Recuérdame

-¡Anna!- Le gritó con preocupación notable.

Tal vez, hace años no sentía medio, pero un día como hoy todos sus miedos se habían acumulado. La guerra que tanto temía y de la que tanto hablaba Hao había comenzado. Él, siendo el Shaman King no hacía nada para detener la masacre, pero ellos no se daban por vencidos.

La primera brigada, la de Ren Tao se situaba al norte, muy lejos de la suya. Incluso pensó por un momento abandonar el campo de batalla de Japón para ir en busca de su hermano, pero ya era tarde. No había escapatoria.

-¡Anna!- Gritó con todas sus fuerzas antes de caer con una explosión.

Si al menos tuviera a Amidamaru, si todo fuera tan sencillo como cuando tenía 15 años, si Hana estuviera a su lado, nada de esto le preocuparía. Sin embargo, se encontraba solo y Anna estaba desaparecida.

-Yoh, ¿sigues buscándola?- Preguntó un Horokeu bastante lastimado.- Es inútil, pronto lanzaran la alarma del bombardeo. Lo único que nos queda es ir al…

-Tú lo has dicho, de nada nos sirve. Ella tiene el mismo poder que Hao, si tan sólo…

-Tienes razón, si la encontramos podremos neutralizar el ataque nuclear.- Resolvió Horo Horo con esperanza.

Le ofreció la mano y se detuvo a pensar un momento la idea. Claro, la habilidad de Anna podría servirles de algo, pero él lo decía con otra intención. No quería encontrarla por eso, sino porque era su esposa y sea o no Anna Asakura, era una mujer frágil. La guerra no era para mujeres.

-¡Vamos!- Le indicó Horo Horo, quien cruzó corriendo el campo minado.

La suerte de ser shaman, mentalizó el castaño al notar la agilidad de Horo Horo, quien apenas rozaba el piso. Él tenía una fuente a su favor, la tierra, su elemento natural. Sin perder más tiempo se precipitó y corrió por el mismo sendero. Las minas brotaban de la tierra, pero su poder las deshacía antes que rozaran su piel.

Siguió andando con ligereza, hasta que notó como Horo Horo se quedaba estático antes las decenas de vehículos que cruzaban el cielo. Y a lo lejos, una gran nube e humo se levantaba en una cascada de fuego sin igual.

-Ya es tarde…- Susurró su amigo.

Sus puños se cerraron en señal de frustración. En sus treinta años de vida, jamás imaginó ver el fin de la humanidad ante sus ojos, como si fueran invulnerables al dolor. Todo tan mecánico.

-Debemos ir con Ren.- Oyó el tono de resignación en su voz.- Pronto bombardearan aquí.

Yoh no contestó. Sabía que esa era la única salida que tenían. Huir, sin mirar hacia atrás. Giró al notar como Horo Horo llamaba al elemento del agua, y como el imponente ente se presentaba con gracia y rapidez.

-Sube.-Le indicó Horo Horo.- Ella ya no debe de estar aquí, no siento su presencia.

Cierto, no se sentía su aura, pero no había salido del territorio, podía intuirlo. Miró con fijeza el lugar donde la bomba había sido detonada. Quería mentirse, deseaba hacerlo, mas era inútil.

-Llévame hacia allá.-Le señaló incomodo el castaño.

Horokeu dirigió su mirada hacia la zona de desastre. También lo presentía con fuerza, especialmente cuando no tuvo el impacto que debió de haber tenido. No, no quería dejarlo sufrir solo, pero sabía cuan cercanos eran aquellos dos.

-Es inútil, no está ahí.- Negó Horo Horo, dándole la mano para que pudiera subir.- Vamos con Ren.

Eso decía, mas no realizaba las acciones que pensaba. No negaba, que incluso él ya sentía las lágrimas correr por su rostro, cuando entró al territorio devastado. Los libros de historia tenían cientos de fotografías de guerra, pero nada se comparaba con ver el sufrimiento y la muerte en directo. Se horrorizó cuando Yoh separó de un solo golpe todos los escombros, como si sus sentimientos dominaran su razón.

-Yoh…

Para un ser humano, pisar aquel lugar era la muerte, pero para ellos era algo más tolerable. Ni siquiera tocaban el suelo, especialmente Yoh que deshacía a cada paso la radiación que dominaba hasta en el aire. Horokeu hizo llover. No era un dios, pero si podía hacer algo para aminorar el ambiente, estaba dispuesto a desafiar la naturaleza. Cerró los ojos y sólo oyó el sonido de una pila de piedras moverse de un lado a otro. La había encontrado.

-Anna…-La nombró el castaño seguro, aunque cualquier otra persona había dudado por un momento.

