.
No lo hizo. Tenía las manos ocupadas.
Llevaba algo cogido en brazos, con firmeza y…mimo. Delicadeza en sus gestos, con la gracia de siempre en su andar.
Aquello era tan absurdo que…TENÍA que ser una maldita alucinación de su mente febril. Juegos auditivos e ilusiones ópticas inducidos por la Ketamina. Delicioso. Oh…Cuddy iba a disfrutar de lo lindo cuando supiera lo que su estúpido experimento le había hecho a las neuronas de su mejor médico.
Cuando estuvo a apenas unos centímetros del cristal, y el vaho de su respiración sobre él parecía fundirse con el de ella, al otro lado... Lisa Cuddy alzó por fin la mirada de lo que llevaba entre los brazos y la posó directamente en la suya.
Sus ojos grises estaban empañados por una tristeza demoledora, perturbadora, desolada. No había lágrimas agolpándose en ellos, ni lucían enrojecidos por el llanto, pero correspondían a su consternación con una expresión de indescriptible . El hecho de que estuvieran tan secos, les hacía parecer mate, sin vida. Sin alma.
Blues
Algo en su interior se retorció, pugnando por ser liberado de sus ataduras. Extendió la mano, palma abierta, sobre el cristal. Quería acercarse a ella. Necesitaba comprobar que todo iba bien. Tenía saber lo que ocurría. Lo que les ocurría a ambos.
Ella apoyó su mano sobre el reflejo de la de él. Asintió con la cabeza. Y sonrió. Sin alegría. Cargada de impotencia…conformismo…resignación. Un fugaz alzamiento de la comisura de sus labios, como un inquietante amago de sonrisa. Como si hubiera un secreto a voces que todo el mundo conocía menos él detrás de todo aquel surrealismo.
Y entonces lo mostró.
Debajo de la mantita (porque era una mantita…hipoalergénica, de un blanco impoluto, con ositos bordados, lacitos y demás pijadas), descubrió la cabeza de un neo-nato.
O no supo decir si de un no-nato.
No parecía real. Racionaliza. Racionaliza, House.
De plástico…como el horrendo muñeco que Wilson había comprado a una de sus sobrinas por su último cumpleaños. Pálido y frágil, no sonrosado y saludable, pero demasiado hermoso para haber sido fabricado en Taiwán. Parecía tan real… El tamaño justo. El aspecto logrado. Una pelusilla lanuda y oscura cubría su cabecita. La piel tersa, seguro que suave (Cuddy se deleitaba acariciando tiernamente sus mejillas apagadas), y las pequeñas manos cerradas en puños, como desgañitándose en el llanto, luchando por sobrevivir.
Y esos ojos…
Grandes, despiertos, curiosos, expectantes, tan brillantemente azules como el cielo de verano bajo el que le encantaba echarse la siesta tirado en el césped el día que acababan las clases en Michigan.
Los dedos de Cuddy seguían dibujando casi con auténtica veneración los contornos de su rostro con una dulzura tal que echaba por tierra su imagen de despiadada ejecutiva. Mas de repente la primorosa y sutil danza se tornó más frenética. Temblorosa y enérgica.
Apretó la mano contra la carita plácida de la criatura, como para acariciarlo, pero ejerciendo demasiada presión en el roce. Aquel muñeco de porcelana no se quejaba ante el brusco maltrato, ni por las atenciones molestas y rudas por parte de unos dedos que hasta ese momento sólo le habían adormecido con mudas pero tiernas muestras de afecto.
Twist & Shout
Y Cuddy seguía apretando. Daba al niño una bendición macabra, tapándole la nariz y la boca con aquella mano manicurada. Siempre firme, entonces maternal y ahora enajenada. La sensación de déjà vu le mareó, haciéndole aferrarse al gotero como un náufrago a la deriva abrazado a los restos de su embarcación.
Se quebraría. Se ahogaría. Le mataría.
Gritó su nombre con toda la fuerza que sus pulmones le permitieron.
