Disclaimer: Los personajes son de S.M, la historia es mía, y cualquier parecido con otra es mera coincidencia.
Summary: Bella fue salvada por un vampiro cuando era pequeña. Años después, decide entrevistarlo. Entonces, en su puerta aparece un vampiro de pelo cobrizo que le hará perder la cabeza, y quizá, ¿enamorarse? AU EdxBe
Entrevista con el vampiro
Capítulo 1
Siempre era el mismo sueño. Se repetía una y otra vez todas las noches hasta que me despertaba sobresaltada en la cama.
Me encontraba en una habitación que no conocía, temblando de miedo, sin saber por qué estaba allí ni cómo había llegado. De repente un hombre entraba en la estancia. No llevaba máscara y podían verse infinidad de cicatrices surcando su rostro y sus brazos, como también se distinguía el olor a alcohol que llevaba con él. Y en su mano tenía una pistola. Era ahí cuando mis músculos se agarrotaban, impidiéndome reaccionar, cuando deseaba despertarme, pero nunca lo hacía. Entonces el hombre me apuntaba con la pistola y el tiempo parecía congelarse.
Pero nunca llegaba a escuchar el sonido del disparo que pondría fin a mi vida. Todo sucedía muy rápido, de repente el hombre que me apuntaba con la pistola estaba tirado en el suelo y encima de él otro hombre, mucho más joven y apuesto. Su rostro estaba contraído por la concentración y algunos mechones rubios caían delante de sus ojos. El arma que segundos antes había estado en manos del hombre que se encontraba en el suelo fue a parar a unos metros de mí. Mientras, los dos hombres seguían forcejeando, aunque el que había aparecido de repente parecía tener mucha más fuerza. Agarró al otro por el cuello y lo lanzó bruscamente contra la pared como si no pesase nada. Luego, con un movimiento tan rápido que mis ojos casi no lo siguieron se encontraba de pie junto al hombre y se agachó para comprobar si respiraba. Sacó el móvil, marcó y escuché como pedía una ambulancia. Después, con otro movimiento rapidísimo apareció delante de mí. Di un respingo, sobresaltada, y le miré a los ojos, que eran de un inusual color dorado. Posó una mano sobre mi hombro como si fuese lo más delicado del mundo.
-Todo va a salir bien -susurró con la voz más preciosa que había escuchado nunca, todo en él era perfecto. Y le creí. Alcé los brazos para agarrarme a él mientras los sollozos hacían acto de presencia. Siempre me sorprendía cuando veía mis pequeños bracitos, propios de una niña de cuatro años. Él me agarraba y me levantaba sin esfuerzo, sacándome de allí. Luego suponía que salíamos afuera y la luz del sol me cegaba durante un instante.
En ese momento me despertaba sollozando en la cama. Nunca le conté a nadie ese sueño mío tan extraño, no le encontraba sentido. Pero un día no pude contener la curiosidad y le pregunté a mi madre si había sucedido algo importante en mi vida cuando tenía cuatro años. Su reacción me sorprendió, se puso tensa y después de mirarme largamente me cogió de la mano y me sentó en el sofá.
-Creo que ya tienes edad suficiente para saberlo -dijo, más para sí misma que para mí-. Vas a cumplir dieciséis, ya eres todo una chica.
-Mamá, me estás asustando -susurré.
Ella suspiró.
-Sabes que Charlie, tu padre, trabajaba en Phoenix antes de mudarse a Forks. Pues en Phoenix también era el jefe de policía y un día, durante un atraco, detuvo a casi toda la banda más temida de todo el estado en esos años, salvo a uno, su jefe. En venganza, él te secuestró para pedir la liberación de sus amigos. Pactaron el lugar pero el jefe de la banda se olió que era una emboscada para pillarle y se negó a seguir con la negociación. Pensamos que iba a matarte, pero como por arte de magia un hombre anónimo llamó a una ambulancia y se encontró al jefe de la banda inconsciente en su apartamento. Tú te encontrabas a salvo, no sabemos muy bien cómo, pero era lo único que nos importaba en aquel instante -terminó su relato mientras recogía un mechón de mi cabello y lo ponía detrás de mi oreja.
Me quedé muda, sin saber cómo reaccionar.
-¿Me secuestraron? -mi madre asintió-. ¿Fue por eso por lo que os divorciasteis?
Renée hizo una mueca extraña y volvió a asentir.
