NdeA: Bienvenidas a esta nueva historia! Espero que les guste y cómo siempre sus opiniones, comentarios o lo que quieran será bien recibido.

Esta historia también está disponible en inglés, traducida por .emily, que recibe feliz todas sus sugerencias.

Christian y Ana pertenecen a E.L. James, pero el viaje es nuestro.

Prólogo

Sé que tengo los párpados hinchados. Hace demasiado tiempo que no estaba tan sola. Supongo que esos pequeños pasos han llenado mi vida al punto de olvidar el vacío que siento en medio del pecho.

Salgo al trabajo, como nunca en tren. He aprovechado su ausencia para poner en orden unas cuantas cosas… mi coche entre ellas. Dios, cómo odio el tren, lo bueno es que se puede pensar… quizás eso sea lo malo, ya no sé…

Hoy me ha dado por recordar días más difíciles, pero felices. Respiro profundo y en esa bocanada de aire fresco me viene el pasado y me inunda. Es ese olor a invierno sin calefacción y sintiéndome abrigada sólo en su abrazo...

Capítulo 1: Soñando despierto

"Qué andarás haciendo ahora,
maldiciendo la luz, el primer sol,
hermosa con los párpados hinchados,
regando las plantas, todos los recuerdos".

Ismael Serrano

-oOo-

¿Qué andará haciendo ahora? No hay una mañana en estos 9 eternos años en que no haya despertado con la necesidad de que me mire, un dolor seco en el centro del pecho. Pero es un hecho, no merecía ese amor, por eso la perdí.

Tomo mi chaqueta y camino al tren, como todas las mañanas, estos últimos 5 años de trabajo. Hoy voy más temprano, se acerca el fin de año, las fiestas y es necesario terminar el inventario de los licores. Elliot es un desastre con los números y a mí se me dan con facilidad, ayudar al jefe quizás me dé algo de valor extra y pueda volver a Washington. Basta de esas ideas Christian, no la encontrarás…no lo has logrado ya.

Me subo al tren, distraído. Me gusta mirar la cara de los viajeros. Imagino cómo serán sus vidas, sus perversiones secretas. Seguro que esa con cara de santa debe ser una loca en la cama o quizás una sumisa fantástica y ese gordo, seguro no tiene sexo hace siglos, está obsesionado con las tetas de esa jovencita. Río en mi interior. De pronto veo una pareja de muchachos, seguro aun no cumplen los 18 y el corazón se me retuerce. Es ver una postal, una foto. Tiempos más felices, cuando mi vida estaba completa y tenía sentido.

Hoy es un pésimo día para divagar, quizás un trago me alivie, pero recién son las 8 am y el licor nunca ha sido un buen desayuno. Suspiro y miro por la ventana, el tren se detiene. Una estación menos para mi destino. Suben nuevos pasajeros, el recambio habitual. Desde mi puesto finjo estar dormido. No falta la mujer con niños colgando o la vieja llena de paquetes que me mira con rencor, exigiéndome cederle el asiento. Percibo el ajetreo a mí alrededor y un grito sordo me sobresalta al tiempo que una mano suave detiene el casi golpe de un libro de medicina en mi cabeza:

– ¡Cuidado!– Abro los ojos, su mano me es tan familiar–Disculpe, se me ha resbalado–.

–No hay problema–contesto seco, mientras analizo la situación.

Dios esa voz. No puede ser, es ella, Ana, no hay duda. Llego a su cara y el reflejo de sus ojos está vacío, como si no me conociera. Acomoda sus libros en el regazo y se mueve un poco más adelante en el vagón, tranquilamente, como si nada hubiese ocurrido, como si yo fuera transparente. No separo mis ojos de ella, pero parece no notarlo. Deseo tanto que se acerque. De pronto la anciana de enfrente se levanta y se dirige a la puerta. Rezo para que la chica tome su lugar. Dios escucha mis ruegos y viene a sentarse justo frente a mí. La miro insistentemente mientras ella ojea sus libros. No quiero espantarla, solo quiero estar seguro de que es ella y que no es mi angustioso deseo de verla el que me juega una mala o buena pasada haciéndome creer que es Ana, mi Ana.

Repentinamente levanta la vista y nuestras miradas se cruzan un instante. Ella mira hacia el exterior y yo no paro de examinarla.¿Cómo es posible que no me recuerde? Quizás no es ella. Pero esos ojos… sin duda son sus ojos.

No podría olvidar el maravilloso azul de esos pequeños ojos la primera vez que nos vimos en el orfanato. Yo estaba tan asustado y herido que era incapaz de entender la vida sin violencia. Ella en cambio, era un ángel sabiondo, que apenas decía más de 2 palabras juntas. Sabia y callada. El dolor del recuerdo se hace más nítido: ella se acercó a mí con sus pocos años y su frágil mano intentó tocarme… Yo era un niño oscuro y ella pura luz, sin embargo mi Ana no se rindió con el manotazo que le di. Como si fuera una pequeña doctora, se acercó de nuevo a mí abrió su botiquín y curó la herida de mi boca. Me sorprendo acariciando esa vieja cicatriz, cerca de mi labio.

