1. El último viaje de InkWell.

El invierno comenzaba a notarse cada vez más en la región de Equestria, y sobre el mar del este, en un barco de globo gigante se encontraba una unicornio de piel azul turquesa claro y avanzada edad que parecía haber vivido de una forma muy intensa, pues tenía el ojo izquierdo apagado, con una cicatriz que lo cruzaba de parpado a parpado.

Inkwell, maestra de historia en la academia para unicornios súper dotados se encontraba sobre la cubierta admirando las constelaciones que con tanto desdén había estudiado por tantos años.

De debajo de una de las medias ralladas con las que había pasos tanto tiempo, sacó un pequeño dulce que a pesar de la envoltura logró desenvolver con un solo casco.

A pesar de ser un unicornio, normalmente usaba magia solo cuando era necesario, por lo que muchos la consideraban alguien débil, pero pocos conocían su verdadero potencial, y una de ellos era la princesa Celestia.

La princesa le había encomendado la misión de ser embajadora en la región conocida como ArabiaEquina, hecho que molesto a más de uno de sus súbditos.

Luego de observar por al menos dos horas las estrellas y sus reflejos sobre el mar, decidió regresar a su camarote y descansar hasta llegar a su destino.

En su habitación, sobre una mesa de noche que se encontraba junto a su cama, se encontraban barias fotografías de sus días de juventud, montando toros, domando osos gigantes y ganando un primer lugar en el rodeo. Inkwell guardaba estas fotografías como sus tesoros, recuerdos de la larga y emocionante vida que había tenido.

El viaje se prolongó toda una noche, dejando dormir a la anciana unicornio por primera vez en mucho tiempo. Como maestra, le costaba trabajo conseguir un momento para ella sin la presencia de sus alumnos, quienes, a pesar de ser una figura de autoridad, la trataban a modo de burla, cosa que a ella poco le afectaba.

Al llegar finalmente, fue recibida por un potro color violeta claro, su altura sorprendió bastante a la anciana, pues se asemejaba bastante a la princesa Celestia.

-Es un honor tenerla entre nosotros, maestra Inkwell. Yo soy Abdel, y soy el visir del sultán Yaiza, sea bienvenida a ArabiaEquina -. La forma de hablar del potro era muy cortes, al grado de hacer una reverencia a su invitada, quien a pesar de su sorpresa, lo tomo como otra forma de exagerar las cosas como con sus alumnos.

Abdel llevo a Inkwell en carruaje hasta el palacio del sultán, pasando por las calles de Agresta, la ciudad sagrada de ArabiaEquina, pero lo que desconcertó más a Inkwell no fue la ciudad en sí, que por donde se le viera estaba construida por piedra y tierra, sino la cantidad de puestos y ponys pequeños que parecía que solo corrían por las calles sin rumbos fijos.

-Ha venido en un momento malo para la ciudad; robos y muerte es lo que obtenemos al no tener un ejército lo suficientemente grande para nuestra defensa… tenemos a muchos indigentes, y nuestra gente tiene hambre… -. El potro tuvo que bajar la cabeza para decir esto, era obvio que no se sentía muy orgulloso de siquiera hablar de ello.

-Si me es posible, ayudare con lo que pueda-. Inkwell por su parte, ni siquiera lo miro, con su magia hizo aparecer enfrente de la cara de uno de esos ponis indigentes una manzana, un hechizo simple que ella había dominado cuando era bastante pequeña, aunque solo podía generar una manzana a la vez.

Al llegar al palacio, un sultán algo preocupado la saludo de una forma nerviosa, era como si el simple hecho de verla lo asustara.

-Es un placer… aunque hubiera deseado que nos conociéramos en un momento más tranquilo…-.

El sultán era un pony bastante joven, quien a pesar de su edad aparente ya tenía la estatura de la princesa Luna, o al menos eso le pareció a Inkwell, quien lo observaba como a uno de sus alumnos, a pesar de ser un pony terrestre. El tono de su crin y cola eran parecidos al del arcoíris, y su piel era completamente blanca, exactamente como la de la princesa Celestia. - …por ahora me gustaría que usted…-. Las palabras del sultán fueron apagadas por el golpeteo rítmico de los cascos de Inkwell, quien de esta forma estaba pidiendo la palabra.

-Si no le importa me gustaría saber la verdadera razón por la que estoy aquí-. Inkwell era una pony bastante inquisitiva, y fácilmente entendió por donde iban las cosas desde su arribo a esta tierra tan interesante. -…la princesa Celestia me dijo que era importante que me encargara de los asuntos en esta tierra, pero no especifico de que tipo, y ya que su "visir" no parece estar dispuesto a decírmelo, espero que sea diferente con usted.