Sus brazos la tomaron con suavidad, mientras su mente sólo pensaba en cómo podría sacarla de esta, cómo conseguiría ayudarla. Respiraba, con dificultad, pero lo hacía.

-Todo va a estar bien, no te preocupes. Lo soportaste muy bien, lo demás será fácil.

Sus brazos seguía inmóviles, pero en su rostro se había formado una sutil sonrisa. Yoh se conmovió al instante, años llevaban en medio del campo bélico, que nunca imaginó pasar por semejante situación. Sin embargo, estaba ahí, soportando la lenta muerte de la itako.

-Anna…

-No lo digas.- Alcanzó a decir con mucho esfuerzo y dolor.- Ya es tarde…

El castaño acarició su cabello que se caía poco a poco. Tenía razón, su agonía era lenta, pero segura. No había salvación alguna.

-Déjame tener la esperanza, Anna.-Replicó con una tristeza imposible de negar.- No debiste quedarte.

-Tú… no debiste venir.-Resopló con dificultad, fue un enorme el esfuerzo que hizo para hablar, pero ya no podía hacerlo.

Su cuerpo se había quedado sin energía, estaba agotada y la radicación había calado hondo en su cuerpo, al grado de sentirse un verdadero espécimen. No obstante, tomó fuerza y le tocó la mejilla. El castaño lloraba por ella, sus lágrimas le quemaban en su piel, pero no le importó, limpió una de ellas y se dejó llevar por el momento.

-No me olvides…

Y aquellas palabras se quedaron con él, porque su mente y su corazón se fueron sin dejar rastro alguno. Por dios, nunca había llorado tanto, ni se había sentido tan inútil en una situación similar. Pero veía el campo, no parecía haber recibido de golpe del daño, pero Anna sí. La abrazó y no dejó de besar su rostro frío, como si aquello le abriera las puertas a su corazón una vez más.

-Yoh…- Escuchó la voz de su hermano acercarse a él.

No había cambiado en nada desde que era adolescente, pero él sí, ya no era el niño que solía ser, ni siquiera su hijo, quien ya era adolescente. Pero ahí estaba, el gran Hao Asakura hacía gala de su omnipresencia.

-Porque lo permitiste.- Su voz se dejó oír como un reclamo.- ¡¿Por qué, Hao?!

-Esa fue su elección.- Se limitó a decir sin mucho sentimiento.- Pero tú aún puedes elegir, si decides ayudarme, yo haré que te reencuentres con ella.

Hasta ese momento, jamás consideró unirse a los ideales de su hermano, pero… su corazón estaba destrozado, no sabía cómo calmar ese sentimiento de pérdida que albergaba, más cuando su fría piel rozaba con la suya. Anna llegó al mundo sufriendo todo tipo de rechazo, y se fue…

-Sufriendo.- Murmuró abrazándola con fuerza, mientras gruesas lágrimas corrían por sus ojos.- Haré lo que quieras, pero déjame vivir con ella.

Hao sonrió con maldad. Mientras tocaba el cuerpo de la rubia, hasta hacerlo desaparecer.

-Sólo asegúrate de que tu hijo no muera y a ella la tendrás en el futuro.

500 Años después….

-Yoh… Yoh…- Oyó que lo nombraba una mujer.

Sus ojos se abrieron poco a poco conforme la luz le permitía observar. Estaba en un hospital y no recordaba nada de lo que había pasado, hasta que miró a la mujer que lo llamaba entre sueños.

-Qué bueno que has despertado, tesoro.- Lo llamó con cariño y ternura en su voz.

Jamás había escuchado semejante recibimiento afectuoso, al menos no de su primera madre. Pero este parecía otro tiempo, como si hubiera viajado a través del tiempo en una estela de humo. Fue entonces que un relámpago cruzó por su cabeza y miles de imágenes se proyectaron en su memoria. Fotogramas en las que aparecía la joven mujer criándolo con esmero. Y súbitamente se detuvo, no había más, de un golpe todos los recuerdos y las cosas esenciales que debía saber estaban ahí.

-¿Qué… qué sucedió?- Se atrevió a preguntar totalmente confundido.

-Te golpeaste horriblemente cuando tu amigo Tao te empujó.- Le contestó realmente angustiada.- Le he dicho mil veces a Men Tao que deje de estar molestando.

¿Tao? Se cuestionó preocupado. ¿Men Tao, no era acaso el hijo de su amigo Ren? Cómo podría ser posible encontrarse con él, a menos que… no, entonces en qué año estaba no lo comprendía.

-Mamá, por favor, dime en qué año estamos.- Le preguntó alterado ahora que no tenía idea de dónde se encontraba.

