Disclaimer: Digimon no me pertenece.

Faltan 4 días.


I

Una cálida y amarga cena para dos


—Takaishi.

Una voz que le resultaba distante, pero a la vez lejana, rompía aquella impenetrable barrera que colocaba por autodefensa. Quizás era un mecanismo consciente, o inclusive inconsciente. Había pasado esos dos años de preparatoria en su mundo, un pequeño mundo en el cuál él se sentía un perfecto intruso. Todavía le faltaba un año más y debía de enfrentarlo. Desconocía lo que su corazón quería, aborrecía y repelía. La cortina empezó a danzar a su lado, provocándole un inestable aleteo. El detalle que esa persona que raras veces le dirigía la palabra se acercase de forma casual, era suficiente para hacerlo estallar en emociones y sensaciones ajenas a él. El viento susurró como suaves caricias a su oído que era momento de contestar. Era poderoso el saber cómo una palabra podía estremecer hasta el más inestable corazón.

—Ten.

Extendió sus manos, sintiendo por breves instantes la punta de los dedos de la chica que había logrado romper el cascarón dentro del ambiente que tanto desprecia. Un lugar hecho para pasar amenos momentos con personas a las cuales te has abierto a lo largo del tiempo, un sitio en donde las personas se vuelven mariposas sociales. Él era un ave que le habían cortado sus alas, incapaz de volar. Tanto lo había anhelado, que ahora esas alas le dolían, estrujando toda esperanza que yacía en su interior. Se había acostumbrado a agitarlas sin resultado alguno. Algo automático como ese telón invisible que utiliza para tapar el escenario. No obstante, ella había ingresado. Y ese cuerpo extraño era repelido por su sistema inmunológico imaginario.

Se quedó con el agradecimiento en la boca, al ver cómo, con rapidez, le dio la espalda para regresar a su círculo de amigos. El cabello castaño que le recordaba a un inmarcesible otoño flotaba en ilusiones que le resultaban como un complicado rompecabezas. Las piezas se hallaban esparcidas a su alrededor pero, para alcanzarlas, necesitaría extender sus manos fuera de la burbuja y, al ser frágil, se rompería. Se rompería al igual que el mundo que creó para protegerse como un niño indefenso. Por ese motivo, la caja que le había entregado, probablemente hecha a partir del arte del origami, lo dejaba más confundido que nunca, sin saber si era una compleja pieza más o algo listo para desechar a futuro. Trató de regresar al canela que desequilibraba sus alrededores, para al final asumir que fue una simple entrega y nada más que eso. Y fue así como decidió abrirlo.

Con cada doblez, percibía la suavidad de su tacto haciéndolos con paciencia y dedicación. Intuyó que era su pasatiempo favorito al comprender la precisión en la que había doblado cada extremo. Por poco se sentía abriendo un presente de navidad, sus latidos incrementando por la sorpresa. No era muy grande, ni muy pequeña. Podría ser que se encontrara vacía, tan solo algo sin significado al igual que su existencia. La saliva que corría por su garganta le sabía a un amargo café caliente, quemando su garganta. Jamás creyó que una simple entrega le causaría tanta angustia mezclada con ansiedad. Una vez terminado, se topó con algo pequeño que contenía un líquido negro por dentro. Sus ojos azules se abrieron en sorpresa, y una vez más viraron hacia aquella chica. Para su sorpresa, ella lo estaba mirando también, hasta que una muchacha un año mayor que ellos interrumpió aquél efímero intercambio. Su cabello lavanda cubría su rostro, dejándola en el anonimato. Quiso clavar sus uñas en frustración contra la carpeta de madera, para luego recordar que sería inútil, ya que tenía otra zona en la cual hacer mucho más daño al llegar a casa. Bajó sus zafiros, aguantando sus ganas de abrazarse al recordar el intenso dolor del acto.

Ella se levantó de su asiento, refrescándole la memoria que la campana del fin de clases había sonado como un ruido más de fondo. La castaña le agitó la mano sin pronunciar algo, acabando con un guiño del ojo. Más atontado que nunca, dejó la tinta que había recibido y, así, ver que dentro del origami había un mensaje. Era algo puntual. Tan escalofriantemente puntual que lo primero que hizo fue mirar el reloj en espanto.

«Hay descuento en comida para gatos en el supermercado hasta las cinco.»

Toda emoción desapareció de su cuerpo, dejándolo como alguien inexpresivo por breves segundos, hasta que su primera burbuja reventó.

¡¿Quiere que vaya a comprarla?!

Sostuvo el pasado origami con fuerza, alistó sus cosas en cuestiones de segundos, y salió disparado de la puerta de la clase, ignorando los murmullos y chismes sobre su fantástica retirada. Poco le importaba, menos tiempo para preocuparse por ello. No deseaba decepcionarla. Más bien, no deseaba amargarla. Aquél sombrero que usa como barrera fue sujeto a presión por su mano y así no volara con su apuro. Los ecos que hacían sus zapatos en el pasillo se asemejaban al sonar de las agujas de un desesperante reloj, desgarrando sus tímpanos. Debía apresurarse y llegar a tiempo.

