"Hola mamá, hola papá.
¿Cómo estáis? Yo ahora mismo me siento suficientemente bien como para ponerme a escribiros, iba siendo hora.
Ya sé que con las nuevas tecnologías en el pueblo no os apañáis del todo bien, por eso he pensado que haciendo una carta a la antigua usanza será mucho mejor. Desde que me fui de casa estoy seguro que mamá estuvo tan preocupada como para pensar si estaría comiendo saludable todos los días. ¡Pues tengo que dar la noticia de que si! ¡Lo estoy!
Encontré un buen piso dentro de la Vía Toledo, aunque antes no se llamaba así, del cual poco a poco estoy amueblando. No es mucho, pero es bastante espacioso y muy agradable. Papá seguirá pensando que mis 3 años estudiando italiano para poder venirme a Italia me habrían servido de muy poco, ¿Y sabes una cosa? ¡Tenía razón! Porque el primer día que llegué a Nápoles, cuando quise practicar el idioma por el que tanto estuve deseando aprender, parece que saben mucho más español que yo. Es algo muy curioso y no lo esperaba.
Me imagino que todos me estaréis echando de menos en casa, y por supuesto, no me olvido en ningún momento. Y por lo que veo en las noticias, las cosas aún están yendo fatal por culpa de la crisis. A veces me apena el haber decidido venirme a vivir un tanto lejos, pero tampoco fui capaz de entrar en el cuerpo a pesar de todo el apoyo que me disteis. Si, ahora lo estoy, y pensar en eso es lo que me levanta mucho la moral. Aunque esté lejos de casa, seguro que todavía me mandaréis muchísimos ánimos en el trabajo.
Os prometo que procuraré mandaros cartas muy a menudo, así mamá y la abuela dejarán de estar tan angustiosas.
Os quiero mucho, espero que me escribáis también pronto.
Antonio."
Así era él. Y así empezaba su historia.
Antonio Fernández no dejaba de ser un chico corriente dentro de una familia muy tranquila. Nacido en el seno de un matrimonio de gente humilde y trabajadora, de un pequeño pueblecito costero de la Comunidad Valenciana. De niño, fue un chico muy bondadoso que adoraba a la gente de su pueblo y que siempre disfrutaba de todo lo que tenía su tierra natal. En su juventud, su mayor meta era el poder estudiar una carrera en la que pudiese ayudar a los demás, ¿Y qué mejor cosa que el soñar con ser bombero? Para él, aquel sueño significaba muchas cosas de las que quería ser algún día.
A los 19 años, por serios problemas económicos, no pudo entrar en el cuerpo de bomberos, y tras esto, optó por aprender idiomas y una vez terminados los estudios, marcharse y empezar su nueva vida independiente y lograr un buen empleo en otro país. Una pena como esa no supuso un grave obstáculo que no quisiese apartar. Actualmente, a sus 25 años, se había instalado en la ciudad de Nápoles, de la cual ahora trabaja dentro del centro de bomberos y se sentía muy orgulloso de su empleo.
Su vida, realmente, estaba yendo como nunca.
Se levantaba como todos los días a las cinco de la mañana para vestirse y dirigirse a la centralita. Lo que se requería nunca podía saberse con exactitud cuándo y dónde podría producirse un aviso y tener que ponerse en marcha, por lo que se trataba de una cosa bastante complicada. A veces sería un incendio forestal, otras un altercado en el centro.
Antonio en aquella mañana, salía para almorzar como varios de sus compañeros, en un bar que daba esquina. Ya se había vuelto una cosa muy habitual. Formaba parte del día.
─Hola Fran, ¡Buenos días!
Con tal agradable saludo, el dueño, un hombre rubio unos años aparentemente más mayor se daba la vuelta para verle entrar al muchacho español con su uniforme reglamentario puesto y su chaqueta en el hombro. Por la forma que tenía de tratarlo, y una exquisitez francesa, ya estaba preparándole el almuerzo.
─Bonjour, Antonie –dijo el barman trayendo una sonrisilla al ver a su cliente─ ¿Qué, lo de siempre, no?