Golpeó el cristal con insistencia, tratando de recuperarla, de que repara en él de nuevo. Hacerla entrar en razón, sacarla de su trance. Tenía que despertar (no había duda ya de que debía estar alucinando), volver a la realidad…mientras quedara esperanza. Aún no era tarde. No… Tenía que detenerla, salvar a aquel bebé en cuya mirada eternamente azul habría querido ahogarse.
Jazz
Lágrimas agrias se escapan furtivamente por la comisura de sus ojos grises. Puedes parar, Cuddy, tienes que parar.
Debía salvarla del crimen que nunca se perdonaría. La demandarían. Perdería su licencia. Perdería todo por lo que había luchado en su vida. Habría acabado con la vida de un niño inocente…
Para. Para…
¿Dónde demonios está la madre!
Rock
– "Cuddy…Lisa. Escúchame atentamente", moduló su tono para parecer férreo, bajo control, pero apenas salió en un hilo de voz.
Se había vuelto loca. Cuddy, el epítome de la cordura, de la lógica, de la ortodoxia médica…¿deliraba también¿Por qué estaba alucinando con una Cuddy poseída por sus propios delirios? No tenía sentido…Absurdo…
– "Este niño…no puede ser tuyo", le espetó tajante, con los nudillos irritados y doloridos de tanto aporrear la luna de cristal que les separaba.
¿Por qué el cristal parecía acero de repente!
Heavy
– "Lo sé…", musitó ella en un trémulo susurro.
Exhaló un hondo suspiro. Al menos ya reaccionaba. Daba respuestas coherentes, lo que implicaba que le comprendía… y que podía conectar con ella.
– "Bien. Cuddy…no tienes hijos. Quieres tenerlos. Por eso estás siguiendo ese tratamiento erótico-festivo de fertilidad…".
Ella sacudió la cabeza lentamente de lado a lado. No retiró la mano de la cara del niño en ningún momento.
Y sus ojos seguían muy abiertos, fijos en los suyos, tan azules… como el tono que iba adquiriendo aquella piel delicada con cada segundo que pasaba. Con cada instante en que sus pulmones no recibían el aire necesario para oxigenar su sangre, y el dióxido de carbono se acumulaba en sus tejidos.
–"…Estás esperando al hombre ideal, al…al hombre de tu vida, Cuddy. Alguien en quien confiar, por el que sientas aprecio. Alguien que sea un buen Padre de tu futuro retoño, del monstruito que aterrorizará este hospital y lo regirá con mano de hierro, como su mamá, para hacer mi existencia imposible hasta el día de mi muerte". Eso pareció conmoverla, pues sus labios se curvaron en una sonrisa inexpresiva. "En algún momento aparecerá ese alguien que lleve a Cuddy Junior al ballet o a los partidos de los Jersey Devils… Pero hasta entonces no habrá Cuddy Jr. Ése no es tu hijo, Lisa. Tienes que dejarle marchar."
Ella parpadeó, como si no comprendiera sus últimas palabras. Ladeó la cabeza y miró con profundo amor a la criatura que acunaba en su abrazo fatal.
Y justo entonces, cada fibra de su ser vibró en la misma frecuencia que ella ante la escena que presenciaba con impotencia. Olvidó la incomprensible y peligrosa violencia del gesto y la agonía del niño. El arrullo de Brahms y la belleza etérea y blanca como las magnolias de las Madonnas renacentistas fundidos en un cuadro vivo que robaba el aliento. Perfecto. Natural. Se sintió un intruso. Avergonzado, no sólo por invadir la intimidad de aquella unión, sino por la parte de él que nunca se había planteado antes la paternidad como una experiencia enriquecedora, como un hermoso compromiso. Antes de ese momento, ser padre no había sido más que una repercusión negativa y evitable del sexo. Un factor médico relevante pero relativo y estadísticamente comprobado, una carga económica, un lastre emocional que generalmente sólo arruinaba la relación entre los progenitores, casi tanto como los y las amantes… Un talón de Aquiles. Y, sin embargo, en el preciso instante en que vio más allá de sus prejuicios… deseó proteger aquella estampa…quiso tenerla para sí…guardarla en una caja fuerte bajo siete candados y colocarla en una vitrina en lo más profundo de su memoria, como un tesoro, para rescatar la imagen y revivirla una y otra vez.