¿En qué momento nuestra relación se volvió de esta manera?


Semanas atrás


En un pequeño departamento, una joven con cabellos amoldados grácilmente contra su nuca, andaba como un ama de casa al pasar de lugar a otro junto a un rostro lleno de preocupación. Buscaba en las alacenas. Buscaba en los estantes. Buscaba bajo el sofá. Buscaba entre los cojines. Buscaba en las habitaciones. Incluso buscaba dentro del horno pero, aún así, no daba con el paradero de aquello que tanto deseaba encontrar. Colocó ambas manos llenas de polvo ante sus rojizas mejillas, cerrando los ojos como señal de rendición. La ansiedad la comía y no podía solucionarlo. La intensa lluvia no cesaba su rítmico caer, asemejándose a cristales que al estrellar con el concreto se rompían en millares de pedazos, perdiéndose en la hambrienta ciudad que la utilizaba para mantenerse de pie. Cedió su espalda contra una pared cercana, cayendo hasta su rostro dar con unas ásperas rodillas. La falda del uniforme se ajustó bajo su pantorrilla, cubriendo una reveladora posición, mientras que el delantal rosa que usaba sobre su blusa blanca se arrugaba. Su pequeño flequillo cubrió sus ojos rojizos, dando lo mejor de sí para maldecir a voz alta. Abrió sus labios, mas estos se sellaron automáticamente. Intentó hacerlo en su cabeza pero tampoco dio resultado alguno. Frustrada por aquella ineptidud mental, agitó su cabeza sobre sus rodillas. Se mordió la lengua, creyendo así calmarse. Pronto aparecería. Eso era lo que quería creer.

No creyó que el sonar del timbre la haría levantarse de inmediato en vez de deslizarse hacia la puerta como suele hacer. Menos creyó encontrarse con una figura desconocida cargando aquello que la sacó de quicio la tarde entera.

—¡Miko!—gritando con alegría, el gato escapó de las manos del extraño para al acercársele, gruñendo como un cascarrabias. Ella infló ligeramente sus mejillas, pensando que el gato era un malagradecido tras pasarse toda la tarde buscándolo. Inclusive regresó empapado por la lluvia y algo lastimado—Muchas gracias por traerlo.

—No hay problema, la dirección fue fácil de encontrar gracias a su collar. Es un gato algo especial, ¿no?—el hombre de apariencia sospechosa lanzó una risa nerviosa.

—Es muy huraño.

Sorprendida por su presencia, la estudiante de preparatoria observa al enigmático personaje que había aparecido frente a ella junto al gato malagradecido. Un encuentro que le costaba creer debido a la unicidad del individuo. Ciertamente, un cabello dorado un poco largo hasta su cuello le resultaba curioso pero, la cereza del pastel, era aquél color negro en la parte superior de su pelo siendo un contraste mucho más intenso que el blanco con el negro. Parpadeó muchísimo, sin creer lo que veía. Por un instante se perdió en aquél cautivador azul, unas largas pestañas que le generaban envidia al ser algo femenino, y un rostro perfilado que marcaba con belleza los pómulos de su cara. Aún así, no podía quitarse la sensación que era un sujeto sospechoso tras tener como ropa una mezcla de invierno con verano. Sin olvidar esa mancha (sí, para ella era una mancha más que otro color) negra en su cabello sobre las hebras rubias. Lo que más le intrigaba era eso pero, tampoco podía negar que no le quedaba para nada mal. Definitivamente le sentaba de maravilla, por más que lo hiciera resaltar como un animal exótico.

Tras tanto analizarlo en silencio, finalmente notó los rasguños en su pálido rostro, los cuales tienen un alto chance de ser cortesía de Miko.

—Adelante, por favor. Mi gato te ha lastimado y lo menos que puedo hacer es ofrecerte algo de beber y curar esas heridas—agachándose para mostrar respeto, ella lo hace pasar.

—En verdad no hay problema. Aunque sí acepto esa oferta de curar las heridas. Arde bastante—con una risa nerviosa, el chico se adentra al departamento de la estudiante de diecisiete años.

La chica le ofreció asiento, para luego ir en búsqueda de alcohol, algodón y un esparadrapo para así formar una curita para apaciguar el ardor, de paso desinfectar los rasguños por la mascota que le causa dolor de cabeza. Al regresar del baño con lo necesario, vio que el misterioso hombre observaba con curiosidad a Miko, quien andaba en la suyas. El bandido gato ignoraba su dolor tras haberse trepado todos los árboles del parque al escaparse, arañando lo que tuviera frente a él. Dejando los implementos en la pequeña mesa de la sala entre los cojines de piso, juntó ambas manos en su cadera, deteniéndose.

—Este gato…

—Permíteme ayudarte.

