YUKIHANA-HIME: ¡Nueva historia que esperamos les guste!
Tetsuna Hibari: Y que disfruten... Este es la primera historia de una Saga de seis historias probablemente.
Título: Mi amor es... Eros
Resumen: Yuuri Katsuki es un doncel japonés que se encuentra en un país con una cultura totalmente diferente a la suya. Mientras intenta sobrevivir en ese estilo de vida, conoce a un varón apuesto, el cual le incomoda, pero le atrae, en un remolino de emociones nuevas que lo arrastran hasta él.
Clasificación: +16 años
Categoría: Yuri! On Ice
Pareja: Viktor Nikiforov x Yuuri Katsuki
Géneros: BL, Drama, Tragedia, Romántico.
Advertencias: Lemon, Mpreg.
Saga: Mi amor es...
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1. MI AMOR ES... DANZA
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Se había escapado minutos atrás de la fiesta que se llevaba a cabo en uno de los salones de aquella gran mansión, aunque en ese momento se sentí un poco avergonzado de admitir que se había perdido. Sabía que de seguir la música regresaría a la fiesta, pero eso no era lo que deseaba, lo que buscaba era algún balcón o de preferencia la salida para alejarse de tan bulliciosos evento. Vagando entre los pasillos en busca de su lugar deseado, se detuvo abruptamente antes de chocar con alguien que salía de una de las habitaciones de aquel pasillo. Cierto temor cruzo momentáneamente al pensar que lo habían descubierto paseando libremente en casa ajena.
―Lo... lo siento. ―hizo una leve reverencia, levantando la mirada al no recibir ni una respuesta.
Su cuerpo entero se estremeció cuando su mirada café se enfrentó a un par de ojos azules, tan profundos y atrayentes que no pudo moverse ni cuando de alguna manera se dio cuenta que el contrario se trataba de un varón que lo veía sorprendido. Ambos mantuvieron el intercambio por casi un minuto. El japonés pudo notar como se curveaban los labios del varón en una sonrisa de lado para después retirarse acomodando el cuello de su camisa. Yuri parpadeo para salir del shock que le causo la belleza que el desconocido poseía, decir que su corazón latió rápido fue poco, la sonrisa de ese tipo era peligrosamente seductora que por un segundo olvido como respirar.
Mirando la espalda de aquel hermoso hombre noto el peculiar color de su cabello, plateado. Supuso que se trataba de algún invitado extranjero del Duque, debido a que en los años que llevaba viviendo en España, era la primera vez que veía a una persona con aquel tono de cabello y con una piel tan clara. Y lo peor y más vergonzoso, es que durante el tiempo que mantuvieron contacto visual, se sintió atraído por aquel sujeto, aquel desconocido que lo único que hizo fue sonreírle. Nunca había sentido algún tipo de atracción hacia ningún varón y ahora, sentía sus mejillas arder por algo tan banal.
Estaba tan sumido en sus pensamientos sobre aquel hombre que solo regreso en sí, cuando de la misma habitación que abandono aquel fantástico hombre salió también la festejada de la fiesta, la joven prometida del hijo de otro Duque. Su mirada de confusión se topó con la expresión aterrada de la chica, quien se sobresaltó al reconocerlo para poco después fulminarlo con la mirada. Él solo se mantuvo en su lugar mientras mil dudas cruzaron su mente. ¿Qué estaba haciendo ella ahí? ¿Por qué salía de la misma habitación que aquel tipo misterioso? ¿Por qué tenía un aspecto descuidado? ¿Por qué se acomodaba el vestido de forma desesperada?
―Katsuki. ―nombro la mujer mirándolo con el ceño fruncido.
Su personalidad amable y pacifica lo hizo retroceder un paso nervioso, ¿ahora que hacía? Tal vez era distraído y algo denso en algunos aspectos, pero pudo unir los cabos en ese momento. Al parecer la descubrió teniendo un amorío, porque tenía claro que aquel extranjero no era el prometido de la chica.
―Señorita Anya...
―Lo vistes, cierto. ― no era pregunta, era una confirmación.
―No... no sé a qué se refiere...―intento negarlo, pero nunca fue bueno con las mentiras.
Su cuerpo se erizo cuando ella deslizo su brazo por el interior de su antebrazo y se abrazó a él, obligándolo a caminar al paso de la mujer, regresando a la bulliciosa multitud que celebraba el compromiso. Se sentía incómodo, no fue su intención encontrar a la prometida con otro hombre mientras vagaba y el verdadero prometido recibía felicitaciones de los invitados. La sensación de haber cometido una falta parecía ser de él y no de su compañía.
―Claro que lo sabes...―ella hablaba en un tono bajo, presionando sus uñas en la piel del doncel― Bueno, no se puede hacer otra cosa ahora que me has descubierto. No puedo hacer que olvides lo que viste, pero si puedo hacer que no hables. ―murmura con fastidio― Guarda el secreto y nada le pasara a tu familia. ―amenazo.
El joven japonés no podía creer que tan cruel advertencia fuera hecha con tal sonrisa falsa que usaba la chica para mantener las apariencias con los invitados que los miraban al pasar.
―Lo haré. ―acepto el japonés, maldiciendo la hora que se le ocurrió salir de la aburrida fiesta.
Deseaba regresar a su país, pero sabía que el trabajo de su padre, como embajador de Japón durante los tratados con el rey español, los mantendrían durante al menos otros dos años más en tierra europea y lo mejor era tratar de mantenerse en buenos términos con las personas importantes cuando era obvio que ellas no lo deseaban cerca.
―Que bien. ―comento alegre la chica― Realmente no deseo hacer nada contra ti. En Japón eres algo como un duque, ¿cierto?
El doncel deseo corregirla y decirle que de hecho era más como el sobrino favorito del emperador, pero se abstuvo, la chica siempre le pareció hueca y no veía razón para explicarle algo tan importante como su linaje si ella no entendería. Tampoco es como si le importara en realidad lo que ella hiciera con su vida mientras lo mantuviera a él ajeno de todo.
―Si tu familia es acusada de algo contra mi familia, sería como declararle una guerra a tu país y es seguro que ambos queremos evitarlo. ―la chica se mostró falsamente aterrada― Además, no quiero ser la causa de una guerra.
Yuuri fingió sentirse intimidado ante la idea, aunque en realidad él sabía que la chica no tenía tanto poder como para influir de esa manera con la corona española, sin embargo, ella tenía razón en un punto, si algo le pasaba a él o a su familia, era seguro que el emperador no se quedaría sentado y exigiría la cabeza de todos los miembros de la familia del Duque español que había osado atentar contra los Katsuki. No quería tal desgracia en su consciencia, simplemente dejaría a la chica con su complejo de superioridad y sus deshonras.
―Lo mismo pienso, la guerra no es bueno. ―le sonrió de manera tranquila, librando su brazo del agarre de la joven― La noche de hoy yo no he visto nada y de hecho no he tenido esta conversación con vos.
―Que bien que nos entendamos. ―le regreso el gesto.
Ante el acuerdo y con sus mejores sonrisas falsas fingiendo que eran grandes amigos, terminaron de acortar la distancia que los separaba de sus familiares, los cuales mantenían una charla muy animada.
―Yuuri ―la primera en notarlos fue su hermana mayor.
El doncel rio de manera real al ver como su hermana peleaba por mantener oculta una mueca de desagrado al tener que usar ropa del país extranjero. El largo y lacio cabello de color negro de la mayor se encontraba amarrado como si fuera un enjambre con adornos extraños mientras portaba un vestido muy apretado, colorido y pomposo, todo tan extravagante para el gusto modesto de los hermanos japoneses. La comprendía, sus costumbres eran muy diferentes a las de España, había sido toda una odisea al inicio y aun no terminaban de habituarse a ellas.
