A ver, yo dije que dado vuestras peticiones en Twitter iba a escribir una versión mejorada y gay-Pones de Cincuenta sombras de Grey. Bueno, pues aquí estoy. Al principio iba a ser una parodia, peeeeeeeeeeeero me puse a escribir, me quedó todo serio y al final pues salió esto xDDD También iba a tener una sola parte, pero me quedaba muy largo y lo he divido en dos. Aviso: esta primera parte es normalilla (aunque algo subidita ya), los preliminares, va (?), pero la segunda (no la tengo escrita aún pero sí he hecho el esbozo) va a ser MUY, MUY EXPLÍCITA (¿no queríais Pornes?, ahí tenéis Pornes xD). Así que si no te gusta leer esta clase de cosas (me imagino que sabréis de qué va el libro, so... ídem para esto), podéis ir cerrando esta ventanita. Que yo no quiero hacer pasar un mal rato a nadie e.e
Otra cosa: no me he leído los libros, empecé el primero y lo dejé (mejor no hago ningún comentario al respecto de la trilogía por si hay alguna lectora a la que le guste e.e ), así que este fic no está 'basado' ni nada de eso en los libros, y lo único que he copiado ha sido lo del sado y la descripción del 'cuarto rojo', que es casi igual que la que sale en el libro (lo digo por si acaso a alguien se le ocurre acusarme de plagio o semejantes *saca el hacho*).
Yyyy no sé qué más. Que la canción de esta parte es My heroine, de The Maine. Y que lo disfrutéis, so guarrillas (?).
-I-
« Your taste, my touch,
a little bit of love and a whole lot of lust »
La noche.
Ese periodo de tiempo en el que tiende a desatarse lo más salvaje de la naturaleza humana, donde toda racionalidad queda anulada, quizás por la oscuridad que pinta el cielo, dando una sensación de falsa protección que la luz diurna nos quita; o quizás justo al contrario, quizás es ese cosquilleo de peligrosidad, de lo incierto, de qué se esconderá tras la siguiente esquina poco iluminada. O tal vez no sea nada de eso y haya razones de peso para que a los locos también se les llame lunáticos. Sí, a lo mejor es la luna, a lo mejor el satélite hace algo más que mover mareas, a lo mejor, con su brillo mortecino y su pálido color, esta esfera provoca en nosotros la exteriorización de ese salvajismo, ese descontrol, ese desenfreno, como si de alguna manera fuéramos los hombres lobo que se transforman al hundirse el sol en el ocaso.
Todo el mundo se permite perder un poco el raciocinio por las noches. ¿Por qué si no la gente sale de noche de fiesta, a emborracharse y a liberar las tensiones acumuladas durante el día, a liberarse del trabajo, de los agobios, de los estudios, de la familia?
Yo, como ellos, no soy una excepción, y también necesito sacar el yo salvaje que llevo dentro y del que, al contrario que muchos, no me avergüenzo, ni al que trato de esconder, de negar. Aunque ese yo sea un poco demasiado violento, inmoral y obsceno para el visto bueno de la sociedad y el civismo. Por ello, porque a pesar de no repudiar esa parte que es tan forme de mí como un brazo o una pierna, decidí hace mucho tiempo que si no podía liberarlo durante el día, ante esos ojos acusadores y mentes estrechas, liberaría al animal al amparo de la noche. Al fin y al cabo, todos necesitamos sentirnos libres de vez en cuanto. Todo el mundo tiene derecho a divertirse y disfrutar… aunque no todo el mundo conciba ambas acciones del mismo modo.
Saco la mano del bolsillo del pantalón vaquero para llevarla a mis labios, atrapando entre los dedos lo que queda del filtro anaranjado de un cigarrillo, consumido en el camino desde el aparcamiento donde he dejado el coche, a unas cuantas manzanas, hasta este modesto local situado en un recoveco entre dos edificios. Con una última calada profunda que quema aún más el ya prácticamente inexistente tabaco, separo el cilindro de mi boca y lo arrojo al suelo, el tacón de mi zapato extinguiendo contra el asfalto cualquier posible chisporroteo ardiente. Con paso decido, sonrío al portero, que con un gesto de cabeza me abre la puerta metálica que da acceso al club, este algo apartado del bullicio y que se va a convertir en mi próximo coto de caza.