Esa fue toda nuestra conversación, pero desde aquel instante vi a mi padre con otros ojos. Me fijé en cómo se preocupaba por mí a cada instante, lo que antes me molestaba ahora le encontraba sentido. Vivía atormentado por lo que había ocurrido.
Y yo cada vez estaba más intrigada. Descubrir que mi sueño no era un sueño, sino un recuerdo, hizo que varias preguntas se agolparan en mi mente, pero todas parecían girar en torno a una sola cosa.
¿Quién era aquel hombre rubio que me había salvado?
Reuní todas las cualidades que tenía. Ojos dorados, una hermosura indescriptible, rapidez, fuerza... Fui juntando poco a poco las piezas del puzzle, y gracias a internet mezclado con un poco de mi imaginación me dieron la respuesta.
Aquel hombre era un vampiro.
Desde aquel día que descubrí la verdad me obsesioné. Leí todos los libros escritos relacionados con los vampiros, y luego investigué -gracias a que tenía enchufe en la base de datos de la policía- todos los casos sin resolver. Múltiples asesinatos y desapariciones iban confirmando mis teorías, sobre todo los desangramientos; los vampiros existían. Y cada vez me convencía más de aquello.
Mis padres me dejaban tranquila, suponiendo que era una "obsesión de adolescente pasajera" y pensando que pronto se me pasaría. Sin embargo, mis amigos del instituto no se cortaban un pelo en decir que estaba loca y un tanto paranoica, y aunque me lo decían en broma tenía la sensación de que lo pensaban de verdad. Así que al final dejé de hablar sobre vampiros, guardando mis descubrimientos para mí sola. Mis padres se alegraron de que se me pasara aquella "etapa de mi vida", ya que decían que a mis diecisiete años tenía que centrarme en los estudios. Les dejé creer que todo había sido una ilusión mía.
Y de repente ya tenía dieciocho años y tenía que ir a la universidad. Me decidí por la de Seattle, ya que quería ser periodista y era la que más oportunidades me ofrecía, y así quedaba a unas pocas horas de Charlie, que vivía en Forks. En principio mi madre se iba a mudar conmigo, pero Phil, su actual marido, tenía que viajar. Entonces todo quedó reducido a mi inesperado regalo de cumpleaños; un apartamento en Seattle dónde viviría sola. SOLA. A mis dieciocho años eso sólo se reducía a una cosa: Libertad.
Empecé la Universidad e hice nuevos amigos a los que no le conté la verdad oculta al mundo; que existían los vampiros. Sólo uno de ellos, que antes vivía en Phoenix y que también iba a la misma Universidad conocía mi secreta obsesión. Pero no hizo ningún comentario y yo se lo agradecí.
Aunque mis ansias por saber no disminuían, es más, iban en aumento. Decidí que no podía quedarme de brazos cruzados, tenía que actuar. Quería descubrirlo todo. Puse un anuncio en el periódico:
Recompensa a aquel que pueda decirme lo que es ser un vampiro,
Por supuesto, iba con indirectas. Esperaba que alguno de ellos lo leyese y lo entendiese. Pero los días iban pasando e únicamente me llamaban gente aburrida que no tenía otra cosa que hacer, o simplemente para charlar. Pasaban las semanas, y yo poco a poco me fui olvidando de aquel anuncio, concentrada sólo en los exámenes, hasta llegar al día de hoy.
Suspiré con cansancio y me serví una copa de vino mientras leía Cumbres Borrascosas por... ¿cuanta? ¿Decimoquinta vez en menos de dos meses? Puede ser, ya no las contaba. Iba únicamente vestida con una camiseta grande que utilizaba para dormir, ya que al acercarse el verano hacía bastante calor en Seattle. Tenía la ventana abierta del salón por dónde entraba una ligera brisa que provocó que se me pusiese la piel de gallina. Volví a suspirar y a dar un sorbo a mi copa cuando unos suaves golpes en la puerta me distrajeron. No esperaba visita.
Confundida, dejé la copa de vino en la mesa al lado del libro y me levanté. ¿Quién sería? Me acerqué lentamente a la puerta, teniendo en cuenta que el vino y mi equilibrio no combinaban nada bien. Por suerte, llegué sin incidentes a la puerta y la abrí.
Mis ojos se encontraron con otros de un color dorado que provocaron que mi respiración se parase y mis rodillas comenzaran a temblar. Era él, el hombre que me había salvado. Me concentré en volver a coger aire mientras mi corazón se aceleraba.