Pero lo que principalmente odiaban, era las ropas tan extrañas y para nada cómodas, especialmente aquello que llamaban corsé, usar tal cosa era una tortura. Tal prenda era algo parecido al obi -cinta que poseían sus kimonos y yukatas-, solo que a diferencia de la faja japonesa que utilizaban para mantener el kimono en su sitio y cerrar correctamente la parte delantera, los corsés eran herramientas de tortura con la única función de sacar todo el interior del cuerpo que poseían. Los apretaban demasiado, al grado de que si vaciaban el estómago al colocárselo no debería ser tan sorprendente.
Su hermana intento acomodarse su vestido, causándole una sonrisa mayor. Mari, no parecía nada cómoda con aquel atuendo y no podía culparla. Los vestidos de las mujeres tenían dos corsés mientras que la vestimenta de un doncel solamente uno, suerte que agradecía a Amaterasu-sama cada día.
―Al fin los encontramos jóvenes. ―dijo el Duque al ver a su amada hija y al hijo de uno de sus mejores amigos.
―Estaba a punto de ir a buscarlos. ―dijo la madre de los japoneses.
― ¿Sucede algo? ―pregunto dulcemente al colocarse al lado de su padre.
―Es hora. ―los ojos de Mari mostraron un brillo que él conocía muy bien― Papá y el Duque piden que vayas a cambiarte.
―Entiendo. ―asintió― Señor Duque, señorita Anya, padre, me retiro. ―sonrió haciendo una reverencia, retirándose con su hermana y madre.
Los Katsuki se dirigieron a un cuarto cercano que con anterioridad el anfitrión les había proporcionado para que lo utilizaran llegado el momento. Siendo una fiesta de compromiso de la joven pareja, a su grandioso padre se le había ocurrió la idea de que como un presente a los futuros nocivos, realizara una danza japonesa para pedir a los dioses lo mejor a la pareja. Él había aceptado ya que no le podía decir que no a su padre, pero también porque deseaba mostrar un poco a aquellos extranjeros algo sobre su cultura.
Dentro de la habitación cambio su vestimenta por una acorde al espectáculo que presentaría, un maquillaje adecuado y tomo los accesorios que necesitaría, todo con la ayuda de su madre, hermana y maestra, la cual ya había preparado todo mientras ellos estaban en el festejo.
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Contrario al terror que sintió la joven Anya al ser descubierta en semejante situación, a él en realidad no le había preocupado para nada que aquel hermoso doncel lo descubriera saliendo de la habitación, sinceramente el hecho de ser acusado o no, le generaba cierta emoción. Después de todo sabia salir librado de los problemas al no temer perder algo, caso contrario a su pareja de escándalo, Anya saldría muy mal parada si lo sucedido en ese cuarto era revelado.
Con paso galante y tranquilo regreso a la fiesta, entrando al gran salón busco rápidamente a su mejor amigo, el cual lo había invitado al evento al enviar su invitación extra. Paseo su mirada por el lugar, encontrándolo con varias mujeres rodeándolo.
―Chris. ―llamo a unos pasos de distancia.
―Viktor. ―sonrió el contrario al identificarle― Es un milagro que aceptaras venir.
―No tanto amigo. ―le respondió después de haber saludado a las damas que se retiraron dejando a ambos varones solos para que hablaran mejor― No podía faltar al compromiso de la señorita Anya, no después de nuestra pequeña historia juntos...
Chris sonrió al entender claramente la frase de su mejor amigo. En realidad, no le sorprendía que el peli-plateado hubiera tenido una fugaz historia con la prometida, y mucho menos le sorprendería descubrir lo que había estado haciendo minutos atrás, después de todo, Viktor Nikiforov vivía su vida involucrado en aventuras.
―No puedes culparme por pensar que es un milagro, a pesar de haber enviado una invitación extra que me concedió mi buen amigo el Duque Popovich's para el compromiso de su hijo, en realidad pensaba que estabas fuera de España desde hacía casi un año. ―Chris le sonrió a una joven dama que pasaba por segunda vez cerca de ellos, intentando llamar su atención― No fue mi intención interrumpir tus vacaciones.
―No te preocupes en realidad. ―le restó importancia con un gesto de mano― En parte me sentí obligado también debido a la procedencia del joven prometido, después de todo, los Popovich's también son gente importante en Rusia, mi padre me ha ordenado asistir por la cercanía en nuestras familias. ―hablo con molestia contenida.
― ¿Cómo es Portugal? ―cambio el tema, sabía que nunca era bueno que el contrario recordara a su familia y él no deseaba arruinar tan buena velada.
―Un buen país, sin duda alguno. ―contesto tomando una copa de vino de la charola de uno de los sirvientes― Bellas damas y donceles, buena comida, música y la gente muy amigable.
―Ya veo. Un buen lugar para divertirse. ―concedió complacido el contrario.
―Cambiando el tema. ―Viktor busco con la mirada a un joven pelinegro que no encontró, necesitaba información de manera rápida― Estoy curioso por un bello doncel, que digo bello, era hermoso. ―se corrigió con la esperanza de que su amigo conociera lo que buscaba― Nunca lo había visto y no parece ser de por aquí por sus finas facciones.
―Suena interesante, háblame más de él. ―pidió, recibiendo una descripción detallada del joven en cuestión.
A pesar de la actitud despreocupada del peli-plateado, este poseía una buena memoria cuando se trataba de las cosas o en este caso persona, que atraía su atención. A pesar de haber sido solo un minuto a lo mucho su interacción con el doncel, lo había observado lo suficiente para poder reconocerlo incluso de espaldas. No siempre podía encontrarse con una belleza diferente a las acostumbradas del país español.
―A la fiesta ha sido invitada una familia de origen japonés que sirve de mediadora con los tratos entre la corona y el país oriental. Si no mal recuerdo, hay un doncel entre ellos. ―Chris se mostró dudoso, no le había dado importancia al asunto al estar entretenido con las demás damas, ahora sentía curiosidad por la persona que atrajo la atención de su amigo ruso.
― ¿Cómo se llama?
―Creo que Katsuki... No, espera, creo que ese es en realidad el apellido de la familia. ―se corrigió con pesar.
―Lo quiero. ―dijo Viktor con una sonrisa y un brillo inusual en los ojos para su amigo.
―De caza rápida, como siempre. ―levanto su copa para brindar.
―Digamos que esto es diferente. ―Viktor choco su copa con la ajena― Él era diferente. ―hizo memoria a la mirada llena de inocencia que le dio el pelinegro.
― ¡Presten atención, por favor!
Un fuerte grito atrajo la atención de todos los invitados, haciéndolos voltear hacia la pista de baile del salón, en donde el padre de la prometida estaba de pie anunciando a su invitado especial. Viktor hubiera continuado su búsqueda ignorando al anfitrión de no ser porque escucho que la danza era del país oriental. Sonrió complacido, aquel doncel era al parecer muy fácil de hallar. Todos miraron hacia una de las entradas del gran salón, donde un hermoso ángel hizo gala de presencia.
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Una vez arreglado se miró en el espejo seguro y satisfecho del trabajo realizado por las mujeres que lo ayudaron. Giraba levemente detallando el cómo lucia la peluca que le colocaron para alargar su cabellera, la mitad superior amarrada en un moño con una horquilla de adorno dada por su tío, el emperador, antes de que se marcharan como un recordatorio de sus orígenes y de que era un doncel digno para contraer matrimonio en cuanto regresara a Japón.
Desplazo sus manos delicadamente por el eri (cuello) color azul turquesa, pasándolas después por el kimono blanco, el obiage (cinturón uno) azul cielo, el obi (cinturón dos) igualmente azul turquesa y el obijime (cuerda) negro, todo hecho a su medida para resaltar su cuerpo de manera decente. Como había extrañado usar la ropa de su país, sentir la libertad que le brindaba. Aunque tal vez era un vestuario sencillo comparado a los despampanantes vestidos utilizados en España, pero aquel kimono era de gran valor en su país ya que estaba fabricado de las mejores telas y con los más delicados bordados. Y él estaba orgulloso de ello.
