Capitulo 1

-¡Corre!- La última letra se alarga mientras se pierde en el vacío.

Manos manchadas de sangre. Gritos.

Sangre.

-¡Ahhhhhhh!

-¿¡Pero qué coño haces loca!- Masculla Arleen mientras me tapa la boca, intentando sofocar mi grito- ¿¡Qué quieres, atraerlo a todos, morir?- Respiro agitadamente mientras trato de borrar de mi mente el maldito sueño.

-Yo… Lo siento… He tenido un sueño horrible- Arleen suspira y me abraza.

-Tranquila… Vamos, recojamos todo esto antes de que aparezcan- Se levanta y se estira, mirando a su alrededor.

Todo comenzó una mañana. Sus padres se habían ido de vacaciones una semana y volverían la noche de ese día. Nos íbamos a levantar temprano para limpiar, aunque finalmente acabamos durmiendo hasta las dos y media de la tarde. Estábamos "desalmorzando", como lo llama ella, cuando me planteó qué íbamos a hacer esa tarde.

-Podríamos seguir viendo alguna serie, ya sabes, aunque había pensado en llamar a Rachel, Dustin y Andrew para ver una película de miedo, ¿Qué te parece la idea? Incluso podríamos llamar a Ayrton.

-Creo que me quedo con lo último, una película de miedo, seis adolescentes solos en una casa en mitad del campo, incomunicados, palomitas… ¡Va a ser muy emocionante!- Reímos juntas.

-¿Te imaginas? Y entonces aparece Tyler Mane con una máscara, como en Halloween, y te rapta porque eres su hermana pequeña perdida, matándonos a todos y…

-¡Yo me dejo raptar!

-Ah, ¿Si? Y a nosotros que nos den, ¿No? Qué bonito… Además, no sé tú, pero yo prefiero que me rapte Andy Whitfield vestido de Espartaco.

-Sí pues como no sea en versión zombie…- En aquél momento nos hizo gracia, y seguimos hablando de cosas sin sentido e inventándonos casos imposibles en los que éramos protagonistas de Espartaco, True Blood y otras.

Luego descubrimos que no había palomitas y decidimos darnos un paseo hasta el supermercado que se encontraba al principio del pueblo, a una media hora más o menos de su casa.

-Siempre que paseo por estas calles siento que estamos en mitad del apocalipsis, calles de tierra y cemento lleno de agujeros, casas y casas deshabitadas y silenciosas, coches vacíos… Da yuyu.

-¿Y lo que mola?- Sonríe- Sobre todo de noche- Y es que la mitad del camino carece de iluminación, y por la noche, si tienes suerte y hay luna, su luz es la única que te muestra el camino entre los altos cipreses de las casas vecinas, las verjas y los profundos canales que recogen las aguas fluviales y las conducen hasta vete tú a saber dónde.

Lo cierto es que al principio te da miedo, pero después de haber ido más de una vez… No sé, tiene un nosequé mágico que me encanta.

Hablamos y hablamos hasta llegar a la carretera principal, y a partir de ahí, seguimos unos pocos metros hasta llegar al supermercado. Y entonces fue cuando comenzó realmente todo esto.

-Oye, Arleen, ¿No está todo esto muy silencioso?- Ella también parecía preocupada. Miramos a nuestro alrededor. Quizás fuera por la hora, pero lo cierto es que era raro que no hubiera ni un coche en el aparcamiento. Tampoco nos habíamos cruzado con ninguno por el camino, y normalmente al menos veíamos uno o dos.

-No sé… ¿Hoy qué es? A lo mejor hay partido de fútbol o vete tú a saber qué… La verdad es que con eso de que ni vemos la tele ni escuchamos la radio, el día que pase algo importante ni nos enteramos, ¿Te imaginas? ¡Una epidemia asola el planeta y nosotras pensando en comer palomitas!- Rió. Pero, maldita sea, qué irónico fue eso, ahora que lo recuerdo.