La penetrante y vidriosa mirada de su jefa lo sacó de su ensimismamiento. ¿O fue su sonrisa postiza?
Soul
– "Tendría…tendría tus ojos", escuchó decir a Cuddy (¿era Cuddy realmente?) con la voz quebrada, no en arrepentimiento…sino… como la persona que ha perdido la fe en su Dios, la razón y las ganas de vivir tras ver perecer a toda su familia en un trágico accidente.
– "¿Tendría? Cuddy…de quién es esta criatura?".
– "¿Es?".
Le miró con extrañeza, como si no le conociera desde hacía casi veinte años. Y dejó caer el pequeño paquete embozado.
Ahogó un grito. Se hincó de rodillas casi al tiempo que el montón de mantitas tocó el suelo. Pero sólo había eso…tela. Ni sangre, ni blanca carne maltrecha, ni porcelana, ni plástico. Ni ojos cerúleos en los que ver su propia mirada reflejada.
Réquiem
SONIDOS
El silencio sepulcral de la habitación sólo era interrumpido por los continuos pitidos y los beeps intermitentes de toda la batería de aparatos (electroencefalograma, electrocardiograma, respirador…) que rodeaban la durmiente figura del Doctor Gregory House. Los electrodos y sondas parecían una maraña de serpientes que se enroscaban en torno a su cuerpo hibernante, aprisionándolo. Se le encogió el corazón. Era una visión traumática, antinatural, pero sabía de sobra que era necesario para vigilar sus constantes vitales en todo momento. No quería que se les pudiera escapar ni la más mínima anomalía, con el fin de poder corregirla a tiempo.
Ella no había estado presente en el momento del tiroteo, pero sí le había llegado el eco de las dos salvas fatales, y de los gritos de alarma mientras trabajaba en su despacho. Percibió el revuelo desde la urna de cristal que constituía su refugio. Y no sabía si alegrarse o no de haber estado lejos en ese momento porque su máscara de profesionalidad se hubiera desprendido como lo hacía ahora, en la intimidad de aquella habitación privada de su hospital.
Su médico, en su hospital, durante su turno y por negligencia de sus guardias. Delante de sus empleados… Aquel psicópata no había disparado una vez sino dos, con tres testigos impotentes y un oncólogo petrificado en el despacho adyacente, hasta que pudo ser reducido por los seguritas.
No obstante, ese escenario no fue recreado en su mente hasta horas después con los distintos puntos de vista de los implicados. Realmente no supo de quién se trataba el herido hasta que sus teléfonos empezaron a reclamarla y el escueto mensaje de la Dra. Cameron hizo pitar su busca insistentemente.
Se le cortó la respiración. Su corazón se desbocó al leer aquellas frases concisas pero que no dejaban cabida a la parsimonia o a la duda: "House. 2 balazos. Cirugía. Pide ketamina". En el trayecto al ala de Cirugía, que le pareció un interminable Vía Crucis, sólo se repetía, como un mantra, que tenía que vivir. Oró plegarias que creía olvidadas para siempre, los rezos que de niña había aprendido en casa y había cantado con entusiasmo en la sinagoga, y que aún hoy acudían a ella en uno de los momentos más oscuros y tensos de su vida para acompañarla en su desgracia, para recordarle que no estaba tan desamparada, que Yahvé, si existía, seguía con ella.
Todos esos acontecimientos que siguieron al tiroteo se proyectaba en su mente como una vieja película, como una ensoñación que una tercera persona le hubiera contado años atrás. Al más puro estilo de los zombies de las películas de la Hammer, recordó haber telefoneado a la policía, haber contenido a la prensa para evitar que la noticia se filtrara y cundiera el pánico entre el resto de sus pacientes y sus familiares. Había dado las órdenes pertinentes a los de seguridad y dejado un mensaje informativo pero tranquilizador en el contestador de los House. Todo ello por el móvil, mientras se dirigía al quirófano preparado para enmendar a su Jefe de Diagnósticos.
