EL PRINCIPIO DE LA PENUMBRA

Caía, caía, caía…

Todavía podía ver la playa desde la que la arena se había desintegrado y él había caído. Sentía su cuerpo ligero como una pluma y percibía el agua tibia que mojaba su cuerpo y le empujaba hacia abajo.

Se enderezó y quedó de pie en una inmensa oscuridad, ya no había mar en el que se encontrara ni arena en el cielo oscuro. Sintió una fuerza que le dominó por dentro, como si en su interior hubiera reconocido aquel lugar. No sabía donde estaba ni que hacer. Caminó, tan un solo paso, una treintena de pájaros que habían estado reposando en el suelo y ocultos por la oscuridad levantó el vuelo mientras él les observó deslizarse por el aire.

La bandada de pájaros había dejado al descubierto el suelo sobre el que el chico se hallaba de pie. Un suelo multicolor en una enorme plataforma circular elevada en una altísima torre que se veía perfectamente en la oscuridad. En él se plasmaba una escena que le resultaba familiar: aparecían dos chicos unidos por la espalda, uno llevaba una gigantesca llave en la mano que parecía estar echa especialmente para la pelea y el otro chico llevaba dos llaves como la otra pero de distintos diseños, una en cada mano. Uno era moreno y tenía el pelo de punta, su cara era risueña y sonreía pícaramente. El otro también llevaba un estilo parecido de pelo pero era rubio, estaba serio pero le cogía la mano al otro chico dando a entender que tenían una buena relación. Se parecían mucho, eran casi idénticos, pero el rubio parecía tener un carácter más fuerte mientras que el otro parecía alegre y soñador.

Ahí estaban los dos chicos con los que soñaba desde hacía tiempo. Les veía siempre juntos, demasiado juntos desde su punto de vista. A veces les veía riendo el uno con el otro y otras peleando con sus llaves, pero al final siempre les recordaba unidos y sonrientes.

Una puerta apareció de la nada y se iluminó:

-No temas a la oscuridad, en tu alma esta la clave para hacerla desaparecer para siempre.

Observó la oscuridad que se extendía en todo el extraño lugar pero no vio al que originó esa voz que tan familiar le resultaba, como si la hubiera oído antes.

El suelo se removió bajo sus pies y la plataforma se quebró y el chico perdió el equilibrio y cayó de nuevo. Al final del abismo iluminado con la tenue luz de la puerta se abría un agujero que giraba sobre si mismo y se hundía en una marea de oscuridad, la oscuridad más intensa que el chico había percibido jamás. Se cubrió la cabeza con las manos listo para recibir el impacto pero algo pasó antes de desaparecer por aquella inmensa oscuridad, de la puerta, que también caía al foso oscuro, salía una fuerte luz y con ella una chica de cabello granate que le tendió la mano y le dijo: "ven conmigo"

Se despertó de un salto. Sólo era un sueño

- ¡Redix, colega que llegamos tarde!-el grito de Houler le sorprendió.

-¡ya bajo!

Se vistió y se miró en el espejo: su cabello rojo fuego ya no estaba de punta como el día anterior sino caído y espeso. Su cara, arrugada por el sueño mostraba señales de haber dormido mal. Su cuerpo delgado y alto era escuálido y enclenque. Se lavó la cara y se peinó, al subir la cabeza y volver a mirarse en el espejo le pareció que su pelo se volvía rubio pero se dio cuenta de que solo era una ilusión. Una luz cegadora emergió de su brazo derecho sobresaltándole. Estaba asustado y sintió que su mano se abría y que soportaba un ligero peso. Cuando la luz cesó se miró la mano, sostenía un amuleto de conchas de calica. Se sintió desconcertado, ¿qué diablos era aquello?

-¡Vamos, tío!- de nuevo Houler le sobresaltó, se había olvidado de sus amigos que le esperaban para ir al instituto.

-¡Ya voy, ya voy!-se guardó el amuleto en el bolsillo del pantalón y bajó corriendo las escaleras.

Houler, Ters y Dianne le esperaban en la puerta de su casa.

-¿Qué tal, colega?

-¡qué guapo estás hoy, Redix!

-muy bien, gracias-contestó a los saludos de sus amigos-. Tú también estás muy guapa Dianne.

Fueron a subir al autobús escolar pero de momento todo se quedó quieto, incluso Houler, Ters y Dianne se quedaron como si les hubieran helado. Redix miró alrededor pero no vio nada extraño, ¿por qué todo se había quedado tan quieto? Una sombra encapuchada que llevaba una túnica larga y negra salió de una callejuela.

-No conseguirán ocultarte eternamente, Redix.- el chico se asustó y se dio la vuelta. ¿Quién era aquel hombre encapuchado?

-¿Quién eres tú y que quieres?- se sentía muy confuso, como si no recordara que había sucedido.

-Soy la sombra, el recuerdo… el guardián de la oscuridad.

-¡Ya claro!- dijo con sarcasmo.

-Ellos te están esperando para que unas sus almas con el don que te dio tu madre.-A Redix le dio un vuelco el corazón, él era huérfano de padre y madre, vivía solo. Parpadeó para reprimir las lágrimas que querían salir de sus ojos al recordar la forma de morir de sus padres y contestó.

-Mi madre murió en el parto. No pudo entregarme nada.

-¡Pero bueno! ¿Eso te han dicho? Debes saber que si les ayudas Xenmas os matará a los cinco, pero yo he venido ha advertirte de parte de esos a los que debes ayudar.

