Eran las seis y media y la jornada laboral de Sora Takenouchi ya había terminado. Hace un par de años que había comenzado con su nuevo emprendimiento y las cosas estaban marchando bastante bien, a mucha gente le habían encantado sus diseños.

Sin embargo aquel día no trabajó como siempre: estuvo todo el tiempo pendiente al teléfono, esperando alguna llamada o mensaje. Aquel había sido su primer día de trabajo desde el nacimiento de Mikuru, al mismo tiempo que el primer día que había estado tanto tiempo sin estar pendiente de la bebé.

Y por si fuera poco: era la primera vez que Yamato se quedaba solo con la niña por tanto tiempo.

No pasaba ni cinco minutos sin revisar el celular con el temor de que haya ocurrido algo, "¿y si Yamato no encontraba el biberón? ¿Y si no podía hacerla dormir? ¡Peor aún! ¡¿Qué pasaba si la bebé se enfermaba?!"

Se subió al auto lo más rápido posible. Yamato no le había enviado un mensaje en todo el día y ella explícitamente le había pedido enviarle fotos, ¿por qué no lo habían hecho?

Condujo a toda velocidad por las calles atestadas de gente. Maldijo cada semáforo en rojo que la separaba de su casa, lo mismo con los peatones y los autos que formaban tacos.

Finalmente consiguió llegar a su morada. No se veían luces y nadie abrió la puerta cuando llamó a esta.

"Tal vez está ocupado" se dijo a sí misma sacando su llave.

—¿Yamato?—lo llamó apenas hubo entrado al departamento.

Todo estaba silencioso, demasiado silencioso. Habían varios juguetes regados en el suelo y un biberón casi sin tocar sobre la mesa.

—Yamato, ya estoy en casa—continuó, pero el silencio fue el único que pareció escucharla—. ¿Yamato?

Ante la ausencia de una respuesta, la pelirroja comenzó a desesperarse, pasándose las ideas más descabelladas por la cabeza. Los buscó en la cocina, la sala de estar, el cuarto de la niña y, ¡nada! ¡¿Dónde se habían metido?!

Las situaciones que su cerebro estaba creando para explicar la ausencia de su familia la aterraban a tal punto que sentía que caería en crisis en cualquier momento. Tal vez le debió haber encargado la niña a Hikari, o quizá a Miyako…

Pero un suspiro de alivio escapó de sus labios al entrar a su cuarto. Ambos estaban en la cama, Yamato con un brazo sobre la guitarra y el mástil de esta reposando en su pecho. Tanto padre como hija se habían quedado profundamente dormidos.

Una sonrisa de ternura se dibujó en su rostro ante tal escena, ahora un poco más calmada sabiendo que todo estaba bien.

—Eres un fantástico padre, Yamato—susurró en el oído de su esposo para posteriormente dejar que duerman en paz.