Observo el leve maquillaje que le pusieron, su rostro tenía una capa de maquillaje blanco, pero no mucho ya que de por sí, su piel era muy clara, sus ojos poseían sombras de un color plateado, así como un fino delineado negro y sus labios se mostraban de un tono rojo. Viejos recuerdos de sus días en Japón regresaron a su mente. Recuerdos donde era feliz haciendo lo que más le gustaba, bailar para su familia y pueblo.
―Hermoso como siempre. ―halago su maestra, una bella mujer castaña de 30 años y ojos grises, la cual le enseño todo lo que sabía sobre danza y las bellas artes.
―Muchas gracias, Minako-sensei. ―le sonrió agradecido, hablando es su idioma natal.
¿Porque su padre tuvo que aceptar asistir a la fiesta? Gracias a eso tuvo que usar ropa de doncel occidental más laboriosa de lo normal.
―Bien, que empiece tu función, hijo. ―le dijo cariñosamente su madre, encantada de volver a ver a su hijo danzando.
La última vez fue a su llegada a ese país, en una presentación a los reyes como agradecimiento por su bienvenida. Yuuri asintió tomando un par de abanicos y una sombrilla. Tomando la perilla para abrirla, escuchado como fuera de la habitación anunciaban su baile. Se encontraba tranquilo, los nervios que parecían parte de su vida en un lugar ajeno habían desaparecido, su cuerpo sabía lo que tenía que hacer. Siempre había amado la danza y tenía confianza en que todo saldría de maravilla. Desde pequeño se le fue enseñado como parte de su vida como doncel de la corte, era una doctrina que sin importar qué, estaba seguro que nunca olvidaría. Todos los pasos estaban grabados en su cuerpo como fuego.
Salió, caminando con la cabeza en alto hacia el centro del salón con todas las miradas sobre él, en parte le gustaba llamar la atención, siempre y cuando de baile se tratara. Una vez en su sitio se arrodillo, cubriendo su cuerpo con la sombrilla. La música empezó a inundar el lugar y dio inicio a su danza.
La música había empezado con un ritmo tranquilo por lo que sus movimientos eran realizados con suavidad y gentileza, de un lado hacia otro utilizando la sombrilla para cubrirse en los momentos adecuados. Su mirada angelical lo hacía parecer un corderito en busca de protección, sentimiento que muchos varones deseaban brindarle. Cerca de la mitad de la melodía el ritmo acelero, sus movimientos se volvieron seductores, elegantes. Su mirada también cambio por una seria acompañada con una seductora sonrisa que al mostrarla enamoro a muchos de los varones presentes, provocando también miradas de molestia de parte de algunas jóvenes al notar que sus parejas no perdían de vista bailarín. Por otra parte, las mujeres y donceles de mayor edad admiraron al joven por lo hermoso de sus movimientos.
Llegado a un momento esencial en la melodía dejo a un lado la sombrilla, tomando de su obi el par de abanicos, moviéndolos como una extensión más de su cuerpo. Abriéndolos o cerrándolos de acuerdo a sus movimientos. Todos los invitados estaban absortos en la joven figura danzante, la cual se movía con gran gracia a pesar de que solo hacia pequeños pasos en la pista. Una Danza elegante, refinada y sutil que les hablaba de su felicidad al tener a su persona amada y de vivir las diferentes etapas juntos, de manera tan clara y pura. Sus ágiles y fluidos movimientos acordes al ritmo de la música. Todo en conjunto daba a los espectadores la sensación de estar viendo un ángel sensual, un dios de la seducción...
Se escuchó como el último estribillo de la música empezaba regresando al ritmo lento y tranquilo del inicio, por lo que sus movimientos cambiaron nuevamente a la tranquilidad y gentileza. Siempre expresando por medio de su cuerpo el deseo de felicidad. Con el final de la melodía Yuuri se detuvo después de un giro bajo, que utilizo para dejar caer los abanicos, ocultándolos con las mangas largas, finalizando de rodillas sobre el suelo con la mira hacia arriba y ambas manos en forma de ruego. Todos los presentes parpadearon, saliendo del aturdimiento en que los sumergió el doncel, maravillados por la presentación aplaudieron sin descanso. Muchos de acuerdo en que fue una majestuosa danza la que acaban de presenciar.
Con la respiración un poco agitada, el joven doncel sonrió con orgullo mientras se ponía de pie. Realizo una leve reverencia antes de retirarse en compañía del Duque que aprovecho su lugar como anfitrión para acercarse al joven para felicitarlo y observar con más tiempo e intenciones ocultas a su invitado. Disfrutando bastante del hecho de que el joven se viera mejor con su ropa oriental.
― ¿Viktor? ―Chris sintió su cuerpo erizarse ante la mirada llena de deseo que su mejor amigo le dedicaba a aquel joven doncel que presento tan bella danza.
―Lo quiero...―murmuro de manera inconsciente, sin perder de vista la fina figura del japonés que se vio rodeado rápidamente por más varones.
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Al día siguiente de la fiesta la familia de Japón regreso a la capital de España, en donde residían para tener mayor contacto con el rey. Mari observo a su hermano durante todo el viaje de regreso muy pensativo, y de hecho podría jurar que de no conocerlo podría pasar por un jovencito enamorado recordando a su amado, idea que descarto ya que ella misma se encargó que durante su estadía en la residencia del Duque -y en todo momento desde que nació- que ningún varón se le acercara con intenciones dudosas al joven doncel. Y vaya que le costó más que nunca la noche anterior después de la maravillosa danza que presento, todos los varones parecían interesados repentinamente en su amado hermanito.
Mirando por la ventanilla del carruaje Yuuri fingía observar el paisaje, pero en realidad su mente repetía una y otra vez el momento en que se topó con aquel fascinante extranjero. Lo vio en algunos momentos de la fiesta después de su presentación y en algún momento aquel varón intento acercarse, pero le fue imposible ya que Mari había llamado a sus guardias personales dando la orden de mantener a los varones alejados, además de que ella no se volvió a separar durante toda la velada de su lado. De manera indirecta el joven pelinegro pregunto a un par de damas que le felicitaron, las cuales le brindaron un poco de información sobre el invitado peli-plateado.
Y por lo que pudo averiguar aquel varón era ruso, amigo del Conde Giacometti -también extranjero suizo, pero con gran influencia en la corona española- además de que era joven y soltero. Poco en realidad sabían aquellas señoras sobre el ruso, pero le contaron que las contadas reuniones sociales a las que había asistido eran muy bien recibido por su personalidad jovial y educada. Además de que se decía que era heredero de una gran fortuna, por lo que muchas jóvenes doncellas y donceles estaban interesados en él. Gran personalidad, rico y hermoso, definitivamente la definición de un partido perfecto fue lo que le dieron las señoras, pero para el joven oriental, lo más fascinante del ruso era su sonrisa seductora y aquel par de ojos color azul que invitaban a hundirte en su mirada a revelar el misterio que había en ellos.
Era la primera vez que deseaba ver a un varón por más de un minuto, intercambiar palabras e incluso tocar aquella piel blanca que parecía ser suave al tacto y ser tocado por aquellas finas manos, sentir el calor ajeno y verse reflejado en la mirada contraria. Su cuerpo entero se estremeció al cruzar miradas con el ruso y era la primera vez que se sentía atraído por alguien más y no sabía cómo manejarlo. ¿Qué hubiera pasado si hubiera hablado con aquel varón? En realidad, ¿que buscaba en un sujeto que no volvería a ver? Desconocía las respuestas y una parte de él, rogaba por no hallarlas y olvidar lo sucedido, después de todo, no olvidaba el momento bochornoso en que lo conoció.