No sé qué hacer, he esperado este momento por 9 años y ahora estoy paralizado. El discurso que he ensayado tantas veces se me ha olvidado por completo. Quizás debí haberlo estudiado más. ¿Qué era lo que decía? Hola, te he buscado mucho… te… ¡Mierda! Quizás debí escribirlo. Seguro Christian, y ahora desdoblarías el papel y se lo leerías. Si huyó de ti antes, seguro lo vuelve a hacer ahora. Debo decirle algo. Probablemente va a la universidad o al hospital, porque lleva unos pesados libros de medicina y uno de Keats… romántica como siempre, Qué duda hay de que es Ana. Pero, si lo es, ¿por qué me mira como si no me conociera? Me quedan un par de estaciones antes de llegar a la de la universidad y 2 más al hospital.

Ensayo mentalmente: Hola, Ana ¿me recuerdas? Soy tu amor de juventud. Qué idiota más grande. Ella se acomoda en su asiento, concentrada en la lectura. ¿Es mi idea o se ha sonrojado? Quizás estoy imaginando cosas y solo tengo a una extraña en frente de mí. Respiro profundo, una estación para la universidad, pero no parece moverse. Revisa su reloj, le queda suelto, pero al mover su chaqueta puedo ver su piel, su blanca y tersa piel que recorrí tantas veces con estas manos torpes. Ana, cuánto he esperado esto y aquí estoy, sin poder articular palabra. Ni siquiera puedo mirarte a los ojos como antes.

Cresta, deja de leer y dobla la esquina superior de la página (aun marca sus lecturas como lo hacía de niña). Se va a bajar. No puedo perderla de nuevo, habla Christian, di cualquier cosa ¡por Dios!

–Hola, tanto tiempo, te acuerdas de mí, soy Christian–

Pero, siento que hablara ruso y ella inglés, no me contesta. Solo me brinda una sonrisa tímida. Insisto–soy Christian, Christian Grey. ¿Del orfanato? ¿En Washington? –.

¿Qué es lo que veo en sus ojos? ¿Nostalgia? ¿Recuerdo? ¿Vergüenza? Por favor que diga algo, que sea ella. En ese micro instante imagino mil respuestas: sí, qué tal, tanto tiempoo sé quién eres, pero no quiero saber de ti. Esa me duele, pero la comprendo o Christian, te he buscado tanto. Esa es la que yo quisiera escuchar. Pero el silencio se extiende entre nosotros, hasta que veo que toma aire… yo respiro junto a ella:

–Perdone, señor, pero al parecer me ha confundido con alguien más–. Sonríe nuevamente y vuelve a sus libros.

–Disculpe ¿no es usted Anastasia Steele?–

–No señor, claramente me ha confundido con otra persona. Si me disculpa, debo volver a mis estudios–.

No soy capaz de responder y no quiero insistir, por temor a que se cambie de asiento. Se me congela la respiración, la vida. Solo guardo silencio y escudriño en su rostro alguna señal de engaño, de que esté mintiendo, pero no veo nada. No hay nada en ese perfecto rostro tallado en mármol, blanco y frío

Pasa la estación de la universidad y la del hospital y la chica no se mueve. No es Ana, no es Ana, no es Ana. Mi cabeza repite incesantemente y siento que mi corazón se ha detenido otra vez. ¿En serio no es Ana? Quizás estoy enloqueciendo y quiero transformar a todas las veinteañeras morenas en la mujer que no he logrado olvidar. No, no es ella. Intento convencerme. La próxima es mi estación y ahora agradezco no haber tenido escrito ese ridículo discurso de Te he extrañado, aun te amo, bla bla bla. Habría hecho un papelón. Ella no levanta la vista de sus libros. Yo me pongo de pie y cierro mi chaqueta. El frío de esta ciudad no es nada comparado con el que siento en medio de mi pecho.

Estoy esperando que se abra la puerta del vagón y siento como si ella me mirara. Volteo, pero solo es una ilusión más de esta enferma cabeza. Ella no ha despegado su mirada de esas estúpidas páginas que, sin duda, le interesan más que yo, que mi amor, que mi dolor. Basta Christian, no es ella, no es Ana. Bajo y espero que se cierren las puertas. Miro su asiento, pero ella no está. Por 2 segundos el alma me vuelve al cuerpo, quizás sí es ella y no se ha atrevido a decir nada en el tren por vergüenza, los otros pasajeros. Miro ilusionado a mí alrededor, pero el andén se ha vaciado. Qué mierda empezar el día así: soñando despierto.