Entonces me fijé, no era el mismo hombre. El que me había salvado hacía ya tantos años debía de tener unos treinta años, y este solamente era un chico de diecisiete, más o menos. Tenía el pelo cobrizo y despeinado, dándole un aire casual y, para que no decirlo, bastante sexy. Su rostro parecía el de una estatua de belleza infinita -sobre todo porque su piel tenía el color de la tiza-, salvo que aquella estatua sonreía con una media sonrisa pícara que me cortaba la respiración.
Intenté concentrarme y decir algo coherente cuando el rostro del chico que tenía delante cambió. Antes me miraba con curiosidad, incluso algo divertido, pero de repente se puso serio y tenso. Vi como sus ojos dorados cambiaban gradualmente de color, volviéndose negros como el carbón y mirándome con furia. Me quedé estática en mi sitio, con el corazón latiendo desenfrenado. Todo comenzó a dar vueltas, y aquel silencio incómodo se vio roto por mis jadeos. Me había olvidado de respirar.
El chico volvió a poner aquella medio sonrisa pícara y un tanto socarrona con esfuerzo y siguió mirándome de arriba abajo. Sabía la impresión que debía de tener de mí. Una chica de apenas dieciocho años cumplidos, de piel blanca, ojos chocolate y el cabello color caoba sujeto con un boli en un moño revuelto, solamente vestida con una camiseta grande que me llegaba a las rodillas y unas braguitas. Aunque puede que aquel último detalle sólo lo supiera yo.
Cuando volví a la realidad me di cuenta de que llevábamos cinco minutos sin decir nada en el rellano, por lo que decidí espabilarme. No tenía duda de qué era aquel chico. Un vampiro.
-Hola -conseguí decir, y mi voz salió más tranquila de lo que en realidad me sentía.
-Hola -respondió el chico con aquella sonrisa socarrona. Su voz era aterciopelada y seductora, atrayéndome inevitablemente hacia él.
Me hice a un lado para dejarle pasar. Alzó una ceja, interrogante, a lo que yo le hice un gesto insistente para que entrase. Cruzó la puerta y no pude evitar sorprenderme de la elegancia con la que se movía. Cuando quise darme cuenta me había quedado mirándole con la boca abierta. La cerré al mismo tiempo que la puerta y andé dubitativa detrás de él. Vi cómo se quedaba quieto en medio del salón, sin saber muy bien qué hacer. Yo me senté en el sillón en el que estaba antes y le hice una seña para que se acomodase en el sofá. Sin dejar de sonreír, se sentó enfrente de mí.
-Supongo que has venido por lo del anuncio -conseguí decir sin que me temblara la voz, un milagro. Aunque no podía evitar retorcerme las manos del nerviosismo.
-Supones bien -respondió simplemente, sin perder su sonrisa.
-Bella -me presenté, tendiéndole la mano. Él me la estrechó sólo una vez, delicadamente. Pude sentir su piel fría y dura al tacto, que retiró inmediatamente cuando una corriente eléctrica me recorrió el cuerpo entero. Me quedé paralizada durante un instante, y por su ceño fruncido supe que él también lo había sentido.
-Yo soy Edward -dijo.
Asentí nerviosa con la cabeza, saliendo de mi parálisis, sin saber muy bien qué hacer.
¡Reacciona, Bella!, me dije a mí misma. Esta era la oportunidad de mi vida para confirmar todas mis preguntas y la estaba desperdiciando. Edward, que así era como se llamaba aquel vampiro, no dejaba de mirarme con aquellos ojos dorados que me descolocaban, poniéndome todavía más nerviosa.
-¿Quieres tomar algo? -pregunté atropelladamente. Su sonrisa se ensanchó.
-En estos momento sólo me gustaría tomarte a ti -respondió con voz seductora, provocando que mi corazón se acelerase. Aquello no hacía más que afirmar lo que ya sabía y reprenderme por ser tan estúpida. Tragué saliva mirándole con cautela a lo que él se rió, su risa fue música celestial para mis oídos-. Tranquila, no voy a hacerte daño -dijo, y esta vez distinguí su blanca y brillante dentadura.
-Estoy tranquila -musité.
No podía creerme que me estuviera comportando de manera tan estúpida. Dios mío, tenía que reaccionar.
Me levanté de golpe del sofá.