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Dos semanas y media habían transcurrido desde aquella fiesta, regresando a la tranquilidad de su rutina en el país extranjero; mañanas al lado de su familia, tardes paseando por la pequeña ciudad y noches ya fueran en la comodidad de su casa o en tortuosas fiestas de los aristócratas cercanos, mientras que los fines de semana lo pasaba en el castillo haciendo compañía al hijo o hijas del rey mientras su padre formaba lazos políticos con el gobernante. Y aunque había logrado olvidar en su mayoría la existencia del varón peli-plateado, en alguna noche repentinamente en sus sueños aparecía el ruso, recordándole lo atrayente de su mirada y el deseo que sintió por aquel hombre, despertando con un pequeño problemilla que le hizo sentir tan avergonzado que prefirió permanecer todo el día en cama.
Ese día en especial se encontraba dando un paseo con su mejor amigo en el país extraño; Phichit Chulanont, un doncel casado y tailandés que llevaba años viviendo en el país europeo debido a negocios de su esposo Celestino. Lo había conocido a los pocos días de su arribo a España debido a que eran vecinos, volviéndose amigos debido a la cercanía de edad y la amigable personalidad del doncel casado. Se llevaban realmente bien a pesar de sus personalidades totalmente opuestas, ya que mientras él era en parte tímido y reservado, el contrario era aventurero, extrovertido además de tener ciertas rarezas en su personalidad, ya que el joven Chulanont era un fanático del arte, especialmente la pintura.
Le gustaba que lo retrataran constantemente, y, de hecho, su esposo Celestino estaba intentando hacer un contrato de exclusividad con un gran pintor coreano para que se convirtiera en el retratista personal de su esposo. Yuuri consideraba aquel gesto algo tierno, pero al mismo tiempo gracioso. Habían logrado una conexión muy estrecha y desde entonces estaban juntos. Phichit era al único al que podía considerar un verdadero amigo, casi un hermano, al cual había tenido la fortuna de conocer, alguien con quien compartir sus temores y sueños.
Y a pesar de ello, nuevamente Yuuri se veía en un momento doloroso al lado de su amigo, ya que eran los últimos días que estarían juntos. El joven tailandés viajaría en unos días hacia nueva España -en un nuevo continente- durante una temporada en que por obvias razones no podrían verse. Desconocía el tiempo en que el contrario estaría fuera pero parecía que sería un largo viaje, por lo que temía que a su regreso a España, el doncel desposado no lo encontrara porque él hubiera regresado a Japón, ya que en realidad su estadía en España parecía ser no muy larga, días atrás su padre les había comunicado que el rey había accedido a los tratados entre sus países por lo que el tiempo que estarían ahí podría terminarse.
―Yuuri~, vayamos a ver.
La risueña petición de Phichit lo saco de sus pensamientos, recordándole que se encontraban paseando por el centro de la capital en busca de un regalo para la condesa que realizaría una fiesta dentro de unas semanas. El doncel tailandés le estaba ayudando -antes de marcharse- a elegir algo acorde a los gustos de aquella peculiar mujer, la cual se molestaba seguido al no recibir regalos de su agrado.
Yuuri miro a donde señalaba su amigo, visualizando un montón de mujeres con ostentosos vestidos y algunos donceles, todos rodeando algo en el centro de ellos. Estaba a punto de negarse al no gustarle las multitudes, pero el par de ojos de corderito de su amigo le convencieron.
―Está bien, vamos. ―suspiro derrotado.
Phichit sabía cómo manipularlo o más bien, sabía que no podía negarle alguna petición, así como él tampoco recibía una negativa de parte del tailandés. Con diferentes estados de ánimo -uno curioso y otro descontento- ambos donceles se acercaron al tumulto de mujeres y donceles. Yuuri en verdad no sentía ni una pizca de curiosidad por saber lo que alteraba al gentío. Con gran esfuerzo pudieron abrirse paso entre la multitud, logrando visualizar el punto de interés que tenía como locas a todas las mujeres y donceles. Un hermoso varón de cabello platinado y ojos azules como el cielo, bella sonrisa seductora y buen cuerpo.
Yuuri se sorprendió de sobremanera al reconocerlo, palideciendo sin saber que hacer al estar a unos cuantos pasos con aquella persona que aparecía en sus sueños de manera inconsciente, era demasiado vergonzoso recordarlo y saber que ni una vez habían intercambiado realmente palabra. Además de que aún estaba en su memoria el intento de amenaza de la joven Anya, no es que le importara, pero era bochornoso saber algo tan íntimo de un desconocido.
―Oh, qué hombre. ―alabo sin vergüenza Phichit, fascinado por lo que veía.
― ¿Tú lo crees? ―cuestiono Yuuri fingiendo desinterés― Phichit, regresemos a casa. ―halo del brazo a su amigo, queriendo alejarse para evitar ser reconocido.
― ¿Por qué? ―el tailandés le detuvo con desanimo, deseaba hablar con el apuesto varón― Aún no hemos terminado nuestro paseo. ―una verdad que servía como apoyo.
No es como si el tailandés gustara de engañar a su marido, ya que en verdad estaba enamorado y era feliz a su lado, simplemente era muy curioso hacia las personas que encontraba interesantes y en esa categoría entraba el varón ruso. No siempre se podía encontrar gente con aquel singular tono de cabello.
―Entonces continuemos con nuestra búsqueda. ―pidió, mirándole fijamente.
Phichit sostuvo la mirada intentando leer lo que pasaba por la mente de su queridísimo amigo, al cual claramente notaba alterado de manera repentina. Por su parte, Yuuri intentaba esconder sus emociones traicioneras, buscando convencer con ojos de cachorro a su compañía de alejarse de ese lugar.
― ¿Sucede algo, jóvenes donceles? ―una tercera voz se les unió, asustándolos un poco debido a que estaban tan sumergidos en su intercambio visual que se olvidaron de su alrededor― Lo siento, no quise asustarlos. ―les sonrió cortésmente al tener su atención.
―Oh, no se preocupe caballero. ―respondió encantado Phichit, sonriente.
Sin que pudiera evitarlo, Yuuri solo pudo quedarse de pie al lado de su amigo cuando éste había comenzado una charla muy amena con el varón, que encantadoramente le contestaba mirando disimuladamente al japonés en espera de que se uniera a la conversación.
―Pero que descortés de mi parte, aun no me he presentado y he interrumpido su plática. ―se mostró avergonzado por su falta― Mi nombre es Viktor Nikiforov.
―Phichit Chulanont. ―le extendió la mano en señal de saludo.
Después del intercambio de presentación ambos miraron a Yuuri, el cual no decía nada y parecía ausente del momento. El tailandés pellizco sutilmente el brazo de su amigo para hacerle reaccionar, causando una leve mueca imperceptible en el rostro del doncel soltero que miro mal a su amigo. Con extraños gesto que intercambiaron -Phichit regañándole su falta de modales y Yuuri negándose a presentarse-, al final el japonés termino por rendirse con un suspiro.
―Katsuki Yuuri. ―hablo sin emoción a pesar de que su cuerpo fue recorrido por una corriente al sentir los labios del varón sobre la piel de su mano.
―Hermosos nombres, dignos de bellezas como vosotros. ―decía galante, mientras que con sutileza había tomado la mano del japonés para brindar un beso en el dorso.
―Gracias por los cumplidos. ―sonrió Phichit viendo el sonrojo en el rostro de su amigo mientras de manera brusca alejaba la mano.
No entendía la actitud a la defensiva de su amigo, no es como si Viktor hubiera sido el primer varón que le saludaba de esa manera e incluso hubo algunos otros más atrevidos en fiestas pasadas. No lo entendía, pero quiso atribuirlo a la timidez de su amigo y la abrumadora belleza del mayor. Bueno, gracias al conocimiento que su esposo le había brindado sabía que los japoneses eran muy reservados igual que los tailandeses pero él llevaba tantos años viajando por el mundo al lado de su marido, que había olvidado aquella sensación, y por el contrario, Yuuri solo llevaba un par de años lejos de su país además de que estaba rodeado de personas que le recordaban sus orígenes -familia y sirvientes-, por lo que consideraba que los halagos de los varones aun lo alteraban.
