Los siguientes personajes pertenecen a la grande Rumiko Takahashi, y la trama en general pertenece a Christina Dodd.
Pero a diferencia de lo que pensáis no es un plagio, ni un AU, podría decirse que es un capi más en el manga de Inuyasha original.
Pq como dicen, puede ver adaptación sin ser plagios.
…
"¿Kagome no te dijo sobre el kimono espiritual?" La señora Higurashi llenó un bol azul de arroz hervido, que el hanyou supuso era para el hermano pequeño. "Mi cielo, ¿qué hiciste para ofenderla? A mi hija le encantó la idea de mostrarte el viejo kimono matrimonial cuando se lo comenté el mes pasado, en realidad creó que es una de las pocas historias que le gustan del abuelo, y como además descubrimos recientemente su poder, creíamos que te gustaría al menos comprobar que tal ere ése poder."
La olla hervía con un poco de curry, el sol traspasaba entre las abiertas cortinas, el reloj hizo tictac sobre la repisa de la chimenea, e Inuyasha estaba de pie apoyada con los brazos cruzados en la mesa de la cocina y el entrecejo apretado, el mismo retrato del poder masculino y la testarudez.
La misma imagen de virilidad ofendida.
La señora Higurashi escondió una sonrisa mientras colocaba el bol en la mesa. El hanyou, que tendría más de sesenta años, "pero lo consideraba un muchacho", no parecía tomarse bien el rechazo de su compañera del futuro.
"Mi hija es una testaruda." Él frunció más el ceño. "De ideas fijas, una muchacha que se preocupa demasiado por los demás, sin tener en cuenta que el que los demás desean de verdad."
La señora Higurashi esperó una respuesta del hanyou, pero él no dijo nada más.
"Sí. Bueno." Ella volvió a su idea. "El kimono matrimonial es una tradición vigente, aunque no lo parezca en estos tiempos modernos. Es un viejo kimono gris oscuro que es considerado que trae la buena suerte a los recién casados si se pone alrededor de sus hombros, por eso se cree que tiene poderes..." Hizo una breve pausa para causar efecto. "No, espera, déjame pensar... si ellos besan el kanashi (ornamento que llevan las mujeres durante la ceremonia), no, quizás era algo sobre la obediencia de la esposa. Si pudiera recordar la historia, te la diría, y podríamos descubrir porque esta ahora enfadada contigo. Pero a veces el abuelo dice tantas cosas, que una elimina las viejas...y..."
Inuyasha levantó sus ojos dorados inyectados en sangre para fulminar con la mirada a cualquiera que pasará en esos momentos, puesto que la madre de Kagome no tenía la culpa de la discusión entre ellos. Pero si estuviera Shippo... o Miroku...
Quizás esto lo ponía un poco de mal humor. A toda prisa, pensó en cambiar de táctica y, dijo en un tono enérgico, práctico...
"Nunca he estado interesado en las tonterías de los matrimonios. De mi vida antes de que Kagome rompiera el sello solamente recuerdo «los buenos viejos días»... matando youkais, las batallas, comiendo carne cruda, vagando solitario por los bosques..." Kikyou…aunque eso no es un buen recuerdo…'
Hosco y sarcástico, ella notó, su estado habitual desde su regreso hace casi dos semanas.
"Oh, cielo eso es devastador, preferiría no creer que pasaste por todo eso."
"En general es un modo de vivir. Desde la llegada de Kagome y los demás, he cambiado bastante. En mi época un hanyou es como una bestia a la que temer o matar." Él enderezó sus hombros, como si el tema no fuera tan terrible como la señora Higurashi lo veía. "Quiero decir, es algo natural. Te acostumbras a estar solo y a que los humanos te tengan un miedo horrible, y que los demonios deseen matarte siempre." - 'Aunque acostumbrarse a la compañía de Kagome también es fácil'. Pensó Inuyasha.- "Lo que me interesa de ese kimono es si tiene o no fuerza espiritual o demoníaca, para usarla en nuestra batalla, como usted ha comentado antes."
"Oh." Exclamó la mujer, como si entendiera algo de lo que el chico le explicaba, y lo miró con tristeza. Pero recordó que siempre se preocupaba por Kagome. El muchacho medio demonio hosco con el que se había encontrado por primera vez, se había llevado la admiración del pequeño Souta, y el amor de su hija Kagome. Era sin duda un muchacho admirable.
