Harry Potter y el principio del fin
1. Buscando esperanza
Era una noche clara y despejada. La luna llena emitía una luz casi irreal sobre los tejados de Little Whinging. Todo estaba quieto y silencioso. El chico estaba sentado en el único columpio que no estaba roto en todo el parque. Se columpiaba suavemente, con los pies apoyados en el suelo. Parecía no pertenecer a ese lugar, donde todo estaba limpio y reluciente. Llevaba un jersey desteñido del que le sobraban dos o tres tallas, y unos pantalones muy anchos, que arrastraban por el suelo. Su pelo era negro azabache, muy despeinado y erizado por la nuca. Levantó la cabeza, y sus ojos, de un hermoso verde esmeralda, exploraron la calle, buscando algún retazo de esperanza. Tenía una extraña cicatriz con forma de rayo en la frente.
Una lágrima silenciosa resbaló por su mejilla. Despacio, como en un trance, levantó el brazo derecho y se secó la cara. De pronto, como si hubiera tomado una decisión, el chico se levantó del columpio y echó a andar hacia el paseo Glicinia.
Harry caminó sin rumbo fijo por la calle, con las manos en los bolsillos, mirando sus zapatillas y pensando. Llevaba varias semanas igual, caminando por las vacías y silenciosas calles, sentándose en cualquier parte y sumiéndose en sus pensamientos durante horas. No era consciente de nada de lo que sucedía a su alrededor, no le importaba que los vecinos rechinaran los dientes y murmuraran cada vez que lo veían, ni que los niños se apartaran o echaran a correr siempre que él estaba cerca.
En realidad, ya no le importaba nada. Lo único que quería era huir de aquel abismo que lo perseguía fuera donde fuera, que lo carcomía por dentro, que se iba apoderando de cada pensamiento alegre que surgía. Sólo quería tener de nuevo a Sirius... Quería oír de nuevo su atronadora risa, escuchar sus consejos, ver su rostro radiante de felicidad. Tenía un agujero en el pecho, como si le hubieran arrancado el corazón y lo hubieran arrojado, aún palpitante, sobre el barro. Jamás se había sentido tan mal.
Miró su reloj. Eran las tres de la mañana, y los ojos empezaban a irritársele por culpa del cansancio, así que se dirigió al número 4 de Privet Drive. Todas las luces de la casa estaban apagadas. Abrió la puerta con la llave que los Dursley le habían dado la semana anterior. La verdad era que ese verano sus tíos no lo regañaban, ni le obligaban a volver a casa antes que Dudley, e incluso le saludaban por las mañanas, pero a Harry eso ya no le importaba. Sabía que tío Vernon, tía Petunia y Dudley tenían miedo de que Harry escribiera a Moody contándole que lo trataban mal.
Al principio, Harry escribía extensas cartas contándole a Moody los pormenores de la vida en Privet Drive, pero poco a poco las fue acortando, y ahora sólo escribía cosas como Todo bien o Sigo igual . Las contestaciones, una vez por semana, no le decían mucho. Siempre eran lo mismo: No hagas magia, no hagas nada precipitado y todo saldrá bien . De vez en cuando recibía alguna carta de Ron y Hermione, sus mejores amigos en Hogwarts, que le decían que tuviera paciencia, y que pronto irían a recogerlo. Harry, por su parte, no estaba seguro de querer verlos.
Subió las escaleras, sin preocuparse por el ruido que hacía, y fue a su habitación. Hedwig había vuelto ya de entregar el último mensaje de Moody, pero no estaba sola. También estaban Pigwidgeon, la diminuta lechuza de Ron, y otras dos lechuzas desconocidas: una grande y gris, y otra blanca, bastante joven, todas con paquetes. De pronto Harry se acordó: aquél día era su cumpleaños. Se sentó en la cama y cogió el paquete de Pig. Abrió sin mucho ánimo la carta y leyó:
¡Felicidades Harry!
¿Cómo estas? ¿Te tratan bien los muggles? Por
aquí todo sigue igual, salvo que Percy llegó el otro día
y pidió disculpas a papá. Se han reconciliado, pero Percy sigue
viviendo en Londres porque dice que no quiere causar más
molestias y que le conviene ganarse la vida. Fred y George
están casi siempre en la tienda de artículos de broma y no
vienen mucho a casa, porque a mamá sigue sin gustarle lo de
la tienda y cada vez que vienen se ponen a discutir.
Mamá ha pedido permiso a Dumbledore para que te deje
venir, y Dumbledore está de acuerdo. Ya te explicará Moody
el plan.