Considerando que ya era momento de que su amigo perdiera un poco de timidez y su deseo de conocer a tan atrayente extranjero, propuso tomar asiento en una de las tiendas cercanas y pedir algún postre para degustar mientras mantenían una charla. Y aunque Yuuri se negó, termino siguiéndolos cuando Viktor acepto, llevando del brazo a Phichit. La conversación se vio acaparada entre el doncel casado y el ruso a pesar de los constantes intentos del último para incluir al japonés, el cual solo se limitaba a responder cortantemente.
―Perdone mi atrevimiento, pero ¿tiene pareja, joven Yuuri? ―sonrió, mostrándose un poco avergonzado por su atrevimiento pero es que debido a la falta de interés del japonés no tuvo de otra que ser directo.
Phichit grito en su interior y aguanto la gran sonrisa que quería formarse en sus labios por el repentino tema, disfrutando de ver a su sonrojado amigo. Había notado el interés que el ruso había mostrado desde el inicio hacia el japonés, una razón más para alargar su encuentro, no había deseo mayor para él hacia su amigo que encontrara a alguien a quien amar y fuera feliz. Yuuri se merecía al mejor hombre y la mejor vida.
El nipón se sonrojo hasta las orejas, moviendo sus labios, pero incapaz de pronunciar algo. Estaba a punto de mostrar su molestia de manera externa hacia tal insolencia cuando se vio frustrado por un sutil golpe en sus costillas de parte del tailandés, quien con un gesto de ojos y cejas le pidió que contestara sin armar un revuelo.
―No...―respondió mirando hacia otro lado incómodo y avergonzado.
―Gracias. ―el pelinegro frunció levemente el ceño por la sonrisa descarada del varón― Y en verdad perdoné mi atrevimiento. ―el ruso le sonrió de manera seductora― Pero es que siendo un hermoso doncel me sorprende que no tenga pareja, no quisiera crearle problemas en un futuro.
― ¿Por qué me crearía problemas de tener pareja? ―Viktor soltó una leve risa, que provoco que el ceño del doncel se frunciera más― ¿Qué es tan gracioso?
―Disculpe, no es mi intención molestarlo. ―aclaro su garganta― Seré honesto ya que es lo menos que se merece alguien tan bello como vos. ―la emoción creció en el interior del tailandés al comprender lo que estaba a punto de presenciar― Lo conocí semanas atrás en una fiesta y quedé perdidamente enamorado de usted, así que mi intención al venir a la capital era encontrarlo y que me permitiera...
―Perdone que lo interrumpa, pero creo saber a dónde vamos con esta conversación, así que permítame a mi ser también sincero. No me interesa. ―Yuuri se levantó de su lugar, fingiéndose molesto por la situación cuando en realidad se sentía emocionado y alagado― Gracias por tan amena charla... Phichit, tenemos que regresar.
El tailandés entendió que aquello estaba en un nivel mayor, y que era probable que su amigo se sintiera incomodo, comprobándolo al ver el ruego por compasión en la mirada que Yuuri le dedicaba.
―Oh, cierto. ―por esta vez se apiadaría de su amigo, dándole tiempo para procesar que un varón tan apuesto se hubiera fijado de manera tan directa en él― Lo lamentamos, tenemos una cena a la cual no podemos faltar, mi esposo nos espera después de todo.
―Entiendo, ha sido un placer conocerlos. ―hablo Viktor de manera cortes a pesar del claro y directo rechazo.
―El placer ha sido todo nuestro. ―Phichit le sonrió, retirándose al ser halado por su amigo.
El joven Chulanont estuvo a punto de hablar en cuanto salieron de la tienda siendo arrastrado de manera veloz, pero aguardo al notar el sonrojo en el rostro de su amigo que se notaba en sus orejas, sonriendo al entender que fue provocado por la sinceridad del varón sobre sus intenciones. Continuaron caminando en silencio y de manera más tranquila después de alejarse suficiente, pero después de un rato, el moreno ataco al pobre japonés.
―Vamos Yuuri, acepta que te gusto el hombre.
― ¡Phichit, por favor! ―miro horrorizado a su compañero, cubriendo su rostro poco después con sus manos― ¡Cla... claro que no! ―mintió tartamudeando.
―Si te atrajo. ―le sonrió de manera picara
―Claro que no. ―levanto la mirada para parecer más convincente pero el tono rojo lo desmintió, causando que la risa atacara, al contrario.
―Eres muy malo para mentirme, Yuuri. ―el japonés se cubrió de nuevo el rostro.
―Oh, por los dioses. ―el pelinegro negó con su cabeza― ¿Qué debo hacer?
Phichit sonrió enternecido deteniendo su risa, su amigo era un ser tan puro que desconocía todo lo relacionado sobre el amor debido a la crianza que le dieron sus padres y hermana sobreprotegiéndolo, por lo que era su deber ayudarle a expandir sus alas.
―Deja de ser tan reservado, Yuuri. ―le aconsejo― Libérate solamente un poquito y deja que alguien llegue a tu corazón.
―No es a eso a lo que me refería. ―susurro el joven, a pesar de ser confidentes, no le había contado sobre el encuentro con el varón al pensar que no volverían a verse.
―Y por ahora, ¿qué mejor que alguien que parece ser que es serio sobre su interés? ―continuo el contrario al no escucharle― El señor Viktor ha dicho que vino hasta la capital para verte. Se ve que es un hombre muy educado, directo con lo que desea, así como honesto...
Yuuri sonrió ante el esperado entusiasmo que mostraba su amigo por la situación, siendo honesto consigo mismo no se trataba de que su timidez se hiciera presente, más bien era el hecho de que era la primera vez que se encontraba en esa situación. Nunca se había interesado en algún varón a pesar de que en el pasado se vio rodeado de ellos, Viktor era el primero que le atraía y no sabía que hacer sabiendo que era un sentimiento mutuo, a pesar de estar manchado en parte por la manera en que se conocieron.
―Phichit, dentro de tres días te vas, quiero pasar el mayor tiempo contigo, mi mejor amigo, y no con un completo desconocido. ―detuvo el largo y emocional discurso de su amigo sobre lo bello que era enamorarse y lo sensacional que parecía ser el ruso.
―Oh, eres tan adorable Yuuri. ―las palabras del japonés le produjeron un deseo de abrazarlo y lo hizo― Sabes que si fuera por mí no nos iríamos, quiero seguir contigo.
―Lo sé, son negocios de Celestino. ―correspondió el abrazo.
―Pero eso no evitara que estés en contacto conmigo, envíame todas las cartas que quieras, te responderé lo más rápido que pueda. ―le aseguro el tailandés.
―Claro. ―le sonrió con verdadero sentimiento.
―Y quiero que me describas a detalle tu próxima relación con ese varón. ―ordeno Phichit con emoción y retomando el camino― Se ve que lo traes loco por ti, además de que no parece de los que se rinden fácilmente.
― ¡Phichit! ―grito alarmado.
― ¿Qué? ―rio con burla― Es solo la verdad de lo que pienso.
― ¡Joven amo! ―la charla de los donceles fue interrumpida por dos varones que se acercaban corriendo hacia ellos.
―Oh...―Yuuri sonrió nervioso.
―Parece que ya nos han encontrado.
Los dos amigos rieron mientras los varones se colocaban a su lado respirando agitadamente, intentando recuperar el aire después del gran esfuerzo que habían hecho durante el día, parte de la rutina de los donceles era perderse de la vista de aquellos guardias que Mari había impuesto a su hermano para "su protección".
―Es muy malo, joven amo. Dejándonos siempre atrás. ―se quejó uno de los varones, aumentando la risa de los donceles.
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El día menos esperado por Yuuri había llegado. El matrimonio Chulanont se encontraba en la estación del tren hacia la costa para tomar un barco que los llevaría a su nuevo destino. La familia Katsuki se despedía de sus vecinos, se habían llevado tan bien durante el tiempo en que convivieron que era triste la partida del joven matrimonio.