─Eh, ya te he dicho varias veces que me puedes llamar como todos, Toño ─decía el castaño en varias risotadas.
─Eso es muy pobre y poco original. Hay que tener gusto en esta vida para un mote.
─Qué cosas más raras me dices a veces, Francis.
Sentado finalmente en la barra, se servía de un pequeño plato con huevos fritos y un chupito de su parte. Tampoco sería tan rácano para no regalarle una bebida, por algo le caía tan bien de todas las veces que venía a comer y charlar.
─¿Qué tal te van las cosas con el bar? ─preguntaba Antonio mirándole desde el otro lado poniéndose a comer.
─Ah...es un horror, ayer ya hubo malos rollos anoche y luego el que tiene que limpiar toda la mierda que dejan los borrachuzos lo debo hacer todo yo..¡Es un desastre! ─exclamó el hombre afrancesado arrugando el entrecejo─ debería de buscar a más gente para esto.
─¿De nuevo te vienen gente como esa? La semana pasada comentaste que está viniendo ese tipo de personas...
Enseguida pasaba un trapo por encima de la barra aprovechando que no entraban más clientes a pedir.
─Hm...sí, pero tampoco es una cosa nueva, siempre se hace costumbre que aparezcan de ese plan ─refunfuñaba con cierta molestia mientras que el otro comía- Y bueno, ¿qué pasa contigo? ¿No hay nada nuevo a parte del trabajo? ─insistió Francis de repente.
─¿Eh? ¿A qué cosa nueva te refieres?
─¡Venga Antonio, hombre! ¡Ya sabes! ─chilló con indignación al verle que no entendía y suspiró─ digo sobre ti, no el trabajo. Todavía me sorprende que sigas soltero.
Como pecaba de ser un poco –demasiado- despistado, al captarlo se echó a reír sobándose con indiferencia la cabeza.
─Bueno pues...no sé, no es que tampoco haya tanta prisa. Oye, que creo que no es del todo grave no tener ligues ─decía dando soplidos por su insistencia, acabándose el trago del chupito.
El hombre francés miraba al joven con una mirada interrogante, y un tanto decepcionada por así decirlo. Le gustaba cotillear sobre temas de relaciones, pero que con su mejor compañero no viese ningún interés de tener una chica, le desquiciaba. Ni que estuviese loco, el muy bobo. En la flor de la juventud y más solo que la una.
─Eso sería normal decirlo si fueses un adolescente...pero tienes ya más de 20 tacos y sigues sin novia ¿Cuándo pretendes buscarte una?
─Supongo que hasta ahora no me lo había planteado ─confesó Antonio encogiéndose un poco de hombros.
─Anda, eso ya sí que me lo tomo como mentira. ¡Me apuesto cualquiera de los billetes de la máquina a que te has fijado en alguna mujer!
─Creo que tienes las de perder, Fran...
─¿Me tomas el pelo? ¿No? ¿Ninguna? ─seguía y seguía insistiendo, mirándole fijamente a los ojos con las cejas arqueadas─ Antonio, no me mientas.
─Te digo que no, no seas pesado ─suspiró el castaño reposando los brazos.
Cuando al fin se fijó que no mentía, el barman metiche agarró una copa fina para posarla en la barra y servirle a otro cliente que entraba, aún decepcionado.
─Piensa lo que quieras, pero yo que tú me empezaría a buscar una chica.
─Eso ya lo decidiré yo, y sobre todo si esa chica aparece alguna vez ─quería pararle el tema aunque no dejaba de incordiarle con lo mismo cada semana.
─Luego no te me pongas aquí a la madrugada a que aguante tus penas, te lo aviso desde ahora ─lo señaló con fiereza.
Se notaba que ya se estaba haciendo mediodía, por lo que el ambiente en el bar se hacía cada vez más abrumador y el olor a tabaco y barullo aumentaba por momentos.