-Disculpa un segundo -murmuré, quizá demasiado bajo para que me escuchase, pero vi de reojo cómo asentía. Corrí hacia mi habitación y rebusqué frenética en los cajones para encontrar mi grabadora, no quería perderme nada de lo que iba a decir. Cuando la encontré y comprobé que funcionaba volví al salón. Casi parecía un milagro que todavía siguiese allí. Me senté en mi sitio y puse la grabadora encendida en la mesita de café que nos separaba. Clavé mis ojos en los suyos, que me miraban interrogantes.
-Edward, ¿puedo hacerte una pregunta? -inquirí, intentando sonar profesional. Él sonrió.
-Claro.
-¿Eres un vampiro? -pregunté sin rodeos. Sus ojos dorados parecieron brillar por un instante, pero mantuvo la compostura.
-Sí -respondió. Y a mí por poco me da algo.
¡Un vampiro! ¡Sí, estaba hablando con un vampiro en mi salón! Aquello no sucedía todos los días. Procuré calmar mi acelerada respiración.
-Cuéntame tu historia, Edward -pedí mientras guardaba silencio para escuchar deseosa su respuesta.
El vampiro suspiró y comenzó a relatar.
-Mi nombre es Edward Cullen. Nací en Chicago en 1901. Mi padre se llamaba Edward, como yo, y mi madre Elizabeth. En 1918 tenía diecisiete años, y me encontraba en un hospital muriéndome de gripe española. Allí fue dónde me encontró mi pad... es decir, el vampiro que me convirtió -noté su vacilación, pero me abstuve de interrumpirle. Edward se pasó la mano por su cabello cobrizo, despeinándolo aún más, y tragué saliva audiblemente. Él me miró sonriendo de medio lado, mientras unos pensamientos bastante impuros, cómo diría mi madre, acudían a mi mente-. Mis padres ya habían muerto, estaba solo. Fue por ese motivo que me eligió, nadie se daría cuenta de mi desaparición.
-¿Cómo fue? -pregunté en un murmullo apenas audible, sin tiempo para morderme la lengua. Él se rió de forma despreocupada.
-Fue difícil -admitió-. No todos darían parado, ya que una vez que probamos la sangre humana nos es casi imposible contenernos. Pero aún así lo hizo. Para mí únicamente fue muy doloroso.
-¿Y cómo te sentiste? -volví a preguntar, maldiciéndome mentalmente por no dejar que hablase él. Sin embargo a Edward no parecían molestarle mis preguntas, volvió a reír con esa melodía para mis oídos.
-Bueno, me sentí bien, supongo -se encogió de hombros-. Todo es muy distinto.
-¿Cómo qué? -inquirí, sin darme cuenta me iba inclinando hacia delante. Sus ojos dorados se clavaron en los míos con fuego ardiendo dentro de ellos. Por un instante creí que de sed, pero no me dio tiempo a comprobarlo pues apartó la mirada.
-Primero de todo el dolor de la garganta. La sed, se parece bastante a que te pongan una estufa ardiendo sobre tu garganta. Al principio es insoportable, pero con los años pasa a ser sólo molesto. Después están los sentidos agudizados, el poder ver, oler, y escuchar todo -se giró hacia mí para mirarme con una sonrisa socarrona cuando mi corazón se aceleró. Era bastante embarazoso ahora que sabía que él podía escucharlo-. Luego también está el no dormir. Nunca -aclaró ante mi mirada incrédula-, eso te deja con mucho tiempo libre. El sol no te quema, pero no nos podemos exponer a él delante de los humanos. También está que no envejecemos nunca, nuestra piel es pálida, fría y dura. Nuestros ojos cambian de color si estamos sedientos o no. Luego está la fuerza y la velocidad sobrehumana... -todo lo que me decía podría sonar sacado de un cuento de hadas, y a cualquiera que se lo comentaras te tomaría por loco, pero yo me lo creí. Porque sabía que era verdad. Me cuadraba bastante bien, en mi recuerdo aquel hombre se movía tan rápido que no podía ni verlo-. Y claro está, luego están los dones -dijo Edward, sacándome de mis cavilaciones.
-¿Dones? -pregunté con la voz ronca, y me apresuré a aclarar la garganta. Él sonrió.
-Sólo algunos pocos vampiros tienen dones, no es algo corriente, pero aún así se da en uno de diez o así -comentó, como restándole importancia.
-¿Tú tienes algún don? -susurré tan bajo que a oídos humanos no me daría escuchado. Su sonrisa se borró y no entendí el por qué.
Edward se inclinó hacia mí, sólo separados por la pequeña mesa de café y comencé a hiperventilar. Su cercanía me deslumbraba. Él me miró fijamente unos segundos antes de liberarme de su encanto, que fue cuando estallé en jadeos buscando aire para respirar.