―Suerte. ―se dijeron al mismo tiempo los donceles para luego sonreírse y darse un beso en la mejilla.
―Y no te olvides de los detalles. ―le guiño el ojo, sonrojando al japonés.
Durante esa última semana en que se prepararon para el viaje, durante sus salidas a las calles se habían encontrado con aquel varón misterioso que siempre le coqueteaba abiertamente al japonés, y aunque a diario siempre recibía un rechazo de parte de éste, parecía no querer rendirse.
―No sé qué haré contigo. ―Yuuri sonrió con un deje de tristeza, extrañaría a su amigo.
―Quererlo y amarlo, solo eso puedes hacer. ―le aconsejo sabiamente el marido del tailandés, provocando la risa del grupo.
―Tienes razón. ―le respondió abrazando a su amigo nuevamente y realizando una reverencia para el varón― Que les vaya bien.
―Te quiero mucho, Yuuri. ―dijo al japonés, quien se sonrojo levemente― No te olvides de mí.
―Phichit, es hora. ―aviso con pesar el varón.
Celestino sabía que para ambos donceles les era difícil separarse ahora que se conocían y aunque deseaba no alejarlos, ya fuera quedándose en España o llevándose al japonés con ellos, ambas opciones eran imposibles. No podían llevar a Yuuri con ellos, ya que los Katsuki eran muy unidos y debían permanecer un tiempo más en aquel país, mientras que la primera opción era difícil ya que su trabajo le requería en el nuevo continente.
―Claro. ―asintió dejando la caricia en el rostro de su amigo.
―Cuídalo Celestino. ―pidió con amabilidad y una sonrisa al mayor.
―No tienes que decírmelo. ―le sonrió al mejor amigo de su esposo― Lo cuidare con mi vida. ―tomo la mano del contrario y la beso en un gesto de amistad― Tú también ten mucho cuidado, Yuuri. ―su mirada se tornó seria.
―Claro, lo tendré. ―asintió sin saber el porqué de la advertencia.
Después de algunas palabras más, los Chulanont abordaron el tren y se dirigieron a sus asientos, fue hasta entonces que el doncel interrogo a su esposo, no era común que su mirada amable se mostrara seria sin motivo.
― ¿Por qué le dijiste a Yuuri que tuviera cuidado? ―cuestiono en cuanto su amado se sentó a su lado después de acomodar las maletas.
La frase en si no le molestaba ya que era algo que él mismo le había deseado, pero el tono serio y extraño usado en las palabras del varón le generaron desconcierto. Celestino miro a su esposo y sonrió levemente, no había sido su intención asustar a los donceles, pero quería transmitir la seriedad del asunto.
―En estos días hay rumores de un hombre que enamora a las doncellas y los donceles de prestigio para luego abandonarles al haber obtenido lo que un sinvergüenza busca. ―explico tratando de no crear preocupación de más en su doncel― Sé que Yuuri no caería en brazos de un hombre así, que está muy bien resguardado con la señorita Mari a su lado, pero no está mal prevenir con una advertencia sutil.
―Entiendo.
Phichit soltó un suspiro, mirando fuera de la ventana concentrándose en el paisaje para no pensar de más en el asunto de aquel sinvergüenza, creía firmemente en que su mejor amigo estaría bien, después de todo Yuuri era un joven sensato y responsable, ¿cierto?
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Después de ver el tren partir, Yuuri se quedó de pie unos minutos más. La familia Katsuki decidió darle su espacio a su hijo más pequeño, por lo que con gran esfuerzo los padres se llevaron a su hija mayor que no deseaba dejar atrás al menor, sin embargo, todos sabían que el pelinegro necesitaba un tiempo a solas. Aquella separación era muy dolorosa para el doncel, Phichit se había convertido en un refugio para Yuuri en aquel país extranjero y uno de los pocos amigos de los que podía presumir su hijo. Los familiares se despidieron momentáneamente, avisándole que se tomara su tiempo en llegar a casa.
El doncel acepto muy agradecido por el gesto de sus padres y hermana, pero más complacido estuvo cuando sus progenitores le susurraron -para que Mari no se enterara- que le concederían el permanecer sin su escolta por ese rato. Una vez solo, tomo asiento en una banca de la estación, observando cómo la gente iba de un lado a otro mientras recordaba los momentos vividos al lado del tailandés. Desde el momento en que se conocieron cuando literalmente Yuuri resbalo por culpa de un charco de agua en la calle, cayendo encima de la persona que pasaba justo a su lado y que resulto se Phichit, hasta aquel adiós de hacía unos momentos.
― ¿Por qué tan solo, joven Yuuri?
Katsuki se sobresaltó al escuchar aquella pregunta en un susurro, sintiendo una corriente electrizante recorrer su cuerpo de pies a cabeza al sentir el cálido aliento ajeno cerca de su oído. No podía equivocarse, aquella voz tan melódica era algo que su mente recordaba aun cuando él intentaba olvidar. Frunció el ceño y cubrió la porción de piel que fue alterada al mismo tiempo que giraba el rostro para encarar al atrevido que invadió su espacio personal aprovechándose que tenía la guardia baja.
No lo admitiría, pero contrario al falso desagrado que expresaba, en verdad amaba la sonrisa de aquel jovial varón, que le sonreía encantado por provocar diferentes expresiones en el doncel. Sin apartar la mirada del contrario, se levantó de la banca intentando mantener una expresión de molestia por el casual encuentro, pero el sonrojo en sus mejillas le restaba crédito.
―Señor Nikiforov. ―hablo secamente.
―Viktor, está bien, joven Yuuri. ―se inclinó levemente a modo de saludo, tomando la mano contraria para besarla― Lo hace ver como si fuéramos desconocidos. ―sonrió con mayor confianza al notar que el tono rojo en el rostro del doncel se incrementó― Y me atrevo a asumir que ya no lo somos.
Viktor acorto aún más la distancia entre ellos sin soltar la mano ajena, Yuuri forcejeo por soltarse de manera disimulada, no deseando armar un revuelo que atrajera miradas indeseadas, mas no podía liberar su mano sin ejercer mayor fuerza, un gran dilema. Miro a los lados en busca de ayuda de algún guardia, pero para su "grandiosa" suerte, la estación ahora se encontraba casi desolada y ellos eran cubiertos por un cumulo de maletas que esperaban ser acomodadas en el siguiente tren. Maldijo internamente, sus dioses lo odiaban sin duda alguna.
―No...―aprovechando que eran cubiertos por el equipaje, libero su mano en un movimiento brusco que solo provoco que el ruso en un movimiento más rápido, intercambiara lugares, colocándolo entre su cuerpo y la pared de la estación― No somos tan cercanos para llamarlo por su nombre, señor Nikiforov. ―le aclaro sin notar que había sido encerrado, solo aliviado de ya no tener su mano sujeta.
―Es un gran dolor para mí ver que, para ti, o perdone...―se corrigió― para usted, sigo siendo un desconocido. ―se mostró dolido― Yo que he intentado acercarme a usted de diferentes maneras...
―Sus acercamientos no son de amistad. ―le interrumpió con seriedad.
―Por supuesto que no. ―acepto abiertamente el varón― Es usted un doncel tan hermoso, agradable, fiable, cordial... perfecto...―concluyo, expresando en su rostro que tenía más adjetivos que no expresaba verbalmente por la molestia que mostraba el receptor― Ningún varón es tan ciego como para no ver lo maravilloso que es usted y mucho menos se es tan tonto como para querer una simple amistad. ―lo tomo de la barbilla acercándose lo suficiente a su rostro.
Yuuri intento retroceder al no poder liberar su barbilla del agarre, pero solo se topó con pared. Deseo mostrarse valiente como hasta el último momento, pero su timidez natural se hizo presente al tener la mirada azulina fija sobre su persona y sentir la presencia de un varón, o, mejor dicho, la presencia del ruso muy cerca de su cuerpo que fue acorralado. Sus piernas temblaron al sentir la mano del contrario sobre su cintura, el doncel coloco como única barrera sus brazos sobre el torso del mayor cuando acorto por completo las distancias entre sus cuerpos.