-No, si fuera futbol lo sabría- Dije.

-Tienes razón, se me había olvidado que te gustaba, pues mira, de paso podemos comprar cerveza y te tumbas en el sofá… Pero te tienes que poner una camiseta blanca con churretes, si no, no hay trato- Nos reímos juntas. Siempre tuvimos la teoría de que si viviéramos juntas seríamos como un matrimonio de éstos antiguos, en los que yo, el hombre de la relación, me pasaría el día viendo el futbol en el salón con una cerveza en la mano y patatas fritas y ella no haría más que limpiar y hacer bizcochos. Casi como ahora, si no fuera por lo de limpiar.

Nos acercamos a la puerta automática del súper. Arleen se paró en seco, yo tardé en darme cuenta y casi me como la puerta de cristal. Ante nosotros, las puertas automáticas estaban atrancadas con… Dios, mi estómago se revolvió tanto en aquél momento que casi vomité allí en medio. Un maldito brazo humano. ¡Un maldito brazo humano! Un brazo con su mano, sus dedos, y su hueso sobresaliendo donde debió estar el hombro, con su sangre chorreante y su color amarillento y mortecino, y con un arañazo a la altura de la muñeca que le había desgarrado la piel. En el reflejo del cristal vi a Arleen, que se retorcía el estómago por las arcadas.

-¿Pero qué… cojones… es eso? – Susurró. Negué lentamente, no tenía ni la menor idea.

-Entremos y comprobémoslo- Dije intentando convencerme de que debía ser algún tipo de broma macabra.

-¿¡Estás loca? ¡Yo no entro ahí! ¿Estás viendo lo mismo que yo? Es… Es… ¡Es un brazo HUMANO!- Es raro ver a Arleen asustada, es fácil asustarla, pero verla así por algo… La verdad, me sorprendió un poco.

-Vamos, ¿De verdad piensas que es real?- Me eché a reír- Esas cosas solo pasan en los libros y en las películas, venga, entremos a ver de qué diablos va esto- Seguí riéndome entre dientes, hasta que vi cómo el poco color que le quedaba a su cara se iba totalmente. Sus ojos no me miraban, miraban detrás de mí. Sentí cómo todo el vello de mi cuerpo se erizaba, y entonces lo escuché.

Era como una letanía, un gemido lento, agrietado, como alguien a quien están ahorcando y en su último estertor suelta todo el poco aire que le queda de golpe, tratando de suplicar por última vez por su vida. Juro que sentí cómo mi sangre se helaba mientras me giraba lentamente.

-No… Esto no puede ser… - Y entonces la vi.

Se arrastraba, subiendo lentamente, con ojos vidriosos, ausentes. El pelo castaño apelmazado por la sangre aún húmeda dejaba entrever su faz pálida, sus labios amoratados y aquél mordisco que le había arrancado medio pómulo. Tenía el cuello doblado en un ángulo imposible, su mano se movía insegura, tratando de seguir adelante y chocando contra el escalón antes de conseguir salvarlo. Iba a gatas, y le faltaba un brazo. Escuché el quejido de Arleen a mi espalda, y lentamente empecé a andar hacia atrás. Casi me caí al llegar al final de la acera, pero conseguí recuperar el equilibrio en el último momento. La… mujer, la mujer que subía lentamente por las escaleras nos miró, penetrándonos con aquellos ojos que parecían ver a través de ti. Y entonces pareció revivir. Un gruñido furioso salió de su garganta mientras trataba de levantarse y agitaba su único brazo hacia nosotras. Tropezó, perdió el equilibrio y se despeñó por las escaleras. Fue lo mas absurdo y terrible que habíamos visto jamás.

Chillando como almas perseguidas por el diablo salimos corriendo en dirección a su casa. Tras de nosotras empezamos a escuchar más gemidos, pasos inseguros y uñas arañando suelo y cristal. No sé cuándo nos callamos, no sé cuánto corrimos, ni a qué velocidad, sólo sé que cuando cerramos ambas cerraduras de la puerta de su casa mis pulmones iban a estallar. Nos miramos.