No era que su madre no le hubiera dado un hogar "tuvo que hacerlo", pero la señora Higurashi sabía que el amor que el hanyou habría sentido por su madre era irreparable, como el de la primera mujer que amas... o a la primera chica por la que darías la vida si hiciera falta.
La señora Higurashi había esperado, cuando lo vio llegar por primera vez que en Kagome encontraría su verdadero lugar en el mundo.
Más de un año junto a Kagome y dos semanas después de la última visita, había vuelto silencioso y malhumorado, pensando de una manera bastante diferente de sí mismo.
Una vez que la señora Higurashi había descubierto el mal que lo fastidiaba, había decidió por ella misma arreglado todo, y su plan, como todos, avanzaba seguro hacía un buen puerto.
"Ahora entiendo. Me dices discretamente que no estás interesado en el kimono matrimonial de nuestra familia, porque como tradición no es importante. Pero si estás interesando en el supuesto poder que éste esconde." Dejó otro bol de golpe. "No te culpo ni un poco. Aún así en una leyenda poco clara, y bastante absurda, y los Higurashi somos una familia extraña. Y además Kagome es mi única hija. Sí, tienes razón." Siguió hablando como si el hanyou le hubiera contestado. "Si mi dulce no se casa, tú puedes usar ese kimono para volverte más fuerte, si el kimono desparece nuestras costumbres ya no importarán."
Las piernas de Inuyasha flaquearon y a punto estuvo de caer de culo al suelo, ante tal afirmación de su carácter, como si él fuera tan perversamente egoísta. ¿Por eso estaba Kagome tan enfadada con él? ¿Por qué había tratado el gran tesoro del clan Higurashi como un trapo sucio?
"El antiguo templo Higurashi está a dos horas de aquí." Refunfuñó el hanyou.
"Eso es verdad," reconoció la señora Higurashi. Había tomado a Kagome un día entero en tren para llegar hasta el antiguo templo situado al medio de un frondoso bosque.
"La ciudad es estresante y demasiado grande para esquivar a los mirones. El camino de después es largo y solitario, el templo está cayéndose, y no es demasiado distinguido para empezar. Kagome se hospeda en una posada arruinada, pero no quiere irse antes de inspeccionar el templo por si hay pistas o algo de fuerza espiritual o lo que sea para la batalla, a parte del supuesto kimono. A pesar de ello es orgullosa como un demonio, y tan segura de lo que es bueno para todos que no ve que en realidad la está cagando sin preguntar antes que es lo que deseamos."
La señora Higurashi se rió de Inuyasha, sabiendo que verdaderamente había dispuesto el anzuelo.
"¿De modo, querido, que una chica de escasa inteligencia como mi Kagome no es importante?
Él dejó de apoyarse en la pared y se puso enfrente de la mujer, un hanyou musculoso, atractivo, irresistible, y erizándose con tanta irritación ante la señora Higurashi que casi olvidó su disgusto por Kagome.
"Maldición no debería serlo."
"¿Cuándo te marchas?"
"Ahora mismo." De pie cogió el bol de ramen terminado antes de la conversación y tiró la sopa en el agüero. "Y la historia del kimono espiritual o lo que sea mejor que sea verdad, señora, ya que si voy por eso y me pongo en ridículo, me iré a mi época, iré a luchar yo solo contra el maldito de Naraku, y no me verá el pelo durante mucho tiempo."
"¿Romperías el corazón de una madre?"
"No si es una madre testaruda. Ahora si me perdona, señora, me iré."
Ella lo vio salir a zancadas, dinámico, autoritario, y tan varonil que la hizo desear ser la madre que una vez había tenido el orgullo de cuidarlo.
"Ah, sigo siendo persuasiva." Se dijo a sí misma. "Sobre todo cuando se refiera a la felicidad de mi hija y con el kimono matrimonial, al menos."
…
"Está casi destrozada por la mitad, y no sé como lo repararé sin más yeso." El monje del pueblo de al lado habló con Kagome sonando débilmente satisfecho cuando declaró su catástrofe. "Por supuesto, mi diestro bisabuelo era un hombre muy preocupado por la salud del pueblo y por esa razón el templo estaba en perfecto estado."