Mientras avanzo por el amplio pasillo que da a la zona central del local, bañándome en la luz granate que proyectan los neones del techo, voy mentalmente haciendo un perfil de lo que quiero esta noche. La última presa no fue especialmente destacable, casi, casi rozando lo aburrida, por lo que tengo prácticamente el doble de… hambre que saciar. Así que espero que en este club no muy conocido pero sí bastante frecuentado pueda encontrar un buen bomboncito al que saborear.
El sonido de la música me golpea con fuerza al traspasar las puertas interiores tras las que se esconde el verdadero ambiente. Me detengo un momento en la penumbra, puesto que las luces de la pista de baile no alcanzan más que el epicentro de la planta, dejando la periferia sumida en una confortable semioscuridad. Hay gente, bastante, pero no la aglomeración típica de los locales del centro. Por ese motivo lo he elegido, igual que elijo el resto de pubs a los que voy por las noches: al no haber una cantidad ingente de personas, puedo escanear mejor rostros y adivinar personalidades, para así elegir adecuadamente a mis acompañantes en esa noche. En estas cosas, no se puede dejar nada al azar.
Emprendo el camino hacia la barra de la discoteca, esquivando los cuerpos ya algo ebrios dado la hora, que se mueven de aquí para allá. Desde allí, tendré una buena vista del local.
No puedo evitar que una sonrisa tuerza mis labios, y tampoco que un escalofrío excitado trepe por mi espalda. El juego ha comenzado.
« I'm feeling pretty dirty, baby,
forgive my sins »
Mis ojos pasean una vez más por la multitud, perezosos, deleitándose en la impaciencia de dar con un cuerpo o rostro que consiga llamar mi atención. Bueno, de hecho, tres personas ya han logrado captarla en la media hora larga que llevo aquí, por lo que se han ganado un contacto visual ligeramente más intenso y prolongado que el resto.
Doy un trago a mi bebida al acabar el segundo reconocimiento, y decido saltar al paso dos y centrarme en esos tres afortunados. Ahora toca elegir. Entre dos chicas y un chico (Dios nos libre de discriminar a alguien por lo que tienen o dejan de tener entre las piernas). Durante mi ahora sutil escrutinio, aprecio que dos de ellos parecen estar solos, mientras que una tercera, por lo que veo, está con un par de amigas. Sin pensarlo mucho más, descarto a la última, centrando mi atención en los dos candidatos que quedan. La primera regla en este juego es cogerlos solos, para evitar luego interrogatorios embarazosos por parte de los que previamente les acompañaban. Porque, ¿acaso no van a preguntar sobre esa noche que se fueron con aquel desconocido? Y, claro, llegado el momento de tal interrogatorio, lejos de que sea más o menos efusivo o interesado, lo que el noventa por ciento de las veces es con seguridad es embarazoso para el interrogado. Ya lo dije: no todo el mundo es capaz de confesar abiertamente la clase de cosas que le gustan o le han gustado hacer en la cama. Les hago un favor y todo ahorrándoles el mal trago.
Así, procedo a la recopilación de todos los datos observables posibles acerca de los otros dos. Luego, con ellos y con una buena ración de instinto (sí, lo admito, en eso soy como una mujer), elegiré al ganador de tan suculento premio… aunque ellos ni siquiera sepan que están participando en mi concursito particular y privado.
La chica, una morena alta y con un escote de esos que bajan hasta el ombligo, está a unos metros de mí, en la barra, una copa afilada de algún cóctel de nombre exótico entre los dedos de uñas perfectamente pintadas de rosa eléctrico. Le echo veintitantos, y parece muy buena opción, con esos ojos verdes felinamente perfilados de negro intenso.