-¡La puerta de la cocina! ¡Rápido!- Salí corriendo en dirección a ella- ¡Yo cerraré la del estudio!- la escuché decir a mis espaldas.

Creo que no estuvimos tranquilas hasta haber bajado todas las persianas y haber cerrado todas las ventanas y puertas, haber arrastrado el sofá, haciendo de barricada ante la entrada y habernos metido bajo la mesa del salón con dos patéticos cuchillos de cortar jamón y carne en las manos.

-Si… Si pudiéramos ir al cuartillo… A… allí hay martillos y una maza, un pico y creo que también palas y azadas- Nos miramos. Estábamos sudando, despeinadas, con los ojos desorbitados, temblando por culpa de la adrenalina, que volaba por los cielos en esos momentos. Se me escapó una risilla nerviosa, y cuando nos quisimos dar cuenta, nos estábamos riendo a carcajada limpia. La mandíbula nos dolía de tanta carcajada cuando conseguimos controlar el nerviosismo. Luego se hizo el silencio.

-¿Qué… vamos a hacer ahora?- Me preguntó.

-¿Estás de broma? ¡¿Estamos en medio de un puto ataque zombi y me preguntas qué hacer!¡Nuestros sueños se han cumplido!... Y no sé si debo alegrarme, la verdad- Arleen suspiró.

-Así que ahora es como si viviéramos en una película… Ya sabes, sobrevivir… Comida…- Se quedó callada mirando hacia el vacío.

-¿Arleen?- Me miró.

-Yo… No sé, siempre me imaginé los zombis menos… humanos. No sé si me entiendes, más asquerosos, más… No sé… No sé si sería capaz de cargarme a uno de ellos- La corté negando con la cabeza.

-Arleen, no pienses en eso. Ahora mismo solo debemos preocuparnos de la comida, el agua… La electricidad. Lo demás no importa. Cuando llegue el momento lo sabremos.

-¿¡Pero cómo vamos a enfrentarnos a algo sin saber siquiera cómo hacerlo?- Estaba realmente asustada, y continuamente sus ojos se perdían en pensamientos que barrunté no debían ser muy agradables.

-Tenemos tiempo. Mira, vamos a ver si nos han seguido. Si era sólo aquella mujer puede que ni siquiera aún viva… O lo que quiera que hagan esas cosas. Puede que siquiera llegaran a tu camino, que estén lejos de aquí. Si es así, debemos aprovechar para coger todo lo que necesitemos- Asintió.

-Tienes razón, vamos, asomémonos por la ventana grande, desde ahí se ve la cancela- Salimos de debajo de la mesa y subimos lentamente la persiana. Teníamos el corazón a mil por hora cuando nos asomamos, y casi nos caemos del alivio al ver que no había nada.

-Bien, entonces tenemos que ver de qué armas disponemos- De pronto parecía haberse tranquilizado. Asentí- Bien, voy a ir al cuartillo, acompáñame, necesitaré ayuda para cogerlo todo. Subimos la persiana, abrimos la puerta de cristal y buscamos la llave de la cancela. Desde luego, pensé, si intentaban entrar por ahí, nos enteraríamos. Fuera todo parecía tranquilo. Los perros de Arleen se me acercaron, como de costumbre. Nos miramos.

-Deberíamos meterlos dentro, si les pasara algo…- Arleen asintió.

-Sí, será lo mejor.

Entre el desorden del cuartillo encontramos una pala, tres azadas de distintos tamaños, una maza cuyo mango era de al menos un metro, martillos, dos serruchos, un hacha, una sierra eléctrica, una desbrozadora, cables, un rollo de verja de cuando cambiaron la antigua, alambres, y, en un rincón, un arco de principiante y dos flechas.

-¡Genial! ¡Tenemos un arma de verdad!- Dije.