Kagome contempló la columna quebrada casi entera. Era un milagro que no se hubiese roto del todo, y se había quedado así durante todos estos años.
"Por su culpa en el pueblo hay una terrible maldición." Añadió Haru innecesariamente.
Kagome apartó la mano de la grandiosa columna del otro lado.
"Lo noté." Notó más que eso. Cuando la gente lea había mirado por el camino sus miradas eran de suplica y rencor a la vez. La gente sin duda de las afueras creía en las divinidades y en tener los templos en un perfecto estado.
El viejo templo Higurashi había alcanzado su destrozo más bajo, y no tenía ni idea como levantarlo de esta profundidad de pobreza y desesperación, o, más bien, como levantar la energía espiritual que Naraku le había robado cincuenta años antes sin que ella hiciera nada por evitarlo. Ni siquiera sabía porque ese demonio la quería ni como había conseguido chuparla.
Quiso rendirse "se habría rendido ya" a excepción de Haru, que tenía sesenta años y realmente era bueno calmando las desgracias. Conocía a la gente del pueble, iba ahí desde los once años, a los niños ahora muchachos… A todos.
Habría sido rápido repararlo todo si no fuera porque había rechazado aceptar la despreciable demanda de un hanyou egocéntrico; y la gente del pueblo habían actuado decepcionados, preocupados o irritados según su naturaleza. Como si ella, debería arrastrarse como una débil humana y pedir ayuda al súper poderoso hanyou.
"Señorita, ¿cómo haremos para sacar las grandes esculturas de oro del gran buda?"
Suspiro temblorosa, pero no podía contestar. No sabía como iban a conseguirlo.
"¿Y cómo quiere que arregle la columna?"
No lo sabía, tampoco. Sólo sabía que la vida, siempre preocupada, siempre dura, se había puesto recientemente tan difícil que no sabía como podría continuar levantando su cabeza de la almohada por las mañanas. Para recuperar el antiguo templo y regresar con el hanyou al tiempo antiguo sin recordar…
Arrancándose el pañuelo sudoroso de la cabeza, lo usó para limpiar su cuello. Había estado ayudando a las ancianas con la ropa sucia, cuando el monje había entrado preocupado en la cabaña… Parecía la chica más pobre y mugrienta del pueblo.
Odiaría que cualquier persona la viera así, ciertamente no...
"Aquél buen hombre, el Srito. Inuyasha sabría que hacer." dijo Haru. "Me pareció que tenía una fuerza sobrehumana."
Kagome giró hacia Haru tan rápidamente, que hizo mover algunas piedras del suelo.
"¿Qué quieres decir con eso?"
El monje pareció sorprendido y sospechosamente, demasiado suspicaz.
"Nada, pero parecía bien formado. Incluso para reparar otras cosas del pueblo."
Ella cerró sus ojos para no ver la división del arrugado anciano. No debería haber reaccionado ante el nombre de Inuyasha, pero Haru había estado regañándola desde que...
"Él no está aquí, ¿verdad? Entonces tendremos que hacerlo sin él." Mantuvo su tono y su voz suaves, dos cosas que había tenido problema para hacer durante los pasados días.
Haru movió la cabeza con aprobación.
"Al menos es un cambio que no este chillando."
Kagome sintió crecer su irritación. Le dio la espalda, para aparentemente estudiar la columna, en cambio se encontró atrapada por el verdadero alcance del desastre. Una sección entera de la dura piedra antigua usada para aguantar el pesado templo que cincuenta años había sido esplendoroso.
Destrozado. Fragmentado. Abandonado.
Como todo el antiguo pueblo de los Higurashi.
Cada uno de los que estaban bajo su cuidado vivían en una reliquia que se estaba derrumbando, y cada día empeoraba. Cada uno contemplaba a Kagome para salvarse, ¿pero qué podía hacer una chica de dieciséis años recién cumplidos para reparar la piedra o cultivar las cosechas?
Detrás de ella, oyó el repiqueteo de los pasos de Sima subiendo la escalera y las vigas temblar al avanzar Haru por el templo. Oyó el susurro de sus voces, y tragó con fuerza para limpiar el nudo de su garganta. Un nudo que experimentaba demasiado a menudo estos días.