Hasta pronto,
Ron
Harry se quedó mirando la carta. No sabía si estaba preparado para tener compañía. De todas formas, le vendría bien tener algo que hacer, y en la Madriguera siempre había trabajo. ¿O tal vez lo llevarían al cuartel general de la Orden del Fénix? Harry estaba seguro de que si volvía a ver la antigua casa de Sirius se derrumbaría. Esperaba que hubieran cambiado el cuartel. Pig seguía allí por si tenía que llevar la contestación, pero Harry la llevó a la ventana y dejó que se fuera. Cogió el paquete de Ron. Éste consistía en una caja de ranas de chocolate, una bolsa de grageas Bertie Bott de todos los sabores y algunas varitas de regaliz. Volvió a sentarse y, mientras mordisqueaba distraídamente una varita de regaliz, cogió la carta de Hedwig, que era de Moody.
Felicidades, Potter. Espero que los muggles no te hayan tratado
muy mal, pero de todas formas vamos a sacarte ya de allí.
Pide permiso a tus tíos, aunque lo haremos pase lo que
pase. Ten preparadas tus cosas el viernes a las 6 y media.
Escribe diciendo si los muggles te dejan.
Hasta pronto,
Alastor Moody
Harry dejó el pergamino junto al de Ron. Cogió la carta de la lechuza gris, y distinguió la letra de Hermione:
¡Hola Harry!
¡Feliz cumpleaños! ¿Cómo estás? Yo estoy muy bien,
deseando que empiece el curso. Ron me ha dicho
que van a recogerte pronto. Yo me reuniré más tarde
con vosotros. He pasado las vacaciones en Escocia,
¡es fantástica! Tiene un montón de monumentos, es
preciosa. Tiene un pueblo enteramente mágico, como
Hogsmeade, ¡y hemos visto al monstruo del Lago Ness!
es enorme, parece un dinosaurio. Seguro que a Hagrid
le encantaría verlo... Bueno, ya te contaré cuando nos
veamos. Disfruta el poco tiempo que te queda de verano.
Nos vemos,
Hermione
Harry estuvo un rato pensando cómo sería tener por una vez unas vacaciones normales, y luego abrió el paquete de Hermione. Era un libro sobre embrujos y contraembrujos. Cogió la última carta, que era de Hagrid.
Querido Harry:
¡Felicidades! ¿Qué tal estás? Yo me muero de ganas
de que empiece el curso y volver a veros. ¡Sexto ya,
Harry! ¡Dieciséis años! ¿Cómo te sientes?
Bueno, ya nos veremos el 1 de septiembre, y me
contarás cómo has pasado el verano.
Hasta pronto,
Hagrid
Posdata: Grawp aprende muy rápido. ¡Ya podemos
hablar tranquilamente, y es mucho menos violento!
Harry sonrió débilmente. Hagrid había encontrado a su hermanastro en las montañas, y no había podido resistirse a llevarlo con él. Grawp medía 5 metros y se escondía en el Bosque Prohibido. Harry esperaba que Hagrid tuviera el buen juicio de no llevarle una "amiguita" a Grawp, como había insinuado el curso anterior. Amontonó los paquetes y pergaminos en la mesita, se puso el pijama y se echó en la cama. Se quedó mirando al techo, sumido en sus pensamientos, y, poco a poco, se fue sumergiendo en el sueño.
Al día siguiente, domingo, Harry despertó tarde. Vio las cartas y regalos de sus amigos y se sintió algo mejor. Se vistió despacio, medio dormido, y bajó a desayunar. Tía Petunia, delgada, rubia, con un cuello excepcionalmente largo que le servía para espiar por encima de la valla a sus vecinos y cara de caballo, le dirigió una mirada de terror y un leve "Buenos días", mientras preparaba más tostadas para Dudley. Tío Vernon, moreno y enorme, gruñó débilmente. Su primo Dudley, gordísimo y robusto (seguía practicando el boxeo), con su pelo rubio aplastado contra el cráneo, no hizo el más leve gesto, y siguió con sus ojos de cerdito fijos en la pantalla de televisión, y sus múltiples papadas temblando mientras engullía sin parar una bolsa de patatas fritas.
Harry comió sus tostadas en silencio, pensando lo que iba a decir. Cuando tío Vernon se disponía a salir de la cocina, Harry engulló lo que le quedaba de tostada y salió detrás de él.
-¿Tío Vernon?
Tío Vernon gruñó de nuevo, mientras caminaba por el pasillo.
-Esto... van a venir a recogerme unos amigos.
Su tío se paró en seco a mitad del pasillo. Se dio la vuelta despacio, y se quedó mirando a Harry con los ojos muy abiertos, como si lo viera por primera vez. Su enorme rostro de hipopótamo estaba más rojo que un rábano con insolación.
-En... ¿En serio?-preguntó con una nota de pánico en la voz.
-Eh... sí-Harry sabía que a tío Vernon no le hacía ninguna gracia que su sobrino lo dijera como si ya estuviera todo decidido y no se contara con él, pero sentía que se desahogaba viendo a su tío lívido de terror. Haciéndole sufrir se deshacía de una parte del horror que sentía. Y sabía que no podía negarse, porque entonces Harry escribiría inmediatamente a Moody y se lo contaría-¿Hay algún inconveniente en que vengan a por mí el viernes a las 6?