Esta vez pidiéndole él mismo otra copa, los ojos verdes brillantes del español le dieron por divisar entre las mesas y la gente que se empezaba a meter. Varios también trabajaban en su departamento, y otros solo se veía que eran gente corriente. La típica mañana de venir a almorzar y fumar entre las mesas. Aunque, algo le hizo cambiar el gesto de la cara a Antonio una vez que volvió a fijarse en quienes entraban al bar. Pudo sentirse como una ligera tensión cuando cruzaron la entrada unos hombres con pintas no muy convencionales. "Tres hombres con traje, empresarios." pensó con rapidez.
Pero algo le decía que no parecían ser unos simples empresarios por los trajes sofisticados y por traer un maletín. El español miraba de reojo y muy atentamente a dónde se dirigían, dos de ellos, por sus caras no daban absolutamente nada de confianzas. Parecían unas víboras.
─¿Son esos tipos los que comentabas? ─se atrevió a susurrar sin desviar la mirada, con disimulo.
─No, pero suelen venir bastante a menudo, son otra "clase" de tipejos.
Como una de las partes más alejadas, alrededor de las mesas, tenía servicio de restaurante, los tres trajeados tomaron asiento en una mesa apartada de los otros clientes. Y el rubio, en forma de su trabajo, simplemente salió de la barra para ponerse a tomarles su orden. Antonio por un momento ya pensaba que tampoco sería nada tan importante, por lo que se veía. Y pese a todo, se apoyó la cara en la palma de la mano, observando en silencio. Queriendo no sospechar por esas pintas que traían.
Dos de los hombres pidieron su orden, salvo uno de ellos, uno que, extrañamente, al que estaba sentado en la barra le dio curiosidad.
¿Sería de la misma edad que ellos? Porque estaba clarísimo que el tercero de la mesa, no era ni de lejos un viejo arrugado como los otros. Se trataba de un chico bastante joven, posiblemente de unos 23 –o eso quiso calcular Antonio por su cuenta- con un corto pelo castaño rojizo. Como llevaba un traje como el de los viejunos sujetos, esperó que si que tan solo fuese un muchacho de la misma empresa, ¡Menudo marrón que se tratase de el hijo o el nieto de alguno de esos! Sin embargo, ese joven se mantenía encogido de hombros sin pedir nada más que una copa de vino, subiendo el anterior maletín a la mesa.
─Spero che di non perdere nulla.
No ─respondía el más jovenzuelo, casi en murmullos incluso estando lejos─ é tutto insieme, non ti preoccupare...
Antonio entrecerraba un poco los ojos con la mirada clavada en esa mesa, era una lástima que no supiese leer los labios. Mucho menos, cuando se hablaba en un perfecto italiano.
Pero Francis, que ya había vuelto detrás de la barra no dejaba de toquetearle el hombro.
─Eh, Toni, oye ─murmuraba el hombre francés zarandeándole para ver si le oía─ Que te estoy hablando, ¿Qué te pasa?
─¿Sabes algo sobre esos tres? ─preguntó de pronto echándole una pequeña mirada para ver si encontraba alguna pista más.
─¿Qué? ─parpadeaba Fran sin saber de quien hablaba, hasta que alzó de nuevo la cabeza y se dio cuenta─ ...¿Te refieres a esos? Ya te he dicho que solo son unos tipos que vienen bastantes días seguidos, no sé qué esperas que te diga ─dijo mientras continuaba con su trabajo de servir copas en la otra parte de la barra.
Al saber eso, el castaño no es que se quedó muy conforme, pero suspiró un poco, su curiosidad no le dejaba en paz.
─Y... ¿Siempre vienen los mismos?
─No, no siempre son esos. A veces pueden venir otros hombres diferentes, pero suelen venirse, comer, fumar y poco más ─cuando se daba cuenta que le hacía muchas preguntas, sus cejas se alzaron y se giró para verlo─ Oye, ¿Y ahora a que viene eso? ¿No deberías estar yéndot-
─Me pregunto si todos los días trae ese maletín ─susurraba Antonio para sí mismo, contemplando la escena con el vaso del chupito en la mano. Ahora mismo, eso de verdad estaba siendo demasiado intrigante y misterioso, sin percatarse de los suspiros del que tenía al lado.