-Puedo leer las mentes -dijo, tocándose disimuladamente la frente y otra vez con esa sonrisa socarrona.
La sangre huyó de mi rostro. ¿Me había estado leyendo la mente todo este tiempo? ¡Qué vergüenza! No, no podía ser, si no habría comentado algo. ¿no? Tipo, deja de pensar esas cosas conmigo, ¿verdad?
Él se rió ante mi cara de pánico, pero sus ojos permanecían serios.
-Puedo leer todas las mentes -susurró-, salvo una; la tuya.
Suspiré de alivio y me dejé caer pesadamente en el sillón. Menos mal, pensé.
-Me pregunto por qué será -murmuró para si mismo, sin dejar de mirarme.
Me encogí de hombros disimuladamente. Mejor así, no quería ni imaginarme qué habría ocurrido si Edward se llegara a enterar de lo que había pensado hacerle minutos antes. Mis mejillas comenzaron a arder por la vergüenza y desvié la mirada al suelo. Volví a alzarla rápidamente cuando escuché un gemido.
Edward tenía sus ojos negros como el carbón clavados en mis mejillas.
Me levanté del sillón torpemente mientras me maldecía mentalmente por ser tan descuidada.
-Lo siento -me disculpé-. Ha sido mi culpa, no sabía que te afectara tanto -volví a sonrojarme. Mierda.
-¿Te disculpas por sonrojarte? -preguntó él con ironía, aunque no apartó ni un segundo sus ojos de mí. Asentí con la cabeza y él se rió.
Sacudió la cabeza mientras mascullaba algo que no logré entender.
Me quedé mirándole mientras se pasaba otra vez la mano por el pelo y un suspiro se escapó de mí. Como siempre, mi enorme bocaza salió a escena y no pude impedirlo.
-¿Seguro que eres un vampiro? -le pregunté, y mi voz sonó más escéptica de lo que creía. Edward me miró asombrado, como preguntándose si era tonta. Otra vez la vergüenza volvió a acudir a mis mejillas y desvié la mirada al suelo.
-Te lo demostraré -le escuché decir antes de salir volando por los aires.
Mi espalda chocó contra la pared en medio segundo y jadeé por la sensación tan fuerte de velocidad. Edward me agarraba por los brazos, su cuerpo a centímetros escasos del mío y su boca de pecado enfrente de la mía, junto con aquella sonrisa socarrona y pícara de medio lado que me hacía perder la cabeza. Me perdí en sus ojos dorados.
-¿Convencida? -exhaló su aliento sobre mi piel, haciéndome cosquillas. Igual que había sucedido antes, el contacto de sus frías manos sobre mis brazos mandaba miles de descargas eléctricas por mi cuerpo. Pude sentir como humedecía mis braguitas.
En ese instante, los ojos de Edward cambiaron a negros, oscurecidos por un deseo que me asustó en un principio. Observé como olía el aire, y con vergüenza me di cuenta de que olía mi excitación. Entonces un impulso se apoderó de mí, demasiado fuerte para detenerlo.
Estrellé mis labios contra los suyos. Sentí como se tensaba, pero no me importó. Me había besado con chicos antes, pero ninguno había provocado aquellas sensaciones en mí. Sentía como si miles de mariposas revolotearan en mi estómago. Seguí insistiendo al ver que él no se movía. De repente, sus fríos y pétreos labios correspondieron a mi beso con un deseo y una necesidad bastante parecidos a la mía. Edward soltó mis brazos y me agarró por la cintura, por lo que pude enredar mis dedos en su pelo cobrizo, algo que había estado deseando desde que le vi. Los labios de Edward se movían exigentes sobre los míos. Entonces sentí como todo comenzaba a dar vueltas e intenté separarme. Cuando lo conseguí cogí aire, procurando que la habitación dejase de dar vueltas. Me había olvidado de respirar otra vez.
Edward se reía de mí, paseando su nariz por mi cuello, aspirando. Pero no tenía miedo, me daba igual lo que hiciese conmigo con tal de volver a sentir sus labios sobre los míos. Él sonrió y comenzó a darme pequeños besos por el cuello, subiendo por él hasta llegar otra vez a mi boca. Volvimos a fundirnos en un beso necesitado, que se volvía más pasional cada vez. Sentía mi piel arder allí dónde me tocaba y cada vez mi respiración se aceleraba al igual que mi corazón. Sus manos pronto se deshicieron del boli que mantenía recogido mi pelo, dejando que este cayese formando tirabuzones por mi espalda. Él enredó sus dedos en ellos sin dejar de sonreír. De repente sentí como algo vibraba contra mi pierna, Edward gruñó, pero no hizo amago de dejar lo que estaba haciendo, por lo que no le di importancia y seguí disfrutando. Me acarició la espalda a través de la camiseta que llevaba y se me escapó un pequeño gemido. Fue entonces cuando se volvió loco.