Viktor le parecía tan seductor y causaba que su corazón latiera de una manera que nunca se imaginó, temiendo que saliera de su pecho. Los profundos ojos azules del varón le hechizaban hasta el punto en que olvidaba lo que le rodeaba y sus sentidos se centraban por completo en la otra persona. El calor del cuerpo ajeno le confortaba y le invitaba a buscar aun mayor cercanía. Yuuri lo sabía, entendía que el varón extranjero no le era indiferente a pesar de que deseaba lo contrario, temiendo ser dañado en el proceso y perderse a sí mismo al sucumbir al deseo, no obstante, lo peor del caso es que cuando Viktor rompía sus barreras físicas comenzaban a importarle poco sus temores.
En el momento en que pudo sentir el aliento del contrario sobre sus labios, regreso a la realidad, asimilando la intención de besarlo de parte del ruso, lo empujo con todas las fuerzas que pudo reunir lográndolo al tomar por sorpresa al varón que creía haberlo ya domado. Saliendo corriendo, como si su vida dependiera de ello, cubriendo con una de sus manos sus labios.
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Desde el día de su huida del encuentro en la estación de trenes, a diario, casi de manera religiosa, se había topado al varón Nikiforov durante sus paseos en la ciudad, pero a diferencia de los encuentros pasados -antes de aquel indecoroso encuentro-, el ruso no se acercaba a saludarlo a pesar de que se daba por enterado de su presencia. Viktor siempre se encontraba rodeado de doncellas y donceles rogando por su atención, y él como todo buen caballero les brindaba su mejor sonrisa durante una amena charla mientras Yuuri era ignorado.
Y aunque sabía que no tenía derecho, ni razones -que él mismo aceptara abiertamente-, tales escenas le molestaban. Ese hombre días atrás le había declarado tener intenciones más allá de amistad hacia su persona y ahora se pavoneaba por allí -más exactamente enfrente de su nariz- con mujeres y donceles del brazo. Va, que el doncel aceptaba que tal vez su huida podía ser interpretada como un rechazo sin embargo había rechazado de manera más directa al varón anteriormente, pero éste siempre había regresado mostrando el mismo interés.
Era la segunda semana desde que Phichit se había marchado y era el catorceavo día que vivía aquella situación de ver a Viktor a unos cuantos pasos delante de él. Ese día había salido a realizar algunas compras en compañía de su hermana, aunque en realidad solo la acompaño con la costurera para que le elabore un nuevo vestido a Mari para la fiesta que daría una condesa en unas semanas más. Agradecía que él no necesitara algo nuevo ya que sus padres le habían permitido asistir con un kimono de gran belleza que aún estaba guardado en su maleta. No quería volver a pasar por un vergonzoso momento como en la fiesta anterior por salir a descansar de un traje incómodo.
Al ver como Viktor tomo la mano de otro doncel y beso su dorso a modo de despedida desvió el rostro, maldiciendo su decisión de minutos atrás. Bendito el momento en que al llegar a la casa de la costurera prefiero quedarse afuera para evitar que a su hermana se le ocurriera la brillante idea de que le confeccionaran algún traje que no deseaba, e incluso hizo que sus escoltas entraran al lugar con su hermana solo por precaución, prometiendo que no se movería del lugar en que estaba al lado de la puerta. Dudosos tanto a mayor como sus guardias aceptaron darle su tiempo, y él se sentía bien solo observando a la gente pasar a su alrededor, al menos hasta hace unos minutos, en donde Viktor apareció bien acompañado. Se arrepentía de no haber entrado, estaba seguro que no había pasado mucho tiempo y ya no soportaba ver más la alegría del grupo que coqueteaba alegremente con el varón extranjero.
―Debí decirle a Fujiwara que se quedara conmigo para que al menos tuviera con quien hablar. ―susurro al aire, manteniendo la mirada del lado contrario a donde se encontraba el grupo llamativo.
Escucho las alegres risas de los contrarios e hizo muecas de desagrado, el varón parecía divertirse. Estaba a punto de adentrarse a la tienda y quedarse allí dentro con su hermana, pero sus ojos cruzaron con los azules del ruso, que no había alejado ni un minuto su mirada del japonés a pesar de fingir atención a los que le rodeaban. Katsuki se sonrojo inmediatamente, observando como el contrario le sonrío seductoramente y les decía algo a las personas que lo rodeaban para luego acercarse a él, solo.
―Joven Yuuri.
―Señor Nikiforov. ―no se sentía de ánimos para tratarlo en esos momentos.
―Es una encantadora coincidencia encontrarlo aquí. ―le extendió una rosa que el doncel tomo de manera autónoma, acostumbrado a aceptar las flores que le regalaban otros varones.
Yuuri se abstuvo de golpear su frente por haber tomado la flor en un tonto movimiento y en su lugar enarco la ceja ante la obvia mentira, ¿coincidencia? Ja, no podía asegurarlo verbalmente debido a la falta de pruebas físicas, pero estaba seguro de que el ruso se aparecía en los lugares en los que paseaba a propósito, fingiendo no notarlo o ignorarlo al estar rodeado de "cautivante" compañía.
―Sigue siendo tan bello como siempre. ―le dijo galante, tomando su mano para saludarlo, pero siendo esquivado cuando el doncel las coloco tras su espalda.
―Para mí no es tan encantadora. ―aclaro severamente― Me acabo de encontrar con quien parece ser mi acosador.
―Me podría sentir ofendido. ―bromeo― Pero no lo hago debido a que todos nuestros encuentros han sido casualidades, es como si el destino quisiera unirnos. ―le insinuó con voz encantadora― Aun así, entiendo que puede interpretarse a mal. ―le sonrió― Además, joven Yuuri, debe admitir que sería un acosador muy apuesto. Acepte que sería un acosador que muchos desearían.
El doncel iba a sonreír ante la última ocurrencia, aceptando que tal vez si habían sido coincidencias al no notar rastro de mentira en las palabras tranquilas del ruso, no obstante, recordó sus ideas iniciales al escuchar a lo lejos los murmullos de los donceles y mujeres que habían estado momentos atrás con el varón y los cuales estaban molestos por ser abandonados. Estuvo a un paso de caer.
Miro seriamente al más alto, no se dejaría ganar por un momento de debilidad, ese era el efecto que Viktor tenía sobre él, podía decirle que la noche era el día y viceversa con aquella voz tan suave y sugerente mientras mantenían el contacto visual hechizándolo y acaparando todos sus sentidos, y al final, él terminaría por creerle.
― ¿Usted cree en esa superstición? ―mantuvo un tono burlón, juguetón e irónico en su voz sin sonar tan insultante― Por favor, hay hombres apuestos por donde sea. De hecho, mi hermana tiene un guardaespaldas demasiado guapo. ―le sonrió victorioso al verle arrugar la frente levemente.
―Oh. ―Se acercó más al cuerpo del menor, acorralándolo entre las paredes de la casa de la costurera y su cuerpo, cerrándole el paso de los lados con sus brazos. No dejaría que el menor jugara con él― ¿Y es tan guapo como yo? Porque tengo mucha confianza en mí mismo. ―reconoció.
―Más que usted. ―le aseguro con coquetería, victorioso al ver una leve mueca de molestia en el rostro perfecto del contrario.
―Así que su rechazo proviene del hecho de que me falta lo que encuentra atractivo en el guardaespaldas de su hermana. ―comento Viktor recuperando la compostura― Sin embargo, permítame decirle que a pesar de esa falta soy capaz de ganarme su amor.
―He conocido a tantos hombres que han intentado cortejarme y ninguno lo ha logrado, ¿qué le hace creer que usted podrá lograrlo?