-Yoh, parece que te afectó el golpe, nos encontramos en el 2500.- Contestó extrañada su madre.- La sangre de tu padre debe pesarte mucho.

Sangre…. Sí, eso era lo último que había visto cuando se conjuntó con su hermano Hao. Lo último que vio fue la sangre desvanecerse en el aire, mientras él le decía dentro de los grandes espíritus que su destino ya estaba preparado. Y así lo había previsto, tal parecía que su yo de ahora no recordaba nada del pasado, pero…

-¿Y Anna, dónde está Anna?-Cuestionó con cierta desesperación.

-Yoh, cálmate. No conozco a nadie con ese nombre-Respondió tranquila su madre.- Tranquilo hijo, ya pasará.

Y nunca pasó. Cuando despertó en aquel hospital tenía 10 años y desde ese entonces no se dio por vencido. Había recorrido grandes distancias, desafiado el tiempo, había ganado una nueva oportunidad como para dejarla morir. Sin embargo, no consiguió encontrarla. Once años habían pasado, cuando un día su madre lo sorprendió con una sorpresa inusual.

-¡Voy a casarme!- Exclamó gustosa.

En verdad había logrado estimarla, al grado de quererla más que a la mujer que hace más de cinco siglos consideraba como tal. Se alegraba por ella, no podía ver mejor futuro que ese.

-Los invite a cenar, Michael es adorable, pero… tiene una hija.

¿Una hija? Eso despertó el interés del castaño con verdadero ahínco, tanto que su madre se había sorprendido del súbito cambio en el color de sus ojos.

-Sí, recuerdo un poco la obsesión que tenías por el nombre de una mujer.-Rememoró.- Curiosamente, ella se llama así.

Eso le devolvió la vida y no podía comentar de qué forma. Había buscado en todas partes ese rostro, ese carácter. Dios, ya se había cansado de buscar intensamente, tanto que estaba a punto de darse por vencido, pero Hao se lo había jurado. Le había jurado que su próximo despertar sería al lado de Anna.

Así que preparó su mejor interpretación. Ni siquiera Men podía quejarse de la rapidez con que se acostumbró a reprimir la emoción que le provocaba por verla después de haberla visto morir entre sus brazos. Aunque era muy cierto eso de que ya no tenía poderes, aún podría empezar una vida diferente junto a ella.

-¡Ya llegaron!- Exclamó su madre.

Inmediatamente abrió la puerta y se encontró con un hombre maduro, elegante y distinguido. Tenía el porte de Silver, no tenía la menor duda, pero… no lo comprendía. Lejanamente qué tendría que ver Anna con esa ramificación de la familia, si tenía entendido que él era la rama de los Asakura. Hana había sobrevivido con éxito y había continuado la línea hasta la actualidad. Entonces se dio cuenta de su descortesía.

-Usted debe ser Michael Kingsley.- Afirmó el castaño y le extendió su mano en señal de aprobación.

-Tú debes ser Yoh, Yoh Asakura.- No podría olvidarme de un rostro como el de tu padre.

En otras circunstancias, probablemente hubiese preguntado a qué se refería con eso, pero ahora no podía reprimir sus ganas de conocerla. La primera vez había sido un encuentro tan casual y tan hostil que ahora se cuestionaba con energía cómo sería. ¿Lo recordaría?

-Así es, yo soy Yoh…-Respondió con una sonrisa espontanea, cosa que maravilló al hombre, al sentir una irradiante confianza.

-Eres un buen muchacho.- Comentó Michael y se detuvo un momento para dejar pasar a la rubia que venía detrás de él.

Callada, sólo miraba como su padre se presentaba con aquel joven, pero a ella no le interesaba en lo absoluto, hasta que él la había llamado con suavidad para que se acercara.

-Yoh, quiero presentarte a mi hija, ella es Anna Kingsley. Anna, él es Yoh Asakura.- Los presentó con formalidad, pero ellos no se percataron del momento preciso, simplemente se veían con extrañeza.

A Yoh se le partió el corazón en el instante que la vio. Era ella, no tenía la menor duda. Anna lucía exactamente igual a como él la había conocido, sí, pero cuando él la conoció en su tierna infancia. No quería imaginárselo, aquella pequeña y tierna Anna debía tener como máximo 10 años. Y lo miraba como si mirase a un simple hombre, sin amor, sin… nada.


Continuará...

N/A: Este es un pequeño fic, no tan grande como los otros y con capítulos cortitos. Sólo para ver si me resultaba el nuevo estilo y bien, para respuestas y contestación de reviews ya tengo un nuevo formato, entren a mi perfil y abran la página. Ciao!