Lo más interesante, resultaba ser fijarse en cada detalle de lo que quiera que estuviesen conversando esos hombres trajeados y el joven con el maletín. Y no quitaba, que el afrancesado le mirase de reojo limpiando las jarras.
─Mejor sería que te dejases de tonterías y fueses ya para el trabajo, no te centres tanto en cosas sin importancia.
─Eh, pues bien que te gusta saber de mi vida amorosa ─le interrumpió el ojiverde viéndole con un gesto de seriedad fingida.
─¡No es lo mismo! Encima que te puedo dar consejos estupendos y perfectos por sí de algún milagro te echas novia, y pones quejas ─exclamó Francis muy indignado, removiéndose su propia melena.
─¡Haha! Una broma, ¡Era solo una broma!
En medio de sus risas tontorronas, se sorprendió de que la reunión de aquellos raros sujetos hubiese acabado, puesto que ya vio cómo se levantaban de la mesa y el muchacho del que le entraba curiosidad por la apariencia, recogía el maletín de cuero que habrían estado hablando de él. ¡Pues si que duró mucho la conversación! Pensaba Antonio en un segundo de inocencia. ¿Tan poca cosa había ahí metido para que ya no tuvieran más que hablar?
Los adultos de penetrante aspecto dejaron el dinero en un borde de la barra mientras caminaban hacia la salida. Los seguía con la mirada lentamente, hasta que sus ojos se toparon directamente con los de aquel chico, que se dio cuenta que lo miraba atentamente.
¿Y de respuesta? Estaba claro que no le dedicaría una sonrisa, por lo que el italiano miró a Antonio, y de un bufido molesto continuó su camino. El inocentón hombre de España no vio muy agradable esa mirada que le echó, por lo que dejaba el vaso de nuevo en la barra, con ciertos suspiros. Y por ello, su amigo rubiales le sonrió amistoso.
─Venga, mon ami. No te hundas por algo tan insignificante ─dijo Francis removiéndole el pelo revoltoso─ No deberías ponerte así, ¿Acaso pensabas entablarle una amistad o algo? Vamos, no te lamentes.
─No...No lo hago, solo es que...-decía entre suspiros decepcionados, mirando al vaso vacio─ Por alguna razón me parecía curioso que un chico tan joven estuviera con unos tios con pintas tan...malas ─se intentaba explicar, no del todo bien.
El barman se guardó para sí mismo algunos pensamientos que le había parecido cuanto más se fijaba en su cara.
─Hazme caso, Antonio. No tendrías que preocuparte por cosas como esas. Tienes cosas más importantes que hacer.
─Sí, tienes razón ─asentía el castaño hurgando la mano en el bolsillo hasta sacarse el dinero por la comida y las copas─ Luego te veo, Fran. Muchas gracias.
─Nos vemos, au revoir~
Colocándose ya como es debido su chaqueta, el apuesto muchacho se despedía de su compañero para volver a su turno de trabajo. Le haría caso en su consejo de no pensar sobre ese tema, pero, fue incapaz de no mirar como un pequeño animalillo curioso a ver si no se habían marchado, cosa que no consiguió ver mientras se alejaba. Lo mucho que le estaba intrigando lo que hablaban aquellos hombres, y más todavía, el misterioso maletín, no le dejaba tranquilo.
Era una lástima. Porque por mucho que se lo insistió, Antonio no le hizo caso después de todo.
Tras esa mañana, no pareció suceder lo mismo el resto de días.
A veces a las mañanas se presentaban solo los dos, con los mismos trajes, y otras en cambio, aparecían personas que no tenían pintas tan espeluznantes.
Antonio siempre que venía a almorzar, durante toda aquella semana lo que más observaba era si aparecía de nuevo ese chico y el maletín del misterio. Era tan raro que solo lo vio ese día y en los demás no apareció. Y a medida que pasaban, como no estaba, ya se perdía el interés.
─Oh, vaya ─exclamaba con sorpresa el rubiales al mirar hacia la puerta─ ¿No te ibas a ir hoy más pronto? Dijiste que ibas a librar por la tarde.
