Este fic participa en el 'Mes de Avatar y How To Train Your Dragon' del foro ¡El Cometa de Sozin!
Ninguno de los dos universos me pertenece (obviamente). La historia tiene lugar después de los eventos de La Búsqueda, el cómic escrito por Gene Yang y publicado por Dark Horse Comics. ¡Espero que os guste!
Zuko estaba de cuclillas en la orilla del estanque real, dando de comer a los patos-tortugas. Esa actividad le ayudaba muchas veces a pensar, ¡y ayuda sí que necesitaba, con todas las preocupaciones que tenía hoy en día! De Azula seguían sin tener ni rastro, a pesar de los numerosos espías que Zuko había enviado para buscarla. Ozai seguía en su prisión, burlándose de él cada vez que venía a visitarle. Mai no había contestado a la misiva que le había enviado cuando había vuelto a la Nación del Fuego, y según le habían dicho seguía en casa de sus padres. Seguro que todavía estaba enfadada con él. ¿Qué debería hacer para que le perdonara? ¿Enviarle regalos, quizás? Pero Mai no era una de esas chicas que se conquistaba con flores y chocolates. ¿Qué podría ofrecerle que le gustara realmente?
- ¿Estás bien, Zuko? – le interrumpió una voz a sus espaldas.
Zuko dio un respingo, y casi se cae en el estanque, recobrando el equilibrio en el último momento gracias a una mano plantada en el agua. Los patos tortugas se pusieron a graznar, nerviosos tras tanto movimiento, y la risa cristalina de Suki resonó por los jardines, desiertos a esa hora matutina. Zuko hizo una mueca, retirando del agua su manga, ahora chorreando.
- Te levantaste muy pronto. ¿Otra pesadilla? – preguntó la guerrera Kyoshi, sentándose a su lado en la hierba.
- Ojalá – masculló Zuko, mientras estrujaba su manga para sacar el agua. Una pesadilla hubiera significado que conseguí pegar ojo esta noche.
- Oh… Ya veo – musitó Suki. ¿Demasiado en la mente, quizás?
Zuko confirmó con la cabeza, sin despegar los labios, y con la vista fija en el agua del estanque. De pronto sintió que una mano se posaba en su hombro, y levantó la mirada para cruzar la de la chica, quién parecía preocupada.
- ¿Sabes que puedes hablarme de todo, verdad, Zuko? Somos amigos, ¿a que sí?
Zuko le sonrió con gratitud. Suki sí que era su amiga, y los dos se habían vuelto muy íntimos tras varios meses de convivencia. Suki había llegado a la Nación del Fuego después de los numerosos atentados que la vida de Zuko había sufrido tras su subida al trono. Mai le había pedido a ella y sus guerreras kyoshi (Ty Lee incluida) de convertirse en sus guardias, ya que los anteriores no habían conseguido protegerle eficazmente, dejando a Zuko defenderse solo frente a sus agresores. En esa época, Mai todavía se preocupaba por él. Mai todavía le quería…
- Echo mucho de menos a Mai – suspiró Zuko. No sé cómo convencerla de regresar a mi lado… Necesito su sabiduría, sus consejos. Necesito su apoyo. Quiero abrazarla cuando llega la noche, en vez de regresar a una cama fría y vacía… Necesito el consuelo que eso me proporciona, cuando al parecer todo el mundo aquí está en mi contra. ¡Necesito su presencia, Suki!
- ¿Y se lo has dicho? – preguntó Suki tras un largo silencio.
- ¡Claro que se lo he dicho! – se enfadó Zuko. Le escribí una larga carta cuando regresé del Reino de la Tierra, para pedirle perdón por no haber confiado más en ella y haberle hablado de mis problemas en las colonias, en vez de acudir a mi padre. Le prometí que cambiaría. Le supliqué casi para que volviera. Y no me contestó, Suki.
- Y… ¿eso es todo? ¿Una carta, nada más? – preguntó la joven guerrera con aire sorprendido.
