Acre. Había pasado por muchas misiones a lo largo de su vida. Ahora, se encontraba en una misión que cambiaría su vida y la de la Humanidad.
Altaïr, había conseguido matar a uno de las grandes personalidades de Acre, y enemigo de la Hermandad de los Asesinos. Al-Mualim estar a orgulloso de él. Pronto alcanzar a a su gran enemigo: Roberto de Sable.

Había salido de la casa de los Asesinos, donde Altaïr se ocultaba hasta que el peligro pasase. Su vida dependía de que pudiese pasar desapercibido ante los guardias y ante la gente. No había sido fácil,pero estaba cada vez más cerca de conseguir su recompensa. La verdad.

Las calles de Acre tenían un tenue tono gris que se acentuaba al salir el sol, cosa que pocas veces pasaba, ya que, si en Jerusalén hacía tiempo soleado, en Acre parecía que, Normandía, de donde habían adaptado el estilo, se había trasladado allí . Altaïr caminaba por ellas con la capucha calada hasta los ojos, de manera que podía observar, pero no ser observado. La gente pasaba a su lado sin rozarle apenas, mientras que avanzaba sin rumbo fijo. Su tranquilidad se vio perturbada por el grito de una muchacha en un callejón cercano a él.
Altaïr no se lo pensó dos veces y se adentró en aquél callejón, de manera que apenas vio pasar una tela de seda rosada corriendo, seguida por un guardia de Roberto. Altaïr le paró en el último momento clavándole la hoja oculta en la garganta. Escondió el cadáver de aquél hombre para que nadie pudiese verlo. No era recomendable que hiciesen saltar la alarma llamando a los guardias.
Se giró y observó a aquella muchacha que estaba de espaldas a él, acurrucada en un callejón, mientras que su cuerpo se sacudía por los temblores, debido a los nervios. Altaïr le puso una mano en el hombro y la chica se giró, clavando en él unos profundos ojos castaños brillantes que le hicieron dejar de respirar por unos segundos. Sus temblores habían cesado y Altaïr pudo observar que la joven era bastante alta para ser una dama. Se fijó en sus ropas, y pensó que no era una campesina, ni siquiera una noble que viviese en Acre.

-No temáis, dama... Vuestro malhechor ya no puede haceros daño-A pesar de decir las palabras con serenidad, Altaïr notaba la boca seca- ¿Cómo os llamáis?
-Giulia. Giulia Laforet, monsieur ¿Y vos?¿ Cómo es el nombre del héroe que me ha salvado?-
-Altaïr-

Giulia se limitó a sonreír y a hacer una suave y educada reverencia, agarrándose el vestido con una mano. Fijó sus ojos en los de Altaïr y alzó una mano, de manera que éste se estremeció levemente, debido a que no sabía que podría pasar. Giulia puso un dedo sobre aquella cicatriz que Altaïr tenía en la boca, acariciándola.

-Lamento lo que os pudiese pasar, monseñor- Susurró Giulia y giró la cabeza, observando lo tarde que sería- He de irme, Roberto me espera-
- ¿¡Roberto de Sable!-Altaïr sujetó a Giulia y la atrajo más hacia el callejón, ésta asintió y le contó toda su historia.
Su padre había trabajado en las Cruzadas con Roberto, y éste, como recompensa para viajar hasta Acre, quería a su única hija, la pequeña Giulia, o si no, haría que el señor Laforet cayese en la desgracia. Ante tal amenaza, el padre de Giulia aceptó , como único requisito de esperar unos años, a que ella creciese y fuese bien educada. Roberto aceptó y la trajo a Acre hacía unos meses. Había intentado escapar de la fortaleza que era su castillo cuando los guardias la descubrieron.
Altaïr apenas dijo nada durante la historia, y se limitó a mirar a Giulia, que había bajado la cabeza y estaba triste y taciturna. Ella se levantó y se alisó el vestido, mirándole.
-Monseñor Altaïr, aceptad mi gratitud por haberme salvado y... Vuestro recuerdo lo atesoraré como una reliquia-Giulia apenas rozó los dedos de Altaïr y desapareció entre las callejuelas.
Aquel sería el primer encuentro con Giulia Laforet.