Al final, las heridas de bala no habían afectado ningún órgano vital de forma que sus cirujanos no pudieran reparar el estropicio y parecían sanar a un ritmo normal. Sin complicaciones. El afortunado bastardo tenía más vidas que un gato… Gracias al Cielo. Y a Gillis. Era un buen cirujano, de los mejores. Joven y diestro, un artesano en su especialidad. Trabajaba fino, así que apenas le quedarían cicatrices de guerra a House. Unas para su colección personal, pensó amargamente.
Resuelto el problema de urgencia, que eran las lesiones causadas por los disparos, todos habían podio exhalar la inspiración que habían contenido desde que un House semiinconsciente entrara desangrándose por las puertas del quirófano. Ahora bien, tres días más tarde, el paciente permanecía aún en el coma disociativo en el que le había sumido la ketamina. Aún no había despertado, y Lisa Cuddy, ejecutora del último deseo de un hombre al borde de la muerte, se impacientaba. Por saber si debía ir haciendo colocar el letrero de "verdugo" bajo la placa con su nombre en la puerta de su despacho. Wilson no hacía más que apaciguarla con alentadores y amables comentarios sobre que su mejor amigo siempre había sido un maldito lirón. Que ahora que le concedían la oportunidad de hacer su santa voluntad, no iba a desaprovechar el sabático.
Pero no lograba consolarla.
Y es que dudaba del tratamiento. Le había costado amenazar a Romano, el anestesista, con la suspensión si se atrevía a desacatar su orden expresa y los deseos del paciente, que había dado su consentimiento informado. Mentira. Pero nadie podía haber negado que House tenía las ideas muy claras respecto a lo que deseaba… y a ella poco le importaba ya jugarse su carrera. Se había mostrado inflexible, tiránica, ostentando por primera vez en los cuatro años que llevaba dirigiendo el hospital, todo el poder y la autoridad de que disponía. Enfrentándose al especialista, pasando por encima de él y de su opinión profesional. Pero es que esta vez no contradecirla los deseos de House. Había vuelto a confiar en ella. Le había dado una segunda oportunidad para resarcir su pecado. Hubiera sido una estúpida, una ingrata, de haberla desaprovechado. Pero eso no quitaba que sintiera aprensión por lo que pudiera hacerle física y psicológicamente aquel tratamiento, que aún ni siquiera había sido aprobado por los consejos en Estados Unidos. House no era un iluso, pero temía por él, tanto si aquello funcionaba como si no…por las falsas esperanzas que podía haberse creado.
Hubiese querido zarandearle, urgirle a que se reincorporara al mundo de los conscientes, que volviera a hacerle la vida imposible. A obligarla a enfrentarse a la avalancha diaria de quejas de pacientes y del personal sobre su conducta. Se contuvo de hacer nada. Ya estaba transgrediendo suficientes normas al implicarse tanto en un caso (era su médico; no podía ser "amiga" al mismo tiempo) y al acercarse tanto a él en particular. Sabía de sobra que cualquier tipo de interacción sensitiva con él en aquellas circunstancias podía disparar sueños alucinógenos con suma facilidad. Y a saber qué daños había sufrido ya su sistema nervioso central sin necesidad de agravarlos…
Arrimó una silla junto a la cama y tomó asiento, abandonando toda gracia de movimientos. Estaba extenuada. Llevaba casi 48 horas al pie del cañón, salvo el instante en que salió para recoger mudas de ropa en su casa y el par de escapadas a por los cafés con que se había logrado mantener despierta todo ese tiempo. No estaba de guardia esa noche, pero había decidido ayudar con la ronda, ante la mirada especulativa de los residentes. Había decidido aprovechar que le tocaba hacerle el chequeo rutinario y comprobar que todo seguía en orden, para darse ese segundo de respiro. De todos modos…necesitaba hablar con alguien. Con él.