Se separó de mí mirándome con deseo y en un abrir y cerrar de ojos me encontraba tumbada sobre algo mullido que no podía ser otra cosa que mi cama. Edward se colocó encima de mí, aunque sin dejar que ningún gramo de su peso me aplastase. Comenzó a besarme por todos lados, por mis mejillas coloradas, mi frente sudorosa, mis labios, mi cuello, mi hombro descubierto. Y yo lo único que podía hacer era jadear de placer mientras cerraba los ojos ante las millones de sensaciones que me recorrían. Una de sus manos me acarició el muslo, subiendo despacio al mismo tiempo que subía mi camiseta. Un gemido se escapó de mis labios cuando esa misma mano me agarró una nalga con fuerza y empezaba a masajearla.
Nunca antes alguien me había tocado y acariciado de aquella manera, como si fuese lo más frágil del mundo, pero al mismo tiempo con un deseo salvaje que llevaba al límite a mi cordura. Y esto me encantaba.
Mis manos se dirigieron temblorosas a su camisa, que se pegaba a su cuerpo resaltando todos sus músculos perfectamente torneados y tensos. Edward no separaba su boca de mi cuerpo al mismo tiempo que su mano ascendía por mi espalda, acariciándola por debajo de la camiseta. Intentando parecer segura, fui desabrochando uno a uno los botones de su camisa, dejando su pecho al descubierto, frío, pálido y duro, cómo él había dicho, pero al mismo tiempo perfecto. Con un fluido movimiento demasiado rápido para mis ojos Edward se quitó la camisa, dejándola en alguna parte de mi habitación.
Comencé a acariciar su pecho, perdiéndome en él. Una enorme sonrisa se extendió por mis labios cuando escuché un pequeño suspiro salir de su boca. Edward seguía besando mi piel, y yo entrelacé mis brazos en su cuello y lo atraje hacia mí. Ataqué su boca sin piedad y sin tregua, y pude sentir como sonreía. Bajé de su boca a su cuello, dándole un pequeño mordisco que no le hizo daño. Se rió en mi oreja antes de seguir besando mi hombro.
Mi cuerpo estaba ardiendo, y se veía contrastado con su baja temperatura, provocando que miles de descargas eléctricas me recorrieran. Apoyé las manos en su pecho y empujé con todas mis fuerzas, pero no conseguí moverle ni un milímetro. Sin embargo, él reaccionó y se separó de mí. Volví a empujarlo hasta que fue él el que quedó tumbado en la cama. Con una pequeña sonrisa, me senté a horcajadas encima de Edward, haciendo que sus ojos negros de deseo se clavaran en mí junto con su sonrisa socarrona. Me mordí el labio inferior, excitada sólo de pensar que tenía a un vampiro debajo de mí para mi entera disposición.
Sin apartar mi mirada de la suya, cogí el borde de mi camiseta y me la saqué, quedando solo con unas pequeñas braguitas. Inmediatamente Edward se tensó, y pude ver como me miraba hambriento. Mi respiración se aceleró todavía más mientras me volvía a morder el labio. Apoyé las manos en su pecho, sintiendo como bajaba y subía rápidamente. Sus manos pronto estuvieron en mi cintura, subiendo por mi abdomen hasta llegar a mis pechos. Mis pezones ya estaban duros gracias a él. Eché la cabeza hacia atrás cuando sentí sus dedos pellizcándolos y masajeando mis pechos. Un gemido se escapó de mis labios, seguido de otro, y otro. Pronto sus dedos fueron sustituidos por su boca, dónde su lengua se entretuvo jugueteando con mis pezones, lamiéndolos y haciendo círculos encima de ellos. Enredé mis dedos en su pelo cobrizo, atrayéndole más a mí si era eso posible. Sus brazos rodearon mi cintura y me atrajeron hacia su cuerpo. Subió su cabeza hasta que nuestras bocas se volvieron a fundir en un beso ardiente, mientras que nuestros pechos desnudos chocaban entre ellos. Pude sentir algo más en aquel beso, una desesperación y una necesidad de saciar aquella excitación que habíamos provocado.