"Señorita," llamó Sima, y su voz fue más suave y amable que otros días. "No se preocupe por esto ahora. Se ve que ha tenido un día difícil. Suba a su habitación. Le he preparado un agradable baño, caliente."
"¿Un baño?" Para vergüenza de Kagome, su voz tembló. Poniéndose la mano sobre su garganta, se tranquilizó antes volver a hablar. "Aún no es la hora de la cena."
"Estará para el momento en que termine su baño, y será una buena cena la que estamos planeando, además. Algunos de los fideos de pollo de Ayu, calientes, y unas pequeñas bolas de arroz. E incluso le haremos sus postres favoritos."
Más tarde, Kagome pensó que los fideos debería haberle dado una pista. La única vez que por lo general Sima permitía que un pollo se matara era si alguien estaba enfermo, o si el pollo lo estaba.
Pero en aquel momento, todo lo que Kagome quiso era el agua caliente y la ilusión de comodidad.
"¿Harás sopa de puerros?" Girando, contempló a la enjuta mujer, fuerte como el hierro.
"Sí, la misma" le aseguró Sima.
Luego Kagome se permitió subir a su habitación, se bañó sola, usando el jabón con perfume de rosas. Kagome se vistió con unos oscuros pantalones y una camisa de blanco. Sin darse cuenta que le habían dejado una ropa interior descaradamente sexy preparada en la cama junto a su ropa.
Cuando se vistió Sima entró a peinar sus rizos, y Kagome permitió todo sin protestar, imaginando que estaba siendo mimada como una niña.
La verdad era, que la preparaban para el sacrificio como a un cordero.
Lo pensó cuando caminó hacia el comedor, hacia la mesa con dos bandejas preparadas, y lo vio.
Inuyasha Taisho, el hanyou, su amor, y su primer y único amante.
Kagome no sonrió ni gritó en absoluto cuando vio a Inuyasha con un yukata blanco holgado, aunque lo primero casi le sale involuntariamente al verlo ahí expresamente para ella; pero si se permitió un pequeño jadeo de exasperación mezclado con defensa. Él estaba allí de pie, sin mostrar ningún signo del duro viaje en su cuerpo. El mismo muchacho, alto, espléndido y afable.
Maldición. ¿Tenía que desafiarla con su postura, sus ojos dorados, y su obvia capacidad de sentirse como el macho de la manada en su templo?
Sima puso su mano en medio de su espalda, le dio un empujón, y Kagome tropezó en el cuarto y casi cayó a sus rodillas.
"Kagome," dijo él, su tono terriblemente hosco. Y extrañamente divertido "No tienes que arrodillarte. Una simple reverencia servirá."
Automáticamente pensó que iba mandarlo al suelo, pero recordó que con la gente alrededor no podría hacerlo sin que descubriesen su naturaleza demoníaca, bien tapado bajo una estúpida pañoleta negra en su cabeza.
"Eres un…"
"Sí." Él podía hablar como si nada entre ellos hubiera ocurrido. "Tan malo como una muchacha que cree saberlo solo, sin comprender nada en realidad."
Él la miraba como si fuese el buscador de fragmentos de siempre, como si pudiese hacerlo todo mejor que ella. Derrotar a los demonios, saltar diez metros, proteger sin dudarlo un segundo, luchar contra cualquier peligro sin pestañear o incluso amar a una mujer más allá de cualquier duda... sin duda también podría reparar una columna. Pero ella, Kagome Higurashi, la chica del futuro, no tenía por que estar de pie ahí, dejándole restregar en su cara su interminable, exasperante capacidad.
Con un gesto dramático, se abrochó la camisa hasta arriba del todo y se giró, dispuesta a regresar rápidamente a su habitación, al templo, o a cualquier lugar donde Inuyasha Taisho no estuviera.
Se encontró frente a Sima. Sima, quién le había enseñado todo sobre la hospitalidad y los modales, y que ahora movía el dedo tan rápido que Kagome se encontró intimidada. Reacia a obedecer aquel silencioso y poderoso mandato, se volvió para hacerle compañía, esperando ver a Inuyasha sonreírle abiertamente a Sima, agradeciéndole en silencio por hacerla rendirse a la demanda de la cortesía. Pero no sonreía, y ciertamente no miraba a Sima. Su atención permanecía fija en Kagome, como un hanyou en celo que olfateaba a su compañera.