–"Hola, House", saludó afectuosamente. "Soy yo…otra vez. Te tengo a mi merced, para evaluarte. Pero no te preocupes, que no me aprovecharé de tu tullido cuerpo nunca más. Si te portas bien…". Se sentía ridícula. Era consciente de que, de haber estado despierto y alerta, House estaría mofándose de ella hasta que se jubilaran. Pero le daba exactamente lo mismo cuánto censurara sus métodos. Aunque ella era también bastante escéptica en cuanto a la costumbre de hablar a los comatosos, no negaba rotundamente ninguna posibilidad del espectro. Y más si había ciertos estudios que demostraban lo positivo de esas conversaciones para los pacientes. Era el hilo que les ataba a la realidad, a sus seres queridos. Pero estaba convencida de que el beneficio era bidireccional y mucho mayor para los familiares y amigos que soltaban esos soliloquios hamletianos junto al lecho del paciente. Un desahogo, un último resquicio de esperanza. No obstante, la incertidumbre sobre los factores adversos de combinar aquel tratamiento experimental tan novedoso y tan poco ortodoxo como el propio House con esas conversaciones era demasiado poderosa. No deseaba tentar la suerte ni arriesgarse a exponerlo a peligros neurológicos innecesarios.
No le extrañó que House hubiera solicitado expresamente la ketamina con tanta urgencia; era un hombre inteligente y temerario que iba tres pasos por delante de los demás. Sabía que tendrían que dormirlo durante la cirugía, y no le importaba hacer de cobaya de su propio experimento. No era la primera vez ni la última que lo haría. ¿O es que su desesperación llegaba hasta el punto de preferir quedar hecho un vegetal…o la muerte, a seguir padeciendo aquel sufrimiento?
Tan pronto como House estuvo estable y Gillis dio el visto bueno para pasarle el caso, hizo que fuera instalado en una habitación individual. Poco más podía hacer ella por él, salvo esperar…e investigar. Se enclaustró en su despacho y navegó por Pubmed, imprimiendo todo el material disponible sobre el tratamiento, los efectos adversos, los ensayos clínicos. Los Resultados. La mayoría estaba en alemán, pero tenía que traducirlos personalmente, aunque con ello tardara mucho más tiempo que con los traductores que se ofrecían online. Necesitaba precisión, dominar cada término, estudiar cada trabajo de investigación a fondo. Tenía que estar preparada. Tanto como House cuando tomó su decisión. Encargó a su secretario sacar de la biblioteca universitaria del hospital varios diccionarios. Todos estaban fuera. El propio House los había retenido en su poder desde hacía meses, para suplicio de la bibliotecaria. Cuando empezaba a desfallecer y a desesperarse por haber cogido francés en el instituto y porque su nivel de Dutch sólo alcanzara el "jar" y el "nein"… la Dra. Allison Cameron apareció con media biblioteca de diccionarios inglés-alemán junto a una pila de anotaciones y apuntes en la letra apenas legible de su jefe. Habían "aparecido" en los cajones del escritorio de su jefe y "creía que podían serle de utilidad". No hizo preguntas. Sólo le deseó suerte y se retiró sin más. Nunca había admirado tanto a la joven inmunóloga como en aquel momento.
Retornó su atención al hombre que yacía ante ella para comprobar la reactividad de sus pupilas, sus reflejos y el tono muscular. Lucía el semblante pálido, ojeroso y especialmente demacrado. ¿Cómo es que no habían reparado en su extremada delgadez? Suspiró.
– "Supongo que querrás enterarte de los últimos chismes, ya que has estado ausente estos últimos días. Pues bien, Gillis parece estar haciendo las maletas rumbo a Jamaica, por temor a que cuando despiertes decidas torturarlo por el mediocre abuso al que te sometieron sus "pezuñas". A tu último paciente le dieron el alta tus chicos ayer por la tarde, después de devanerse los sesos por descubrir el misterio. Han trabajado bien, muy bien de hecho. Estarías orgulloso, sobre todo porque han resuelto su primer caso prácticamente sin contar con tu brillante poder de deducción… Oh, y la Dra. Cameron te envía saludos; sé que no es santa de tu devoción, pero…se ocupó de que tu mensaje me llegara alto y claro. Y de que lo llevara a cabo. Incluso cuando no entendía los porqués o para qué… no dudó de ti, ni de tu juicio, a pesar del balazo, de que, como lógicamente pensaron Foreman y Chase, pudieras estar bajo los efectos del shock hipovolémico cuando pronunciaste tu petición. Simplemente me instó a hacerlo. Aunque, para ser fiel a la verdad, tampoco tuvo que darme demasiado la lata para que acatara la orden del Comandante House". Hizo una pausa. "Pero los tres están bien, sobrellevándolo. Se turnan para visitarte, y Wilson parece tu otra sombra. Deberías verle… no ha podido sacarse aún el miedo del cuerpo". Tragó saliva. "Nunca le había visto tan…asustado. Ni siquiera cuando Vogler intentó darnos a todos la patada en el culo. Creyó que te perdería. Para siempre. Como todos, supongo… Y decía que le debías dinero…
Es curioso. No te esfuerzas en aparentar ser agradable, caes mal a todo el que conoces y en teoría eso debería habernos hecho planear una fiesta mariachi por todo lo alto con burritos, nachos y mojitos para celebrar que no tendríamos que aguantar más tus impertinencias…
Y en realidad nos tienes a todos en vilo".