-No te creas, la cuerda está poco tensa- Comentó mientras tiraba de ella y doblaba sin dificultad el arco- el plástico es blando y las flechas no llegarán ni muy lejos ni con suficiente potencia. Incluso ese destornillador sería más efectivo… Además, ¿Desde cuándo sabemos tirar con arco?

-Bueno… lo de la cuerda se puede arreglar, y tiempo tenemos, ¿No?- Sonreí.

Después de contabilizar "armas", alimento, alojar a los perros y al gato en uno de los cuartos y tras un "viaje de reconocimiento" de los alrededores, en el que nos aseguramos de que no hubiera ningún zombi por ahí paseando, decidimos un horario de guardias y nos fuimos a dormir temprano.

Todo parecía ir bien. Por la mañana nos dedicábamos a practicar con el arco y con las "armas" de las que disponíamos. A mediodía dábamos un paseo por la urbanización, para nuestra alegría pequeña, y por la tarde nos documentábamos sobre el tema. Bueno, documentarse quizás no sea el verbo más adecuado… Digamos que nos vimos más películas de zombis de las que creíamos existentes y nos leímos más de diez libros sobre el tema. ¿Qué hacer? No era un tema del que puedas buscar información así como así, solo nos quedaba fiarnos de la imaginación del resto de la humanidad y conjeturar con lo que sabíamos, o sea, nada.

Para nuestra alegría y suerte, la electricidad no se fue, ni el agua. Incluso teníamos internet. Y lo aprovechamos.

Vaya que sí.

Hasta el onceavo día todo fue bien. Hasta el onceavo día. La comida no era infinita, y su consumo se aceleró cuando se acabaron las galletas de perro. Así que, por fin, había llegado la hora de la verdad. La hora de ir al pueblo y enfrentarnos a lo que hubiera.

-No podemos retrasarlo más- Arleen parecía más seria de lo normal.

-Esperemos que esas horas practicando hayan servido de algo- Suspiré- Venga, lo mejor será que no nos lo pensemos mucho. Llevemos una mochila con agua y lo imprescindible y una maleta donde guardar lo que cojamos- Arleen miró por la ventana. Se giró y me miró largamente.

-¿Y si… cogemos el coche?

-¿Qué? ¿Estás loca? ¿Qué quieres? ¿Atraerlos a todos? Además, no sabemos cuántos habrá dentro, lo mejor que podemos hacer es no hacer ruido- Asintió.

-Lo sé, me refiero a llevar el coche hasta donde sabemos que es seguro y dejarlo allí, así no tendremos que hacer el camino cargando con todo y podremos coger más cosas.

-Hmm… Pues no es tan mala idea- La mire- Un momento, ¿Pero tú sabes conducir?

-Bueno, lo que se dice conducir, no se me da mal, mientras que no haya que circular…- Sonrió, y me reí.

-¡Bah! ¿Por qué no? ¡Venga! Cojamos bolsas y todo lo que pillemos, ¡Vamos a conseguir comida para un regimiento!

-¡Sí señora!

Aparcamos en el lugar acordado, a menos de tres minutos andando, y esperamos por si venían zombis. No vimos ninguno. Nos miramos, asentimos con decisión y, una con un pico y la otra con un hacha, llevando un maletón de los grandes, nos bajamos del coche y nos encaminamos hacia la aventura.

Al principio nos decepcionó un poco. La zombi cuyo brazo atoraba la puerta no estaba al pie de la escalera, y las luces seguían iluminando el lugar. Ninguna bombilla tintineaba. Lo cierto es que todo parecía bastante normal. Bueno, exceptuando por el hedor a muerte y los restos mutilados que había tirados por el suelo. Era asqueroso. Otra vez sentimos que el estómago se nos salía por la boca.

-Buahg, qué asco, recuerda la próxima vez traer un trapo para la boca- Comentó Arleen mientras se subía la camiseta y se la ataba alrededor de la boca.

-Shh, ¿Quieres que vengan todos de golpe?- Gruñí.