- ¿Nada más? ¡Yo soy el Señor del Fuego! ¡Le podría ordenar que vuelva, y tendría que obedecerme! – contestó Zuko, enfurecido. ¡Ya debería estar satisfecha de que haya tragado mi orgullo para pedirle disculpas y rogarle que vuelva!
- El problema es que los dos sois muy orgullosos – suspiró Suki.
- ¡Pues yo hice el primer paso! ¡Ahora le toca a ella! – declaró Zuko con tono cortante. ¡Tengo una nación que gobernar, no me puedo pasar el tiempo arrastrándome a sus pies hasta que regrese!
Suki no agregó nada más, ya que no quedaba nada que decir. Los dos se quedaron en silencio un momento, mirando a los patos tortugas jugar en el agua, hasta que Suki retomó la palabra con tono compasivo.
- Zuko… ¿De verdad crees que todo el mundo aquí está en tu contra?
Zuko hizo la cara de alguien que acababa de tragarse un limón, pero después suspiró y contestó.
- No es eso… Sé que puedo contar sobre vosotros, mis amigos. Pero Aang, Sokka, Katara y Toph están lejos, y tienen bastante que hacer en el Reino de la Tierra sin que yo venga a molestarles con mis problemas. Y claro, te estoy muy agradecido a ti, y a las otras guerreras kyoshi, por vuestra ayuda. ¿Pero no te has fijado que todos mis aliados son extranjeros, y que no tengo ningún amigo aquí, en mi propia nación? Todos me consideran como un traidor. No entienden porque decidí acabar con la guerra cuando la estábamos ganando, y que casi habíamos conquistado a todo el Reino de la Tierra. No entienden porque lo que ayer era un motivo de gloria para nuestro país, ahora se convirtió en un motivo de vergüenza. Tampoco entienden porque sus impuestos sirven a pagar indemnizaciones al Reino de la Tierra, ni porque nuestros soldados se tienen que quedar allá para ayudar a reparar todo lo que hemos destruido. Me ven como una marioneta dirigida por el Rey de la Tierra y el Avatar. Todos me odian, y quieren restablecer a mi padre en el trono. Por eso intentan matarme una y otra vez…
- Te olvidas de tu familia – dijo Suki. Tu tío ya regresó a Ba Sing Se, pero ahora tienes a tu madre, a su marido y a tu hermanita para apoyarte. Y Kiyi es verdaderamente un encanto de niña, ¿verdad?
- Sí, mi hermana es una ricura – contestó Zuko con expresión risueña.
El silencio se instaló de nuevo, pero esta vez sin tensión en el aire, y Suki se felicitó por haber animado un poco a Zuko. Bueno, había que admitir que no había sido muy difícil: hablarle de Kiyi siempre daba resultados. Zuko parecía deprimido y preocupado todo el tiempo, y lucía ojeras hasta la mitad de la cara, pero cuando jugaba con su hermana se le iluminaba el rostro y sonreía con sinceridad. Suki hubiera deseado verle sonreír así todo el tiempo: se le veía de repente mucho más guapo cuando se relajaba y que sus ojos chispeaban de alegría. Incluso con su madre y su padrastro, Ikem, Zuko no se comportaba con tanta naturalidad. Y es que Ursa siempre parecía arrepentida por haberle abandonado y haber empezado una nueva vida sin él, e Ikem también necesitaba más tiempo para acostumbrarse a la vida en el palacio y para saber cómo comportarse con Zuko. Pero Kiyi, demasiado joven para tener esas preocupaciones, se había adaptado enseguida a su nueva vida de princesa, y le había tomado mucho cariño al joven Señor del Fuego.
Hablando del Señor del Fuego, el problema evocado por Zuko era desgraciadamente bien presente. Mientras él, Aang, Sokka y Katara estaban por allí buscando a Ursa, Iroh y las guerreras kyoshi habían descubierto la existencia de una sociedad secreta, la sociedad Nuevo Ozai, que planeaba tomar el control de la capital para liberar a Ozai y ponerlo de vuelta en el trono. Menos mal, habían conseguido evitar que esos proyectos sean llevados a cabo, pero sólo habían conseguido arrestar a unos secuaces, mientras los cabecillas seguían en libertad. Y tampoco habían conseguido obtener de los prisioneros la identidad de sus comanditarios, o sea que esos, libres y desconocidos, bien podrían estar planeando otro ataque ahora mismo. Ese pensamiento hizo que Sukki se removiera, inquieta, y devolviera Zuko a la realidad.