El español se acercó con amplio cansancio por el duro día una vez que había terminado por fin su horario de trabajo. Aún siendo las seis de la tarde, por tantos viajes no pudo comer nada.
─Ya...solo pensé en acercarme y si eso tomarme algo ─dijo en un largo soplido al sentarse y aceptar un trago.
Francis se rió un poco, bastante sorprendido de verle a aquella hora, así que no tardó mucho más en servirle una merecida copa.
En silencio, el ojiverde se lanzó a beber muy tranquilo, echando un pequeño vistazo a la gente recién llegada del bar. Y suerte que no se atragantó con verlo, porque casi escupía el vino cuando contempló en la mesa del fondo al reconocible chico italiano y su maletín negro.
─¡Es él! ─se dijo en su mente alejando la copa con mucho asombro─ ¿Qué debe de estar haciendo sin esos otros, y encima a esta hora?
El joven de pelo rojizo se encontraba solo en medio de la mesa, con el famoso maletín en el otro lado y una pequeña copa de vino por la mitad. Ahora que tenía más tiempo, pudo mirarlo más detenidamente.
No, no era muy mayor, un muchacho normal con una mirada pasiva y bastante sería. El color de sus ojos al español le pareció muy curiosos, hasta ahora nunca había visto una mezcla como esa de colores verdosos oscuros. Pero, lo que más le intrigaba, era su cara. No se veía tan tenebroso como esos hombres que tanto miedo le dieron. Y por su aspecto, estaba claro que sería muy Casanova, porque traía mucho atractivo, aunque Antonio, muy inocente de él, le provocaba una sonrisilla al poder observarlo bien sin plantearse muchos detalles.
Qué demonios, parecía bastante majo. O eso se pensaba, ya no se acordaba de cómo le miró la otra vez.
Pero finalmente, el muchacho italiano bajó la copa para encontrarse con su cara viéndole fijamente sin moverse. Menudo tipo más raro, ¡No le quitaba ojo de encima! Por lo que el chico lo que le puso fue una mirada asustada y a la vez asqueada.
"Vaya, ya me ha visto...podría saludarle o decirle alg-"
No pudo pensar más rápido, puesto que aquel joven volvió a bufar con fuerza levantándose de la mesa y dirigirse a los servicios, casi corriendo.
─¡Ah! ¡E-Eh! ─intentó balbucear por lo bajo, y sin resultado suspiró con vergüenza─ ¿Dije algo que no debía?...
El rubio lo miró intrigado en su comportamiento y no dudó en apoyarse y ver la escena.
─¿Qué pasa, mon petit? ¿Has vuelto a espantar a ese chiquillo? ─dijo Fran en cierta picardía burlona.
─Solo quería hablarle...parecía simpático.
Otra vez le miraba al castaño de al lado haciendo una mueca muy rara.
─Oye Toni, ¿De veras piensas buscar amistades de esa forma? ¡Así ya comprendo por qué no tienes novia!
─¿Por qué? No veo a dónde quieres llegar con eso ─susurró Antonio dedicándole una mirada aturdida.
─Por favor, no seas tonto. Acosando a la gente con la mirada pareces de todo menos alguien que quiere charlar, ni que fueses un violador ─exclamaba el francés dándose cuenta de que su amigo era un galán, pero extrañamente tímido.
─No pretendía eso, es que hace unos días me miró tan asqueado que pensé que no podría hablarle un poco...-dijo Antonio entre soplido y soplido maldiciéndose por ser tan tonto.
─Pues pelillos a la mar ─Francis volvía a su postura actual a preparar cócteles de Martini─ No a todos los que te caigan bien les puedes agradar, c'est la vie.
El pobre hombre seguía maldiciendo a su torpeza, pero paró de sobresalto cuando el anterior chico huyó despavorido del servicio, no haciendo contacto visual.
─¡Eh! ¡Espera! ─gritó Antonio muy rápidamente, deteniéndose a echar un vistazo a la mesa para levantarse de golpe─ ¡Tu maletín!