Tuerzo la cabeza, cambiando ahora la trayectoria de mis ojos hacia ese chico medio escondido en una de las mesas del fondo. No distingo mucho de sus rasgos a esta distancia, apenas una cabellera rubia en las sombras, pero sí que me puedo apostar que el chaval no parece muy cómodo en aquel sitio. Le veo pegar un cohibido trago a su vaso, alzando luego la vista para pasear sus nerviosos ojos claros (no distingo bien el tono desde aquí) por la pista de baile, como si estuviera armándose de valor para ir y socializar. Pobrecito, parece tan tímido… mmm…
Estoy valorando el hecho de que los tímidos, por lo general, suelen ser luego los más desinhibidos, cuando siento movimiento a mi lado, y giro el cuello, apartando las pupilas del rubito, solo para encontrarme con los verdes de la chica morena, que me sonríe ampliamente. Ha debido sentir que la estaba observando previamente y ha venido a continuar con lo que ella cree que es un ligue. Le devuelvo la sonrisa, si cabe más ancha, enseñando tras los labios mis grandes dientes. Mantenemos un penetrante contacto visual hasta que ella baja los ojos a su vaso ahora vacía.
-¿Me invitas a una copa?-dice, con tono suave, casi ronroneando.
Mis dientes solo se descubren más, observándola durante unos segundos.
-Claro.-contesto con voz alegre, a la vez que saco la cartera del bolsillo de mi pantalón. Extraigo un billete pequeño, suficiente para pagar un par de consumiciones, y lo dejo sobre la barra, arrastrándolo por la pulida superficie. Luego, con una última sonrisa que despista a la chica, me levanto de la banqueta sobre la que estoy sentado y, cogiendo mi propia copa, me alejo silbando en dirección a ese rincón apartado donde el rubio todavía está sentado.
La chica ha cavado su propia tumba al acercarse a mí. Porque soy yo el que se acerca a ellos. Alguna vez he aceptado pasar la noche con algún o alguna acompañante con algo de iniciativa, pero nunca han sido lo suficientemente autoritarios o firmes como para conseguir arrebatarme los mandos. Así que siempre soy yo el posesivo, el dominante, tal y como me gusta. Y es justo lo que busco esta noche, establecer una sumisión a mi persona absoluta y total.
Espero y confío en que el rubito al que me acerco pueda ayudarme con ello. Tengo un buen feeling con él (por algo me he fijado en él) y estoy seguro de que será muy divertido romper su timidez y, quizás, incluso hasta su inocencia. Justo lo que preciso en estos momentos.
-¿Qué hace un bomboncito como tú solo en la oscuridad? ¿Temes derretirte con las luces?-llamo su atención por encima de la música con el piropo cuando estoy ya al lado de la mesa, y sin ni siquiera preguntar tomo asiento junto a él en el sofá que semirodea la mesa.
Él se sobresalta, pegando un botecito en el sitio de lo más adorable, aunque luego me mira con desconfianza, apartándose de mí al deslizarse por el mullido sofá. Contengo la risita que pugna por salir de mi garganta al comprobar que la timidez va a juego con su rostro de niño. Qué mono. Aunque me mosquea un poco que ni siquiera ahora, a menos de un metro el uno del otro, pueda distinguir el color de esos ojos enmarcados en pestañas largas y claras. ¿Son azules? ¿Grises? ¿Verdes? Malditas luces…
-¿Q-querías a-algo?-tartamudea, intentando aparentar seriedad y, sí, también una dosis extra de masculinidad. Ahora sí que no puedo contener la risa, y a la vez que dejo que una carcajada se ahogue entre las notas musicales que escupen los altavoces, poso mi vaso en la mesa y recorto la distancia de nuevo, quedando a pocos milímetros de su cuerpo tenso… una tensión que deseo mantener en cada uno de sus músculos y poder observar a ser posible sin ropa.
Valoro el contestarle un 'correcto, a ti, desnudo y atado a mi cama', pero decido que lo mejor para no asustarle es ir delicado al principio, suave, para posteriormente pasar a la parte más comprometida y ardiente. Como el sexo mismo.