―Sera por el hecho que yo no soy como los otros hombres. ―respondió el varón acercando su rostro, al contrario― Yo conozco tu verdadera naturaleza. Sé cómo eres en realidad, Katsuki Yuuri.
―Oh, ¿en serio? ―se mantuvo firme a pesar del temblor en sus piernas por la cercanía, con cada minuto que pasaban juntos sentía el calor del mayor junto al suyo
―Así es. ―las palabras de Viktor parecían un ronroneo, hipnotizado en el tono café de los ojos del doncel― Yo se tu verdadera naturaleza.
Viktor se había acercado aún más, y Yuuri sintió su pulso acelerarse, estaba a punto de colapsar y dejar que el varo hiciera con él lo que quisiera. Pero en ese momento noto que el mayor se estaba divirtiendo con sus reacciones, y eso lo molesto. Él no era un juguete, no dejaría que un varón se divirtiera a su costa.
― ¿Y cómo soy en realidad de acuerdo a vos? ―sonrió con provocación.
El doncel había dejado de temblar y se había olvidado de su alrededor, sumergido e incitado a seguir el juego por los ojos azules del contrario, algo desconocido en su interior estaba siendo despertado. Ese hombre era peligroso para él, lo sabía, pero a pesar de ello era divertido a su vez. Era excitante encarar a un hombre como Viktor Nikiforov. Su cuerpo parecía saber que tenía que hacer.
―Eres la reencarnación mortal de Eros. ―susurro, rozando sus labios con los ajenos, fascinado con el brillo repentino en los ojos del doncel.
― ¿Eros? ―cuestiono a la misma distancia, no retrocedería.
―El dios del amor, sexo y seducción, para los griegos. ―le explico pasando su lengua por sus labios, estaba a punto de unir sus bocas.
―Oh, ¿y cómo puedo ser yo tal dios? ―le empujo, impidiendo el contacto labial― Nunca he seducido a nadie y mucho menos he permitido que me toquen de manera inapropiada.
Los ojos azules del ruso brillaron aún más ante la idea de que aquel doncel que le atraía no hubiera sido tocado por nadie más, que se mantenía una gran pureza que él deseaba quitar. Él sería quien comenzara a pintar en el lienzo de vida de ese hermoso doncel, quien decidiera el tipo de paisaje que se plasmara más adelante.
―Lo vi en tu danza en el castillo del Duque Verino, cuando se anunció el compromiso de la señorita Anya y el hijo del Duque Popovich, Georgi.
Yuuri contuvo un bufido al escuchar la palabra "señorita" seguido del nombre de la chica, dudaba que tal palabra fuera adecuada a esas alturas, pero se abstenía de decir algo ya que no quería perjudicar a nadie por algo que ni siquiera le interesaba a él, y más ahora que en los periódicos había salido el anuncio de la boda para el poblado general. Incluso ya había olvidado aquella noche y tan incómodo momento, Viktor solo lo había traído a su memoria.
― ¿Mi danza? ¿Que podría haber de seductora en ella, si solo era para pedir a los dioses por la felicidad de los novios? ―cuestiono con inocencia, posando su mano en la mejilla del varón, sintiendo la suave piel que este poseía.
El pensamiento de que Viktor hubiera estado tan cerca de Anya como lo estaba en ese momento de él, le molestaba. Así como también le molestaba el verlo coqueteando abiertamente con los demás, desconocía el motivo de aquel molestar, pero simplemente era algo que sentía, no quería pensar en razones en ese momento, no ahora que al fin conocía el tacto de la piel contraria.
―No te hagas el tonto, Yuuri. ―Viktor tomo la mano ajena y la sostuvo en su mejilla para sentir más el tacto― Aquellos movimientos seducían a todos. Me mostraste el esplendor de tu seducción...―cerro los ojos para aumentar la sensación que le genero la mano ajena.
― ¿Mi seducción?
Al abrir los ojos, Viktor se topó con una mirada dulce y juguetona de parte del japonés, mientras ladeaba un poco el rostro al desconocer de qué le hablaban. Tal gesto de inocencia fue un golpe bajo para el ruso, quien no soporto más tiempo y termino por juntar sus labios con los del menor.
Yuuri abrió los ojos sorprendido, reprendiéndose a sí mismo por haber bajado la guardia y dejarse guiar por el tonto impulso de querer tocar al mayor. El pelinegro sintió como su labio inferior era mordido, soltando un gemido abrió la boca adolorido, realizando justo lo que el contrario deseaba para aprovechar e introducir su lengua en la cavidad ajena intensificando el beso.
No lo negaría, su primer beso superaba por mucho lo que imagino que sentiría, la emoción lo embargaba al igual que el calor y el placer, no sabía qué hacer para aumentar aquellas sensaciones como estaba deseando, sin embargo, podía incluso olvidarse de sus temores al ser besado de esa manera por un especialista como parecía ser Nikiforov.
Su cuerpo se estremecía ante la invasión de la que su boca estaba siendo víctima, aferrado al traje del varón a la par que era acorralado entre la pared y el cuerpo ajeno por completo. Su mente estaba quedando en blanco cuando sintió manos ajenas posándose en su cadera, acercándolo al cuerpo más grande, recobrando los sentidos y la prudencia, no podía permitir que aquello fuera más allá. Empujo al varón Nikiforov tomándolo desprevenido, abofeteándolo en el proceso por el atrevimiento.
― ¿Cómo se atreve?
Pequeñas lágrimas de ira sobresalieron de sus hermosos ojos cafés, y aunque parecía estar enojado con el mayor por haberse aprovechado de su falta de experiencia con varones, la realidad es que la furia era contra sí mismo, se había dejado llevar por el deseo que aquel hombre le generaba. Una sensación nueva que, aunque lo desconcertaba al hacer reaccionar su cuerpo de manera tan dócil sin su consentimiento, también le generaba gozo. Una vez fuera de las garras del peli-plateado se adentró a la tienda, ahora ese lugar se veía muy seguro al tener a su hermana y sus guardaespaldas más cerca.
Sin retenerle, con una sonrisa y mirada de satisfacción el mayor le dejo ir. Aunque se había dejado llevar un segundo por las reacciones tan dulces del pelinegro, tal reacción estaba dentro de sus planes al decidir robarle un beso desde el momento en que comenzaron la conversación. Tanto Mari como los guardaespaldas se sorprendieron un poco al ver al más joven de la familia Katsuki entrar de manera apresurada y recargarse en la puerta como si tratara de impedir el paso a alguien más.
― ¿Yuuri? ―llamo su hermana, sacándolo de sus pensamientos― ¿Estas bien?
El pelinegro parpadeo, enfocando a la única mujer. ¡Rayos! ¿Ahora que explicación debía darle a Mari para justificar su arrebato? ¿Cómo explicarle a su sobreprotectora hermana sin que arme un revuelo, que un varón le había robado un beso? ¿Mari se comportaría? Lo peor o más preocupante, dependiendo quien lo razonara ¿Cómo decirle que aquel varón no le era indiferente?
―Estoy bien, Mari-neesan. ―Sonrió nervioso, no quería problemas en su familia y preocuparlos por algo insignificante -como un posible romance- a comparación de los tratos entre países de su padre― Es solo que tengo un poco de calor. ¿Falta mucho?
―...No, en realidad, estamos por terminar. ―contesto no muy convencida de la respuesta que obtuvo.
Mari arqueo una ceja al ser incapaz de creer las palabras de su hermanito, aun así, supuso que no se trataría de algo grave por lo que regreso su atención al espejo enfrente de ella. Los guardaespaldas de los hermanos Katsuki se mantuvieron en su lugar, pero tampoco le creyeron al menor, no preguntarían nada más ya que si Mari no indagaba, ellos mucho menos. Yuri soltó un suspiro de gran alivio al no tener más las miradas de sus conocidos, recobrando la compostura al asegurarse que Viktor no le seguiría al interior de la tienda.
Continuara...
