Tori:- un pequeño poema de mí, para ustedes. El poema como tal le pertenece a Federico García Lorca, se los recomiendo. Enredados no me pertenece. Espero les guste.
Jack:-hacuna matata, una forma de…-es nockeado con un libro de biología-.
La Lola canta saetas.
Sus largos cabellos, en aquella trenza compleja con flores de diversos colores, se movían rítmicamente, de un lado a otro. Al compas de la música imaginaria de esa canción, que cambia, cuando ella quiera, de letra.
Sus pequeños y descalzos pies bailan sin control. Con sutileza marcada en cada paso sin traspié alguno.
Está en una fantasía. Rodeada de nubes hechas de algodón de azúcar.
Su voz, más armoniosa que el ruiseñor, baja y sube el tono de la canción, haciéndola cada vez más hermosa, avanzando la eterna melodía.
Los toreritos la rodean, y el barberillo desde su puerta, sigue los ritmos con la cabeza
No se percata, ni le importa, de que los sirvientes siempre están, escuchándola desde sus sitios de trabajo.
Mientras baila, con la ligereza y velocidad digna del colibrí, los cocineros se asoman desde la ventana de la cocina para poderla escuchar.
Su mucama le espía y cuida desde su habitación, con la ventana abierta de par en par, escuchándole aumentar el volumen de su voz.
Cuando el soprano llega a la zona más rica y hecha para un valseo con ritmo y todo, el mayordomo se encarga de marcar el ritmo con el pie desde el umbral de la puerta al jardín.
El ritmo sin fin, con cambios cuando a ella se le plazca.
Entre la albahaca y la hierbabuena, La Lola canta saetas.
Sus brazos se alzan y caen con lentitud, mientras su voz y canción llegan a la cumbre del soprano. Un delicioso sonido para los oídos de todos.
Sus pies se hunden en la hierba del jardín, pisando, accidentalmente, los sembradíos de este.
Sus dedos de los pies se tensan, y en puntas ella queda. Subiendo y bajando la sinfonía.
En ese éxtasis de fantasía queda, hasta que a sus oídos la voz de su novio, llamándole, llega.
Con los ojos bien abiertos, ya fuera de su mundo, corre con dirección a la puerta de entrada.
La Lola aquella, que se miraba tanto en la alberca.
No sin antes mirarse el reflejo en las lisas aguas de la piscina. Su rostro está rosado, extasiado de descargarse así. Sus verdes ojos, chispeantes. Su piel bronceada por el sol, sudada suavemente. Algunos mechones se escaparon de su trenza.
Pero su energía es relajada, y libre, como aquellas mariposas que tanto le fascinan.
-Rapunzel- es vuelta a llamar por aquel castaño, inspirador de sus enamoradas sinfonías.
Todos sus empleados sonríen, esperando otra mañana llena de sopranos y saetas.