-Pensé que quizás te vendría bien algo de compañía. Se te veía tan solito y desprotegido en esta esquina que temí que algún lobo feroz viniera a devorarte.-y según salen las últimas palabras de mi boca, enseño los dientes en una sonrisa casi perversa, relamiéndome los labios con lentitud.
No se me escapa que sus ojos de color aún por determinar siguen el movimiento de mi lengua. Cuando se da cuenta de que le he pillado in fraganti, oculta la mirada tras el rubio flequillo que camufla su frente, ayudándose del borde del vaso al dar un precipitado trago.
-Gracias, p-pero sé cuidarme solo...-trata de convencerme unos segundos después, jugueteando incómodo con un mechón de cabello de su nuca.-Además, y-ya ves, nadie tiene pinta de 'querer devorarme'. Llevo aquí dos horas y solo tú te has acercado.
Dice eso último poniendo los ojos en blanco para luego morderse el labio inferior de una forma que se me antoja tan sensual, que me veo en la obligación de coger aire profundamente para no hacer nada de lo que me arrepienta… porque este no es el lugar apropiado. Y entonces acabo de decidir: el chico este tiene que ser mío. Va a ser mío.
-No dudo de tu capacidad de autodefensa.-comento en un tono que roza lo irónico, ladeándome un poco en el asiento para enfocar mejor al chico. Él rehusa mi mirada, volviendo a esa actitud tímida y avergonzada. Sonrío de lado y me acerco aún más a él, violando su espacio vital. Hora de pisar el acelerador; tampoco quiero que la caza se alargue eternamente.-Y, cariño, te aseguro que a mí me encantaría devorarte. Tienes pinta de ser un bomboncito de lo más delicioso…
Las palabras susurradas muy cerca de su oído consiguen el efecto que deseo y producen en su cuerpo un escalofrío de pies a cabeza. Me separo para ver cómo abre la boca repetidas veces, como si tratase de decir algo, y aunque me resulta extraño el hecho de que no se sonroje, provoca en mí un sentimiento cercano a la ternura. Una ternura que quiero paladear. Una ternura que quiero hacer gemir hasta que duelan las cuerdas vocales. Una ternura que quiero deshacer, desglosar, desmigajar entre sábanas, sudor, metal y cuero.
Al ver que no responde, y empezando a impacientarme, decido darle un pequeño empujón directo al infernal paraíso de mi tela de araña. Apoyando una mano en el respaldo del sofá, y aprovechando mi orientación previa hacia él, paso los dedos libres por la curvatura de su cuello, aferrándolo luego con firmeza en la parte posterior del mismo. Con un rudo tirón, hago colisionar sus finos labios con los míos. Sorprendido por el movimiento y muy probablemente sin recuperar de mi confesión anterior, se le olvida cerrar la boca, y, ¿cómo voy a desaprovechar la oportunidad de mostrarle un pedacito de lo que va a poder disfrutar si viene conmigo? Cuelo agresivamente mi lengua entre las rosadas prominencias y la fila de pequeños dientes, haciéndome rápidamente con el control de la suya, aún algo aturrullada y confusa. Hago más presión sobre su cuello para pegarlo a mí, hasta que puedo sentir en mis labios el pulso acelerado que propagan los finos capilares de los suyos. Cuando veo que por fin despierta de la parálisis en la que parece haberse sumido y que empieza a querer responder al beso, me aparto bruscamente con un sonidito de succión, como el de una ventosa, ganándome un pequeño gemido que sueño con amplificar. Desconcertado, el rubio abre los ojos que había cerrado, su respiración agitada saliendo de entre sus ahora brillantes labios debido a la mezcla de salivas. No reprimo la pequeña y malvada aunque prometedora sonrisa que tuerce mis labios al contemplar su bonito rostro deformado en la incomprensión y también en cierto deseo emergente, rozando lo necesitado. Aunque, en eso consistía la maniobra, en utilizar de cebo el suculento caramelo que tan cruelmente le he arrebatado tras dárselo a probar.
