Hey, Hey, Adéu

Los rizos chocolates se esparcían por la almohada de la mullida cama. Las lágrimas se deslizaban por las mejillas de aquella joven. Sus brazos trataban de buscar el consuelo que su alma necesitaba.

¡Eres una zorra!

Los recuerdos la inundaban, cada imagen dolía más que la anterior. Su respiración se tornó pesada y su boca se abría como si en cualquier momento los lamentos fueran a surgir sin compasión. Las sabanas que protegían su cuerpo descansaban a los pies de la cama, al parecer querían castigarla esa noche al son de las pesadillas.

¡Lárgate de mi casa! ¡No te quiero volver a ver!

El sentimiento de traición recorrió el cuerpo laxo de la chica de rizos castaños. El mundo de los sueños suele ser el lugar al que recurrimos para deslindarnos de los problemas que el mundo de la realidad nos proporciona pero de alguna manera estos llegan a infiltrarse en los descansos de los sueños proporcionando lo que conocemos como pesadillas. Los rizos chocolates se empapaban con el sudor de la joven. No era una buena noche para ella.

¡Ese bastardo no es mío!

Bella se despertó sobresaltada. Los recuerdos le habían invadido aquella noche de tormenta. Sabiendo que no podría volver a dormir salió de la cama y se dirigió a la ducha. Le esperaba un día difícil pero si todo salía como lo tenían planeado solo serían unas horas las que tendría que soportar para después volver con su hijo y seguir con la tranquilidad de su vida. El timbre de su celular resonó en la habitación siendo el indicador de que ya llevaba demasiado tiempo en el baño. Con un mejor ánimo se decidió por dar inicio a aquel día que tantos cambios podría conllevar.

-¡Mamá!-. El grito de su hijo le arranco una sonrisa.- ¡Vamos que quiero ir con el abuelo!-. Soltó la risa al escuchar sus palabras, bueno que su tarde se fuera arruinar no quiera decir que su mañana sería igual. Inundada por la energía de su niño se cambió y salió rumbo a la cocina donde, muy seguramente, encontraría a Santiago, su hermoso hijo de rizos cobrizos y profundos ojos verdes… tal igual a él.

-Me exiges que me apure y tú ni siquiera has desayunado-. El niño se sobresaltó, no esperaba que su madre ya se encontrara despierta, usualmente ella acostumbraba levantarse hasta medio día y más si eran vacaciones pero dejo de pensar en eso al darse cuenta de que así podrían irse más temprano con el abuelo.

-El abuelo dijo que podía comer con él-. Bella sabía que estaba a punto de ser chantajeada en el momento en el que su hijo puso ojitos cristalinos, negando tomo las llaves del auto para después ver como Santiago salía corriendo hacia la cochera.

Sonriendo tomo camino al hogar del hombre que tanto apoyo le había dado en los momentos más difíciles de su vida. El momento en que lo conoció nunca se borraría de su mente, fue el ángel guardián que los divinos le mandaron. La ayudo, a ella y al hijo que en esos tiempos llevaba en el vientre. Acababa de llegar a un pueblo apartado de la sociedad y lo único que recibía eran miradas recelosas de los habitantes del pueblo. Cansada y ya sin esperanzas fue que se topó con Billy, le explico los motivos que la habían llevada a Forks, compresivo, el hombre la llevo a su casa y desde ese momento supo que podría confiar en él sin duda alguna.

-¡Tío Jacob!-. El grito de su hijo le indico que estaban llegando y que en cualquier momento aquel joven llegaría por su hijo para liberarlo de la prisión automovilística, como solía llamar a la camioneta de Bella.

-¡Enano!-. Y ya lo único que pudo ver de Santiago fue un borrón cobrizo. En algunas ocasiones llegaba a pensar que el niño entre ellos dos era Jacob. Entre risas se encamino a donde Billy la esperaba.