Pero sólo porque su cuerpo lo reconociera y le diera la bienvenida en un nivel primitivo, no significaba que fuese su compañera. Esa pasión, ese temblor, ese deseo de correr a sus brazos y buscar refugio allí, no era nada más que una debilidad ante la vista del hombre que le había enseñado la pasión, y que de antemano ya sabía que para el solamente sería una sustituta para su no muerta. No le preocupaba lo que le ordenara en silencio; Kagome Higurashi no era ninguna tonta, y no caería otra vez. Ser la muñeca de segunda mano, y sucumbir a su propio deseo no pasaría otra vez.
Sacudiéndose su abatimiento, habló, nada sincera.
"Inuyasha, que bonito que hayas venido a buscarme para regresar. Pero, sabes que necesito tiempo para arreglarlo todo"
Él se enderezó, y dio un paso hacia ella. La furia era más grande que la vergüenza al rechazo.
"Me mentiste."
Su tajante acusación la sacudió. Desde luego, lo había hecho; había sido un asunto de auto-conservación. ¿Pero cómo lo había descubierto?
"¿D-de qué hablas?"
"Hablo del kimono matrimonial." Aunque no era solo eso, entre ellos siempre había estado esa confianza mutua e irrevocable, y lo más normal era que fuera Inuyasha quien lo rompiera y no al revés. La dulce Kagome siempre debía ser la chica a quien confiar.
Escondidas detrás de su espalda, apretó sus manos, y luego las relajó.
"El kimono matrimonial. ¿El kimono matrimonial de los Higurashi?"
"¿Sabes de otro?"
"No." Dijo de mala gana.
"¿Y existe?"
Con renuencia aún mayor, admitió.
"Sí."
"¿Me dirías por qué, cuándo me hiciste venir expresamente desde mi tiempo y cruzar medio Tokio no me hablaste del kimono matrimonial?" Él caminó hacia ella silenciosamente, su sombra cayó sobre ella. "Me hablaste sobre el gran poder espiritual que aquí permanecía y que debíamos volver a encontrar porque eso ayudaría contra la batalla de Naraku. Me hiciste ayudar a medio pueblo a reconstruir casas, y pequeñas estupideces de sus hogares. A arreglar malditas cosas modernas. Transportar cosas jodidamente muy pesadas, y a buscar, cortar y llevar troncos de madera a cada maldito hogar... Acompañándote siempre, para que nada te pasará... pero del kimono espiritual... no dijiste nada de eso."
Desde luego no había dicho nada. Los cuatro días que había pasado con ella habían sido un tiempo aparte de la realidad y de Naraku. Durante cuatro breves y encantadores días, poco se había preocupado por llevar en sus hombros sus deberes como sacerdotisa. Se había preocupado sólo por Inuyasha y el modo en que la hacia sentir.
Estaba totalmente enamorada de él. Desde hacía más de un año... desde que él había escogido a Kikyou. No tenía nada que ver con el amor fraternal hacía su hermano, o el amor hacía una madre... tampoco era ese sentimiento de amistad... Era sin duda amor de una mujer a un hombre, y con lo que todo ello conllevaba. Era una clase de emoción; despreocupada, llena de risa y pasión inesperada. No se había preocupado, ya que él se alejaría inevitablemente; se había preocupado sólo por tener un maravilloso momento antes de que fuera demasiado tarde y se alejará de ella como cada vez que Kikyou le venía a la mente, y desesperado parecía encerrase en sí mismo.
"¿El kimono espiritual?" Él preguntó.
Ella levantó su barbilla y lo miró. Estaba parado demasiado cerca. Podía ver cada hebra de su pelo, largo, despeinado y húmedo, oler el perfume de lluvia, sentir su indignación alimentada por la necesidad que ardía por ella. Cada vello sobre su piel se erizó, pero no se alejaría, y no se atrevió a apartar la mirada. Nunca se había fijado en su altura, y había pensado que nunca le tendría miedo.
Pero lo tenía.
"No lo recordé." Una mentira.
Que él reconoció.