—Espera, no quiero que se incrementen las heridas en tu…—pero las palabras de ella se vieron interrumpidas cuando él logró sujetar al gato entre sus brazos, llevándolo consigo hacia el cojín, sentándose en el suelo cerca a la pequeña mesita de madera—…rostro.

No dejaba de parpadear, incrédula ante lo que había visto.

—No lo puedo creer. Jamás se deja agarrar, menos abrazar. ¿Cómo así lo lograste?—tomando la misma posición que su invitado inesperado, decide acomodar su flequillo y empezar a hacer los preparativos para sanar el rostro de su salvador.

—Lo aprendí a la mala—sonriendo con un toque de nervios, señaló los rasguños en su rostro.

—¡Cierto!—con un gesto de sorpresa, abrió sus ojos canela para así empezar el proceso. Tras tener el alcohol en el algodón, empieza a desinfectar.

—Tch—él cerró el zafiro que lo identifica en señal de dolor. Le había ardido más de la cuenta al estar muy abierta. Miko contaba con uñas largas y filudas de mala manera al no haber un juguete en casa para que se las arregle.

—¡Disculpa!—moviendo sus manos de forma atolondrada, sigue con las demás zonas. Tras finalizar, suelta un suspiro al cerrar el alcohol y guardar el esparadrapo que pegó en partes de su rostro para formar unas curitas caseras—Listo.

—Muchas gracias—alegre, el chico baja la mirada para así enroscar su dedo en la cola de Miko.

Quiero tocarlo.

—Hmm…—pensativa, la estudiante extiende su brazo, para luego ser repelida violentamente por su mascota. Deprimida, unas diminutas lágrimas se formaron en la esquina de sus ojos—Creo que mi gato me odia.

Empezaron a pasar los minutos, la chica por cortesía le invitó algo de té como cortesía. Estaban sentados bebiéndolo con lentitud, charlando un poco sobre la odisea en atrapar a Miko en el parque, cómo encontró la dirección con facilidad en el collar y el hecho de haber logrado que el gato se dejara cargar todo el camino. Ella andaba algo celosa porque el gato que tenía como mascota a lo largo de su vida siguiera huraño ante su tacto y prefiriera a un completo desconocido. El humeante té seguía ahí, indicando un lento pasar del tiempo entre los dos. Miko se acurrucó una vez más en las rodillas del sujeto sospechoso, mientras que ella se perdía en aquella mancha negra sobre su rubio cabello.

—¿Siempre estás sola, Yagami-san?—rompiendo el silencio, el chico lanza una pregunta mientras la nombrada tenía su rostro apoyado en su mano, mientras que el codo daba con la mesita.

—Verás…—cuando la respuesta estaba saliendo de su boca, tomó noción que había sido llamada por su apellido por el desconocido. Su rostro palideció momentáneamente, sus ojos abriéndose por la inesperada revelación.

¡¿De dónde me conoce este sujeto?! No vive en mi mismo edificio, y tampoco recuerdo que alguien así de resaltante estudie en mi escuela.

—¿Cómo sabes quién soy?—señalándose, exige una explicación.

—¿No eres Yagami-san de mi misma clase?—aturdido, cierra sus ojos temiendo haberse equivocado—Soy Takaishi.

Una imagen mental apareció en la mente de Hikari Yagami. Un paralelo entre el Takeru Takaishi que ve todos los días en clase, y aquél hombre que tenía en frente. El contraste con y sin el sombrero era fuera de este mundo, en especial su actitud despreocupada comparada con la depresiva que le transmitía todos los días. Además, no podía negar que al no tener el sombrero que cubría su mancha, puesto, resaltaba aquél rostro como alguien atractivo. Se encontraba sumamente atontada por la revelación.

—¿Ese Takaishi?—incrédula, vuelve a preguntar.

—Sí, Takaishi—él miró hacia otro lado, avergonzado.

—Vaya, sin el sombrero no te reconocí. Te ves mucho mejor así—le sonrió con alegría, tratando de enmendar su error. Apenado por el cumplido, él levanta el rostro evitando un sonrojo por la confesión—No das esa aura sombría como en clase.

—Ahaha…—lanza una risa carismática. Opta por señalar la mancha de su cabeza, explicándose—Si no lo uso se vería esto.

—¿Eres un delincuente o algo así?—frunciendo el ceño, Hikari seguía sin creer que alguien tan reservado tuviera una apariencia tan extravagante fuera del horario de clases.

—¡No, no, no!—aturullado, Takeru empieza a sudar un poco mientras mueve sus manos frenéticamente frente a su cara, evitando crear un malentendido más—Tuve un accidente con mi máquina de escribir.

—¿Máquina de escribir? ¿En estos tiempos?

—Me gusta la sensación al tipiar. Además lo siento mucho más cercano que en una computadora—empezó a reír con alegría al final, cerrando sus ojos.

—Pero sea accidente o no, el sombrero lo usas desde que empezamos el primer año de preparatoria el año pasado—entrecerró aquél cálido canela, considerándolo sospechoso.