-He llegado a pensar que en esa relación el adulto es Tiago-. Las palabras de Billy no podían ser más ciertas y es que Santiago era para Jacob el hermano pequeño que, al parecer, siempre quiso tener. Jacob era el hijo menor de Billy, y al igual que su padre los habían aceptado con los brazos abiertos. Ellos vivían en una reserva mientras que Bella y su hijo tenían su casa en el pueblo en una clara señal de mostrar independencia o por lo menos eso quería creer la chica ya que casi todos los días se iban para la reserva.

-Bueno, eso no te lo niego-. La familiaridad con la que se trataban era un tranquilizante para Bella. La verdad, ella no podría pedir nada más, bueno, no algo pero alguien…

-Él no está, ha salido de viaje-. Isabella se sonrojo completamente, en parte ese día había esperado ver a Sam, el jefe de la reserva, pero al parecer tendría que esperar para hablar de con él, después de todo no le había dicho nada sobre que saldría de viaje.

-Oh, bueno… entonces creo que lo mejor será que vaya partiendo-. Billy sonrió ante la desilusión de la chica, ya sabía él que algo pasaba con Sam y ella pero eso ya el tiempo lo diría y más ahora que Isabella estaba por enfrentarse a su pasado.

-Anda, no tengas prisa y ven a desayunar con nosotros-. Bella sonrió y decidió que bien podía permitirse llegar tarde a aquella comida del demonio que su hermano había organizado.

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-¿Estás seguro de que vendrá hijo?-. Pregunto por quinta vez Rene Swan a su hijo Emmet.

-Ella dijo que vendría-. Contesto el hombre a su madre, sabia como se sentía ya que él se encontraba igual, eran siete años sin haber visto a su hermana y todo por no saber escuchar y dejarse cegar por la furia.

-Va tarde-. Todos los que se encontraban en aquella sala de estar la miraron. Sabían a quién se refería. Nunca esperaron que la volvieran a ver, su pasado en común les hacía querer darle una cucharada de su propia medicina. El único motivo por el que se encontraban en aquella era por la gran amistad que tenían con Rosalie Hale y sabían lo importante que era ese pasó en su vida.

Rose observaba el comportamiento de los invitados. Todos tan distintos, pero siendo ocasionado por la misma persona. Ella sabía que Bella llegaría tarde, después de todo ella se había tomado la molestia de marcarle cuando vio que no llegaba. A diferencia de los demás Rosalie había salido a buscar a la chica de rizos chocolates y se sintió tan bien consigo misma por permitirse escuchar a la ex novio de un de sus amigos. Platicaron toda una tarde, una en la que se habían encontrado en Seattle, pero eso no quedó ahí. A su mente llego el día en el que conocía al pequeño Tiago, era la viva copia de Edward. Después de ese día no hablo con nadie por dos meses… hasta que hablo con Emmet y le conto todo lo que sabía. Se puso furioso.

Cuando el ruido de un motor rompió el silencio en el que se encontraban Emmet salió corriendo a la puerta principal. Extrañaba a su hermana y después de que su novia, prontamente prometida, le había contado no quería dejar pasar un segundo más sin tener el perdón de Bella.

-¡Bella!-. La voz de su hermano le estrujo el corazón y al igual que en la noche los recuerdos la empezaron a inundar. En ellos lo podía identificar, como es que simplemente se quedaba rezagado y dejaba que los demás la humillaran. Nunca se habían sentido tan traicionada. Trato de calmarse para que no se dieran cuenta de cuanto le afectaba el regresar a su hogar.

-Hola Emmet-. Su voz salió pequeña pero segura, bien, un punto para ella.

-Vamos, eres la única que falta-. El hombre no pudo evitar sentirse decepcionado por la actitud de su hermana pero la entendía, esto para ella no era nada fácil.

-Isabella-. La voz de su madre se escuchó por todo la estancia y de un momento a otro sintió varios pares de ojos clavarse en su persona. Sí, ahí estaban todas las personas que le habían hecho daño en su pasado.