"No lo recordaste". Repitió. "No recordaste el orgullo de los Higurashi, ¡el famoso kimono que podría usar para volverme más fuerte maldición!"
"No." Otra mentira, pero mejor decir una mentira que reconocer su caprichosa decisión de nunca pensar en un futuro matrimonio, mencionar el matrimonio, sobre todo, no soñar con el matrimonio y como debería ser compartir su vida con un hanyou que estaría allí para ella siempre... o hasta que otras expectativas lo llamaran, aunque todo esto no tiene que ver con los deseos de Inuyasha para con el kimono, él solamente lo quería por su poder... pero aún así podría descubrir la historia y..."¿Por qué recordaría esa cosa vieja? Está escondido en un baúl en algún lugar, y nunca pienso en ello."
"Tu madre dijo que tiene poderes, y que tal vez sea la razón del porque el lugar esta así."
"No se me ocurrió." Habría sido mejor si pudiera haber sostenido su mirada. Pero la llama dorada en sus ojos la quemó, y se tensó. Miró hacia otro lado. La vergüenza volvía a ella, aún después de todo lo que había ocurrido, sentía que todo había sido solo un sueño.
"Cobarde." Él sólo susurró la palabra.
Pero la oyó. Oyó todo lo que dijo, pero no podía oír todo que él pensaba. No estaban tan en sintonía como para eso. No permitiría que así fuese.
El silencio aumentó mientras veía su mano levantarse hacia ella, dudosa. Hacia su cara, para acariciar su mejilla como le habría gustado hacer. Sus dedos extendidos temblaron como si luchara contra la necesidad de acariciarla, temiendo ser rechazado. Luchando tanto como ella luchaba contra la necesidad de ser acariciada.
Un movimiento afuera los hizo apartarse, y Sima entró apresurada al aposento seguida de dos radiantes criadas. Una llevaba una sopera que echaba vapor, la otra una cesta con las prometidos bolas de arroz. Las criadas colocaron el alimento en el centro de la pequeña mesa redonda, mientras Sima abarcaba la escena de un vistazo. Kagome pensó que oyó un pequeño berrinche de exasperación antes de que la mujer prorrumpiera en un discurso.
"Siéntense y coman hasta llenarse con mi fina sopa de puerros. Pasará mucho tiempo hasta mañana, y para subir hasta la cumbre de la torre necesitaran fuerza."
Asustada, Kagome preguntó.
"¿La torre? ¿Por qué la torre?"
"Por qué, es ahí donde está el kimono matrimonial."
"¿Escuchaste detrás de la puerta, otra vez?" Preguntó Kagome.
"En absoluto" dijo fuertemente Sima con desdén. "El Srito. Inuyasha habló conmigo, y me dijo por qué había venido. Me escandalizó que después de lo que ha hecho por nosotros, no se lo hayas mostrado antes."
Escandalizada. Nada había impresionado a Sima durante años. Pero desde su primera visita, había hecho clara su lealtad hacia Inuyasha. Podría haber sido porque él deliberadamente intentó encantarla, y a cada mujer del lugar.
»No es que no me gusten las mujeres débiles." Dijo él. "Solo es que Kagome siempre parece estar metida en un gran lío, y siempre me toca a mí rescatarla. Aunque a veces es el contrario..." Siguió el hanyou mirándola con extraño orgullo pintado en sus ojos dorados.
»Creí que nunca lo reconocerías." Contestó con toda la animación que se había restringido, y la alegría de saber que ya no era solamente un buscador de fragmentos para él. Ahora ya la consideraba una compañera más, una luchadora en quien confiar.
» ¿Reconocerlo? En absoluto." La miró fijamente, con la atención de un entendido. "Solo marcaba un hecho, perr- Kagome..." La chica sonrió sabiendo que el hanyou no le había dicho en público, aunque cuando estaban solos a ella ya no le importaba...
Sima interrumpió con toda la presunción de la cual era capaz.
»Trabaja demasiado duro. Necesita a un hombre.
Kagome apenas podía contener su vergüenza.
» ¡Sima!
Inuyasha asintió orgulloso. Como un perro pedante.
»Un hombre que la cuide y haga el trabajo pesado. No podría estar más de acuerdo."
Después de eso, Sima no se había preocupado por que fuese un extraño. Ella, y cada tonta criada, habían sido ensordecedoras en su adoración.