-¿Qué? ¿Quién diantres es Xenmas? ¿Y quien eres tú?- Tantos sucesos le desconcertaban. Ese hombre le estaba diciendo que alguien quería matarle. Lo más abrumador era que el hombre dijo algo que no le cuadraba en todo aquello: "Xenmas os matará los cinco" -¡¡ Déjame en paz, me estás mintiendo, nadie quiere matarme, lárgate y olvídame!!

-Como quieras… Roxas.

Naminé

Roxas… ese nombre le sonaba mucho, le sonaba demasiado. Bajó la cabeza intentando recordar donde había escuchado ese nombre pero no recordó nada así que volvió a subir la cabeza y preguntó

-¿Por qué me has llamado así?

Pero su pregunta fue en vano, pues el hombre ya había desaparecido. Roxas… ¿quién era?, ¿por qué le había llamado así ese hombre?... ¿quién era ese hombre?

Seguro que un chico hecho y derecho de catorce años como él no tendría tantas dificultades en la escuela. En la clase de esgrima era el mejor pero seguro que suspendía la educación cívica. Redix llegó a su casa, en la que vivía él sólo, y se tumbó en la cama. Se sentía pesado, acalorado y malhumorado. No tardó en dormirse.

-¡Roxas, despierta!

Redix se calló de la cama, ¿quién había gritado? Giró la cabeza pero no vio a nadie en la habitación, pero lo que más le intrigaba era por qué le habían llamado Roxas. Miró el reloj: eran las doce de la noche y una ráfaga de aire entró por la ventana dejándole helado. Cerró la ventana y después se tumbó de nuevo quedándose dormido otra vez.

Estaba en una habitación que nunca había visto, en las paredes había fotografías enmarcadas y por la ventana se veía una intensa playa, se sentó en una butaca de madera. Se acercó una chica que había visto antes pero no sabía donde, tendría más de 20 años, era alta, tenía el pelo granate y… ¡Sí, era la chica que le salvó la vida¡ se acercó a ella pero recordó que lo que pasó fue un sueño pero: como soñó con alguien a quien nunca había visto.

La chica se sentó en una cama de madera y sábanas blancas que había en la habitación y cerró los ojos. Susurró algo y a continuación dijo:

-¡Naminé, quiero hablar contigo, ven por favor!

Una luz iluminó la estancia y de ella salió otra chica rubia idéntica a ella.

- ¡Hola, Kairi! ¿Qué pasa?

-Naminé, tenemos que hablar.

-Claro Kairi, lo que quieras.-Redix relacionó los nombres: Kairi era la chica pelirroja y Naminé la rubia. Sólo podía diferenciarlas por el pelo, pues eran exactamente iguales, las dos tenían cara alegre y eran extraordinariamente hermosas.

-Mira Naminé, sé lo que pasó entre tu chico y tú aquella vez que os separasteis de nosotros- hizo una pausa y continuó-. Riku ha encontrado a tu hijo, Naminé, yo le he visto. Pero él no sabe nada de su origen, cuando se separó de ti a los siete años perdió todos sus recuerdos y su crecimiento va más deprisa de lo que esperábamos, ya tiene catorce años.-Redix sintió un fuerte dolor de cabeza- ¡¡No podemos seguir así Naminé, él no se lo merece!! ¿Qué pensara Roxas si descubre que le has ocultado un hijo desde hace catorce años?-¡Roxas, así le había llamado aquel extraño de la callejuela!, pero… ¿Por qué le llamó así?

-Kairi, yo amo a Roxas-Naminé parecía triste cuando dijo esto-¡¡Me arrebataron a mi hijo!! No puedo permitir que Roxas sepa que tiene un heredero que proteger tal y como está ahora!! Desde que se fue con Sora no quiere hablar conmigo. Creo que debería dejar de insistir…

Redix despertó acalorado e intentó ordenar sus ideas: dos chicas llamadas Kairi y Naminé hablaban sobre el hijo de un hombre llamado Roxas. Asimismo Roxas se había ido con un chico que se llama Sora y no sabía que era padre. Otro chico, Riku, había encontrado al chaval.

Lo que más le intrigaba era que el extraño encapuchado le había llamado Roxas, le había llamado por el nombre de aquel chico cuya compañera le había ocultado a un hijo, un hijo que en principio estaba desaparecido y que además ya tenía catorce años al igual que él. El miedo le invadió, ¿y si se trataba de él, y si su madre no había muerto?, ¿y si Naminé era su madre y Roxas…? ¡Claro, Roxas! ¡Por eso el extraño le llamó así, porque seguramente Naminé le había puesto ese nombre cuando nació! ¡como su padre!

Un fuerte dolor agudo le surgió en la cabeza, estaba empezando a recordar demasiadas cosas en tan poco tiempo. El dolor se hizo más intenso y el chico se derrumbó en su habitación, podía ver a Naminé mirándole desde la orilla de un río de estrellas, estrellas brillantes de color platino que avanzaban rápidamente siguiendo su camino. Debía ser el momento en que Naminé lo abandonó:

-Lo siento Roxas, debe ser así- le dijo Naminé antes de perderla de vista.

Más tarde vio una ciudad flotando en el vacío, debía ser Villa Crepúsculo, su ciudad.

Viendo como una oscuridad, igual de intensa como la del agujero al final del abismo de su sueño, le invadía y no se podía librar de ella ni de la prisión que le preparaba aquella experiencia se llevó las manos a la cabeza y esperó su desmayo.

CONTINUARÁ