-Tienes razón, perdona- Susurró.

Bajamos las escaleras con cuidado, evitando los charquitos de sangre y… y las tripas. Nos pegamos a la pared cual Snake en una misión de infiltración y observamos el lugar. No había movimiento. Le hice una señal a Arleen de que siguiéramos. De pronto, su mano se posó en mi hombro y se llevó el dedo a la boca. Luego señaló hacia el pasillo de los congelados.

Un chico gordo con el cuello destrozado estaba... Alimentándose de las tripas de un cadáver mutilado. Tenía la ropa rota y el cuerpo lleno de sangre y restos humanos. Mis tripas no lo soportaron y regurgité el desayuno. El chico dejó de comer, y giró el cuello lentamente hacia nosotros.

-Ghhaaagh…- Gruñó. Arleen y yo comenzamos a temblar como flanes y a andar hacia atrás lentamente. El chico se levantó y avanzó hacia nosotros arrastrando los pies. Quitando el horrendo mordisco que le había arrancado medio cuello, la sangre y la suciedad, parecía tan normal…

-¡Al ataqueee!- Rugió Arleen alzando su pico y corriendo hacia él. El bicho también aceleró la marcha, con los brazos extendidos hacia ella.

-¿¡Estás locaa! ¿¡Quieres que nos pillen!- Pero no me echó cuenta. Se lanzó contra el chico y el pico le atravesó la cabeza, abriéndola de arriba a abajo y esparciendo sus sesos por todo el suelo… Y la ropa de Arleen. El chico se desplomó, y ella, con el pico apoyado en el suelo, resolló.

-Ghhaaagh…- Se me erizó la piel, me giré y lancé un hachazo casi sin mirar. Un hachazo que se clavó en el hombro de un hombre alto y delgado de rasgos afilados, atravesándole hasta la clavícula y haciendo colgar inútilmente un brazo. Entonces el hombre me agarró con la otra mano y se abalanzó sobre mí con la boca abierta. Chillé mientras arrancaba el hacha y la lanzaba contra su cuello, seccionándolo. El cuerpo inerte cayó sobre mí, desplomándonos ambos en el suelo.

-¡Ahhh! ¡Socorro!- Me debatí bajo su peso hasta apartarlo y respiré profundamente. El hedor hizo que me arrepintiese. Volví a escuchar el gemido de un zombi y miré a mi alrededor asustada. La cabeza lanzaba mordiscos intentando atacarme desde donde cayó. Alargué la mano hacia el hacha y, con asco, la clavé en la cabeza. Luego me levanté y me sacudí. Al coger el hacha, la cabeza se vino con ella.

-Puag… Qué asco…- Con un pie, pisé la cabeza y tiré del hacha para liberarla. Luego miré a Arleen- Muy bien… Hemos sido capaces- Gruñí. Asintió.

-Rápido, vamos a lo que vinimos- Cogimos la maleta y corrimos hasta la zona de las carnes. Al ver tanto filete, nos entraron arcadas.

-Yo… no creo que pueda volver a comer carne en mi vida- Gimió Arleen.

-No seas tonta, ésta no está podrida, y debemos aprovecharla antes de que lo esté- Asintió lentamente y llenamos parte de la maleta con diversas carnes. De vez en cuando mirábamos a nuestro alrededor, temerosas de escuchar la respiración de alguno de esos monstruos. Aún temblábamos como flanes cuando llegamos al coche sin más encuentros y cogimos la siguiente maleta.

-Espera, deberíamos ir sin nada para coger galletas de perro- Asentí.

-Tienes razón, venga vamos.

Volvimos con el cuidado de no hacer el menor ruido. Dos seres más paseaban por las cajas y por uno de los pasillos, pero logramos reducirlos. Después, entre las dos, arrastramos los sacos de veinte kilos de comida de perro al pie de las escaleras, y una vez todos allí, al exterior, para llevarlos al coche. Menuda fue nuestra sorpresa al ver a uno de esos asomado a la ventana del coche. Por su culpa, el asiento delantero olió a muerto durante mucho tiempo.