—Verás…—desviando la mirada hacia un distante horizonte, Takeru se sentía avergonzado por la respuesta que iba a dar. Su rostro se cubrió en oscuridad, mientras que Miko bostezaba en sus rodillas plácidamente—Acabé tiñéndome la zona de la mancha.

¿Está hablando en serio?

—¿Acaso no pensaste en lavarte el cabello?—con la misma mirada, sus pestañas y cejas algo bajas por la revelación y sorprendida por su acto tan absurdo, Hikari se extiende mucho más cerca a el rubio, incrédula de su acción.

—No se me ocurrió hasta después de hacerlo—recordando aquél día, Takeru empieza a arrepentirse de su acto en medida de desesperación sin haber pensado en una alternativa más simple. Cayó rendido en la mesita, su rostro impactando con fuerza. Sus curitas de algodón amortiguaron el daño pero, Miko saltó por el fuerte ruido.

—Aaa…no sé si eres alguien increíble o simplemente idiota—suspiró ella en derrota, para luego sacudir el rosto en rendición.

Tras no haber sido criticado, Takeru levanta la cara, divertido por la reacción de Hikari. Ella siempre muestra un acto dulce en la escuela, jamás lanzando esas expresiones ante sus amigos. Aquello fue algo cálido para el chico, mientras que Hikari sentía libertad en su corazón. Estaba siendo lo más expresiva posible tras guardar todas sus reacciones en la escuela debido a la imagen que ella sola, inconscientemente, había formado. Ambos tienen barreras invisibles para cubrir sus verdaderas identidades, evitando así colapsar. En ese instante, sus pensamientos se unieron en uno solo.

«Es como si lleváramos una vida doble.»

—Yagami-san, ¿vives sola?—Takeru pudo escuchar la ligera respiración de Miko en sus piernas, indicando que se había quedado dormido.

—Mis padres trabajan mucho, tanto así que hace tiempo que no los veo en casa. Mi hermano estudia en una universidad algo lejos de aquí y pasa la mayor parte del tiempo donde su novia al quedarle más cerca. Aunque siempre viene a visitarme en vacaciones. Tengo que encargarme de todo aquí.

—¿Es por eso que siempre regresas rápido a casa? Ya veo. Así que por ese motivo siempre rechazas las invitaciones de tus amigos—colocó un dedo bajo el mentón, meditando las acciones de Hikari.

¿Cómo así sabe? Debe de ser porque cuando Miyako viene a invitarme a alguna parte es muy escandalosa.

—Mira quién habla—contestó cerrando los ojos, suspirando.

—Lo siento—agachando la cabeza por su imprudencia, Takeru se apena por haber dicho algo tan serio para ella, como si fuese algo obvio debido a su inocencia.

—¡No, discúlpame a mí!—ahora fue turno de Hikari el de jugar con sus manos, avergonzada por haber sido sarcástica—Siempre quise responderle de esa forma a alguien. Creo que fue el momento menos oportuno.

Takeru tan solo sonríe amablemente, sabiendo de corazón que Hikari no pretendía maldad con aquella pequeña broma que no le salió del todo bien.

—Yagami-san, ¿no es peligroso?

Hikari bajó sus manos a la falda de su uniforme, jugando con sus delgados dedos en el proceso. Su corazón dejó de latir por breves instantes, creando ansiedad en su garganta. La sentía seca, presintiendo que ni con el té que se iba enfriando con el pasar de los minutos lograría quitarse dicha agobiante sensación. Su corazón seguía hundido, soltando un gesto de sorpresa por la pregunta que sabe que es obvia, considerada y razonable. Su voz empezó a salir como un murmullo, contestándole, en vez de esquivarla.

—Por eso mismo no quiero que nadie en la escuela se entere. Los profesores harían todo un problema y no quiero molestar a mis padres después de que se esfuerzan mucho para que mi hermano y yo podamos estudiar.

Takeru se limitó a no contestar, sabiendo que no estaba en el lugar de aconsejarla.

—Dime, Takaishi. ¿Por qué tienes una máquina de escribir? Me dijiste que es porque no te gusta la sensación de una computadora al tipiar. ¿Has pensado en lápiz a papel?

—La verdad… también me incomoda el sonido de tener que tajar un lápiz—cubrió sus orejas, imaginando el sonido—Prefiero mil veces usar una cuchilla o navaja pequeña para sacarle punta.

—¿Y si usaras un portaminas?—sugirió ella.

—No lo había pensado—colocó una vez más su mano bajo el mentón, cuestionando motivos por los cuáles no se le habían ocurrido.

Sinceramente ya no sé qué creer con respecto a su manera de pensar.

—¿Vas a responder mi pregunta anterior?—ladeando el rostro, Hikari coloca su barbilla bajo sus manos, las cuales había acomodado sobre la mesa para así mirarlo mejor. Ella seguía impresionada con las dos tonalidades de color de su cabello, perdiéndose ocasionalmente en él.

—La verdad…—bajó sus ojos, inseguro si confesar lo que realmente hacía. Tras ella haberse abierto con él, sentía que no podía mentirle—Escribo. Escribo una historia desde hace bastante tiempo.