Mientras repasaba el ECG de las últimas seis horas, siguió hablando en un murmullo, una octava más baja que su tono anterior. "Oh, y creo que te alegrará saber que he abandonado el tratamiento de fertilidad. Tres días sin inyecciones, así que oficialmente ya no soy una máquina de ovular". Alzó levemente la mirada. Hasta en el denso y pesado sueño de la ketamina persistía el ceño fruncido y la tensión en sus rasgos. ¿Soñaba¿Podría escucharla? "No te culpo¿eh? A fin de cuentas podía haber recurrido a cualquier enfermero guapetón que me debiera turnos, o al propio Wilson. Creo que el pobre se quedó bastante a cuadros con lo infructuoso de nuestra repentina cita…". Dejó a un lado el papel milimetrado con las curvas que marcaban el patrón eléctrico de la bomba cardíaca. Sintió cierto respeto: eso era lo más cerca que podía nadie estar nadie del corazón del enigmático Doctor. "Fue decisión mía. Me hiciste pensar…Tu consejo me hizo darme cuenta de que lo que yo quería y necesitaba eran la misma cosa, pero no la que yo había creído hasta entonces. Tras…tras lo ocurrido al Doctor Foreman, la idea de la soledad me obsesionaba. Ya llevaba tiempo pensando en tener un hijo, pero lo había ido aplazando. Supongo que el ver lo cerca que está cualquiera de nosotros de la muerte, me hizo recapacitar. Me confirmó que, aunque tengamos a la ciencia de nuestro lado…no somos infalibles. Ni invencibles…
Esto es sólo una prueba más, House, de que hasta tú eres vulnerable.
Aquella noche en tu despacho…cuando fui, bueno, no a darte las gracias… ¿Lo recuerdas? Seguro que sí, no olvidarías un momento en que mi guardia estuviera tan baja. Pero me extrañó que no me presionaras para sonsacarme la verdad y satisfacer tu inagotable curiosidad. Me extrañó porque te lo hubiera confesado sin miramientos…porque ya entonces tenía decidido abandonar. Especialmente después de haber conocido a aquel esperpento pelirrojo", se ruborizó, recordando su propia estupidez. "Te aseguro que se le hubieran quitado las ganas de traer niños al mundo definitivamente a todas esas futuras madres desesperadas que acuden al banco de esperma…". Vaciló, buscando el modo de expresarlo con la seriedad que pretendía sin dejarse dominar por el llanto. "Me ayudaste a ver que no servía de nada darle más alas a mi crisis de los cuarenta y que hacía mejor en quitarle las pilas a mi reloj biológico".
Hizo un alto para inspirar profundamente. Luchó contra el vibrato de su garganta, pero el torrente de hormonas que aún viajaban en su sangre la traicionaron, haciendo que su voz se quebrara.
"Iba dispuesta a pedirte que fueras el…donante de esperma. Porque, aunque no te lo creas, confío en ti… más que en otra persona y a pesar de que estés como un cencerro y de que seas un irresponsable… Por eso y porque me gustas. Eres una buena pieza, pero te aprecio más de lo que imaginas. Si abandonaras los prejuicios que tienes contra ti mismo te darías cuenta de lo atractivo y encantador que eres en realidad. De que eres un buen hombre y de que serías un padre capaz si te dieras la oportunidad.
