CAPÍTULO 1

Los personajes pertenecen a Stephanie Meyer y la historia es completamente mía, aunque está basada en los horribles atentados que tuvieron lugar en la ciudad de Nueva York el 11 de septiembre de 2001. Está escrita desde el respeto más profundo y espero no herir sensibilidades.

El sonido del despertador le perforó los oídos haciéndole despertar bruscamente. Cada día odiaba más a ese diabólico aparato. El ring atronador era insoportable y en más de una ocasión había pensado en cambiarlo por un radiodespertador. Prefería empezar el día escuchando el ¡Buenos días Nueva York! de un locutor de radio en lugar del campaneo incesante que aún continuaba sonando. Extendió la mano y lo apagó de un manotazo.

Odiaba madrugar, y más cuando su sueño había sido interrumpido. Un húmedo y cálido sueño en el que se encontraba haciéndole el amor a su preciosa esposa.

Extendió la mano para abrazarla, pero encontró su lado de la cama vacío.

—¿Bella? —Preguntó aún con voz somnolienta— ¿Dónde estás? ¿Bella?

—¡En el baño! ¡Un momento! —Respondió algo malhumorada.

Edward se sentó en la cama vestido solo con su pantalón de pijama. Su día empeoraba por momentos; al madrugón se le unía el no haber podido despertar abrazado a ella.

La puerta del baño abrió y una despeinada Isabella hizo su aparición en la habitación. Con cara de haber dormido poco y una vieja camiseta de él que usaba a modo de pijama estaba preciosa.

—¿Por qué te has levantado tan temprano?

—Tu hija cree que mi vejiga es un sonajero. Llevo toda la noche despierta haciendo pipi, ni siquiera sé cómo no me has sentido. —Se quejó llegando hasta él.

Edward sonrió y la abrazó por la cintura, levantando la camiseta de ella y dejando al descubierto su abultado vientre de ocho meses de embarazo. Su bebé, una niña según les habían confirmado, crecía fuerte y sana dentro de ella.

—¿Estás siendo mala con mami? —Dijo besando su barriga, obteniendo una patada como respuesta.

—Está inquieta.

—Eso es porque tiene ganas de conocernos. Pero aún queda tiempo, pequeña, no seas impaciente. No puedes darnos ningún susto.

—¿Te preparo el desayuno?

—Mejor acuéstate, necesitas descansar. —Respondió levantándose y besando su frente.

—Es que... Yo también tengo hambre. —Bella lo miró como si acabase de confesar alguna travesura— Me apetece huevos revueltos, y tostadas y zumo de naranja y... ¡Chocolate!

—Espero que esas mezclas culinarias sean cosas de las hormonas. Está bien, me ducho y desayunamos juntos, pero prométeme que después te tumbarás un rato.

—Prometido.

Edward la besó en los labios para después encaminarse hacia la ducha. Si había alguien que pudiese considerarse afortunado en el mundo, ese era él.

Tenía un trabajo que adoraba, una mujer a la que amaba y en un mes tendría a una pequeña princesa a la que consentir y mimar.

Llevaba junto a Bella tres años, los mejores tres años de su vida. Se conocieron cuando ella, junto a sus pequeños alumnos visitaron su centro de trabajo. Era maestra de educación infantil, y adoraba a los niños.

Cuando la vio entrar en la oficina quedó prendado de ella. Ese día, un grupo de diez niños alborotaron la oficina de análisis financiero en la que él trabajaba, pero no le importó. Hubiera está dispuesto a aguantarlos allí día tras día si con eso conseguía verla de nuevo.

Siempre había sido un poco descarado, así que llamó al colegio donde ella trabajaba y con la excusa de llevarles unos regalos de propaganda a los pequeños consiguió que lo autorizasen para ir hasta su clase. De esa manera, con un cargamento de bolígrafos y libretas para los niños y mucha insistencia consiguió una cita con ella. A esa cita, le siguió otra y otra y otra más... Dando inicio a un año de noviazgo que culminó en boda y ocho meses atrás con la noticia de que iban a ser padres.