Sí, no tenía opción a mentirle. Y se mordió el labio esperando las burlas que lo atormentaron en su pasado mientras cursaba la secundaria, motivo por el que empezó a escribir.

«Ambos guardamos grandes secretos.»

—¡Qué increíble!—aquél rostro resplandeciente iluminó su corazón de papel. No obstante, Hikari notó su vergüenza—¿Por qué te pones así?

—Me apena.

—¿Pero por qué? Me parece algo maravilloso.

La cara de Takeru no tenía descripción en dicho momento, deseando atrapar las palabras de Hikari. Al ser algo impalpable, se escapaban en el viento como ligeros susurros que anhelaba atesorar en una botella, inclusive en una concha para así, al pegar su oreja, escucharlas todos los días en lugar de las olas del mar.

—Es algo muy vergonzoso—Hikari seguía sin comprender el extraño comportamiento de Takeru con respecto a su historia.

Al parecer es muy importante para él.

El incesante tic tac del reloj seguía, intercalándose con las breves respiraciones de Miko. El silencio cayó con fuerza entre ambos, creando una atmósfera de tensión e incomodidad. La lluvia estaba cesando, indicando que horas habían pasado desde su llegada y charla. Takeru enroscaba su dedo en la cola del gato, sintiendo su suavidad, imaginando que así se debe de sentir el tacto contra una esponjosa nube. Hikari lo observaba, creyendo que había cometido una imprudencia. Tose ligeramente, tratando de crear algún tipo de ruido, para luego tocar su taza de té y percatarse que ella era la única que no había tomado ni un solo sorbo, sintiendo su frialdad. Definitivamente, el tiempo sí había fluido, y no fue lento como pensó que lo había sido.

—Takaishi, creo que te he detenido más de la cuenta. Se está haciendo tarde—una sonrisa se formó en la comisura de sus labios.

Takeru alzó la mirada, perdiéndose en sus alrededores. Era un departamento grande para una sola persona, sintiendo los ecos de la soledad en cada esquina que cruzaba hacia su memoria. Hikari caminando en tal lugar lo estremecía, en especial tras haber compartido un ameno momento en la mesa. Una mesa en la cual cenaría sola esta noche. Desvió fugazmente sus ojos hacia la cocina que yacía detrás de ellos, al igual que la única cubertería en el friegaplatos. Su corazón dolía. Le dolía que esa calidez que ella transmite se pierda. Se perdió en las manos de Hikari, finalmente dando con un detalle que había pasado por alto. En sus falanges había curitas. Muchísimas. Cuando andaban en clases jamás se las había visto puestas, menos heridas en sus dedos. Analizó su situación, llegando a una conclusión.

—Puedo llegar tarde hoy. Además, siento que si me muevo, Miko me atacaría por despertarlo—señaló al gato en su regazo, quien seguía en el mundo de los sueños.

—Entonces te quedarías para cenar, aunque no tengo mucho qué ofrecerte. Tengo sobras de la cena de ayer, espero alcance para dos—Hikari se levantó, preparándose para ir a la cocina.

—Comí algo de camino, no te preocupes por mí—su oración la detuvo en seco, ella arreglando su flequillo al tomarla desprevenida. Notó la recta espalda de Takeru, lo cual le hizo sentir un vacío en el estómago. Estaba cerca, pero a la vez distante. Y eso le proporcionaba un dolor difícil de explicar.

—Oh, ya veo.

La despedida de ambos llegó más rápido de lo esperado. Tras charlar brevemente sobre las clases, aprender que Takeru Takaishi no es una persona sospechosa por siempre andar con aquél sombrero que cubría un error absurdo debido a un ataque de impulso, se percató que era una persona común y corriente, encantadora y juzgada de forma equivocada ante los ojos de los demás. Miko se despertó cuando Hikari lavaba su cuenco, indicando que era el momento de decir adiós. Se acercaron a la puerta, conversando que era un alivio que dejara de llover. El verlo partir, dejándola sola en pleno departamento, le hizo notar que era la primera vez que, luego de mucho, compartía una cena con alguien.

Por más que haya sido solo yo la que comía.

Al día siguiente, Takeru no imaginó que, tras mirar por la ventana del corredor de la escuela, perdido en el característico olor del verano, se toparía con Hikari, quien andaba de pie a su lado, mirándolo de frente.

—Takaishi—se encontraba mirando el suelo tal cual él volteó a mirarla.

—Oh, Yagami-san, ¿sucede algo?

Qué raro, nunca habíamos hablado en la escuela. ¿Se encontrará bien?

Takeru se fijó en las manos de Hikari, sus sospechas del día de ayer incrementándose, confirmando su conclusión.

—Miko quiere verte—viró sus ojos canela hacia la ventana, observando en su reflejo el sombrero del rubio que todos veían como alguien inexistente.

—¿Eh?