Perdiéndole de vista se lanzó hacia la mesa donde estaba para agarrar aquella maleta, y sin tener tiempo de disculparse con el barman, salir pitando del bar a por el dueño.
¡Podría meterse en apuros si no lo devolvía! Pensaba por momentos mientras corría por la calle recién con las luces de las farolas encendidas, acababa de perderle el rastro al italiano. No debía ser muy difícil localizarlo, por lo que Antonio se aceleraba sin haberse podido deshacer de su uniforme, qué tarde le tocaba.
Dobló la esquina, y suspiró fuertemente una vez que le vio cerca de un cruce. Esta vez no le perdería por mucho que huyera.
─¡Oye, espera por favor! ─chilló fuerte por fin provocándole detenerse, aún estando el joven a punto de correr.
Se echaba un poco para atrás con verle correr, pero al fin, Antonio se paró en seco sujetándose las rodillas para coger aliento. Vaya pedazo carrera se había metido en menos de unos segundos, sus pulmones todavia le ardían sin haber descansado un poco.
─E..El..─balbuceó agotado levantando la cabeza─ el maletín...este..ah..
Maldita sea, su italiano. Tenía que usarlo, era necesario.
─M-Mi..Mi dispiace...signore, l-la sua valiget-
─¿Español?
─¿Eh? ¿C-Cómo?
El muchacho pelirrojo se mordió un poco el labio, mirándole fijamente a Antonio con un gesto de incomodidad muy obvio.
─Eres español, pues me lo hablas y punto ─respondió al fin, entumecido y haciendo resonar su voz, que podía hablar un entendible castellano.
Los ojos grandes tan verdes que tenía parpadeaban con muchísimo asombro ante eso. ¡Hablaba muy bien su idioma! ¡Además, tan perfecto! Puede que le diese pena el no poder usar el italiano que tanto estudió, pero por lo menos le sonsacó una sonrisa.
─¡Ah! ¡Qué bien hablas! ─dijo muy alegre poniéndose recto─ Me llamo Antonio, menos mal que puedes entenderme tan tranquilamente, de verdad alivia mucho, no es que hable del todo bien...
─¿De qué demonios estás hablando? ¿Qué es lo que quieres? No tengo tiempo ─contestaba el muchacho ya bastante molesto por el raro tipo, aunque enseguida su cara cambió de asombro a susto─ ¡Mi maletín! ─chilló de sobresalto quitándoselo de las manos.
El castaño se quedaba sorprendido por su reacción, pero por mucho que no tuviese que hacerlo, se disculpó.
─Lo siento...─decía Antonio sobándose la cabeza ─Vi que te lo dejaste y quise devolvértelo.
─Sí, estupendo, gracias ─exclamó desganado, aferrándoselo con fuerza para alejarse─ Y ahora adiós, no puedo estar aquí todo el santo día.
─¡Espera! ¿Puedo invitarte a charlar al menos?
─¿Acaso eres sordo? ¡No te conozco ni me importa quién mierda seas! ¡Lárgate a molestar a otro! ─gritó el sureño caminando rápido con tal de alejarse cuanto antes. No pensaba aguantar más a un cretino como aquel.
Dando un largo suspiro de decepción, se acomodó su chaqueta del uniforme fosforescente viéndole marcharse por la acera. Si, puede que esa no fuera una buena forma de "charlar", pero de todos modos se sintió bien devolviéndole su maletín. Estaba seguro que le haría falta, no todo había sido tan malo. Alzó la cabeza un segundo tras sonar un par de truenos, de los cuales, la gente también se movía con prisa por la calle.
El joven italiano minuciosamente dejaba de caminar deprisa cuando ya pensó que estaba bastante lejos.
¿Qué se supone que pensaba ese degenerado? No podía irse a un bar a tomar algo sin que lo atosigara con la mirada, ¡Ni que fuese un maldito violador! Apretaba con fuerza la mano en el mango de la maleta muy aferrado, no paraba de lamentarse y maldecirse por ser un torpe.