Incluso cuando Kagome lo había echado, Sima igualmente había sido ruidosa en su opinión sobre el poco sentido común de Kagome, de su corazón insensible, y se atrevió a insinuar que Kagome utilizaba su indiferencia para ocultar una debilidad.
Una idiotez, por supuesto. Era fuerte. Autosuficiente. No necesitaba la compasión de nadie. Y menos la del hanyou.
"También le dije que no había ningún niño en camino. Pareció minímamente preocupado por eso." Sonriendo con satisfacción, Sima vio como Kagome se sonrojaba, ¡solo tenía dieciséis años! Miró de reojo al hanyou y le vio las mejillas sonrojadas y apartando la mirada de sus ojos. "Aunque por que no se casa, está más allá de la comprensión de esta vieja mujer."
Más allá de su comprensión, verdaderamente. Sima entendía la naturaleza humana y las necesidades con una comprensión casi fantasiosa, y Kagome no dudaba que la vieja mujer urdía hechizos con sólo mover el dedo. Sólo Kagome no podía comprender exactamente el complot. Pensando en la destrozada escalera de caracol; la puerta secreta en el suelo; el cuarto grande, polvoriento con sus ventanas tan sucias que casi no permitían ver ninguna luz, preguntó con recelo.
"¿Por qué la torre?"
"He estado preocupada por el efecto de la humedad sobre las cosas viejas." Sima colocó un cojín al suelo de color azul, con apoyabrazos, la arregló, y la acercó a la mesa.
"Srito. Inuyasha, usted se sienta aquí" afirmó Sima.
Kagome se detuvo y lo miró tensa, con resentimiento. Antes, él siempre había insistido en que ella ocupara la silla con los antebrazos. Él la había sostenido para ella, sentándola primero con encanto y cortesía. Ahora aceptaba el homenaje de Sima con toda la presunción de una noble divinidad, perdida hace mucho, y se sentó con sólo una breve palabra de gracias. Aunque en realidad el hanyou estaba terriblemente avergonzado de ese tipo de trato, pero no iba a demostrárselo a la chica de ojos azules.
Y dijo cuando retiró el otro cojín menos cómodo, y sin apoyabrazos.
"Siéntese aquí, querida. Ha estado trabajando, Srito. Inuyasha, demasiado duro desde que se marchó. Si no lo supiera bien, diría que lo extrañó." Sin perder un momento, continuó, mientras la pareja se miraba avergonzada "Señores, la torre es calurosa, debo admitirlo; se puede ver enseguida, y la cruza una buena brisa cuando las ventanas están abiertas."
Dividida entre el disgusto y la gratitud, Kagome se sentó.
"¿Piensas que el kimono está admirando la vista?"
Cuando Sima acarició su brazo, también estiró la manga de Kagome deshaciendo algunos botones.
"Ah, tiene una lengua ingeniosa, ¿no cree, Srito. Inuyasha?"
"He apreciado... "Su mirada fija se detuvo en su pecho, ahora expuesto por el escote. Pero enseguida apartó la vista turbado, estaba claro que aún no se había acostumbrado a mostrar el deseo que sentía hacía la chica libremente. "S-su ingenio a veces."
Kagome se inclinó hacia adelante, con una mordaz réplica sobre sus labios.
Los dedos de Sima de repente la apretaron. La empujó contra el suelo el discurso. Ugh, iba a mandarlo al suelo cuando estuvieran totalmente solos... iba a comerse todo el barro del jardín.
"Las muchachas y yo hemos estado haciendo la limpieza de primavera estos días. Es primavera, saben, y es un tiempo para hacer limpieza. Aireamos los fotones y quitamos el polvo de los antiguos recuerdos, reorganizamos todo en baúles, y pusimos el kimono allá arriba, también." Ella movió la cabeza hacia una de las criadas, que llenó los tazones y colocó uno ante de Inuyasha y otro ante Kagome. "Querrán tener un estómago lleno para esta aventura."
Kagome se tocó la frente. No recordaba cuando antes Sima había charlado tanto. Debía ser la influencia de Inuyasha; otra catástrofe que podría atribuirse a su llegada.