—Todo el día rasca la puerta y siempre se acurruca en el cojín que usaste el día de ayer, ronroneando como loco… los vecinos se quejan mucho del ruido. Dicen que hace más escándalo que un perro.

—¿En verdad está bien que vaya?—incrédulo, Takeru se señala.

—Sí. Además…—un eterno silencio se apoderó de los dos, él perdiéndose en las palabras próximas a salir, volviéndolas a extraviar y maldiciendo eternamente no tener una manera de atraparlas para siempre—…quiero leer tu historia.


Presente


Tras llegar a su casillero y así cambiarse los zapatos, no le importó si hacía excesivos ruidos mientras luchaba en quitárselos. El bolso con sus cuadernos, notas y demás implementos de estudio saltaban en su hombro, mientras que su uniforme de invierno le proporcionaba calor al estar en verano. Asustado, miró el lejano reloj digital colgado en la salida. Tras ver que las manecillas indicaban que faltaba poco para las cinco, volvió a palidecer al recordar que Hikari, por más pacífica que se viera en la escuela, se volvía en alguien común y corriente en casa con palabras ocasionalmente hirientes y un humor difícil de definir. Tras finalizar, empezó a correr una vez más, sudando a borbotones. Su frente lloraba al no dar con el uniforme, mirando a todos lados si era una buena idea lo que estaba pensando. Al notar que no había moros en la costa, trató de tomar un atajo detrás de la institución educativa y, para poder hacerlo, empezó a desvestirse al retirarse la casaca, dejando al descubierto la blanca camisa. Le quitó el nudo a su corbata, esta flotando con cada paso atolondrado que daba. Finalmente, se quita el sombrero, dejando al descubierto su teñido pelo de dos colores, rubio con negro. Llegó a la reja que lo separaba de su libertad y la trepó con destreza y agilidad.

No obstante, se topó con una presencia indeseada.

Al saltar hacia la vereda, una chica que conocía a través de observaciones, dado que visitaba constantemente a Hikari, lo observaba tras hacer su acrobacia. Su cabello lavanda se mecía con el viento, sus ojos ámbar brillando detrás de las gafas. El aliento de ella se cortó tras ver una figura desconocida y atractiva, mientras que la de él fue por espanto al ser visto con su verdadera apariencia. Tras dar con el suelo, empieza a correr tras evitar caer encima de ella.

—¡El gato!—gritó él mientras desaparecía.

—¿El gato?—confusa, se quedó el soledad mientras meditaba esas palabras, creyendo que era algún código—Sea como sea, no sabía que había un chico tan guapo e inusual en la escuela. ¿De qué año será?

: : :

Hikari andaba recostada en el sofá de su departamento mientras miraba un programa aburrido de la televisión. El sonido de las falsas risas no le causaba gracia, ignorando la malcriadez de Miko al seguirse sobando en el cojín que Takeru utiliza ciertos días de la semana y todos los sábados. Algo irritada por el ronroneo del gato, cierra sus ojos suspirando. El día de hoy también tuvo que ayudar, causando que no pudiera hacer aquello que le encargó a el rubio. Juntó sus rodillas en el asiento, mirando el reloj de la sala. Un ruido de llaves la sacó de sus pensamientos cuando justo, el programa, se había puesto ligeramente interesante.

—Estás tarde—fue lo primero que escapó de sus labios al ver que eran pasadas las seis.

—¡Me avisaste tarde sobre la oferta, Yagami-san!—se quejó como un niño, cerrando sus ojos tras haber sido resondrado por algo en lo cual él no tenía la culpa. Se adentró a la sala, observando cómo estaba inmersa en el programa, constantemente cambiando de expresiones. Dejó la bolsa con el pedido en la cocina, para luego sentarse en el cojín que el gato utilizaba. Tras verlo, el animalito se le trepó a sus piernas—Solo pude conseguir dos latas para Miko. También le compré un juguete.

—Mmh—dijo ella como respuesta, el brillo del televisor siendo reflejado en sus ojos canela.

Cada vez que viene trae algo nuevo para Miko. Parece como si hubiera un bebé en casa con tanta cosa tirada de él.

—¿No pudiste ir por ayudar en el consejo de nuevo?—acariciando a la mascota, quien solo era dócil con él por más que lo entrenase y tratara de que fuese de forma igualitaria a Hikari, opta por preguntar.

—De vez en cuando necesitan manos extras. Además, Miyako es mi amiga—respondió, su boca siendo aplastada por las rodillas.

—¡Cierto! Hablando de Inoue-san...—Takeru se abrió un poco los botones de la camisa para así darse un poco de aire. El usar el uniforme de invierno en verano lo atormentaba, especialmente al correr—…me topé con ella al salir a hacer tu recado. Me terminó viendo así.

Decepcionado de su acción, el rubio bajó el rostro. Por su parte, Hikari voltea con lentitud su cara, imaginando la escena. Especialmente la reacción de su enamoradiza amiga.

—Uwaa… desagradable—tembló un poco, para luego apagar el televisor y acudir a su cojín, frente al de él.