Después de llenar todas las bolsas y maletas que trajimos de víveres, volvimos sin más incidentes a casa, donde nos duchamos y guardamos todo. Después de cerrar todo a cal y canto, claro.

Y así fue como sobrevivimos durante algunos meses más. Cuando desvalijamos aquél supermercado, empezamos la dura empresa de limpiar el pueblo de caminantes.

Al principio se trataba de ir por las calles sin hacer el menor ruido atacando y matando con el mayor sigilo, manteniéndonos siempre cerca de algún automóvil. Después comenzamos con las estrategias más elaboradas. Una de mis favoritas fue programar un equipo de música para que sonase a toda potencia una hora después de haber salido y haber subido a la terraza de la casa de enfrente, previamente "desinfectada". Fue la primera vez que vimos más de veinte monstruos en un mismo lugar.

Después, la gasolina ardió al tirar unas cuantas antorchas, y todos aquellos desgraciados murieron calcinados. También fue sonada el día que encontramos una apisonadora. Tras conseguir gasolina de la gasolinera de las afueras, nos dedicamos a aplastar cabezas. Mientras Arleen conducía y aplastaba a los que estaban ante nosotros con cara de loca asesina, yo mataba a hachazos a los que venían por los laterales. Nunca grité tanto ni me lo pasé tan bien. Al final íbamos a cogerle el gusto.

Se ve que, con el tiempo, sus cuerpos se iban pudriendo. Aquellos que antes parecían vivos un poco paliduchos, ahora parecían verdaderos personajes de una de aquellas películas que nos tragamos aquellas tardes. Nuestra habilidad con las armas mejoró notablemente, casi nos insensibilizamos al sentimiento de asco o culpabilidad al matarlos, y yo me convertí en una Légolas con el arco. Lo malo era que teníamos poquísimas flechas, así que solo lo usaba cuando sabía que podría recuperarlas.

Del pico, Arleen pasó a la desbrozadora tras conseguir llevar aquél mostrenco de máquina encima sin cansarse mucho. El único problema que suponía era el horrendo ruido que hacía, pero ver volar trocitos de vecinos y excompañeros de clase por el suelo hizo que nos importara poco. Más de una vez temimos el fin de aquellos maravillosos días al vernos rodeadas de zombis, como aquél día en el que la gasolina del aparato se acabó y se nos quedó cara de gilipollas al ver como diez zombis con sus manos, algunas mutiladas, cortesía de Arleen, se acercaban hacia nosotros con paso presto.

No corrimos nada. Qué va. Ese fue el día que aprendimos a hacer un puente. Y esa es la razón de que tengamos ahora un Hammer aparcado en la puerta. Y ahí se quedó, porque si tuviéramos que conseguir gasolina para ese cacharro, vaciaríamos todas las gasolineras a la redonda en tres días. Después de aquello tuvimos más cuidado.

Con el tiempo, descubrimos que la urbanización de Arleen era lo más tranquilo que se podía encontrar. Sólo una vez encontramos zombis. Estábamos buscando útiles para sobrevivir cuando nos colamos en la casa del vecino de atrás. Pobres perritos. Tres preciosos pastor alemán y un chihuahua yacían desparramados por el suelo, destripados, convertidos en alimento para su gordo dueño. Nunca vi a Arleen matar tan cabreada. Si no desmembró a su vecino y a sus hijos centímetro a centímetro, lo hizo milímetro a milímetro. Y luego, a devolver almuerzo y merienda, y hasta la primera papilla, al ver aquella masa informe de sangre y tripas. Llegué a creer que se había vuelto loca.

Al día siguiente decidimos ir a una parte del pueblo que aún no habíamos pisado. La parte de casas adosadas que se encuentra ante el colegio grande, calles de casas bien alineadas, todas iguales. A mi casa.

Arleen intentó evitarlo, pero, le dije, había llegado el momento.

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