Las palabras de la unicornio afectaron de forma notable el comportamiento del sultán, quien al ver que no tenía otra salida que explicar todo su caso, decidió confesar.

-Le pido nos disculpe… han sido tiempos difíciles…-. El sultán se había sentado en su trono de oro para poder hablar más relajadamente.

-Sí, eso ya lo escuche-

-Vera… hace aproximadamente un año, hemos tenido ataques a nuestros soldados más poderosos... la guardia real está conformada por unicornios únicos… el problema es que en Agresta existen un número muy limitado de unicornios… hemos incluso reclutado a niños para conformar la guardia, pero…-. La voz del sultán comenzaba a temblar, era como si algo terrible en sus palabras fuera demasiado para siquiera ser contado.

-Entiendo, así que ya que ustedes no pueden con este problema esperan que alguien más experimentado lo resuelva por ustedes.- Inkwell era honesta y directa, compartía esa clase de actitud con la princesa Luna. –Muy bien, pero necesitare algo de ayuda-.

-Ya hemos mandado a traer a alguien más, es uno de los miembros de la guardia real de la princesa Celestia, el llego aquí hace casi un mes-. El visir finalmente hablaba después de permanecer todo este tiempo sin decir una sola palabra, probablemente estaba esperando la señal de la propia Inkwell. Al hacer una señal, un pegaso color azul cielo con traje apareció a su lado, aterrizando precipitadamente.

-Soarin… pensé que te habías tomado unas vacaciones-. Soarin no pudo decir nada, siendo que en realidad él pensaba que había ido a ArabiaEquina de vacaciones.

Esa noche, gracias a la luz de la luna, Inkwell y Soarin se dirigieron al desierto, donde gracias al espionaje de Soarin, habían descubierto a un grupo de unicornios caminando en dirección a una cueva que parecía estar abandonada. Soarin había tratado de entrar en la cueva, pero esta lo rechazaba, como si una magia extraña lo lanzara lejos en cada intento.

Inkwell reviso cuidadosamente la cueva, algo en ella le parecía familiar, y sin dudarlo, dio a Soarin sus órdenes.

-Eres parte de los Wonderbolts, pruébalo. Regresa a Equestria lo más rápido que puedas, y comunícate de inmediato con la princesa Luna, con nadie más. Dile que mande al mejor de su equipo… yo los esperare aquí-. El tono de Inkwell cambio totalmente con estas últimas palabras, tal parece ella no las creía por completo.

-Soarin dudo un momento, pero sus dudas fueron disipadas cuando Inkwel comenzó a caminar al interior de la cueva, dejando agujeros profundos en el suelo como si con cada paso dejara emitir un poco más de su magia, generándole un poco de medio al pegaso. Sorin finalmente abandono el lugar, dejando a Inkwell sola.

Poco a poco, Inkwell camino por la cueva, que parecía más un corredor algo angosto. Al llegar hasta algo que parecía una cámara más grande, detrás de ella se cerró el paso con una gran roca que parecía haber aparecido desde el techo. Todo esto no la había sorprendido en lo más mínimo, pues ya estaba preparada para lo que fuera que se encontrara.

Al revisar la cueva lentamente, pudo notar una especie de sombre al fondo, y por primera vez en casi cincuenta años, su sorpresa fue tal que no pudo soportar sus lágrimas, las cuales comenzaron a brotar y escurrir lentamente por sus mejillas.

-Ya veo… debí… imaginar que serias tu… justamente ayer soñé contigo…-. Inkwell se relajó lo suficiente como para hacer que su magia, que hasta ese momento se sentía prácticamente en toda la cueva, dejara de sentirse como una amenaza para nadie. –Podrías… hacerlo lo más rápido posible… -. El llanto de Inkwell llego a un punto en que sus lágrimas cubrían todo su cuello, donde se combinaron con su sangre que salía a través de una cortada limpia parecida a la de una navaja de cirujano.

Poco a poco, su vista se fue nublando, sin perder el movimiento a su alrededor que ella percibió como si estuviera flotando, y de hecho así era. La criatura la había levantado con un tipo de magia parecida a la de los ponis, acercándola lo suficiente como para dejar caer su sangre justo hacia una boca que dejaba mostrar un par de colmillos que pertenecían a una raza especial de criaturas.

Al terminar de beber la última gota de sangre que salió del cuerpo de su invitada, la criatura arrojo su cuerpo en el interior de un gigantesco espejo que estaba justo atrás de él, el cual perecía haberlo absorbido sin problema. El sonido que emitía esta criatura no era de gruñidos, sino más bien de sollozos, como alguien que se siente arrepentido.