Disclaimer: Ni Sweeney Todd ni sus personajes son míos. Si lo fuera, ahora estaría en mi cama con él... no aquí publicando esto.
Copyright: Esto me ha costado mucho, así que por favor, ¡no lo copies!
Os odio (ya sabéis vosotras quiénes sois) por convencerme para hacer esto XD No estoy ni mucho contenta con esto. Es más, he aprovechado y he probado un nuevo tipo de narración (en presente). No tengo ni idea de como saldrá.
Personalemente, no creo que esto se parezca a Viva la Independencia ni de lejos. Como introductoria os digo
Una llamada Inesperada
Cuatro años. Llevo cuatro años cantando en este antro. Cuatro años repitiendo las mismas melodías para todos esos transeúntes, esperando no ver a aquél que me traicionó.
Aquél que me había dejado subir al avión.
Hacía ya tiempo de aquello, casi siete años. No había vuelto a estudiar, las quemaduras y heridas no me lo permitieron. Tampoco tenía ganas.
No tenía ganas de recordar, ni de pensar. Sólo quería seguir mi vida al margen de todo aquello.
Pero, ¿cómo puedo seguir adelante si sigo viviendo en esta apestosa ciudad? Cualquiera diría: ¡Viva la Independencia! Equivocación. Es horrible, es atroz. Odio estar sola. Yo llevo años aborreciéndola. Sola, sin nadie en esta ciudad tan grande y cambiante. Estuve aquí hace 214 años, y aquí sigo. He querido olvidarla, pero parece ser imposible. El destino siempre me trae de vuelta.
Última palabra, última nota. La canción ha acabado. Suspiro, ¿qué puedo hacer? No puedo evitarlo, pertenezco a este lugar.
Tomo un poco de agua que ayuda a mi garganta reseca. Miro a mí alrededor. En los últimos años esto no ha cambiado. Sigue habiendo cinco mesas alrededor del pequeño escenario sobre el que estoy situada. Al lado de cada una, tres sillas.
El lugar es muy rústico, todo de madera antigua. Algunas tablas están carcomidas. No podía evitar pensar que en mi tiempo aquél lugar había sido parecido, la diferencia residía en que antes era una carnicería. La carnicería de Albert.
Suspiro con el recuerdo, de nuevo. Es demasiado difícil olvidarlo. Necesito pensar.
Con una seña, le indico al músico que me acompaña que se tome un respiro. Parece aliviado de oírlo.
Le sigo a la barra, que es también de madera, donde nos sentamos.
El camarero y dueño del local no tarda en atendernos. Se llama Robert, es un tipo duro, aunque eso no significa precisamente que tenga "músculos". Digamos que con lo que come en el desayuno, hubiese podido alimentar al hospicio entero. Es mejor no pensarlo, o se me revolverá el estómago.
—Gale —me llama, mientras limpia un vaso—. Ese de ahí no te quita el ojo de encima.
Me doy la vuelta, hay un hombre de buena apariencia sentado delante del escenario. Sí, lo había visto antes. Parece tímido, y aún así, bastante chulo.
—Calla y dame un vaso de ginebra —le pido. Algunas cosas nunca cambiarán.
Me lo saca. Lo miro un rato. Me encanta esta bebida, es como una droga. No suelo beberla a menudo, sólo cuando los recuerdos salen a la superficie, pero esta vez la necesito de veras.
No, no la necesito.
—¿Sabes qué? —le pregunto—. He cambiado de opinión. Guárdamela para mañana. Me voy ya.
—¿Tan pronto? —pregunta Sean, el músico, que ha pedido una Coca-Cola—. Apenas son las doce.
—Hoy tengo uno de esos días —digo con simpleza, ellos entienden.
Cojo mi chaqueta y salgo al frío invierno una vez más. Mientras camino a casa no puedo evitar lo que pasó exactamente hace un año.
—¡Ha habido un accidente! ¡Es la única superviviente! ¡Está grave! —gritaban todos.
Estaba desorientada, después de la explosión había despertado entre un mar de escombros. La gente gritaba y pedía auxilio. Escuché a algunos niños gritar por sus madres, pero vagamente.
El dolor impregnaba mi cuerpo y todas sus células, y la presión del pecho no lo mejoraba. El calor que habíamos experimentado junto a las llamas había sido como una pesadilla. Mi piel y mi cuerpo estaban quemados casi por completo, mi pelo había desaparecido en su mayoría y tenía la cara casi completamente transformada.
Una puerta, otra y otra más. Escuchaba a los médicos gritar, pero el sonido de sus voces se fue apagando hasta ser un murmullo, y finalmente, desaparecer.
Cuando desperté de nuevo, había tres personas a mí alrededor. Eran mis amigos… y mi profesor. Parecía horrorizado con algo, todos estaban compungidos. Intenté preguntarles qué pasaba, pero no pude. Tenía un tubo en la garganta para poder respirar.
Estaba asustada, ¿qué había pasado?