Era feliz.

Vestido con de manera formal, depósito la chaqueta y la corbata a un lado antes de sentarse frente a la mesa de la cocina para desayunar junto a Bella, que vertía los huevos revueltos en los platos.

—Creo que no te lo he dicho nunca, pero odió el lugar donde trabajas

—¿En serio? ¿El World Trade Center? Pero si es un emblema de esta ciudad, es algo mítico, todo el mundo va a fotografiarse allí.

—Es demasiado alto. Esas torres... Dan vértigo.

—Y ese es el problema. —Afirmó— No es que no te guste, es que te dan miedo las alturas, cielo, y esa es una de las razones por las que vivimos en la tercera planta de un edificio de veinte y tenemos que soportar los ruidos de los vecinos.

—¿Me lo estás reprochando? —Preguntó enarcando una ceja.

—Solo estoy constatando un hecho. Además, en dos semanas nos darán la llave de nuestra nueva casa y ahí no tendremos que soportar ningún ruido.

—Solo el llanto de tu hija cuando nazca.

—Eso será música para mis oídos.

—Voy a grabar tus palabras y te las recordaré cuando llevemos tres noches sin dormir, entonces no dirás lo mismo, Cullen.

Edward rio ante ello. Sabía que venían tiempos difíciles para ambos, pero estaba ansioso por verle la carita a su pequeña, a la que aún no le habían puesto nombre y sabía que Bella, aunque le hiciese de rabiar, está tan ansiosa como él o más.

—Te dejo o llegaré tarde. —Dijo mirando la hora en su reloj de muñeca— Tengo una reunión a primera hora. Como y túmbate en la cama. Te quiero. —La besó rápidamente y cogiendo la chaqueta y ajustando la corbata que se había anudado minutos antes comenzó a andar hacia la salida.

—¡Edward! —Lo llamó antes de que cerrase la puerta— Yo también te quiero.

Edward la sonrió, le hizo un guiño de ojos y lanzándole y beso al aire se marchó.

Llegó a la oficina situada en la planta cincuenta y seis de la torre sur, relativamente pronto. Aun así, cuando las puertas del ascensor se abrieron el sonido de los teléfonos sonando inundaron la estancia.

—¡Buenos días, señor Cullen! —Saludó su secretaria.

—Buenos días, Ángela. ¿Todo listo?

—La sala de juntas está preparada y el señor Chenney y el Señor Witherlade le están esperando.

—Va a ser un martes movidito. —Bromeó él.

—Eso parece, señor.

Edward entró en la sala de juntas donde los dos inversores le estaban esperando y sin más dilación comenzaron la reunión.

Estaba inmerso exponiendo los pros y contras del proyecto en el cual querían invertir cuando una sombra acompañada de un ruido ensordecedor cruzó la estancia. Los tres hombres sorprendidos miraron hacia la ventana para ver qué podía haber sido, pero no vieron nada.

De pronto, el edificio tembló con una sacudida, haciendo que las luces se apagasen y que Edward tuviera que buscar apoyo en una de las paredes.

—¿Qué diablos ha sido eso? —Preguntó confundido.

—No sé, ha temblado como si fuese un terremoto. ¿Hay terremotos en Nueva York? —Preguntó Ben Chenney.

—Desde que yo vivo aquí, nunca he sentido uno. —Respondió James Witherlade— ¿Y tú Edward?

—No. —Examinó con rostro serio y sombrío todo su alrededor, tenía un mal presentimiento y no sabía la razón— Se han encendido las luces de emergencia, no hay corriente.

—Puede que sea un fallo eléctrico. Podemos continuar sin ordenador, ¿Verdad? Probablemente lo solucionen rápido. ¿Continuamos? —Sugirió Ben.

Edward y James se miraron sin estar muy convencidos, iban a sentarse para proseguir cuando algo en la ventana llamó su atención de nuevo.

—¿Qué es eso que está cayendo? —Preguntó James acercándose para verlo mejor —Es...ceniza.

La puerta de la sala de abrió de golpe dando paso a su asustada secretaria. Parecía que fuera se había desatado el caos.