─Joder, un poco más y lo pierdo...y todo por culpa de ese memo cretino ─se dijo para sí mismo a pesar de haberle devuelto el maletín─ ¡Si ese zopenco no se hubiese entrometido no habría pasado nada!
Al pararse, se percató de la lluvia que comenzaba a caer. Parecía que el viejo barbudo se hubiese cabreado con él y le lanzase una maldición, solo le faltaba caerle un rayo.
Volvió a correr hasta el borde de la acera, ya mojado por los hombros mientras se intentaba cubrir con aquel dichoso maletín que ni siquiera le tapaba una miseria. Al ver que venía uno, silbó para que parase el taxi. Ya no solo se topó con un poco de agua, acabó por arrollarle el coche con una ola de agua sucia nada más pasarle enfrente.
─¡Mierda! ¡Aprende a conducir, imbécil!
Calado hasta los tobillos y jodido hasta el fondo, estuvo a punto de lanzar el maletín a la carretera en un grito desesperado.
─Genial, ¡Sumamente genial! ¡¿Y ahora qué más me vas a hacer, eh?! ─exclamo el pelirrojo con furia y cierta pena agonizante. Dios le buscaría más desgracias.
Pero, dejaron de caerle más gotas, una cazadora le hacía de paraguas, y cuando se giró, nada más que ese español de antes estaba ahí plantado. Empapado, y cubriéndole con su ropa.
─¿Querrías que te ofreciese algo? Mi piso no está muy lejos, te vendrá bien comer un poco.
Con absoluta sorpresa, el muchacho miró a Antonio con una mirada agotada pero en el fondo, se notaba cierto alivio en sus pupilas. Por ese ofrecimiento tan inusual, se acomodó su traje mojado, sonrojado y con un bufido depresivo. La vergüenza le impedía responder.
─...No creo que te haya preguntado si quería aceptar eso ─respondió el napolitano bajando la cabeza.
─¡Vamos! No pasa nada, verás cómo te animas enseguida. No deberías estar mojado por más rato, te puedes resfriar.
Bajó finalmente el maletín de su cabeza, costándole trabajo mirarle a la cara. Después de todo, el único cretino estaba siendo él mismo.
─Te ayudaré a secar tu traje en el radiador. ¡Seria una merda que te resfriaras!
Al escucharle, se le escapó una diminuta risa burlona.
─Tsk...Cómo se nota que eres español.
─¿Ah sí? ─alzó Antonio una ceja mientras le miraba─ ¿Y cómo has sabido que lo era?
─Porque tu acento es burdo, provinciano, y hablas por la nariz. Habláis otros idiomas como el culo.
En vez de ofenderse, se puso hacer lo contrario, le hizo mucha gracia hasta sacarle una risotada.
─¡Entonces debe ser por eso que algunos me mirasen raro!
─Y pareces ser raro en tu especie también ─determinó el joven ocultando una mano en su bolsillo.
Ya qué remedio le tocaba, tuvo que aceptar la propuesta que le dio el castaño. Caminaba sin percatarse de cuándo se había puesto a ello, teniendo ahora su chaqueta como paraguas provisional. Aunque obvio que pensó que era un poco ridículo, ¡Hasta el culo lo llevaba empapado! Mucho sentido no tenía cubrirse.
Puede que ese extraño tipo no supiese el dicho de "no invitar a desconocidos", pero Antonio lo trataba como si lo conociera de toda la vida, e incluso dándole la oportunidad de ofrecerle estar en su casa. Tal vez no se detuviese la tormenta pero, de alguna manera apareció un reluciente Sol con cara bobalicona y chaqueta fosforescente.
Continuará.
Notas: ¡Hallelujah! Cuando siempre pienso que no voy a terminarlo, voy y lo hago en el mismo día. Esta vez pretendí empezar una vieja idea que me rondaba mucho pero que nunca me dio por comenzarla (aunque tenga bastantes atrasos en proyectos nuevos (?) ) Pero en fin, como de costumbre espero que disfrutéis mucho leyendo, queridos y adorables lectores. Grazie~.