—Por suerte no me reconoció. Eso sería un problema—soltando una risa despreocupada, Takeru toma un sorbo de una bebida que había comprado en un Starbucks cercano. El calor era agobiador, tanto así que lo tomaba con prisa. Hikari lo miraba, especialmente el líquido.

—¿Y el mío?

Esa pregunta tomó desprevenido a Takeru, causando que su rostro se tornara blanco. Un pensamiento atormentó su cabeza.

¡No lo pensé! ¡Yagami-san se va a enfadar!

Y él quería evitar eso a toda costa.

—Ten—Takeru le extiende su bebida, la cual ella acepta sin duda alguna. Él suspiró de alivio, feliz de haber evitado una catástrofe.

—¡Yay!

No obstante, el rostro de insatisfacción en el rostro de Hikari le hizo dudar sobre su acción tras finalizar su primer sorbo con la pajilla.

—¿Qué es esto?—arqueó una ceja, para luego ladear el rostro. Los cubos de hielo de la bebida se mecieron con su movimiento—¿Café latté?

—Sí—dudó al dar su respuesta.

—No me gustó—le devolvió la bebida, tratando de quitarse ese sabor amargo de la lengua. Se puso de pie, para retirarse momentáneamente de la sala—La próxima vez que sea un jugo.

Takeru se quedó con el café helado en mano, su rostro inclinándose hacia un lado cerrando los ojos mientras agradecía seguir con vida tras haberle dado algo que no fue de su agrado. Optó por hacer una nota mental.

Lo tendré en consideración para la próxima vez.

Ajeno a lo que sucedía al otro lado, Hikari se recostó sobre una pared del corredor, cubriendo su rostro con ambas manos. Dejándose llevar hacia el suelo, hundió su cabeza, tomando noción de lo que acababa de suceder entre ellos dos. No sabía si lo estaba tomando muy en cuenta, o quizá le frustraba la forma en la que Takeru lo había pasado como algo trivial. Quizá ella estaba leyendo muy entrelíneas. No lo sabía. Aquello la atormentaba, su corazón de papel latiendo como nunca lo había hecho.

—No lo puedo creer. Tomamos del mismo sorbete. Es un despistado y tonto.

¿Cuenta como un indirecto?

Definitivamente, el tonto que estaba en la sala de al lado, andaba perdido en su acción al tomarla a la ligera, todavía bebiendo de la misma pajilla con tranquilidad. Optó por dejar de tomar y miró hacia el sitio al cual ella había desaparecido. Miko ronroneaba en su torso, mientras que la luz del lugar iba directo a su cabello teñido de negro. Suspiró, cerrando una vez más sus ojos, y volver a beber.

El café latte es rico.

—Se está demorando mucho, ¿no crees Miko?

Tras decirlo, Hikari aparece más tranquila, con el rostro recién lavado. Tomó asiento, percatándose que el chico con cabello de dos colores había acabado su café. El recordar el sabor amargo le causaba una mezcla muy extraña de sensaciones en su interior. Sacudió ligeramente el rostro, mientras sacaba sus tareas del bolso. Takeru la imitó y, en cuestión de minutos, empezar a hacer su tarea. Sorprendentemente, para Hikari, él era pésimo en ciertas materias.

—Takaishi, ¿cuál es tu materia más débil?

—Japonés—sonriente, le contesta sin sentir vergüenza ajena al fallar en su lengua materna.

—Tiene que ser una broma—dándose un palmazo contra la frente, Hikari no pudo contener lanzar otra pregunta—¿Cuánto tienes de nota ahí?

—Dos.

—Repito, no sé si eres increíble o simplemente idiota—rendida, empieza a revisar sus deberes, llamándole la atención la manera en la que escribía los kanjis—Oye, ¿cómo así puedes escribir bien este y no el otro, cuando significan exactamente lo mismo?

—Es que me gusta el diseño de este pero no el otro, por eso no me lo puedo aprender.

—Eres como un niño pequeño—asombrada, la castaña no sabía que otra sorpresa Takeru Takaishi tendría preparada para ella—¿Cuál es tu fuerte?

—Salud*.

—Me estás bromeando, ¿no?

Como si fuese algo simple, Takeru saca el último examen de una libreta de notas, sin afán de presumir, ni nada por el estilo. Quería que Hikari le creyera, y demostrarle que no mentía. Tras ver el noventa y ocho de nota, se quedó impresionada. El rubio con toques de negro en su cabello andaba en su sonriente mundo, orgulloso de su único logro estudiantil. Fue así como transcurrió el resto de la tarde, con Miko bostezando de sueño en las piernas del chico. Los lápices sonaban contra las hojas, mientras intercambiaban palabras con brevedad, ayudándose mutuamente. A Takeru le impresionaba la sabiduría de Hikari y sus altas calificaciones. El encargarse de su casa y tener dicho alto promedio era ya admirable para él.

—Cierto, Yagami-san. Gracias por devolverme las tintas para mi máquina de escribir—agradeció mientras miraba lo que apuntaba en su libreta.