—¿Qué ocurre Ángela? —Edward se aproximó hasta ella preocupado al ver como sus ojos estaban rojos por el llanto.

—Hay...hay que irse... Algo ha ocurrido arriba. Di...Dicen que hay fuego y... Hubo una explosión y... ¡Todos están saliendo! ¡Hay que marcharse de aquí!

—Está bien, tranquila Ángela. ¡Vámonos de aquí!

Los tres hombres salieron de la sala acompañados por Ángela que no para de llorar y el resto de los trabajadores. Edward intentaba mantener la compostura, pero había algo raro en todo aquello. La gente corría de un lado para otro demasiado confusa.

—No podemos usar los ascensores, deberemos bajar por las escaleras. —Dijo dirigiéndose hasta ellas.

Un reguero de gente bajaba junto a ellos. Nadie sabía con exactitud qué había ocurrido, pero todos hablaban de fuego y humo.

—¿Crees que ha podido ser una bomba como la que pusieron en el atentado de 1993? —Le preguntó James.

—No lo sé, y no quiero ni pensarlo lo único que me importa es que salgamos de este maldito edificio de una vez.

Una nueva sacudida hizo temblar toda la estructura, haciendo que algunas personas cayeran al suelo. La gente te gritó asustada y empezó a correr de nuevo.

Edward se acercó hasta una señora que permanecía tirada en el suelo para ayudarla a levantarse.

—¡Me duele la cabeza! —Se quejó la mujer.

1Tranquila, continúe andando...

Alistar, el informático de su planta, que se había acercado hasta ellos para ayudar a la señora miró a Edward y le dijo:

—Hay que darse prisa, tío. Esto no ha sido ningún accidente. Un hombre ha gritado que un avión se ha estrellado contra la otra torre, y alguien ha dicho eso mismo sobre la explosión que ha ocurrido aquí antes. Esto no me gusta, Edward.

—¿Un avión? ¿Estás seguro?

—Te lo juro, es lo que he oído.

—¡Vámonos de aquí cuanto antes.! —Edward reemprendió la marcha para abandonar el edificio.

Necesitaba salir de allí, todo aquello se estaba convirtiendo en una pesadilla. Tenía que llegar a casa, abrazar a Bella y maldecirla por decir que no le gustaba el lugar donde trabajaba, al final él también iba a odiarlo.

Iban por la vigésima planta cuando todo se precipitó. Las paredes empezaron a resquebrajarse, los cristales de las ventanas estallaron y las escaleras empezaron a tambalearse.

—¡Vamos, vamos, vamos! —Apremiaba James incitando a la gente para que bajase más deprisa.

De pronto el techo que había delante de él cedió golpeando a Ben Chenney que iba delante de él. Las escaleras cedieron haciendo que aquellos que estaban bajando por ellas cayesen, incluido Edward que sintió como algo aplastaba su pierna. Su cabeza golpeó contra el suelo, los gritos de pánico le envolvieron y una luz le cegó.

Cerró los ojos y vio ante él a Isabella, hermosa, vestida con un vaporoso vestido blanco y un pequeño bultito envuelto en una manta rosa en sus brazos. Le estaba sonriendo.

—Ven con nosotras, mi amor. —Pidió extendiendo su mano.

—Bella... —Susurró intentando alcanzar su mano.

La imagen de ellas cada vez era más borrosa, menos nítida. Parpadeó un par de veces ante la luz que le estaba cegando y después…La oscuridad le envolvió.

¡Hola! Aquí os traigo una pequeña y emotiva historia. La semana pasada cuando me di cuenta de que se aproximaba el 11 de septiembre me pregunté una vez más que habría sido de toda esa gente, y una loca idea acudió a mi cabeza.

Espero no haber herido la sensibilidad de nadie ni violentado a ninguna persona. Todo está escrito de manera respetuosa.

La historia constará de dos capítulos más que publicaré mañana y pasado. Espero conocer vuestras impresiones y opiniones sobre el capítulo a través de los comentarios.

Saludos.