-Dime, bomboncito, ¿quieres jugar a mi juego?-murmuro con voz ronca, amando cómo sus pupilas se dilatan en señal de anhelo.
A pesar de ello, de que sé que su cuerpo le pide unirse al juego, dejarse caer y atrapar en mi campo de atracción, me contesta un balbuceante…
-N-no… tú no s-sabes ni siquiera si… si yo s-soy…-enarco las cejas, incitándole a que acabe la frase para poder desmontarla con la elegancia y rotundidad de un espadachín. Sabe que puedo hacerlo, si 'él no fuera', no me estaría mirando cómo me mira, no siendo los dos hombres, y no habría disfrutado del beso como sé que lo ha hecho. Así que cambia de táctica y apela a lo obvio, pero no necesariamente significativo en esto.-E-eres un d-desconocido… Yo… no puedo i-ir contigo… ¡te conozco d-de hace quince minutos!
Su comentario me hace reír, y con la misma mano que aún sigue en su cuello, acaricio esos labios que ya lucen como míos y que me muero por morder de nuevo.
-Eso es lo mejor de todo, ¿no crees?
« Yeah, I'm feeling pretty lonely, baby,
just let me in »
Abro la puerta de mi lujoso apartamento, para después empujar la plancha con el hombro y, en un gesto de simulada caballerosidad, ofrecer el paso al chico, que sigue teniendo esa incomodidad grabada en el rostro, sus manos hondamente hundidas en los bolsillos de sus vaqueros ajustados.
-Wow.-suelta, cuando pasamos a la entrada, desde la que puede contemplar la inmensidad de la cocina, el salón y la terraza con vistas al Támesis, pues estas tres áreas están distribuidas como en un loft, sin paredes de por medio. Al fondo es donde se encuentra el amplio pasillo que da al resto de habitaciones del piso. Y, tras la última puerta de dicho pasillo, se encuentra mi cuarto rojo. - ¿En qué trabajas para poder permitirte algo así?
No le doy tiempo a girarse para enfocarme porque me coloco a su espalda tras haber cerrado la puerta con el pestillo y la cadena, pegando a ella mi pecho y clavando las manos en sus bíceps, mi boca cerca de su oído. Inhalo con fuerza, haciéndole estremecer, y capto en mis fosas nasales su olor, un olor dulce, similar al sabor de sus labios cuando le besé en el bar, como el del melocotón. No me cohíbo en comprobar si también su piel es tan suave como la de la fruta a la que huele y sabe, y por ello deslizo mis labios por una pequeña porción de su cuello, por debajo del lóbulo de su oreja. Y sí, lo es, lo que produce en mí un cosquilleo excitado. Ahora solo tengo más ganas aún de marcarla…
-Soy corredor de bolsa.-susurro, sin apartar los labios de su cuello, haciendo que al hablar lo rocen. Él inclina ligeramente la cabeza hacia un lado, dejándome más acceso a tan apetitoso manjar. Sin embargo, no sucumbo ante la tentación y me limito a dar pequeños y lentos besos, puesto que este juego pierde toda su gracia si se hace deprisa y sin control. El control lo es todo, amigos, incluyendo el del propio cuerpo. Sin dejar de besar su expuesto cuello, deslizo las manos por sus brazos hasta llegar a sus hombros, y los masajeo brevemente, mis dedos hundiéndose en los músculos, antes de agarrar los bordes de su desabrochada chaqueta y tirar de ella, para deslizarlos por su espalda y brazos. Me separo con un último beso cerca de la clavícula, ganándome un pequeño respingo descontento por el cese del contacto, y cuelgo la chaqueta en el perchero de la pared, haciendo lo propio con mi propio abrigo.- ¿Quieres tomar algo?
La confusión del rubio es palpable, más aún cuando sonrío y le tomo del brazo, invitándole a seguir mis pasos. Le llevo hasta el sofá que corona la zona del salón, un mueble carísimo de cuero negro y brillante. Con la cabeza, hago un gesto para que se siente, y haciéndome sentir de lo más complacido al ver que obedece sin rechistar.