—No intentes hablar —me dijo Ed. Leslie no paraba de llorar, me tenía preocupada—. Estás en el hospital. Hubo un accidente con tu avión; explotó —dijo, conteniendo las lágrimas—. Eres la única superviviente, pero…
Miré al profesor de Historia, Sweeney Todd, ese maldito bastardo graba…
—Estaba allí cuando sucedió —me informó—. Escucha, él no tuvo la culpa de… —volví la cara, enfadada por su presencia. Era su culpa que estuviese allí, en aquél estado. ¡Si me hubiese parado a tiempo! —. Escucha, Gale…
—Miley —me dijo Leslie, sollozando—. Hay algo que debes saber… —la miré expectante—. Se te cayó un asiento encima —ah… de ahí la presión—. Te has roto una pierna, pero… el feto…
La miré atónita. ¿Feto? ¿Qué feto? Feto es cuando se está embarazada. ¿Había estado…?
Unas solitarias lágrimas cayeron por mi rostro, escociendo en las heridas.
—Galatea —llamó el Prof. Todd, acercándose a la cama y guardando la compostura como pudo—. No importa —dijo, intentando tranquilizarme—. Lo importante es que ya estás mejor, que estás viva y…
Empecé a hiperventilar, me ponía enferma tenerlo delante. Por algún extraño motivo no soportaba su presencia. Quería verlo muerto. Quería hacerlo desaparecer de mi vida.
Tuve un ataque.
Lo quiera o no, aquella noticia fue devastadora para mí. Cuando me recuperé y el pelo volvió a crecerme, salí de mi casa por primera vez en varios meses. Mis padres no me habían dicho nada, no supieron reaccionar ante la noticia.
Volví a España, al hogar familiar. Había dejado atrás a mis amigos, pero Leslie había venido a verme un par de veces. Me contó cosas sobre la escuela, sobre cómo el chulo-chupa me echaba de menos, y sobre cómo cierto profesor de historia estaba bastante alicaído. Pronto advirtió que aquél tema no me agradaba, y finalmente, dejó de venir.
Ahora estoy sola, como ya he dicho antes. Parece ser que mi manía de hablar sola vuelve a florecer. Subo las escaleras hacia mi apartamento. Entro dentro y dejo las cosas sobre el sofá marrón.
Debo admitir que mi casa es bastante elegante, decorada totalmente a colores pastel. Predomina el marrón principalmente por la madera. Obviamente, tampoco he podido deshacerme de ella.
Nadie diría que tengo un sueldo pequeño, aunque la verdad es que no es así. No volví a estudiar medicina, pero sí que me saqué otra carrera; ingeniería informática. Me fascinan los ordenadores y me ayudan a olvidar, así que cuando no estoy en mi trabajo de mañana estoy en el bar cantando. Intento mantenerme lo más ocupada posible.
Me siento y enciendo la tele. ¿Qué echan? Nada, basura. Siempre lo mismo. Ya no tengo ni vídeos de historia que ver, ni nada que resumir, ni un MP4 que escuchar. Si estoy en mi casa estoy sola y aburrida, como siempre.
Un momento, ¿qué es ese pitido que oigo? Es el contestador. Sí, el contestador del teléfono. Alguien me está llamando.
Miro la pantallita. ¿Quién es? No conozco ese número. ¿Por qué nadie habría de llamarme?
El pitido característico del contestador suena segundos después.
—Soy Galatea Lovett. Si estas escuchando este mensaje probablemente esté fuera o no quiera coger el teléfono. Deja tu mensaje después de la señal —dice mi voz en el aparato.
—Gale —dice una voz muy conocida para mí—. Soy yo, Tomy. Llevamos meses llamándote desde que sabemos tu número, pero nunca contestas. ¿Dónde andas? ¿Estás bien? —¿meses? Ay, claro. Hace mucho que no reviso el contestador—. Estamos preocupados por ti. Leslie y yo estamos impacientes por verte, pero no creemos que la fecha se pueda retrasar más. Si la semana que viene no has contestado, enviaremos a alguien a buscarte, ¿vale? Leslie no quiere hacerlo sin ti.
La voz de Tomy, o Ed como solía llamarlo, termina ahí. ¿Qué ha querido decir con enviar a alguien? ¿Y eso de la fecha? ¿Qué fecha?
Miro los mensajes pendientes. Hay veinte. ¿Dónde he estado todo este tiempo?
Con escuchar el primero bastó para saber de qué hablaba.
—¡Gale! —decían Ed y Leslie en el mensaje—. ¡No sabes lo que nos ha costado encontrar tu número! ¡Pero ahí estás, chica! ¡En Londres! Finalmente lo conseguiste, ¿eh? —decía Leslie—. ¡Calla, Les! ¡Tenemos que decirle lo otro! —la calló y siguió Ed—. No sabes lo que ha pasado, Gale. Para resumir te diremos que… ¡Leslie y yo vamos a casarnos! ¿No es genial? Lo mejor sería que vinieses para el fin de semana, y te lo contaremos y eso. Después vamos a ir a buscar Iglesias. Queremos que seas nuestra dama de honor, ¿qué te parece? Además…
El mensaje seguía, pero yo estaba de piedra. ¿Casarse? ¿Desde cuándo estaban juntos? Aquél era de hace más o menos tres meses, así que habían estado llamándome mucho tiempo. ¿Qué había estado haciendo yo? ¿Dónde me había metido? A penas puedo recordar lo que comí hace dos días.
Maldita sea, siempre fastidiándolo todo.
—… Te echamos de menos, besos.
