La sábana amarillenta estaba arrugada sobre la vieja cama. El papel envejecido de las paredes comenzaba a desprenderse, y miles de frascos y libros en distintos estados de deterioro se amontonaban en múltiples estanterías hasta el techo.
La luz oscura de la tormenta se colaba por la única ventana de la habitación. Larga y estrecha, apenas dejaba pasar una dudosa claridad.
Un rayo iluminó toda la estancia unos segundos y el viento hizo ondear perezosamente las oscuras cortinas de pesado terciopelo.
Sobre la cama, formando indudablemente parte del entorno, estaba él. Hermione sólo podía ver su figura recortada en la oscuridad.
Era delgado, excesivamente delgado, y estaba encogido sobre sí mismo. Temblaba. La chica sintió otra vez ese nudo de angustia en la boca del estómago.
Se acercó a la cama. Un nuevo rayo iluminó la cara del profesor, y la joven distinguió surcos de lágrimas ya secos cruzando su rostro, suspiró y se metió en la cama junto a él. Estaba helado.
Al notar su contacto, el hombre dejó de temblar casi de inmediato y se abrazó a ella metiendo la cabeza en el hueco de su cuello. Sus delgados brazos la cubrían casi entera, y su cuerpo era mucho más grande que el suyo. Pero eso no importaba. Se aferraba a ella buscando protección, y Hermione se la proporcionaba.
Abrazada a él y con expresión ausente, la joven acariciaba su pelo y su espalda.
Siempre volvía igual de las reuniones de mortífagos. Y Dumbledore no hacía nada por ahorrarle sufrimiento. ¿No se suponía que lo quería como a un hijo? Su rostro se crispó de furia al pensar en el viejo director. Sin embargo no siguió pensando por ahí, debía relajarse si quería transmitirle tranquilidad.
Respiró hondo y se concentró en las sensaciones que le evocaba esa habitación. Siempre le había gustado como olía por la noche, cuando los vapores de las pociones se habían escapado, y sólo quedaba el olor del pergamino y el de la fina capa de polvo que cubría las tablas más altas de las estanterías. Ese día, además, estaba el olor a lluvia, y el de las velas que había apagado el viento hacía tiempo.
Al fin empezó a notar como Severus entraba lentamente en calor. Suspiró aliviada, y poco a poco se fue quedando dormida junto a él.
Por la mañana la despertó un gruñido malhumorado.
-¿Se puede saber que demonios haces aquí?- Todavía en pijama, la miraba amenazante. Ella lo miró y levantó una ceja. Él volvió a gruñir.
-Buenos días a ti también.-
-Creí haberte dicho que no necesito una niñera que venga a cuidarme cada vez que tengo que salir.-
No decías lo mismo ayer cuando llegaste medio consumido y llorando. Pensó Hermione. Pero no lo dijo. No se debía jugar con el orgullo de Snape, y menos en aquel momento. Respiró hondo.
-Me alegra comprobar que vuelves a estar bien.- no pudo evitar un levísimo tono de ironía en la frase.
Los ojos de él se perdieron unos segundos en el infinito, seguramente recordando lo que había ocurrido la noche anterior. No eran muy difíciles de adivinar las actividades a las que dedicarían sus reuniones los mortífagos ahora que su Señor había regresado y el ministerio se empeñaba en hacer oídos sordos.
Hermione se mordió el labio, sintiéndose culpable por no saber entender del todo por qué diantre tenían que ser tan desagradable y desagradecido si lo único que ella hacía día tras día era darle el cariño que, los dos sabían, necesitaba desesperadamente.
Tras un momento perdido en sí mismo, Severus se levantó y comenzó a vestirse sin dirigirle ni una sola palabra. La chica se quedó en la cama observándolo moverse por toda la habitación.
-Las clases comienzan en dos horas así que deberías darte prisa si no quieres llegar tarde. Buenos días.- le dijo a modo de despedida con una mano en el pomo de la puerta.
Hermione se levantó lentamente. No dijo nada, pero el profesor debió notar su mirada de reproche, porque dio un par de pasos hacia ella y se inclinó para darle un casto beso en los labios.
Luego masculló un "gracias" mirando hacia otro lado y salió del dormitorio. La joven sonrió para sí, no había sido muy efusivo pero, para ella, era más que suficiente.
Media hora más tarde, entró en el gran comedor a la vez que Severus salía, sin que nadie lo notara rozó con su mano la de él al pasar por su lado.
Snape se apartó bruscamente y la miró con los ojos muy abiertos. Casi podía escuchar lo que, con toda seguridad, estaría pensando: "-¡¿Qué crees que estás haciendo?! ¡Podrían vernos!-" Hermione rodó los ojos cuando él ya no la veía.
Siempre igual. Todo porque en teoría no debían estar juntos, en teoría cada día de este último año había sido un gran error, en teoría… ¿Cómo era? A sí, ella no tenía ni idea de cómo era él en realidad.
Bueno, pensó enfadada, con eso último sí estaba de acuerdo. A saber cómo sería él sin esa coraza de…, de amargado, cruel, frío e implacable profesor de pociones.
Pero mientras, bocado tras bocado, iba dando buena cuenta de su desayuno, empezó a darle vueltas a cómo sería él de verdad. Cómo sería él antes de que la vida le hiciera aquello tan horrible que lo había vuelto así. Ya no estaba enfadada, ahora lo pensaba con pura curiosidad.
La idea seguía dándole vueltas durante las clases de la mañana y la hora de la comida. Y lo estudió bajo una nueva luz durante la hora doble de pociones de la tarde.
Al anochecer, cuando le dijo a Harry y a Ron que iba a la biblioteca y, cómo cada día, se dirigía a las mazmorras con todos sus libros para estudiar mientras él corregía, había tomado una decisión:
Tenía que averiguar más cosas sobre su pasado.