-Lo que tomes tú.-me contesta tras unos instantes, entrelazando los dedos en su regazo, tan tieso que temo que le dé un tirón. ¿Será de nerviosismo o de excitación? Murmurando un 'perfecto', me dirijo a la cocina, donde sirvo sin demasiada demora un par de copas de vino. Vuelvo al salón, mis ojos fijos en la cabellera rubia cuyo dueño pasea ahora sus dedos por el tejido del sofá, una mueca cuyo significado no sé interpretar del todo en el rostro. Me siento a su lado y le tiendo la copa.-Me gusta.
Detengo el fino cristal del borde a unos centímetros de mis labios.
-¿El qué te gusta?-pregunto, sin comprender del todo.
-El cuero.-y me dedica una sonrisa tan inocente que, esta vez, me deja a mí confuso y descolocado del todo. Le observo dar un trago al vino, preguntándome si me he imaginado yo ese tono pícaro que ha teñido su voz al contestar. Por suerte, mi lapsus es momentáneo, y pronto puedo recuperar mi actitud depredadora. Torciéndome de nuevo hacia él, paso un brazo por el respaldo del sofá, mi mano cerca de su hombro más alejado; la otra mueve delicadamente la copa por la base, haciendo que el líquido bermellón gire en la curvatura de la copa.
-Bueno… ¿Y qué nombre dices que tienes?-inquiero tras unos minutos callados, clavando mis ojos azules en los suyos, que en estos momentos parecen grises verdosos. Juraría que en el coche eran más añiles…
El trayecto en coche desde el club hasta mi apartamento, lo habíamos hecho prácticamente en silencio, sin conversaciones superfluas o palabras que buscaran ahondar en la impaciencia de llegar a un lugar donde verdaderamente pudiéramos centrarnos en lo importante, ya fuera esto con preliminares como esta pequeña charla o sin ellos. Así que aún no sé su nombre.
-Dougie. Me llamo Dougie.-responde, y se vuelve a morder el labio inferior, como antes. Solo que esta vez me mira directamente a los ojos, como si físicamente quisiese hundirse en mis pupilas. Y hay algo en las suyas que, por primera vez, me hace cuestionarme el hecho de que quizás el chico no es tan inocente como parece, que quizás no estaba tan solo y marginado en contra de su voluntad como parecía, que quizás buscaba precisamente esto, buscaba encontrar a alguien con el que pasar una noche divertida. ¿Será todo una pose? Con esa carita angelical de brillantes ojos camaleónicos, esa naricilla recta, esos labios finos, esa mandíbula delicadamente esculpida, ese flequillo rubio de mechones desordenados, ese menudo cuerpo que, sin embargo, se aprecia fibroso bajo la ropa… No estoy seguro del todo de mi recién formada hipótesis, pero si el angelito quiere diversión, ¡demonios!, vaya que si se la vamos a dar.
-Bonito nombre.-me dedica una diminuta sonrisa sin enseñar los dientes, antes de volver a beber. Me siento incapaz de apartar los ojos de su nuez, que sube y baja con el trago, y me imagino el movimiento de las paredes de su garganta, me imagino ese ascenso y descenso al tragar, pero sustituyendo el vino por…
-¿Y tú? ¿Cómo te llamas?-pregunta, parpadeando, sacándome de mi ensoñación en la que él mismo salía de rodillas frente a mí, con el rostro rojo, las mejillas contraídas, los labios húmedos y la garganta ocupada.
Estiro las comisuras de la boca hacia arriba, posando la mano libre en su cabeza, permitiendo así que mis dedos se pierdan en los mechones suaves y dorados de cabello.