Tío Vernon no se movió. Siguió mirando a su sobrino con los ojos desorbitados. Pasaron unos momentos en silencio y luego tío Vernon parpadeó varias veces y dijo con voz ronca:
-Está bien, vendrán a por ti y se irán, ¿entendido? Diles que lleguen puntuales y que entren por la puerta, como las personas.
Y, dicho esto, se dio la vuelta, aún muy rojo, cogió su chaqueta y salió de la casa.
Harry escribió inmediatamente a Moody diciéndole que lo dejaban irse. Pasó aquellos cinco días sin nada interesante, salvo que Dudley rompió su séptima PlayStation 2. Harry seguía triste, pero la idea de alejarse de los Dursley y ver de nuevo a sus amigos lo animaba un poco. Mientras él iba sintiéndose algo mejor, la tensión en el número 4 crecía cada día. Los Dursley, aterrados por la idea de que unos tipos con capas, sombreros puntiagudos y varitas capaces de convertirlos en escarabajos peloteros con un solo movimiento entraran en su casa, estaban esos días muy susceptibles, y se sobresaltaban con cualquier ruido.
La mañana del viernes Harry se despertó algo más contento (no se sentía feliz de verdad desde hacía mucho tiempo). Se vistió y colocó en el baúl las pocas cosas que seguían fuera. Cuando bajó a la cocina, los tres Dursley estaban sentados, desayunando.
Tía Petunia frotaba un vaso con un trapo, con los ojos muy abiertos y fijos en la ventana. Dudley sujetaba con una mano una tostada mientras con la otra se sujetaba firmemente la rabadilla. Tío Vernon, con los ojos algo desorbitados, miraba la televisión sin prestar mucha atención. Harry la miró distraídamente y luego volvió la vista hacia sus cereales. Inmediatamente volvió a fijarla en la pantalla.
El presentador, con una leve expresión de sorpresa en el joven rostro, anunciaba un caso de asesinato.
-Se ha encontrado esta misma mañana el cadáver de un individuo bastante extraño. Este hombre llevaba una túnica y una capa, y apretaba en una mano un extraño palito de madera. Pero aún más extrañas son las condiciones de la muerte, ¿no es así, Anne?
-Así es, John, pues, al parecer, este individuo, que acaba de ser identificado como Kingsley Shacklebolt, no presenta señales de haber sido envenenado, ahogado, apuñalado o cualquier otra señal de violencia, y la única anormalidad encontrada es una expresión de terror en su rostro...
Pero Harry no escuchaba. Se había quedado con la boca abierta, mirando a la presentadora, que en ese momento describía la situación del cadáver. Kingsley Shacklebolt... No, no podía ser. ¿Qué habría pasado? Sabía que esa muerte, esa autopsia tan extraña, correspondía a los efectos de Avada Kedavra, la maldición asesina. Pero, ¿habría sido Voldemort el autor de aquella muerte?, ¿habría más heridos? Harry sintió un punzazo de dolor en el pecho, que ya de por sí estaba herido, pensando en el señor Weasley, en Alastor Moody, en Remus Lupin... Esperaba que no les hubiera pasado nada.
Harry se había quedado tan anonadado mirando la pantalla que tío Vernon salió de su ensimismamiento para preguntarle:
-¿Qué pasa, chico?
Harry se giró despacio y cerró la boca. Los tres Dursley lo miraban con el entrecejo fruncido. Se dio cuenta de que las piernas le temblaban y se sentó.
-¿Y bien? ¿Qué ocurre?
-Ese... Ese hombre que ha muerto...-Giró la mirada a sus tostadas-Yo... Yo lo conocí.
No sabía qué hacer, así que cogió una tostada y empezó a comer lentamente.
-¿Lo conociste? ¿Quieres decir que... que era como tú?
-Sí-En realidad no había conocido muy bien a Kingsley Shacklebolt, pero su muerte lo había conmovido. ¿Qué habría ocurrido? ¿Seguirían con el plan de sacarlo de Privet Drive? El poco optimismo que había llegado a él por la idea de salir de allí lo abandonó de pronto, y fue aún más consciente del abismo que lo invadía.
Dejó la tostada a la mitad en el plato y salió de la cocina mirando anonadado al suelo. Dejó a los Dursley algo sorprendidos y subió las escaleras.
Ya en su habitación le costó algo encontrar lo que buscaba, porque lo había guardado todo en el baúl. Después de buscar un poco, sacó una pluma y un trozo de pergamino, se sentó en su escritorio, e iba a empezar a escribir una carta para Moody, preguntándole por lo que había ocurrido, cuando oyó una explosión en la planta de abajo.