—Eso te pasa por olvidártelas el otro día. Las compraste de camino a casa al verlas en oferta y al final las dejaste aquí. Deberías tener más cuidado—dijo con seriedad, también absorta en su trabajo—¿Llegaste a avanzar algo?

—Solo a mano. Como olvidé la tinta nueva no pude reponerla.

—¿Lo trajiste?—cerrando su cuaderno, indicando que había finalizado su parte, volvió a perderse en aquella mancha negra que la cautivaba. Él seguía con su cabeza hacia abajo, metido en sus quehaceres.

—Sí—al alzar su mirada, hay un breve intercambio entre zafiro y canela—Después de todo, una vez que me olvidé casi me matas.

—Ahaha…ha…—Hikari deseaba borrar de su mente cómo se enfadó ya que la historia se había quedado muy buena la vez pasada y, al día siguiente, se la había olvidado, dejándola colgando de un hilo.

Con los implementos estudiantiles en la mesa, Takeru hace algo de espacio mientras saca sus escritos. La castaña se corre a su lado, jalando el cojín. Hombro con hombro, ella más junta que nunca, el rubio se sonroja por la vergüenza de tener a alguien leyendo una historia muy personal para él, especialmente con él presente. Hikari se sumergió en la corta lectura, grabando cada oración en su mente.

«Hoy no se formaron más heridas en mí, ya que la calidez de Aki es reconfortante. Todavía siento aquella sensación filuda, causándome dolor pero, mi corazón, agradece que no sea tan seguido como antes. Cada vez aprendo algo nuevo, en especial su actitud, sonrisa y cómo es más natural. Su luz es tibia, y quiero que ella también la sienta en vez que transmitírmela solo a mí. Por eso, poco a poco trato de devolvérsela.»

—Uryuu es un personaje muy interesante—le lanzó una sonrisa llena de calor, dirigiendo su rostro hacia él, intercambiando miradas en silencio.

—Me alegra recibir tus opiniones. No sabes cuánto, Yagami-san—imitándola, ambos irradían una luz en el departamento de Hikari. El cantar de unos cuervos a la distancia le recordó que era tarde, el sol del verano engañando al anochecer en horas más tardías—Bueno, creo que es hora de retirarme. Muchas gracias por recibirme.

La acción que Hikari realizó los tomó a ambos desprevenidos, Miko inclusive dejándolos en soledad al saltar de las piernas de Takeru. Sus finas manos sostenían con fuerza un extremo de la manga de su camisa de manga larga. El chico no dijo palabra alguna, mientras que el rostro de ella andaba perdido en su flequillo. Aplastaba su diminuto labio, mordiendo ligeramente con sus dientes el inferior.

—Takaishi. ¿No quieres quedarte a cenar?

Antes de decir su respuesta, observó aquellos dedos que jamás pasaban desapercibidos para él. Las curitas seguía ahí, causando que entrecierre los ojos, incapaz de comprender la sensación de inconformidad que provocaba en su interior.

—Solo si me dejas ayudarte—colocó su mano derecha sobre el cabello de ella, Hikari levantando el rostro para observar su carisma al sobárselo—No quisiera parecer un aprovechado.

Parándose de golpe, Hikari atonta a Takeru. Un semblante lleno de energía vitalidad, luz y armonía que propagaba en su hogar era suficiente para sentirse especial al ser el único que la veía con dichas emociones reales. Le extiende de la mano, él recibiéndosela, el calor entre ellos siendo reconfortante. La castaña sonríe mostrando sus dientes, mientras lo jalaba hacia la cocina. Se colocó el delantal con el cual él la encontró por primera vez en el departamento, recordándole ese día tan especial. Antes de que pudieran dividirse las labores, Takeru se ofrece a cortar las verduras para el estofado, cosa que Hikari agradece. Todo transcurre con total normalidad, formando un aura apacible entre los dos muchachos en el solitario departamento, junto al gato que se relamía entre sus piernas.

La hora de la despedida siguió pero, lo que más vació dejo su corazón, fue la falta de una presencia más en su hogar. Sentada en la mesa que comparten, sus ojos se pierden en la oscuridad de la noche, mientras que Miko jugaba con el nuevo juguete que Takeru le había traído el día de hoy.

La calidez es algo que te deja una sensación dulce por dentro. Entonces, ¿por qué la siento tan amarga ahora mismo?


¡Ciel! Espero que te haya gustado la primera parte de este regalo, que originalmente iba a salir mañana pero, por cuestiones de contratiempo, he tenido que adelantarlo. Hace tiempo que no escribía Takari, entonces imploro no haber malogrado tu OTP. Me esforcé muchísimo y ojalá el resultado te guste. No te preocupes que no es el final, ya que serán 3 (quizás cuatro, ya veremos).

Salud: en inglés es conocido como "health". Es un curso que se lleva en las escuelas japonesas, me imagino que en castellano se llamaría "Salud". No lo sé.