-Si te portas bien esta noche, puede que te conteste.-abre la boca para replicar, pero entonces clavo las yemas de mis dedos en su cuello cabelludo, moviéndolas sobre su cráneo, y sus párpados se bajan automáticamente, su cuello estirándose para buscar más contacto con mis dedos.-Míralo, si parece un lindo, lindo gatito.-canturreo, sin cesar en mis intensas caricias.- ¿Vas a ronronearme? ¿Eh, Doug? ¿Ronronearás para mí esta noche?
« If I let you in, you crawl inside,
oh, you shave my skin,
you can't wait to sink in »
Apoyado en el quicio de la gran puerta que da a mi cuarto rojo, de mi 'habitación de juegos especiales', observo cómo los ojos de Dougie se van posando lenta e inseguramente en cada elemento que adorna las paredes.
La habitación huele a piel, a madera; la luz quela inunda es tenue, sutil, sugerente, sin romper del todo las sombras pero permitiendo el claro aprecio de cada objeto; las paredes y el techo son de color burdeos oscuro, todo ello contribuyendo aún más a la sensación de intimidad y sensualidad, y el suelo es de madera barnizada muy vieja. En la pared, frente a la puerta en la que estamos, hay una gran X de madera, de caoba muy brillante, con esposas en los extremos para sujetarse. Por encima, una gran rejilla de hierro suspendida del techo, de unos dos metros cuadrados, de la que cuelgan todo tipo de cuerdas, cadenas y grilletes brillantes. Cerca de la puerta, dos grandes postes relucientes y ornamentados, como balaustres de una barandilla pero más grandes, cuelgan a lo largo de la pared como barras de cortina. De ellos, pende mi adorada colección de palos, látigos, fustas y curiosos instrumentos con plumas, de cuya función estoy seguro que el rubio no tiene ni idea.
Tuerzo la cabeza cuando lo él lo hace, para contemplar su rostro fascinado, mientras él mira el mueble de caoba maciza con cajones muy estrechos que hay junto a la puerta hay un mueble de caoba maciza con cajones muy estrechos. Si el niño rinde bien, puede que le enseñe lo que guardan dentro.
Vuelve a girarse y enfoca la esquina del fondo, donde hay un banco acolchado de piel de color granate, y pegado a la pared, también un estante de madera cuyo aspecto se asemeja a una taquera para palos de billar: si lo observa con más atención, se dará cuenta de que contiene varas de diversos tamaños y grosores. En la esquina opuesta hay una sólida mesa de casi dos metros de largo -madera brillante con patas talladas-, y debajo, dos taburetes a juego.
Y, por fin, Dougie se centra en el elemento dominante de esta habitación del placer: la cama. Es más grande que las de matrimonio, y destaca, primero por su cabecero metálico, elegantemente moldeado y del que cuelgan más cadenas y esposas relucientes; y segundo, el hecho de que carezca de ropa de cama: no es más un colchón cubierto de piel roja, y varios cojines de satén rojo en un extremo.
El chico aparta los ojitos de la cama, y lo veo tragar saliva antes de alzar los ojos y observar el techo. Está lleno de mosquetones, a intervalos irregulares.
Sus orbes se quedan prendados de ellos, probablemente preguntándose para qué demonios sirven, y cuando se gira hacia mí, yo no puedo hacer más que sonreír de lado, adorando la expresión nublada que surca sus facciones. Decido acercarme a él, rompiendo con mi papel de observador, cuando se mueve y avanza por el cuarto, dirigiéndose hacia esa estantería donde reside la colección de artefactos que tanto me ha costado reunir y de la que tan orgulloso me siento. Vacilante, y tras echarme una última ojeada, alza la mano y toca con los dedos el artilugio de plumas, pareciendo intrigado. Mi sonrisa se hace más amplia y me coloco a su espalda, cerca, muy cerca, mientras el toquetea con algo más de seguridad el ante, y cada una de las nueve colas gruesas que lo conforman, deteniéndose en las bolitas de plástico de los extremos.
-¿Qué es?-pregunta con vocecilla infantil, sin mirarme.
Pego mis labios a su oído antes de contestar.
-Es un látigo de tiras.-murmuro en voz baja, grave y dulce.