En medio segundo me encontraba de vuelta abajo. Sonreí ante su rapidez y proseguí con nuestro beso. Un gemido salió de sus labios, mucho más alto que los otros y eso sólo provocó que yo también gimiese. Mordí su labio inferior y metí mi lengua con brusquedad en su boca. Él enredó sus dedos en mi pelo y puso una mano en mi nuca.
Entonces volví a sentir como algo vibraba contra mi pierna. Edward volvió a gruñir y se separó de mí a regañadientes. La burbuja de lujuria pareció romperse y empecé a darme cuenta de lo altos que sonaban mis jadeos. Edward sacó un móvil del bolsillo de su pantalón; así que era eso. Vi como miraba el número y gruñía entre dientes, cerrando los ojos con fastidio. Escuché un sonido sordo en la pared y giré la cabeza asustada para ver un montón de trozos plateados y cables en el suelo. Caí en la cuenta de que aquello era el móvil. Edward lo había destrozado lanzándolo contra la pared.
Me giré hacia él, interrogante. Su mirada era cautelosa y su respiración acelerada.
-¿Quién era? -pregunté en un susurro. Tardó en contestar.
-Nadie importante -dijo al fin, encogiéndose de hombros.
-Está bien -sonreí, restándole importancia.
Entonces le agarré por la nuca y tiré de él hacia mí. Por suerte se dejó llevar y sus labios se volvieron a posar en los míos, ardientes, deseosos. Nuestra burbuja volvió a envolvernos y sólo existimos nosotros.
Su lengua irrumpió en mi boca y recorrió sitios que ningún otro había probado. Sentí sus caricias por mi espalda, provocando que mi piel se erizase. En un segundo, Edward se separó de mí y al volver me fijé en que ya no llevaba pantalones. Sonreí. Chico listo.
Él me devolvió la sonrisa, y fue en aquel instante en que distinguí su enorme erección y me hice una idea de lo que aquellos boxers escondían debajo. Mis ojos se abrieron como platos y mi respiración se aceleró. Edward seguía sin moverse, estudiando mi reacción.
Bajé mi mano por su pecho hasta llegar a los boxers. Empecé a quitárselos lentamente, dejando libre al "pequeño Eddie", aunque de pequeño no tenía nada . Mis ojos se abrieron aún más y jadeé. ¿Aquello iba a entrar dentro de mí? Sus boxers desaparecieron como por arte de magia y agradecí su súper velocidad. Alcé la vista de su miembro hacia su rostro, que me miraba cauteloso otra vez. Quizá esperando que saliese de allí corriendo. No iba a dejar que creyera eso.
Una traviesa sonrisa apareció en mi rostro y le miré con deseo. Sentí como su respiración se aceleraba. Alcé las piernas y las enrosqué rápidamente alrededor de su cintura, provocando que nuestros sexos se rozaran, sólo separados por una fina tela. Gemimos los dos al mismo tiempo.
-¿Estás segura? -preguntó de pronto con voz ronca. Miré sus ojos negros como el carbón. Sí, estaba segura. Lo había estado desde que entró por la puerta.
Parecía leer la respuesta en mi rostro, porque de repente me arrancó las braguitas y sentí la punta de su miembro en la entrada de mi sexo. Arqueé la espalda mientras clavaba las uñas en sus musculosos brazos. Nunca antes había experimentado esto, y me gustaba demasiado. Sentí como el miembro de Edward entraba dentro de mí lentamente, llenándome por completo. Entonces todo tuvo que joderse.
Sentí dolor y una mueca se formó en mi rostro. De repente me sentí vacía y al abrir los ojos vi que estaba sola en la cama. Me levanté de golpe y busqué a Edward por mi habitación, encontrándolo sentado en una silla con los ojos cerrados.
-Edward -le llamé.
-Siento haberte echo daño -gimió él, tapándose la cara con las manos-. Lo siento -susurró.
-Edward, eso es normal -dije, para luego admitir en voz baja-. Es... mi primera vez.
Alzó la cabeza de golpe y me miró incrédulo y quizá un poco horrorizado.
-Bella, dime que no es cierto -pidió-. Dime que no querías perder tu virginidad con un vampiro.
Bajé la vista, sintiendo como los ojos se me llenaban de lágrimas ante sus secas palabras y su duro tono de voz. Unas manos acunaron mi rostro y lo alzaron, encontrándome con dos orbes dorados que me miraban tiernamente.