- Oh, lo siento – se disculpó el Señor del Fuego. Te estoy agobiando con mis problemas, y ni siquiera te he preguntado qué es lo que tú haces aquí a esas horas. No era tu turno de guardia esta noche, así que hubieras podido quedarte un poco más en la cama.
- Es verdad – suspiró Suki. Pero yo tampoco conseguí dormir mucho esta noche…
- ¿Ah? ¿Por qué?
- Lo que decías. Mi cama me parece fría y demasiado enorme para una sola persona – explicó Suki con una risita nerviosa. Además, nunca hasta aquí había gozado de tal lujo, y me cuesta un poco acostumbrarme a un colchón tan blandito.
No era exactamente la verdad. Había sido cierto al principio de su estancia aquí, pero ahora la guerrera kyoshi se había acostumbrado muy bien a las comodidades del palacio. La verdad, era que Suki había soñado con la prisión. No era la primera vez que la chica tenía pesadillas acerca de la Roca Hirviente. Después de todo, la temible prisión había sido mixta, y Suki había aprendido por experiencia que una chica no podía descuidar ni un segundo, porque los guardias y los prisioneros masculinos sólo esperaban una ocasión para aprovecharse de ella. Por suerte, Suki había sido capaz de defenderse muy bien, y pronto los hombres (y algunas mujeres) habían decidido que más valía dejarla en paz. Pero otras chicas no habían sido tan afortunadas, y Suki había visto horrores mientras estaba allí. Ya había hablado del tema con Zuko, puesto que él también había sido prisionero durante un corto periodo. En esa breve temporada, el joven también había tenido que defenderse frente a los guardias y a los otros prisioneros, encantados de poder maltratar un poco al príncipe traidor. Y, a pesar de que Zuko era un luchador excelente, no supo librarse de ellos cuando le atacaron todos en grupo, unos manteniéndole mientras otros le golpeaban. Por suerte, los prisioneros habían evitado de dejar marcas visibles en la cara, por miedo a que los guardias les castigaran si se daban cuenta. Así, Zuko había podido esconderle el incidente a Sokka. No quería que el otro chico piense que era débil, o algo del estilo; y Suki lo entendía perfectamente. Ella tampoco había podido contarle a su novio todo lo ocurrido. Era más fácil hablar de esas cosas con alguien que también las había experimentado.
Por eso, Suki le hubiera contado su sueño a Zuko sin temor a que ése la juzgara, normalmente. Pero esta vez era un poco particular, ya que la joven había soñado de su reencuentro con Sokka, y del beso apasionado que habían compartido entonces. Excepto que Sokka no era Sokka… sino Zuko.
- ¿Tienes noticias de Sokka? – preguntó de repente el joven, haciéndola pegar un brinco. ¿No había dicho que vendría aquí a visitarte pronto?
- Ah, sí – contestó Suki, ruborizada. Pero al final, me escribió para decir que no podría. Al parecer, Toph todavía necesita su ayuda con la escuela de Metal Control.
Suki no pudo evitar sentir cierta amargura al pronunciar esas palabras, y Zuko tuvo que sentirlo.
- Oh – hizo el Señor del Fuego. Lo siento. ¿No era ya esa su excusa la última vez?
- No, la última vez era porque su padre estaba de visita. Pero la penúltima sí que fue la escuela de Toph lo que le retenía.
- Sokka es un cretino – declaró Zuko con fuerza. Si quieres, le enviaré una carta para decírselo.
- Gracias, Zuko, pero no será necesario – dijo Suki con una sonrisa triste. Como lo dijiste, tienes una nación que gobernar, y no tienes tiempo que perder con tonterías sentimentales. Venga, que seguro que tu familia te espera para desayunar.
Zuko asintió, y los dos amigos se alejaron de los jardines, cogidos del brazo.