"Ha perdido peso." dijo Inuyasha a Sima, pero no cabía la menor duda que hablaba de Kagome; su mirada fija la golpeó a través de la sofocante intimidad de la pequeña mesa. Aunque Inuyasha hacía un sobreesfuerzo para que en sus ojos no se mostrará la debilidad y la vergüenza que le carcomía por dentro.
"Sí, esta como una aguja." Contestó Sima, mostrando su traicionera buena voluntad de hablar de Kagome como si no estuviera presente. "No ha estado comiendo como debe."
"¿Por qué cree que es?" Preguntó el hanyou ahora con verdadera preocupación, pero que sonó terriblemente casual y tranquila.
"He estado ocupado "dijo Kagome avergonzada.
"Ha estado muriéndose de pena". Contestó Sima al mismo tiempo.
Hasta la coronilla con Sima y su estúpida noción de que entendía la relación que había entre ellos, mostrando a Kagome como la mala de la extraña relación entre ellos, la chica dijo.
"Déjanos para poder comer en paz."
"Por supuesto, señorita."
Sima hizo una reverencia, las criadas hicieron una reverencia, y salieron tan rápido que Kagome tuvo el presentimiento de que había perdido este asalto. ¿Pero cómo podía ganar, se preguntó malhumorada, cuando todos en el templo claramente pensaban que la muchacha estaba loca?
"Come tu sopa" Ordenó Inuyasha, actuando por primera vez seguro y altanero de sí mismo
Quiso contestarle que no tenía hambre, pero tenía, por primera vez en dos meses. Estaba hambrienta, vorazmente hambrienta, su cuerpo exigía comida después de días sin alimento. Cuando tomó sus palillos, hecho un vistazo a Inuyasha. Había liberado un apetito, que Kami le ayudara si liberaba otro.
Inuyasha mantuvo su mirada en su propio tazón y se abstuvo de hacer comentarios acerca de su ávido consumo de la sabrosa sopa. Igual de alguna forma la miró, ya que le pasaba los pastelitos siempre que terminaba uno hasta que no pudo comer más. Entonces dejó los palillos.
"Ahora me llevarás a la torre."
Ella se inclinó atrás en su cojín.
"¿Qué te hace creer que puedes hablarme así sin que te mande a suelo?"
"La sopa te ha recuperado las fuerzas, perra". Dijo él. "Algo de lo que no necesitas más. Sí, de verdad te obligó a que me lleves a la torre. Porque sino lo encontraré yo mismo con mi olfato y te llevare a mi espalda tanto si quieres como sino Kagome. Y en mi espalda no podrás mandarme al sueldo sin que salgas mal parada."
"¡No te atreverías!"
Su mano se posó sobre la suya, la dejó sobre la mesa, y cuando ella trató de soltarse, la empuñó. Lo miró a los ojos y vio el miedo de que ella le rechazara, y sabía que a esa mirada de cachorrito no podría negarse.
"Sí, lo harás. ¿Recuerdas lo qué me dijiste cuándo me echaste? ¿Que te olvidaría tan pronto como te tuviera fuera de mi vista? ¿Qué no se repetiría porque no eras Kikyou y no dejaría que te usará? Bien, la cagaste. Pienso en ti, sueño contigo, estoy obsesionado contigo, y nada de lo que siento tiene una maldita relación con mi pasado con Kikyou. S-si todo lo que puedo obtener de ti es un poco de compañía hasta que la batalla termine y regreses a tu tiempo, entonces tomaré eso y viviré de ello hasta que muera."
Su palma encima de la suya era áspera y abrasadoramente caliente... justo como el resto de él. Recordó su calor, como se movía bajo ella, empujando encima de ella, y los recuerdos la hicieron temblar.
Haría cualquier cosa para poder estar eternamente a su lado. Pero sabía que Kikyou sería un fantasma imposible de vencer nunca. Sabía que para él nunca sería suficiente, y que las palabras que acaban de decirle solo eran causada por la reciente pasión que había descubierto junto a ella. Intentó levantarse, pero la mano del hanyou apretó la suya. Quiso irse y esconderse, que el hanyou no viera la tristeza que la embargaba al oír esas mentiras...
Pero él le agarraba la mano fuertemente como un ancla, hasta que Kagome dijo.
"Sígueme entonces. Te llevaré a la maldita torre."