-Por favor, no llores -murmuró, besándome dulcemente en las mejillas allí dónde lágrimas resbalaban por mi rostro.
-Edward, siempre quise que mi primera vez fuese especial, con un hombre que me hiciese llegar al cielo, que me tratase bien, que fuera delicado conmigo, que hiciera que me excitase sólo con tocarme, porque sólo con ese hombre podría perder mi virginidad -confesé, para luego alzar mis labios y besar los suyos-. Y ese hombre eres tú.
Con delicadeza, Edward volvió a agarrarme por la cintura y me depositó en el centro de la cama. Enredé los dedos en su pelo cobrizo, enlazando mi mirada en la suya, atrayéndole hacia mí para volver a besarlo.
Sentí otra vez como su miembro entraba dentro de mí, llenándome. Esta vez el dolor fue arrasado por el placer. Cerré los ojos y jadeé con fuerza su nombre, clavando las uñas en su piel. Pegué mi cuerpo más al suyo y enrosqué las piernas en su cintura, dándole una mayor movilidad.
Comenzó a embestirme despacio, dejando que me acostumbrara a él. Pronto aceleró el ritmo, arrancando varios gemidos de los dos. Su miembro salía completamente de mí para luego entrar de golpe, llegando a tocar el final. Mis gemidos iban en aumento, al igual que el calor, que se acumulaba en mi bajo vientre, y mis paredes se tensaban alrededor de su miembro. Edward se movía ahora a una velocidad que para un humano sería imposible de seguir. Nuestros cuerpos completamente pegados y unidos; no podía pedir más.
Pronto, demasiado para mí gusto, y con una última estocada, el calor acumulado en mí pareció explotar, envolviéndome con una sensación tan intensa como placentera. Creo que grité el nombre de Edward, pero no estaba segura, pues en aquel momento me encontraba en el paraíso. Sentí como Edward se derramaba en mi interior, prolongando mi intenso orgasmo. Un rugido ronco y gutural salió de su pecho, llevándome así a mí también a la gloria.
Jadeé en busca del aire que me faltaba. Edward me dio un beso en mi frente sudorosa antes de dejarse caer a mi lado, cubriéndonos a los dos con la sábana. Rápidamente me acurruqué junto a él, apoyando la cabeza en su pecho y enroscando una pierna en su cintura. Sentí como se reía, dándome pequeños besos en el pelo a la vez que lo apartaba de mi cara, dónde una sonrisa parecía haberse tatuado en ella. Suspiré profundamente, deseando que aquello no se terminase nunca.
-Edward -susurró mi bocaza antes de poder contenerla.
-¿Sí?
-¿Vas a volver? -pregunté, temiéndome la respuesta. Al ver que no respondía alcé la vista, temerosa de descubrir el rechazo en sus ojos, pero sólo reconocí la duda en ellos. Pero pareció disiparse nada más mirarme a los ojos.
Sonrió de oreja a oreja antes de darme un pequeño beso en la nariz.
-Por supuesto, todavía no hemos terminado la entrevista, ¿no? Seguramente tengas todavía muchas preguntas que hacerme.
Una enorme sonrisa se instaló en mi cara. Iba a volver, podría verlo de nuevo. Eso sólo hizo que me alegrase la noche aún más.
-Gracias -dije con devoción antes de besarle en los labios con toda la alegría del mundo. Correspondió a mi beso, apoyando una mano en mi nuca. Cuando sentí que volvía a encenderme, intenté subirme encima de él, pero me paró riéndose.
-Bella, hace tiempo que no soy humano, pero recuerdo que teníamos que dormir por lo menos ocho horas, y yo ya te he quitado la mitad de la noche.
-No me importa -respondí, deseando volver a besarlo, pero no me lo permitió.
-Duerme -susurró en mi oreja, exhalando en aliento encima de mi piel y empleando todo el poder de su mirada dorada.
-Está bien -accedí, haciendo un mohín como una niña pequeña.
Volví a apoyar la cabeza en su pecho al mismo tiempo que se reía y me dejé envolver por los brazos de Morfeo, sabiendo que al lado tenía al ser más perfecto del mundo sólo para mí, por lo menos, durante una noche más.
Sonreí de nuevo ante la idea.
Hola a todos!
Este es mi primer short fic, aqui en fanfiction. Sólo tendrá unos capítulos, ya están escritos, solo me falta el epílogo.
Espero que lo disfruten, ¿reviews?
JaZmiN Cullen