Entonces, justo cuando iba a soltártelo todo, mandando al cuerno mi sentido común, vi la expresión en tu cara, genuinamente preocupada, agotada, resignada... Probablemente estarías tratando de ocultar el terrible dolor de tu pierna, o reflexionando sobre ese caso que te había tocado tan de cerca… el de la hija de tu viejo amigo. Allí, en las penumbras del quicio de la puerta, descubrí que no…no era un hijo lo que buscaba con tanto ímpetu, House. No era el hecho de poseer algo "mío", de asir de nuevo las riendas de mi vida…sino de pertenecerle a alguien a quien amara. Y tú lo viste incluso antes de que yo razonara lo suficiente como para darme cuenta por mí misma. A veces me asombra de un modo inquietante que, con lo poco que nos parecemos y lo mucho que nos hemos distanciado a lo largo de los años, sepas leerme como un libro abierto. Radiografías mi alma con tu confiada arrogancia… y lo más frustrante es que siempre tienes razón.
No era tu ADN lo que quería, no tus pequeños nadadores flagelados…
Era a ti…todo el tiempo era a ti a quien anhelaba. No sé desde cuándo o por qué, cuando eres el niño grande más narcisista, egoísta, petulante, perturbado, brillante y megalómano que jamás haya conocido, y que yo no soy para ti más que la molesta polilla que pulula a tu alrededor para arruinar tu existencia… pero has calado hondo, Gregory House. Y nadie más que tú ha conseguido eso. Todos estos años de citas infructíferas, de conocer hombres atractivos, amables e inteligentes, capaces de coronarme como a una reina…pero que no conseguían retenerme el tiempo suficiente a su lado como para permitirles que me lo demostraran…siempre me estaba engañando a mí misma. Tratando de burlar a mis propios sentimientos.
Y es que… ¿cómo es esa frase que te encanta tanto repetir de, oh el último Gran Filósofo… Jagger…«no siempre se puede conseguir lo que quieres»? Por fin he captado su hondo significado, House.
No eres un hombre de compromisos", una carcajada ahogada brotó de sus labios. "O que se lo pregunten a Stacy…". Se pasó la mano por el rostro cansado, tratando de despejarse, de mantener la compostura… de tener esa mano ocupada y de resistir la tentación de acariciar su mejilla, áspera por la barba de más de dos días que habían dejado crecer. Secretamente todos en el hospital hubieran pagado una buena suma para contemplar al doctor Gruñón sin su signo especial, sin aquella sombra perenne oscureciendo su rostro. A pesar de que hubiera sido un gustazo ver la cara imberbe de House cuando se mirara en un espejo al despertar, no había permitido a las enfermeras (ni siquiera a Wilson) ningún contacto con él, más que el estrictamente necesario para asearlo o cambiarle. Y ello no incluía rasurar el vello facial… Aguantaría incómodo, pero vivo, hasta que pareciera Tom Hanks en Náufrago, si hacía falta. Aunque rezó para que no permaneciera en aquel limbo durante tanto tiempo.
"Sabía de antemano que jamás aceptarías semejante propuesta. O…la declaración de mis sentimientos, si a eso vamos. Me acobardé y me marché antes de pedirte nada. Me ahorré el suplicio de escuchar tu carcajada, de la humillación, y el hacer que nuestra relación, buena o mala, cambiara para siempre. Te cuento esto ahora porque sigo siendo igual de cobarde. Porque soy más sexy que tú pero tan orgullosa, o incluso más. Porque ahora no puedes replicarme y porque sé que no recordarás nada de esta conversación al despertar.
Porque vas a despertar, con dolor o sin él. Haya funcionado esta maldita locura o no…te ayudaremos a superarlo. Lamento no haberte creído cuando viniste a mí la primera vez. El placebo sólo…sólo me dio una prueba más de que gran parte de lo que relatabas era psicosomático, una mala excusa para justificar tu abuso de la vicodina. Tu adicción.
Menuda amiga y colega más patética estoy hecha¿eh?
Tendrás que volver para restregármelo por la cara, Greg.
Volver a nosotros.
A las horas de consulta que me debes este mes.
A mí."