Asiente, respira hondo, examinando el objeto durante unos instantes más antes devolverlo a su lugar. Luego, se vuelve, mirándome de forma extraña.
-Así que eres sadomasoquista.-concluye, hábilmente, haciéndome reír.
-No, soy coleccionista de objetos de pelis de porno duro.-él pone los ojos en blanco, y me vuelve a enfocar, ese brillo extraño de antes subiendo como la espuma en su iris.
-Y quieres que yo sea… -duda, mordisqueándose de esa manera tan suya el labio inferior.
Le acaricio con falsa ternura la mejilla.
-Mi invitado. Quiero que seas mi invitado.-clavo mis pupilas en sus ojos que, como si captaran el reflejo de los numerosos objetos metálicos de la habitación, ahora se ven de un gris intenso, el halo que rodea la zona negra rebosante de mercurio.
-¿Y… y si me niego?-el miedo que fluye junto con su voz no me parece real, y esta vez no logra camuflar la excitación de debajo. Reprimo una nueva sonrisa. Ambos sabemos que en el momento que pisó la calle saliendo del club conmigo, el ''no'' quedó descartado por completo. Con otros no lo he tenido tan claro, e incluso que tenido que acompañar a unos pocos de vuelta a donde los dejé porque rechazaron al final concluir el juego, pero con Dougie… tiene algo de lo que no me fio del todo. Ya durante la breve y trivial conversación en el salón, mientras bebíamos y nos acostumbrábamos un poco el uno al otro, detecté cierto… no sé, cierto punto, algo en su mirada, o en su timidez, o en sus palabras y gestos, que me hace no confiar al cien por cien en su carita de niño bueno y que mantiene un piloto luminoso con forma de exclamación constantemente encendido en mi cabeza. Y eso me mosquea. Y a la vez me provoca. Pero no estoy intranquilo, ni me preocupa, porque sé que en cuanto le haya puesto las esposas, podré averiguar que esconde el bomboncito tras el envoltorio.
-No soy un violador.-le contesto, sin romper el contacto visual, la sonrisa perenne aún en mis labios.-Mi única misión aquí es disfrutar y hacer que disfrutes. No te voy a obligar a quedarte si no te ves capaz de soportarlo.-ladeo la cabeza, bajando mi mano por su cuello, acariciando con el pulgar su tráquea, esa nuez con la que llevo fantaseando desde que la vi moverse al tragar.-Pero eso sí, te advierto, si decides quedarte y continuar con el juego… ya no habrá marcha atrás.-me paso lascivamente la lengua por los labios, separando la mirada de la suya para recorrer sin ningún recato o disimulo su cuerpo, de una forma que sobrepasa el límite de lo obsceno.-Si te quedas, tu cuerpecito me pertenecerá por completo desde ese mismo momento y hasta que yo decida dar por finalizado el juego. Y te aseguro que será un juego duro. Muy duro.
Vuelvo a subir los ojos, encontrándolos con los suyos. Respira agitadamente y parece dudar.
Y, tras unos minutos más en los que me penetro en la oscuridad de sus pupilas, abre la boca para contestar, y esta vez no oculta la sonrisa pícara y traviesa que deforma los extremos de la misma.
-Acepto.
¿Qué os ha parecido? ¿Me puedo meter ya a directora de pelis porno o espero a la segunda parte? xDDD No, en serio, si lo has leído, plis, let me know, que aunque sea así de esa manera, me anima si dejáis vuestra opinión :3 Que no os dé vergüenza, que de eso ya tengo yo bastante mientras voy escribiendo AJAJAJAJAJA.
Anyway, cuando pueda, más. Que la semana que viene esté probablemente sin internet. So, cuando tenga de nuevo, espero que ya tenga listo la otra mitad de este y el capítulo 4 de CoG (lo sé, lo sé, estoy tardando mucho, pero casi no tengo tiempo entre las prácticas de conducción y la piscina y preparar los papeles de la uni y las putas tormentas eléctricas que hay estos días donde vivo y demás DDD: ).
Love ya :3
